|
General: Iglesia y Dictadura : lo que oculta el Papa Francisco
Elegir otro panel de mensajes |
|
De: Gran Papiyo (Mensaje original) |
Enviado: 10/12/2013 04:26 |
Otro campo de concentración en una propiedad de la Iglesia Católica
Un Silencio atronador
Así como la Armada usó como campo de concentración la casa de descanso del arzobispo de Buenos Aires, “El Silencio”, el Ejército utilizó el predio del Seminario Salesiano Ceferino Namuncurá, de Funes, próximo a Rosario, para secuestrar y torturar al menos a tres personas, una de las cuales no reapareció. El lugar fue vendido un año después a la Fuerza Aérea, pero los salesianos conservaron vastas propiedades linderas. Allí pasó sus últimos años el ex provicario castrense Victorio Bonamín.
Por Horacio Verbitsky
La capilla del actual Liceo Aeronáutico, donde en 1978 funcionó un campo clandestino de concentración.
La justicia federal de Rosario detectó otro campo clandestino de concentración que funcionó en una propiedad de la Iglesia Católica Apostólica Romana durante la última dictadura cívico-militar. Se trata del seminario de la Casa Obra Salesiana Ceferino Namuncurá, de la ciudad santafesina de Funes, donde fueron torturados al menos tres prisioneros del destacamento de Inteligencia 121, dependiente del Cuerpo de Ejército II, que habían sido privados en forma ilegal de su libertad. Así se desprende de documentos y de testimonios brindados en la causa conocida como “Guerrieri II”. Dos sacerdotes forman parte del expediente. Uno integraba el grupo de tareas que secuestraba en Rosario, y después de la dictadura siguió su carrera y fue distinguido por el Vaticano. El otro fue una de las víctimas de la tortura, se alejó de la Iglesia y reconoció el lugar de su cautiverio. También aparece mencionado un arzobispo, que estuvo al tanto de los hechos. Al menos uno de los detenidos que compartió el alojamiento y el martirio con el ex sacerdote, no reapareció luego de su paso por aquel establecimiento de la Iglesia y hasta hoy sigue siendo un detenido-desaparecido. En ningún otro país americano la Iglesia Católica estuvo tan imbricada con la represión dictatorial. El primer campo clandestino conocido que haya funcionado en una propiedad eclesiástica es la casa de fin de semana “El Silencio”, en las afueras de la Capital argentina (Ver “El primer caso”). El segundo fue detectado por el fiscal Gonzalo Stara, a cargo de la Unidad de Asistencia para causas por violaciones a los Derechos Humanos durante el terrorismo de Estado en Rosario, quien actúa ante el juez instructor Marcelo Bailaque y ante el tribunal oral de juicio integrado por los jueces Noemí Berros, Lilia Carnero y Roberto López Arango, que conducen el debate de un tramo de la causa. Esa utilización clandestina de los bienes eclesiásticos por la dictadura fue mencionada por el ex cura tercermundista Santiago Mac Guire ante la Conadep, pero no había sido investigada, porque en aquellos años la Justicia se limitaba a los altos jefes militares. El dato fue confirmado por Roberto Pistacchia, quien compartió el lugar de sometimiento con Mac Guire. Igual que en el caso de “El Silencio”, después de su uso para la represión esa parte del Ceferino Namuncurá fue vendida para borrar las huellas. “El Silencio” hoy está abandonado, pero el lugar donde funcionó el seminario salesiano fue vendido a la Fuerza Aérea en 1979, y desde entonces es sede del Liceo Aeronáutico Militar, instalado sobre la avenida que lleva el nombre del santo aborigen. Los salesianos conservan los terrenos linderos (Ver “Buenos vecinos”).
Por denuncia del obispo
Mac Guire integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que tuvo duros enfrentamientos con el arzobispo de Rosario, Guillermo Bolatti, reacio a las reformas dispuestas por el Concilio Vaticano II. Más adelante Mac Guire dejó los hábitos y el arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe, lo casó con María Magdalena Carey, con quien tuvo cuatro hijos. En agosto de 1971, durante la dictadura del general Alejandro Agustín Lanusse, Mac Guire y tres sacerdotes a quienes Bolatti había purgado de sus parroquias fueron detenidos de madrugada en un violento operativo del servicio de Inteligencia del Ejército, que incluyó el secuestro de libros de Perón y Eva Perón y de una carta del ex presidente a uno de los curas. El abogado defensor de los sacerdotes dijo que las detenciones se produjeron por datos suministrados por las autoridades eclesiásticas. Un diario rosarino afirmó que curas tercermundistas y sindicalistas “habían realizado una reunión con fines subversivos”. Cuando el Movimiento lo querelló ante la justicia, el diario respondió que la información provenía del Arzobispado y de la SIDE. El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo acusó en forma directa a Bolatti. Los servicios de informaciones y el sector del Episcopado que integraba Bolatti no distinguían entre los sacerdotes tercermundistas, la Juventud Peronista y Montoneros. Muchos años después, la monumental investigación científica del ex salesiano José Pablo Martín estableció que de los 524 miembros de ese movimiento sacerdotal sólo entre 10 y 15 participaron por decisión individual en organizaciones guerrilleras, y entre 25 y 30 tuvieron contactos con las organizaciones armadas que actuaban en las mismas villas, barrios, universidades o estructuras políticas: no más de un 5 por ciento en total. Aquella dictadura concluyó en 1973, con la entrega del gobierno al presidente electo Héctor Cámpora, que puso en libertad a todos los presos políticos. Pero menos de tres años después, el 24 de marzo de 1976, un nuevo y sangriento golpe militar, con articulado apoyo civil, se apoderó otra vez del gobierno. El 18 de abril de 1978, el ex cura Mac Guire fue secuestrado una vez más en Rosario, cuando circulaba en bicicleta con un hijo. Recién recuperó su libertad en diciembre de 1983 al concluir la dictadura. En 1984 declaró ante la Comisión Presidencial Investigadora sobre la Desaparición de Personas (Conadep). Dijo que fue “puesto violentamente en el piso del auto, encapuchado y llevado fuera de la ciudad a un lugar desconocido que resultó ser el campo de concentración perteneciente a la localidad de Funes y conocido como ‘Ceferino Namuncurá’, que fue dado por sus anteriores poseedores, los salesianos”. Luego de doce días encapuchado en ese lugar, en el que lo sometieron a varios interrogatorios bajo torturas cada día, Mac Guire fue conducido al Batallón 121 de Rosario, donde lo esperaban el 2 Comandante del Cuerpo de Ejército II, general de división Luciano Adolfo Jáuregui, quien “disponía sobre la vida de desaparecidos definitivos y en tránsito” y su ex arzobispo Bolatti. En ese batallón, los suboficiales Gauna y Berra le confirmaron que había estado en el Ceferino Namuncurá. Esposado a una cama del batallón durante un mes y medio, Mac Guire fue sometido a una parodia de juicio en el Comando del Cuerpo II, en el que resultó condenado a 15 años de prisión.
