Colas al sol en la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana
LA HABANA, Cuba -Nadie como un cubano que recibe una visa norteamericana, para romper con cuanto patrioterismo barato, pachanga ideológica o enmascaramiento político se promociona por los medios audiovisuales del país. Se puede ver tras las lágrimas, que de forma literal corren por el rostro, medio siglo de frustración.
“El 17 se rompe el corojo”, una parodia del grito lanzado por Antonio Maceo para señalar el rompimiento de las hostilidades contra el colonialismo español en el siglo XIX, fue la expresión que una joven voceara por un teléfono móvil a quién sabe cuál de sus familiares, para decir la fecha en que se irá del país.
Abrazos, llanto, ira, signos de alegría y gestos de victoria poniendo en V los dedos de una mano, son partes del ceremonial que de lunes a viernes realizan los cubanos que reciben o no la visa norteamericana, como un mentís rotundo a todas esas zarandajas de identidad nacional con Cuba y su revolución.
“Este es la realización del sueño más grande de mi vida”, expresó una señora que pidió omitiera su nombre por temor, todavía, a posibles represalias de las autoridades cubanas mientras permanece en el país. “¿Usted se imagina que no me dejen salir? No sería la primera”, dijo sin dejar de mirar a todas partes.
Dóciles como carneros alineados al sol o diseminados debajo de los raquíticos árboles, cientos de personas de todas las provincias del país acuden cada día a estas citas, que para la mayoría, son el hoy o nunca de su existencia terrenal. Obtener la visa, es la gloria; recibir la negativa, es el infierno.
Un señor que salía de una de las tantas casas-oficinas autorizadas como cuentapropistas a llenar las planillas de solicitud de visas, respondió para Cubanet: Esta es la tercera ocasión en la que me presento. Siempre me han denegado por posible inmigrante. Pero tengo que insistir. ¿Verdad, mijo?
“Cuatrocientos ochenta CUC”, añadió. Y aunque ahora permiten pagarlo en dólares de verdad, sigue siendo un capital. Jamás en mis más de 40 años de trabajo de sol a sol en un pedacito de tierra en Manicaragua, hubiera tenido tanto dinero a la misma vez. Aunque tengo que volver hasta que me la den”.
La balsa: la última esperanza
Serios, ansiosos o trasnochados, recorren mientras esperan los puestos de café, pan con jamón, batidos, cajitas con comidas y otras cosas que se venden en los alrededores de la SINA (Sección de Intereses Norteamericana) en La Habana. Cuarenta pesos una hamburguesa en el Rumba K, cinco pesos un jugo natural, tres un refresco, dos un pastel.
Las habitaciones que se alquilan a quienes no tienen donde pernoctar, oscilan por noche entre 15 o veinte CUC o su equivalente en moneda nacional. Esa especie de feria de las vanidades para quienes pretenden emigrar de forma definitiva o visitar un familiar, se convierten en un circo itinerante bajo el sol.
Los alquileres de autos particulares desde su provincia hasta la Oficina de Intereses, o el sobre precio que deben pagar para conseguir un pasaje a tiempo en el servicio de ómnibus nacional, son cifras prohibitivas para la mayoría de quienes sueñan con viajar, pero insisten en volver.
Nada disuade a los que aspiran a viajar al Norte. Ni las promesas de futuras mejorías en el país, ni los discursos patrioteros o nacionalistas. De aquí hay que irse, hay que partir, piensan quienes se agolpan cada día en largas filas bajo el sol. Basta de ceremonias, discursos y promesas, “ya la chusma dirigente” -parodiando a la Avellaneda- perdió el control.
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