Fotos Ernesto Pérez Chang
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Chiqui en el Prado
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Entrada del Teatro Musical de La Habana
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Abandono del Teatro Musical de La Habana
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Chiqui González recuerda
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Chiqui en el Prado
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Entrada del Teatro Musical de La Habana
LA HABANA, Cuba. — Emplazado en el mismo sitio donde antes estuvo el
legendario Alhambra, el Teatro Musical de La Habana cerró sus puertas
definitivamente un día de 1989, dejando atrapada entre sus paredes la
verdad sobre los auténticos motivos que condujeron a la clausura del
edificio y a la disolución de uno de los grupos teatrales de mayor
tradición.
Aunque el misterio de lo sucedido ha sido tema de un par de
documentales no divulgados en los medios oficiales cubanos y de algunas
crónicas periodísticas que solo señalan el deterioro de la edificación,
nadie habla del asunto con la claridad suficiente para determinar, con
nombres y apellidos, quiénes fueron los autores de la desaparición de un
teatro que, a pesar de ser el que más dinero recaudaba y que incluso
sostenía a otros menos afortunados, siempre resultó molesto a las
autoridades pero mucho más durante esos días de incertidumbre cuando la
descomposición del campo socialista dejaba de ser una sospecha y se
convertía en una realidad.
La supuesta “frivolidad” del género musical y del público que lo
disfruta, más los mensajes subliminares en los textos de algunas obras
representadas a finales de los años 80, desataron la intolerancia y
provocaron el disgusto de algunos gendarmes del poder, de modo que las
amenazas de cierre se hicieron cada vez más agresivas, al punto de que,
sin dudas, estuvieron entre las causas que condujeron a la renuncia del
director del grupo teatral, el dramaturgo Héctor Quintero.
Chiqui González es de los tantos trabajadores y artistas que
perdieron sus empleos como consecuencia del cierre del teatro.
Ejerciendo distintos oficios, trabajó en él desde 1979. Diez años más
tarde fue despedida junto a los demás miembros del grupo. Actualmente
subsiste con el escaso dinero de la jubilación.
Como vive cerca del teatro, casi todos los días se llega hasta la
esquina de Consulado y Virtudes para contemplar el deterioro y rememorar
los viejos tiempos. Después, cualquiera puede verla tomar el fresco en
uno de los bancos del Paseo del Prado o sentada en cualquier otra
esquina, tal vez absorta en malos o buenos recuerdos, en ilusiones que
van muriendo. Le pregunto sobre los últimos días del Musical y me
confirma que, en los finales, el ambiente se tornaba cada vez más tenso:
-Antes de irse Héctor ya las cosas estaban muy violentas. Él
decide irse porque ya no aguantaba más tanta presión, incluso siempre
estaba de mal humor. Después dijo que tenía problemas personales y se
fue. Después vino otro director y aquello no duró nada. Nos mandaron a
todos para la casa. Lo último que cobré fueron 87 pesos que me debían y
hasta el sol de hoy. Él [Héctor Quintero] fue el que me llevó a
trabajar. Primero estuve en la taquilla y después hasta hice coros y
algunas otras cositas [se ríe].
[…]
-Casi todos los días se hacían reuniones y había peleas con la
gente del ministerio [de Cultura] y Héctor se enfurecía… yo nunca lo
había visto así. Después empezaron con que el escenario era muy inseguro
y los bomberos venían, revisaban los cables y suspendían los ensayos y
las funciones diciendo que por peligro de fuego. Lo cual no era tan así
porque en todos los demás teatros los cables estaban peor que en el de
nosotros. En ese lio no cobrábamos casi nada. Era un suplicio. Así hasta
que un día me dijeron que lo iban a cerrar unos meses para reparar pero
los meses se convirtieron en años y ahí lo ves, es puro escombro. La
gente de por aquí se llevan lo que les hace falta para construir sus
casas o botan los escombros en la misma puerta del teatro.
[…]
-Yo no era artista. Nada de eso. Yo lo mismo limpiaba que hacía
coros cuando hacía falta alguien. Me gustaba cantar y bailar pero no era
artista, así que no me hicieron mucho daño como a los que sí lo eran.
Los pobres! Hay quien jamás volvió a actuar porque su vida era el teatro
musical, el baile, y todo eso solo lo hacíamos nosotros. Tengo varios
amigos de esa época que jamás regresaron al teatro y ya nadie se acuerda
de ellos. Yo vivo como puedo y ya como que me acostumbré a que la vida
es así, un día tienes y otro, no.
Lo que ha sucedido durante más de veinte años en la esquina donde
convergen las calles Consulado y Virtudes, en el centro de La Habana, es
uno de los episodios más dolorosos de la intolerancia del gobierno
cubano hacia determinadas expresiones artísticas o sociales consideradas
como no apropiadas para una sociedad comunista, además es la prueba de
que las instituciones culturales de la isla, así como sus funcionarios,
están sometidos a la voluntad, la volubilidad y los gustos personales de
gobernantes y oficiales del Ministerio del Interior encargados de
administrar la política cultural.