El compañero monseñor
Durante su alojamiento en el Batallón también recibió la visita de un ex compañero en la arquidiócesis rosarina, Eugenio Zitelli, quien lo reemplazó en la parroquia obrera de Bajo Saladillo cuando Mac Guire y otros veintiocho sacerdotes exigieron a Bolatti que aplicara las reformas conciliares. Cuando volvieron a verse, Mac Guire era un ex sacerdote, estaba preso y había sido torturado, y Zitelli era el capellán de la jefatura de policía de Rosario, a cargo del comandante de Gendarmería Agustín Feced. “Yo tenía todo el cuerpo lastimado por efecto de la picana y él me preguntaba cómo estaba.” Zitelli admitió haberlo visitado, pero negó haber sabido de las torturas. En el subsuelo de la Jefatura, María Inés Luchetti de Be-ttanín le contó que las presas, de entre 16 y 60 años, eran torturadas con picana eléctrica y violadas, entre ellas su suegra. Zitelli la interrumpió:
–Que usen la picana se justifica porque estamos en guerra y es un método apto para obtener información. Pero la violación atenta contra la moral y los militares nos prometieron que eso no iba a pasar.
Lo mismo le contaron otras prisioneras, ante quienes explicó la necesidad de la tortura, pero se conmovió con las violaciones. Una vez enterado por Zitelli, el arzobispo Bolatti no hizo nada para modificar la situación, porque opinaba que de fracasar la dictadura “el heredero será el marxismo” y se impondrá “el placer sexual desorbitado” de una sociedad permisiva. La violación pasaba a ser así un imperativo de la seguridad nacional, apta para combatir hasta el pecado capital de la lujuria.
Al ex sacerdote Angel Presello, que también había sido su compañero en el seminario, Zitelli le dijo:
–Sin tortura, no hay información.
Ex detenidos cuentan que en 1977 Feced les anunció que festejarían con una comida el haber acabado con la subversión en Rosario. Les hizo pagar a los que quedaban con vida la cena de celebración, para la que un preso fue obligado a cocinar, el vino Nebiolo y el whisky. Entre los comensales, estaba el cura. En 1999, el sucesor de Bolatti en el Arzobispado, Eugenio Mirás, le entregó a Zitelli el título honorífico de monseñor conferido por el Vaticano. Centenares de habitantes de Casilda, donde oficiaba de párroco, lo repudiaron. Mirás les replicó que era un excelente sacerdote y que quien tuviera pruebas estaba en la obligación moral de llevarlas a la Justicia, cosa que las víctimas habían hecho en vano quince años antes. María Inés Luchetti de Bettanín le recomendó que consultara la causa Feced, donde constaba la denuncia. Zitelli dijo que pedía perdón por las acciones lesivas a la humanidad que hubieran cometido policías católicos, pero aclaró que Feced era agnóstico. Además negó que ese centro de detención hubiera sido clandestino y dijo que nunca supo de torturas, aunque entendía la represión debido a los atentados contra policías, y que cuando celebraba misa para las detenidas, lo recibían con gozo y alegría. Un ex suboficial de la policía le respondió que él lo había visto, junto a Feced, mientras torturaban con picana eléctrica a un detenido. El año pasado, el juez Marcelo Bailaque procesó a Zitelli junto con el ex dictador Jorge Videla y catorce militares y policías en la causa Feced, como “partícipe necesario de los delitos de privación ilegal de la libertad, agravada por mediar violencia y amenazas” en nueve casos y “coautor del delito de asociación ilícita”, pero consideró que no había mérito para procesarlo por tormentos y homicidio. Bailaque ordenó la cárcel efectiva para los demás acusados, pero permitió el alojamiento de Zitelli en una casa religiosa y luego dispuso que aguardara en libertad la apertura del juicio oral.
Enganchados
En la institución salesiana, Mac Guire compartió una minúscula habitación con otros dos secuestrados, Roberto Pistacchia y Eduardo Garat. El último nunca reapareció. Su esposa, Elsa María Lilia Martín, declaró en 1984 ante la Conadep que militares y policías conocidos le confirmaron que Garat estaba vivo en el Batallón 121 y que su detención se vinculaba con la proximidad del campeonato mundial de fútbol. Cuando el sargento Durán les confirmó que estaba allí, los familiares recurrieron a la Iglesia “pidiendo que intercedan por él y nos den información de su suerte. El padre García, de Rosario, nos informó que estaba vivo. Las otras personas de la Iglesia con que hablamos, nos pidieron tiempo para averiguar y hubo quienes se ofrecieron a rezar por él”. Garat fue detenido-desaparecido unos días antes que Mac Guire. Cuando el secuestro de Mac Guire fue convertido en detención, su mujer, María Magdalena Carey, pudo visitarlo y se comunicó con la esposa de Garat. Le dijo que habían estado en un centro clandestino en Funes y que luego de torturar al ex sacerdote le exigieron que firmara una especie de confesión, “o te hacemos boleta como a Garat que no quiso firmar”. Pistacchia fue secuestrado el mismo 18 de abril de 1978 que Mac Guire. El 1º de noviembre de este año hizo una primera declaración ante el fiscal Stara y esta semana lo amplió ante Bailaque. Dijo que fue secuestrado en la puerta de su casa e introducido en el baúl de un Ford Falcon, que lo condujo primero a la Jefatura de Policía de Rosario y, luego de algunas horas, a un lugar de la ciudad de Funes, donde permaneció más de un mes. Por las deplorables condiciones de detención, perdió casi 30 kilos. Como bienvenida y sin hacerle preguntas “empiezan las palizas, a tirarme agua fría y caliente”. También padeció la “aplicación de picana en el pie y simulacro de fusilamiento”. En ese lugar estuvo con Mac Guire y Garat, “quienes también fueron interrogados con tormentos”. Los tres compartían una minúscula habitación, pero eso no era un problema para sus captores, ya que colgaron a cada uno “de un gancho por medio de las esposas que tenían puestas”. Agregó que una vez fue llevado junto con Mac Guire a un patio, donde los mojaron con una manguera en pleno invierno y les dispararon como si los fueran a fusilar. Un par de días después de la llegada de Garat al lugar, escuchó a los secuestradores decir “se nos va”, y a partir de allí quedó solo con Mac Guire. Pocos días después aparecieron unos hombres de mejor nivel cultural que los torturadores, que Pistacchia piensa que eran militares. “Hay que trasladarlo al cura”, dijo uno de ellos. Pero se lo llevaron a él, que estaba encapuchado, hasta el Batallón 121. Lo curaron en la enfermería y lo esposaron a la cama. Hasta allí llegó una comitiva de militares y hombres de civil. La encabezaba el general Jáuregui, a quien acompañaba el Arzobispo.
–Hemos cumplido. Aquí tiene a Santiago Mac Guire –dijo Jáuregui.
–Este no es Mac Guire –replicó Bolatti.
Jáuregui ordenó que volvieran a Funes a buscar al ex sacerdote y que trasladaran a Pistacchia.
–Supongo que este señor queda acá –advirtió Bolatti.
Jáuregui asintió.
