El mundo castrense tiene sus propias reglas, actitudes disciplinarias y normas de convivencia al margen de la sociedad civil.
En España, este statu quo llega al punto de excluir a los miembros de
las Fuerzas Armadas (FFAA) del Convenio Europeo de Derechos Humanos para
mantener un poder que la autoridad militar conserva desde la dictadura
franquista.
El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero elevó en 2007 una reserva
para el estamento militar en los artículos 5 y 6 del convenio, que
regulan el “derecho a la libertad” y el “derecho a un proceso
equitativo”, recorte que los siguientes Ejecutivos han mantenido. En la
práctica, esta reserva permite a los mandos imponer arrestos por vía
administrativa a sus subordinados sin necesidad de acudir a la justicia
militar.
Tras tres décadas de espera y dos años de negociación, el Senado dio
luz verde a la Ley Órganica del Régimen Disciplinario Militar el pasado
mes de noviembre. En ella, pese a las reclamaciones de las principales
asociaciones de uniformados y de la oposición, el Gobierno mantuvo el
arresto como medida disciplinaria con el apoyo del PSOE y los votos en
contra de la Izquierda Plural, UPyD, CiU, ERC, PNV y BNG.
Además, en la línea del recorte de los derechos de manifestación que
ha seguido la Ley de Seguridad Ciudadana, el texto también permite
suspender concentraciones de militares o guardias civiles cuando las
convoquen haciendo uso de su condición.
Justicia sin jueces
La ausencia de la figura del juez en las sanciones disciplinarias
provoca que los mandos de las Fuerzas Armadas puedan lesionar derechos
fundamentales de los oficiales de rango inferior, así como de la tropa,
con “medidas que rozan lo autoritario y dictatorial”, denuncian fuentes
de la Asociación Unificada de Militares Españoles (AUME).
En su caza de brujas para descubrir al soldado que filtró a Público
la información sobre los entrenamientos de soldados como fuerza
antidisturbios, el Ejército ha sancionado administrativamente a dos
soldados con seis días de arresto, y a otros dos con tres, por dejarse
fotografiar con el equipo de represión de masas. El objetivo es que
estos soldados delaten al filtrador para librarse del castigo.
Oficialmente, la razón arguida por sus mandos es “inexactitud en el
cumplimiento de las órdenes recibidas”, presente tanto en el antiguo
como en el nuevo Régimen Disciplinario (art. 6.2) de las Fuerzas
Armadas. Este artículo se ha convertido en un “cajón de sastre” por el
cual los mandos pueden llegar a sancionar por “llevar sucias las botas o
mal ajustada la corbata”, explican estas fuentes. Además, permite
utilizar el arresto como una “medida de presión”, que según la falta y
el mando que lo imponga, puede durar hasta 30 días.
La denuncia también está penada
Hablar con la prensa para denunciar estas injusticias en el seno de
las Fuerzas Armadas también puede salir caro. En concreto, “hacer
peticiones, reclamaciones, quejas o manifestaciones contrarias a la
disciplina” en “medios de comunicación social” está regulado como una
falta grave: hasta 60 días de arresto en un centro disciplinario.
Los propios miembros de la AUME han sufrido las consecuencias del
implacable régimen disciplinario. En julio de 2013, al presidente de la
asociación, Jorge Bravo, la crítica de los recortes del Ministerio de
Defensa en una cadena de radio le valió 31 días de arresto. Semanas más
tarde, el delegado de la AUME en Murcia cumplió 33 días por el mismo
motivo.
El mantenimiento de los ocho centros disciplinarios repartidos por la
geografía española, con al menos 25 militares trabajando en cada uno de
ellos, saca de las arcas del Estado cinco millones de euros al año,
denuncia el teniente Luis Gonzalo Segura en este medio.
El propio Segura afrontará la pena máxima de 60 días de arresto por
la falta grave de denunciar estas situaciones ante la prensa. Relata
que, pese a que ningún juez los ha condenado, son “tratados como
criminales” en estos centros: “Hay que pedir permiso para todo. Incluso
para salir al patio hay que pedir un permiso por escrito y cuando te lo
conceden hay que pedir autorización verbal para poder salir y pasear
solo. Es peor que si fuéramos delincuentes”.
Carlos del Castillo/Público