A Mac Guire lo trajeron a la rastra porque no podía caminar solo y lo ubicaron en otra cama junto a la de Pistaccchia. El ex cura saludó a Bolatti y ambos conversaron. Pistacchia y Mac Guire fueron trasladados al Comando del Cuerpo II, en Moreno y Córdoba, donde les anunciaron que les formarían un Consejo de Guerra. Los llamaban “enemigos de la Patria”, pero dejaron de torturarlos. Luego de una recorrida por las cárceles de Coronda, Sierra Chica, La Plata, Villa Devoto y Rawson, recuperaron la libertad al finalizar la dictadura. Pistacchia contó que en el primer lugar donde estuvo secuestrado se escuchaba el vuelo de aviones. Por el estado del piso y las paredes parecía un lugar en construcción. También se escuchaba el funcionamiento continuo de un generador eléctrico. Lo mismo le había dicho Mac Guire al diario Democracia, al quedar en libertad en diciembre de 1983. Agregó que al llegar al Batallón 121, el Sargento Gauna y el Cabo Primero Berra le contaron que el centro clandestino al que lo condujeron estaba en Funes. En la pieza donde estuvo había materiales de construcción. Era un lugar muy silencioso y de noche prendían un generador eléctrico. El fiscal Stara pidió al juez Bailaque el llamado a indagatoria por la privación de la libertad y los tormentos aplicados allí contra personal del Cuerpo de Ejército II y su destacamento de Inteligencia y contra el capellán Zitelli. La familia del ex sacerdote presentó querella y solicitó al Arzobispado que informe si los salesianos tienen o tuvieron un predio en la localidad de Funes. También se pidieron informes al registro de la propiedad y al Ministerio de Defensa. El miércoles y el jueves de esta semana, el fiscal Stara presentará su alegato ante el tribunal oral por la parte del proceso en curso.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS  
(Gran Papiyo) |
|
|
|
Lunes, 9 de diciembre de 2013
Desmentida salesiana y pruebas de la complicidad religiosa
Sobre callado, mentido
Los salesianos dicen que jamás oyeron de un campo de concentración en su seminario de Funes y que la Justicia no los consultó. Eso no es cierto. La denuncia la formuló el ex sacerdote Santiago Mac Guire y era pública desde 1983. El juzgado de Rosario pidió informes a esa Orden y al Arzobispado de Rosario, pero no contestaron. Aquí, las pruebas de lo difundido el domingo pasado en esta página. El Episcopado mantiene su tradicional silencio, como si el grave episodio no le concerniera.
Por Horacio Verbitsky
El diario Democracia, del 27 de diciembre de 1983. Hace 30 años Mac Guire denunció que había estado en el Namuncurá.
La Congregación Salesiana sostuvo que hasta la publicación en esta página del artículo “Un silencio atronador”, sobre un campo clandestino de concentración que funcionó en las instalaciones del seminario salesiano Ceferino Namuncurá en la ciudad santafesina de Funes, “nunca se nos había informado de algo al respecto ni se nos citó o requirió información alguna de la causa a que se hace referencia”. Añade que el 13 de octubre el diario Rosario/12 mencionó “la posibilidad de un centro clandestino aún no revelado”. Según la declaración distribuida en Córdoba por el provincial salesiano Manuel Cayo y su vocero Carlos Bosio, “en dicha oportunidad no realizamos ninguna declaración por estar en el entendimiento de que se trataría de un error. Por otra parte, estábamos seguros de que si ello fuera así, la misma Justicia habría requerido nuestra colaboración durante la tramitación del juicio al que se hace referencia, cosa que no ha sucedido”. Los facsímiles de esta página prueban que esto no es cierto. La Justicia sí pidió informes a la Congregación Salesiana y también al Arzobispado de Rosario, sobre una denuncia formulada por el ex sacerdote Santiago Mac Guire hace tres décadas y que tuvo amplia difusión en la prensa rosarina. Es un avance que la Congregación salesiana lea ahora este diario, cuando no lo hacía entonces con el diario Democracia del Litoral, que publicó en forma destacada la denuncia de Mac Guire.
En la edición del 27 de diciembre de 1983 de ese diario, una extensa nota en la cabeza de su página 13 se tituló: “Mac Guire, desde el 3 de diciembre, ¡libre!”, con la bajada “Los generales Galtieri y Jáuregui conocían la existencia del campo de concentración de Funes”. Secuestrado en abril de 1978, Mac Guire pasó detenido el resto de la dictadura y quedó en libertad una semana antes de que asumiera el presidente Raúl Alfonsín. Al pie de la primera columna, que continúa en la segunda, el ex sacerdote dice: “Tengo muchos elementos para afirmar que esos trece días en que estuve ‘desaparecido’ me tuvieron en un campo de concentración situado en Funes, al que llamaban Ceferino Namuncurá, ya que se trataba de una propiedad vendida por la Iglesia al Ejército. Posteriormente, cuando estaba en el Batallón 121, el sargento Gauna y el cabo 1 Berra me confirmaron que yo venía del campo de Funes”. Su afirmación contiene un error: el Ejército no había comprado esa propiedad eclesiástica, sólo la usaba, para fines non sanctos. Recién al año siguiente fue vendida por los salesianos, pero a la Fuerza Aérea, que instaló allí su Liceo Aeronáutico. Eso es lo que ahora está reconstruyendo el fiscal Gonzalo Stara, quien actúa ante el juez Marcelo Bailaque, titular del Juzgado Federal 4 de Rosario. Mac Guire era demasiado notorio como para que alguna orden eclesiástica pudiera ignorarlo. Fue uno de los miembros más activos del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que confrontó en forma abierta con el arzobispo rosarino Guillermo Bolatti, estuvo varias veces detenido y se realizaron grandes movilizaciones por su libertad. Luego se convirtió en un importante dirigente peronista. Quien lo casó cuando dejó los hábitos fue el arzobispo de Santa Fe y vicepresidente de la Conferencia Episcopal, Vicente Zazpe, todo lo cual hace inverosímil el pretendido desconocimiento sobre el caso.
Pedidos de informes
El 26 de noviembre de este año, el secretario que atiende las causas de derechos humanos en ese tribunal, Román Pablo Lanzón, se dirigió en el oficio 504/DH a la Inspectoría Argentina Norte de la Congregación Salesiana, con sede en Córdoba, inquiriéndole como colaboración en las causas por graves violaciones a los derechos humanos “si en el año 1978 se encontraba bajo su jurisdicción la Casa Salesiana Ceferino Namuncurá”, en Funes, Departamento Rosario, Santa Fe.
El mismo día, Lanzón formuló la misma pregunta al arzobispo de Rosario, José Luis Mollaghan. Además le pidió todos los datos del archivo de su arquidiócesis sobre Santiago Mac Guire, el ex sacerdote que fue torturado en las instalaciones de los salesianos. La Inspectoría salesiana “Beato Artémides Zatti” es la división administrativa que abarca a todas las provincias del centro y norte de la Argentina y surgió en 2010 por la fusión de las inspectorías de Córdoba (centro y noroeste del país) y de Rosario (Litoral y Nordeste). Comprende las provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, La Rioja, Catamarca, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco, Corrientes, Misiones, Salta, Jujuy y Formosa, donde los salesianos tienen 94 casas, que otorgan educación, contención, diversión, guía, ayuda y alegría a 845.000 jóvenes, según la misma página de la orden en la que se publicó la respuesta a la nota del domingo. Al cierre de esta edición, ni Mollaghan ni los salesianos habían respondido al requerimiento judicial.
Más suerte tuvo el juzgado con el Ministerio de Defensa, al que había cursado un oficio similar, pidiendo la información que tuviera sobre la transferencia del predio salesiano a la Fuerza Aérea. El ministro Agustín Rossi hizo llegar una copia de la escritura celebrada el 16 de abril de 1979 en la Escribanía General del Gobierno de la Nación, entre el apoderado de la Asociación Civil Institución Salesiana Nuestra Señora del Rosario, Mario Ernesto Del Degan, y el director de Infraestructura de la Fuerza Aérea, comodoro Horacio Emilio Hunicken. Los salesianos vendieron el inmueble al Estado Nacional “con todo lo plantado, clavado y demás adherido al suelo” por 2136 millones de pesos de entonces. Según la Memoria Histórica del Liceo Aeronáutico, su creación fue dispuesta por la conducción de la Fuerza Aérea a principios de 1979. Una comisión creada para impulsar el proyecto consideró tres posibles ubicaciones: Olavarría, en la provincia de Buenos Aires, San Miguel de Tucumán y Funes, que fue la elegida. Se inauguró en marzo de 1980. Es decir que en abril de 1978, cuando se produjeron los secuestros y las torturas, el predio aún no había sido adquirido por la Fuerza Aérea y estaba en posesión de la Orden de Sales.
El comunicado de la Congregación admite que “donde hoy funciona el Liceo Aeronáutico estuvo el primer edificio del Aspirantado Salesiano Ceferino Namuncurá y que, por razones de su gran tamaño y la disminución vocacional, fue vendido a la Fuerza Aérea en 1979 para que funcionara allí el Liceo. Con el producto de la venta se construyó en un terreno colindante el actual Aspirantado y Prenoviciado que fue inaugurado en 1983, por lo que durante esos años no hubo presencia salesiana efectiva en dicho predio”. Esta ambigua frase omite que Mac Guire fue secuestrado en abril de 1978, un año antes de la venta del predio. Así lo ratificó el miércoles su esposa, María Magdalena Carey, al declarar ante el juez Bailaque, y el fiscal Stara, en la clínica Casa Club, de Rosario, donde está internada. Uno de los hijos de ambos, Lucas Mac Guire, a quien su padre llevaba en bicicleta cuando lo secuestraron, y que fue entregado a unos vecinos, es querellante en la causa.
Un riñón por los golpes
La viuda contó que fue con sus hijos al Arzobispado, habló con Bolatti y le dijo que era el único que podía salvar la vida de Mac Guire. El arzobispo le prometió averiguar y en una nueva reunión sugirió que podía “haber sido secuestrado por algún compañero”. En Buenos Aires intentó ver al también rosarino cardenal Antonio Caggiano, quien conocía a Mac Guire desde el seminario, pero no le permitieron pasar y sólo pudo dejarle una carta. Le contestó por escrito que iba a rezar por él. El general Adolfo Luciano Jáuregui, quien era jefe del Cuerpo de Ejército con sede en Rosario, fue a la casa de Mac Guire con otros militares uniformados y repitió ante su esposa lo que le había dicho Bolatti, que el ex sacerdote había sido “secuestrado por algún propio compañero porque me decía que él recibía muchos guerrilleros en su casa, y yo le decía que no”. Además la interrogó por esos compañeros, entre ellos el también ex sacerdote Rubén Dri. Según la viuda, desde el obispado le dieron la noticia de la aparición de Mac Guire y el secretario personal de Bolatti la acompañó al Batallón a verlo. “Me lo encuentro en una cama, atado de pies y manos. Estaba muy lastimado, muy mal. Me dijo que lo habían maltratado, que le habían pasado picana y que lo habían golpeado mucho”, declaró la viuda. En una segunda visita Mac Guire le contó que dos suboficiales le habían dicho que el lugar donde lo retuvieron y torturaron era el Ceferino Namuncurá. Mac Guire le dijo que en el Batallón había recibido la visita de Bolatti y la del sacerdote Eugenio Zitelli, quien lo reemplazó en la parroquia popular del Bajo Saladillo cuando se casó con Magdalena. Bolatti también le contó a Carey esa visita a su esposo. El 1 de noviembre había declarado en la causa Roberto Pistacchia, quien estuvo secuestrado en el mismo lugar con Mac Guire y con Eduardo Garat. El último nunca reapareció. Pistacchia declaró que cuando lo llevaron desde Funes, en el Batallón lo esperaban el general Jáuregui y el arzobispo Bolatti.
–Hemos cumplido. Aquí tiene a Santiago Mac Guire –dijo el militar.
–Este no es Mac Guire –replicó el eclesiástico.
Jáuregui ordenó que volvieran a Funes a buscar al ex sacerdote. Lo trajeron a la rastra porque no podía caminar solo y lo ubicaron en otra cama junto a la de Pistaccchia. El ex cura saludó a Bolatti y ambos conversaron. Según Carey, su esposo, que entonces ya tenía 50 años, nunca se recuperó. “Cambió su forma de ser, se transformó en un ser muy huraño. Perdió un riñón y los médicos le dijeron que era a consecuencia de los golpes que había sufrido”, agregó.
No sabe/no contesta
La declaración del provincial y del vocero salesiano añade que “ninguno de los hermanos que han estado en esos años en la casa ni los que estuvieron después, ni ningún testimonio de esa época o posterior han manifestado su conocimiento sobre la posibilidad de que se dieran en nuestra casa –mientras estaba bajo nuestra responsabilidad– los hechos relatados” por Página/12. El comunicado de la Orden dijo también que estaba dispuesta a “colaborar con la Justicia en todo lo que la misma nos requiera”, pero esto no se verificó ante el pedido de informes. Los salesianos aclaran que la Casa Obra María Auxiliadora, con escuela primaria y secundaria, funcionó siempre en otro predio de la misma localidad de Funes y que la Fundación Apis, estuvo en el actual aspirantado de Funes desde su creación, en el año 2003, hasta 2012 cuando fue cerrada. El Episcopado, que estuvo reunido en Buenos Aires durante esta semana, y que cerró sus deliberaciones con una nueva declaración sobre lo que llama “el flagelo de la droga”, nada dijo sobre el campo de concentración que funcionó en la institución religiosa, como si el tema no le importara o no le concerniera.
 Los salesianos dicen que la Justicia nunca los consultó. El facsímil muestra el pedido de informes del juzgado, que no contestaron.
 El Ministerio de Defensa sí contestó. El Ceferino Namuncurá se vendió a la Fuerza Aérea recién en 1979.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS  
(Gran Papiyo)
|
|
|
|
Esta nota del 2006 salió publicada en el diario Página/12 y en unas semanas más cumplirá 8 años.
Es un documento de gran valor para leer y guardar.
Por la memoria, y para que algún día la verdad salga a la luz.  
IGLESIA Y DICTADURA, 30 AÑOS DESPUES
Por algo será
A 30 años del golpe que avaló, la Iglesia vuelve a intentar un blanqueo de sepulcros, con la publicación de nuevos documentos y la recopilación de antiguos. Omite textos fundamentales, mutila otros y no informa si fueron públicos o secretos. Publica las críticas episcopales por actos represivos pero no las reuniones de camaradería en las que comunicaban su adhesión a la dictadura y encomiaban la “imagen buena de las supremas autoridades”. No hay razones para mantener la clausura de los archivos.
Por Horacio Verbitsky
El pedido de las superioras de Francia por las monjas Alice Domon y Léonie Duquet. La turbia respuesta del cardenal Raúl Francisco Primatesta.
Al anunciar la publicación del volumen de documentos eclesiásticos “Iglesia y democracia en la Argentina”, el diario “La Nación” dijo que de ese modo “el Episcopado toma la delantera o ‘primerea’ –término que suele usar Bergoglio– a las numerosas entidades que recordarán el golpe militar de 1976”.
Si ése era el objetivo, fue exitoso: mi nuevo libro Doble juego. La Argentina Católica y Militar recién comenzará a distribuirse esta semana, diez días después que el tomo autocomplaciente presentado por el cardenal Jorge Mario Bergoglio. El cotejo de uno y otro es recomendable, para quienes deseen someter la historia oficial a una revisión crítica, con los documentos que la Iglesia intentó en vano sustraer a la investigación. Mañana a las 7.30 de la mañana entregaré a la prensa en el City Hotel de la calle Bolívar una primera tanda de documentos imprescindibles para emprender esa tarea.
Apoyo al golpe
En 1975, el gobierno anunció que las elecciones presidenciales se adelantarían de 1977 a 1976 y que la viuda de Juan Perón no sería candidata. En vez de apoyar uno de los pocos gestos razonables de un gobierno desastroso la Iglesia se sumó a la presión por la renuncia de la presidenta. La Conferencia Episcopal afirmó que la Patria “no se identifica con sus funcionarios” y que el bien de la comunidad debe buscarse por encima de las opciones partidarias. Según el nuncio Pío Laghi, la línea política del Vaticano era favorable al mantenimiento de la legalidad pero sin perder la distancia crítica respecto de la presidenta. Lo mismo decían por entonces los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas. Defensa de las instituciones o de la legalidad quería decir renuncia de Isabel Perón. En caso contrario, golpe. Quien le reclamó la renuncia en nombre de la Junta Militar fue nada menos que el presidente de la Conferencia Episcopal y vicario general castrense, Adolfo Tortolo. La noche del 23 de marzo de 1976, un sobrino del provicario castrense Victorio Bonamín lo aguardaba en su sede. Su hijo, Luis Bonamín, había sido secuestrado y asesinado por la policía en Rosario y el hombre buscaba ayuda para tramitar el pasaporte de su nuera, María Teresa Butticé de Bonamín, quien me contó esa historia. La muchacha y su suegro debieron esperar mucho tiempo en un pasillo, porque Victorio tenía una reunión fuera de agenda. Cuando los invitaron a pasar, vieron salir a dos militares uniformados, de quienes el sacerdote se despidió. Después de escuchar el relato de lo sucedido, el provicario apenas dijo:–Él se lo buscó.
Al día siguiente Marité Butticé de Bonamín reconoció a los dos uniformados cuando los vio por televisión. Eran los jefes del Ejército y de la Fuerza Aérea. Isabel Perón se había negado a renunciar. De la Nunciatura, Jorge Videla y Ramón Agosti partieron a tomar el poder. De inmediato, Tortolo exhortó a cooperar con el proceso que restauraría “el espíritu nacional”. Los nombres de Tortolo y Bonamín han quedado asociados con el apoyo a la más cruel dictadura de la historia, con la que compartían la ideología integrista en la que la Iglesia formó a las Fuerzas Armadas desde las primeras décadas del siglo pasado. A menos de dos meses del golpe, la Conferencia Episcopal reemplazó a Tortolo por el Arzobispo de Córdoba, Raúl Francisco Primatesta. Esto implicó una cierta flexibilización en el lenguaje, pero no un cambio de fondo. También los sectores eclesiásticos a quienes se menciona como moderados, los Primatesta, Laghi, Carlos Galán u Oscar Justo Laguna se comprometieron con el gobierno militar.
Las listas de Primatesta
Primatesta era un hombre de extraordinaria comprensión a los planteos militares. Personal del Departamento de Informaciones de la policía cordobesa solicitó a los colegios católicos listas con los nombres y domicilios de profesores y alumnos. Ante una consulta del arzobispo, el director general de Enseñanza Privada, el capitán de la Fuerza Aérea Jorge Eduardo Baravalle, respondió que era preciso .asegurar un control efectivo del alumnado a fin de adoptar medidas de seguridad.. Primatesta ordenó ese mismo día a los colegios parroquiales y religiosos que entregaran toda la información. Además le escribió una cordial carta a Baravalle: “Como lo hiciera en la entrevista personal que tuvimos en el Arzobispado, quiero reiterarle que en un primer momento la medida provocó inquietud en los responsables de los colegios, sea porque provenía de un Departamento que no suele tener competencia educacional y con prescindencia de una comunicación a la autoridad responsable, que es el Arzobispado o exactamente el propio arzobispo; sea porque situaciones similares en otras ocasiones provocaron molestias y alerta en los padres de los alumnos”. Pero las garantías de Baravalle acerca de “la seguridad de los alumnos” (no era eso lo dicho por el aeronauta), lo tranquilizaron. Varios de esos alumnos fueron secuestrados y desaparecieron.
Pureza química
Durante la primera Asamblea Plenaria posterior al golpe, en mayo de 1976, se dedicó al intercambio de informaciones sobre la barbarie que la dictadura había descargado sobre distintas diócesis, y que no excluía a sacerdotes, instituciones católicas e incluso obispos, como el riojano Enrique Angelelli y el nicoleño Carlos Horacio Ponce de León. Ambos fueron asesinados en los meses siguientes, mediante fingidos accidentes automovilísticos. Hasta el día de hoy la Iglesia no los ha reivindicado como mártires. Ellos dos, Jaime de Nevares, Miguel Hesayne, Juan José Iriarte, Vicente Zazpe, y el propio Primatesta informaron sobre una abrumadora cantidad de secuestros, torturas, asesinatos y saqueos que conocían. Ante la falta de consenso, se sometió a votación si el Episcopado debía comunicar o no esos gravísimos acontecimientos al pueblo de Dios: 19 obispos se pronunciaron por difundirlos, pero el doble, 38, se opusieron. El 13, 14 y 15 de mayo los obispos corrigieron tres versiones del borrador genérico preparado por Antonio Quarracino, Zazpe e Iriarte. En cada revisión el texto se hizo más complaciente con el gobierno.
El Episcopado afirmó que ninguna emergencia autoriza a ignorar los derechos humanos, aunque varía la forma de vivirlos en cada lugar y momento. Dado el desastre financiero y el clima de violencia, no le parecía razonable “pretender un goce del bien común y un ejercicio plenode los derechos, como en época de abundancia y de paz”. Tampoco se podía exigir “que los organismos de seguridad actuaran con pureza química de tiempo de paz” o “no aceptar el sacrificio, en aras del bien común, de aquella cuota de libertad que la coyuntura pide”.
Buenos católicos
En marzo de 1977, la encargada de Derechos humanos del gobierno norteamericano, Patricia Derian, sostuvo en Buenos Aires lo que define como “una larga y dura reunión con Laghi”, quien “al principio fingió que no sabía. Después dijo que ignoraba la magnitud del problema. Después dijo que la responsabilidad era de los obispos”. El nuncio explicó que junto con algunos obispos “moderados” habían protestado ante el gobierno en privado “por las violaciones a los derechos humanos” y requerido explicaciones sobre “miles de casos individuales”, pero sin embargo también hizo una abierta defensa de la dictadura. Los militares estaban sacando a flote a la Argentina y “sabían que habían procedido mal en cuestión de derechos humanos”. Muchos tenían “graves problemas de conciencia, que planteaban a los capellanes militares”. Algunos podían enfermar por estas “graves perturbaciones”. Por eso mismo “no necesitan que los visitantes les recuerden sus culpas. Esto sería frotar sal en las heridas”. Le recomendó a Derian que su gobierno fuera “muy cuidadoso en la forma de presentar su política de derechos humanos. El gran peligro era debilitar la posición de aquellos elementos moderados del gobierno que rodeaban a Videla, y que otros generales de línea dura dieran su propio golpe y tomaran el poder”. En su opinión el presidente y los jefes militares “eran personas de buen corazón” y Videla “un buen católico”. Al mes siguiente Laghi le dijo al embajador estadounidense Robert Hill que el desaparecido periodista y empresario Edgardo Sajón había sido “torturado y asesinado por sus captores”. En diciembre de 1978 el primer secretario de la Nunciatura, Kevin Mullen, dijo a la embajada de Estados Unidos que “un oficial de la más alta jerarquía del Ejército” había informado al nuncio que las Fuerzas Armadas “se habían visto obligadas a “encargarse de 15.000 personas” (take care of en el original). La expresión no era equívoca: sus interlocutores archivaron el memorándum sobre la conversación con el título “Número de desapariciones”.
Si ellos lo dicen
En enero de 1978, cuando la Unión de Superioras Mayores de Francia pidió que Primatesta usara su influencia en favor de Alice Domon, Léonie Duquet y otros sacerdotes y religiosos de quienes no había noticias, el propio cardenal contestó que “esperamos que las acusaciones veladas o abiertas de connivencia de sacerdotes o religiosos con asociaciones o movimientos de tipo subversivo inaceptables para el cristiano sean todas aclaradas, y que nadie haya sido culpable de semejante error criminal”. Por algo habrá sido.
Es indisimulable el fastidio de Galán cuando la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos le ofrece su apoyo ante el arresto de Adolfo Pérez Esquivel. Con tres meses de retraso responde que Pérez Esquivel no trabaja con la Iglesia argentina “y no lo conocíamos aquí tan bien como parece serlo en el exterior”. Una organización católica canadiense comunicó su apoyo al “activo compromiso de la Iglesia argentina en defensa de los desaparecidos y sus familias”. La respuesta, que también se repitió en muchas otras cartas, fue que “no siempre desde lejos se puede apreciar el espectro completo de la realidad o evitar interpretaciones no tan adecuadas acerca de la acción de la Iglesia”. Otra fórmula frecuente, dirigida incluso a quienes aplaudían los esfuerzos episcopales, era que “como las informaciones no siempre son adecuadas, sin duda no es fácil, desde lejos, darse cuenta de lo que significa la subversión en un país ylas secuelas que deja. Dios haga que nunca la conozcan ustedes en el suyo”.
La católica estadounidense Shirley Kidd comprendía el riesgo personal o institucional que correría la Iglesia argentina por una “oposición abierta a las políticas opresivas del gobierno”. Pero si el cuerpo de Cristo “siempre es doloroso, ¿cómo podemos evitar nosotros, que somos parte de ese cuerpo, compartir ese dolor?” Recibió esta indignada contestación de Galán en nombre de Primatesta:
“No le han informado bien. Aquí en la Argentina se ha vivido un ataque de la subversión marxista (entonces nadie por el ancho mundo se preocupaba por las víctimas) y como consecuencia una represión cuyos efectos aun vivimos y lamentamos, en cuanto afectan a la dignidad del ser humano. La Iglesia no ha dejado de dar su enseñanza, hablando claro de cuanto correspondía hablar. Aquí no se ha callado por miedo, y nadie que ame la verdad y conozca la realidad argentina podrá afirmar lo contrario”.
Al pastor escocés Peter Bowes, quien se disculpó aclarando que no estaba bajo las mismas presiones que sus colegas argentinos, cuyo compromiso con los desaparecidos apoyaba, le respondieron que “la Iglesia en la Argentina tiene toda libertad para hablar y manifestarse y lo hace. It is not under pressures” (en inglés en el original: no está sometida a presiones).
Si ellos lo dicen.
Demonios
Mientras la dictadura tuvo poder, la Iglesia veía de un lado al Enemigo absoluto del que abominaba, y del otro a los Soldados del Evangelio, a quienes se permitía señalar en forma reservada sus .errores y excesos.. Recién cuando advirtió que el Estado Terrorista se desintegraba, el Episcopado acuñó la doctrina de los dos demonios, en un documento de abril de 1983, “Dios, el Hombre y la Conciencia”.En 1984 publicó un folleto de 60 páginas, titulado “La Iglesia y los derechos humanos”, con “extractos de algunos documentos”. La comparación de esos fragmentos con los textos originales, el estudio de su contenido, de lo que dice y de lo que omite y del doble juego que despliega, introduce a una historia de perversión e hipocresía refinadas: todos los párrafos lisonjeros para la dictadura, aquellos que encabezaban los documentos y que dieron título a los diarios de la época, fueron censurados en la edición de blanqueo al concluir el gobierno militar, mientras se incluían aquellos del tramo final, encabezados por algún “sin embargo” o “tampoco puede omitirse que”. En cambio se editaron como si hubieran sido documentos públicos las cartas con críticas y reclamos que la Iglesia entregaba a la Junta Militar en el mayor secreto.
El Jubileo
En 1995, en respuesta a una nota mía sobre el rol de Laghi durante la dictadura, cinco obispos amigos del ex nuncio (entre ellos Laguna, Jorge Casaretto y Galán) preguntaron en una declaración: “¿Para qué debemos conocer toda la verdad? ¿Para volver a enfrentarnos o para reconciliarnos?” De tan posconciliares olvidaron que “sólo la verdad nos hará libres”. En 1996 la Asamblea Plenaria del Episcopado argentino, volvió a defraudar todas las expectativas de una reflexión crítica en una Carta Pastoral sobre “el terrorismo de la guerrilla” y “el terror represivo del Estado”. El Episcopado rechazaba “responsabilidades que la Iglesia no tuvo en esos hechos” y sólo admitía que unos católicos intentaron tomar el poder político en forma violenta y establecer una nueva sociedad marxista y otros les respondieron ilegalmente. En conclusión imploró perdón a Dios por los crímenes cometidos por “hijos de la Iglesia”, ya fueran guerrilleros, militares o policías”. Con ello, consideró que lapidaba en forma definitiva la discusión. No sería así.En la primera semana de marzo de 2000, el Vaticano dio a conocer un documento sobre “Memoria y reconciliación”, elaborado por una comisión internacional de teólogos. El trabajo fue presentado en conferencia de prensa por el cardenal Joseph Ratzinger, quien explicó que la recuperación de la memoria sólo es posible mediante la profundización teológica sobre la naturaleza de la Iglesia, como comunidad implicada también ella en el “misterio del mal”, y en consecuencia necesitada de reforma y arrepentimiento. Ese arrepentimiento alcanzaría la radicalidad necesaria para transformarlo en una profunda recuperación de la memoria, pero también en correcciones incisivas de los mecanismos institucionales de reproducción del integrismo” sólo si “no descargara sobre los individuos la responsabilidad del mal, para dejar inmune a la institución”. Según el eminente vaticanista Giancarlo Zizola (quien esta semana pasó por Buenos Aires para ofrecer una conferencia sobre relaciones entre la Iglesia y los estados, en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación), esta visión del ahora pontífice Benedicto sobre el mea culpa por los crímenes cometidos a lo largo de la historia “para mayor gloria de Dios” aún resulta sorprendente para aquellos sectores eclesiásticos “que siguen anclados a la idea de la Iglesia como inmune al mal, como ‘sociedad perfecta’ en posesión exclusiva de la verdad”. Es el caso del Episcopado argentino, para el que la Iglesia es santa, y sólo sus hijos pecadores, como no se cansa de repetir Laguna.
El perdón a Brinzoni
Seis meses después, en setiembre de 2000, decenas de miles de militantes católicos acudieron desde todo el país hasta un gran altar instalado sobre un puente en el Parque Sarmiento de Córdoba para participar de una liturgia nocturna que se denominó “la reconciliación de los bautizados”. Asistieron sus cien obispos ataviados de blanco. El presidente de aquel Episcopado, Estanislao Karlic, dijo que la violencia guerrillera y la represión ilegítima enlutaron la Patria. Luego siguió una oración: “Padre, tenemos el deber de acordarnos ante Ti de aquellos hechos dramáticos y crueles. Te pedimos perdón por los silencios responsables y por la participación efectiva de muchos de tus hijos en tanto desencuentro político, en el atropello a las libertades, en la tortura y la delación, en la persecución política y la intransigencia ideológica, en las luchas y las guerras, y la muerte absurda que ensangrentaron nuestro país”.
Una vez más, colocaba en un mismo plano a la guerrilla y al terrorismo de Estado. Los obispos pidieron perdón a Dios y no a las víctimas, por los actos ajenos y no por los propios. Este deslizamiento semántico también se reflejó en el súbito protagonismo de los laicos, convocados al palco junto a los obispos y religiosos, como implícito señalamiento de quienes tenían la responsabilidad por los hechos abominados. Además, entre los invitados estaba el jefe del Ejército de entonces, el general Ricardo Brinzoni, investigado por su actuación en la masacre de Margarita Belén, pero ningún representante de las víctimas, lo cual señala la persistente incapacidad eclesiástica para asumir la magnitud y la índole de la tragedia. Pero el título del documento (Confesión de las culpas, arrepentimiento y pedido de perdón de la Iglesia) y la cobertura de prensa sugerían una cierta voluntad de enmienda, por parte de una nueva conducción episcopal. En consecuencia desde el CELS solicitamos a Karlic la apertura de los archivos eclesiásticos. Respondió que los archivos están en poder de cada diócesis y no de la Conferencia, que sólo tenía el folleto de 1984, del que nos envió una copia. La apertura de los archivos que según Karlic no existían, y que pude estudiar a escondidas gracias a la caridad de obispos, sacerdotes y laicos, es una reivindicación democrática pendiente, igual que la información castrense sobre la represión. Habrá que estaratento a que el Episcopado no practique una cacería de brujas para identificar a quienes me ayudaron.
Luces malas
En noviembre del año pasado el Episcopado produjo el documento “Una luz para reconstruir la Nación”, título revelador del rol que la Iglesia no ha dejado de atribuirse. No encontró nada mejor que reciclar el documento de 1981 “Iglesia y Comunidad Nacional”, que fue la resignada aceptación eclesiástica del principio de la soberanía del pueblo y el reconocimiento de la autonomía de la pluralista sociedad temporal. Es equivalente al discurso de Nochebuena de 1944 del Papa Pio XII, cuando ya era inevitable la derrota del nazismo en la guerra. Su eje era la denominada reconciliación, es decir el rescate de los militares luego de los desastres cometidos. La Iglesia admitía que la conciencia nacional había situado a la justicia “en el centro de sus anhelos”. Sin embargo, advertía que era preciso “establecer la igualdad y la equiparación entre las partes en conflicto” y “alcanzar esa forma superior del amor que es el perdón”. En “Una luz” por primera vez el Episcopado dijo que la dictadura cometió “crímenes de lesa humanidad”, pero también exhortó a juzgar los “crímenes de la guerrilla”, en un nuevo intento de equiparación pese a haber admitido que no eran comparables. El documento de esta semana, “Recordar el pasado para construir sabiamente el presente” es algo más sobrio, pero insiste en la línea de la declaración de Laguna y Cassaretto de 1995. El golpe fue “consentido por parte de la dirigencia de aquellos momentos”, dice, sin referencia al rol activo del Episcopado, y sostiene que la memoria sólo tiene sentido como instrumento de reconciliación. Rechaza tanto la impunidad (por la que ya no puede abogar) como los “rencores y resentimientos que pueden dividirnos y enfrentarnos”, como siempre le han llamado al reclamo de justicia. Menos sutil es la recopilación documental difundida el 10 de marzo. El capítulo sobre la defensa de los derechos humanos sostiene que “no debemos tener miedo a la verdad de los documentos”. A la verdad, no. Pero a su manipulación sí. Por ejemplo, ese capítulo dirigido a probar que la Iglesia siempre condenó todo tipo de violencia, se abre con el Documento de San Miguel, que en abril de 1969 adaptó a la realidad del país las conclusiones de la Conferencia del CELAM en Medellín. Pero su punto 2 se interrumpe en forma abrupta y, sin explicaciones, se pasa al 4. El final del truncado punto 2 dice que es el deber evangelizador de los obispos “trabajar por la liberación total del hombre e iluminar el proceso de cambio de las estructuras injustas y opresoras generadas por el pecado”. El omitido punto 3 es aquel en que el Episcopado sentenció que “la liberación deberá realizarse en todos los sectores en que hay opresión: el jurídico, el político, el cultural, el económico y el social”. La introducción del mismo documento, también suprimida, decía que en cumplimiento de las orientaciones fijadas por Pablo VI (que incluían una pastoral dirigida en forma preferencial a sacerdotes, estudiantes, trabajadores y jóvenes, en un continente signado por “el cambio en todos los órdenes”) los obispos tendrían “la violencia evangélica del amor para proclamar públicamente nuestro compromiso en todas sus dimensiones”. Cuando los jóvenes más generosos que el país produjo en el siglo XX siguieron el camino señalado en este documento, el Episcopado bendijo las armas de los opresores que los masacraron. Los documentos episcopales de los primeros años de la década del 70 son muy distintos a los posteriores, porque recogen el clima de revolución con que el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo condicionó a aquél Episcopado, que le temía como a un “Magisterio paralelo”, según la alarmada expresión de varios obispos recogida en el Memo reservado “Puntos conflictivos en la Iglesia argentina”, producido por la Conferencia Episcopal Argentina en octubre de 1972 y que, desde luego, tampoco figuraen esta recopilación interesada. El tomo no mutila aquellos documentos posteriores al golpe de 1976 que tuvieron difusión pública y que permiten la comparación. Pero omite varios en los que se encomiaba a la dictadura; organiza todo el material en orden cronológico sin indicar qué piezas fueron públicas y cuáles secretas y sólo resume en pocas líneas los encuentros de camaradería de la Comisión Ejecutiva o su presidente con la Junta Militar o su delegado presidencial o de la Comisión de Enlace con los secretarios de las tres Fuerzas Armadas. El memo sobre la reunión de Primatesta, Juan Carlos Aramburu y Zazpe con Videla, Emilio Massera y Agosti del 15 de noviembre de 1976 esconde que la Comisión Ejecutiva del Episcopado les comunicó su adhesión a la dictadura, porque “un fracaso llevaría, con mucha probabilidad, al marxismo”. Publica la crítica por la represión sin ley, pero oculta que incluso a solas la atribuyeron a niveles intermedios, mientras destacaban “los notables esfuerzos del gobierno en pro del país” y la “imagen buena de las supremas autoridades”. Para no verse obligados a “un silencio comprometedor de nuestras conciencias que, sin embargo, tampoco le serviría al proceso” o “un enfrentamiento que sinceramente no deseamos” la Iglesia propuso abrir un “canal de comunicación”, que integraron los obispos Laguna, Galán y Mario Espósito. Al año siguiente, Laguna reconoció la total ineficacia de la Comisión de Enlace. El subrayado en total es suyo, en una nota manuscrita a Zazpe. Sin embargo, las amables reuniones mensuales continuaron durante todo el régimen militar. Al comentar esa carta, en 2002, Galán le escribió a Laguna: “¡Quién nos diera poder vivir de nuevo con la experiencia adquirida”. Fantasía vana. Sólo se vive una vez. Como se supone que son creyentes, cuando Laguna lo siga se encontrará con Galán en el infierno.
Blanqueo de sepulcros
Nada de esto se encontrará en el nuevo blanqueo editorial de sepulcros episcopales con el que Bergoglio (autor de la frase sobre la memoria completa, según reveló Brinzoni en un reportaje) inauguró su mandato al frente de la Iglesia argentina. Sin embargo, está bien archivado en la sede de la calle Suipacha, cuya cesión el Episcopado pidió a la dictadura con la ilusión de mudarse a “una casa mucho más palaciega”, a la espera de que alguna futura conducción no contaminada con el pasado decida abrir su consulta.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS  
(Gran Papiyo)
|
|
|
|
Lo que oculta el moishe Verbitsky:
La Justicia citaría a Firmenich por el asesinato de Rucci
Reabren la investigación por pedido de la Cámara Federal.
- Por Ceferino Reato | 18/12/2012 | 16:39
José Ignacio Rucci sigue librando sus batallas: la Sala Segunda de la Cámara Federal ordenó hoy al juezAriel Lijo que profundice la investigación del asesinato del exsecretario general de la CGT, que, según mi libro Operación Traviata y los indicios reunidos por el propio magistrado, fue realizado porMontoneros en el marco de una disputa de poder entre este grupo guerrillero y el general Juan Domingo Perón.
De acuerdo con el fallo de la Sala Segunda de la Cámara, la más independiente del gobierno de la presidenta Cristina Kirchner, el juez Lijo debería citar a los testigos aportados por la hija de la víctima, la diputada Claudia Rucci, entre ellos el ex número 1 de Montoneros, Mario Firmenich, y el flamante ministro de la provincia de Río Negro, Fernando Vaca Narvaja.
El asesinato de Rucci ocurrió el 25 de septiembre de 1973, dos días después del tercer triunfo electoral de Perón, de quien la víctima era uno de los colaboradores más cercanos y pieza clave en el pacto social entre empresas y sindicatos.
Testigos convocados por Lijo ya señalaron que aquella misma tarde Firmenich fue a la redacción de la revista partidaria El Descamisado y les dijo: "Fuimos nosotros", y les explicó por qué lo habían hecho.
La Sala Segunda de la Cámara Federal entendió que Lijo se había detenido más en descartar hipótesis alternativas a la autoría de Montoneros que en profundizar la investigación en esa línea, por ejemplo si esta organización político militar contó con algún tipo de colaboración de funcionarios de la provincia de Buenos Aires, que en aquel momento estaba gobernada por Oscar Bidegain, un aliado de Montoneros.
En agosto pasado, el juez Lijo sostuvo que el crimen no podía ser considerado un delito de lesa humanidad precisamente porque todo indicaba que había sido cometido por Montoneros y que, en consecuencia, estaba prescripto por el paso del tiempo, según el criterio adoptado por el gobierno nacional y la Corte Suprema de Justicia.
El crimen fue conocido como Operación Traviata, una analogía con esa marca de galletita, que tenía 23 agujeritos. El cadáver de Rucci, que fue emboscado cuando salía del departamento que ocupaba con su familia, tenía 25 balazos.
(*) Especial para Perfil.com.
Haz lo que yo digo, más no lo que yo hago. |
|
|
|
Como no podés decir nada en contra del informe, atacás al mensajero.
Y eso del "moishe" sonó muy feo, che.
Por qué te ponés tan nervioso ????
Fuiste monaguillo de Bergoglio, acaso ??????
SALUDOS REVOLUCIONARIOS  
(Gran Papiyo) |
|
|
|
Yo solo me refiero a la hipocresía de Verbitsky, es obvio que la Iglesia colaboró con la dictadura, pero la autoridad moral de quien lo denuncia es harto dudosa, y por si no lo sabías Verbitsky es judío, por lo tanto moishe es un apodo apropiado  |
|
|
|
Lunes, 10 de marzo de 2014
El caso de los seis seminaristas secuestrados en Córdoba
“Si la Iglesia no apoyaba, el golpe no se hubiera dado”
Dos teólogos y una monja norteamericana declararon en el megajuicio por los crímenes de La Perla. Relataron el secuestro que sufrieron en agosto de 1976, cuando los teólogos eran seminaristas y trabajaban en una villa.
Por Marta Platía
El represor Luciano Benjamín Menéndez reapareció en las audiencias del megajuicio por los delitos de La Perla.
Desde Córdoba
“Miren, yo estoy convencido de que el golpe no se hubiera dado si la Iglesia no hubiera estado de acuerdo. Ellos, en un acuerdo tácito, les dijeron ‘ustedes hagan el trabajo sucio y nosotros convalidamos’”, acusó, con certeza argumental, el teólogo Daniel García Carranza ante el tribunal que juzga los crímenes de lesa humanidad cometidos en La Perla. García Carranza fue uno de los seis religiosos secuestrados y torturados la madrugada del 3 de agosto de 1976: exactamente 24 horas antes de que asesinaran al obispo Enrique Angelelli en una ruta, y a pocas semanas del homicidio de los padres palotinos en San Patricio.
Así las cosas, la jerarquía de la Iglesia Católica argentina durante la última dictadura resultó la principal acusada –junto a los 41 represores que encabeza Luciano Benjamín Menéndez– en una de las audiencias más intensas que se hayan vivido en este juicio. Testificaron dos teólogos: Daniel García Carranza y Alejandro Dausá, y una monja norteamericana, Joan McCarthy: la religiosa que con su valentía y su fuga cuasi cinematográfica impidió que los mataran.
“Nosotros estamos vivos pero sabemos muy bien que podríamos no estar aquí –dijo el teólogo García Carranza–. Si no fuera por ‘Juanita’ (como llaman a Joan, que ya tiene 81 años), nos hubieran desaparecido como hicieron con tantos hermanos.” Vehemente, García Carranza relató que por esos días él, Dausá, Alfredo Velarde, José Luis Destéfanis, el chileno Humberto Pantoja Tapia y el superior del grupo, Santiago Martín Weeks (también norteamericano), “cursábamos teología en la escuela de las Hermanas Claretianas, porque (desde la curia local) nos pidieron que no estudiáramos en el Seminario Mayor. La Iglesia había decidido que no éramos gratos porque habíamos hecho la opción por los pobres, así que no nos dejaban estudiar en la sede del Arzobispado”, el edificio palaciego donde residía el cardenal Francisco Primatesta.
“Los seis pensábamos que el modo de vivir el Evangelio no estaba dentro del Arzobispado. Así que nos dijeron que nos fuéramos cada uno a su casa. Decidimos no hacerlo. La gente con la que nosotros trabajábamos en las villas desaparecía y moría. Nosotros lo veíamos casi a diario. Hubiera sido un acto de enorme cobardía irnos. Dar testimonio del Evangelio nos pedía eso. Nos acusaban de hablar de justicia social, pero el Evangelio es justicia social”, detalló expresivo el sobreviviente, ante la mirada de Menéndez que, desde diciembre, que no se quedaba a escuchar a nadie.
García Carranza relató que los seis seminaristas se fueron a vivir a una casa en un barrio obrero. Todos pertenecían a la orden de La Salette, de origen estadounidense.
La Iglesia cómplice
La noche del 3 de agosto de 1976, el joven García Carranza llegó y se encontró con la patota. “Eran cerca de las doce. Entré y sentí que alguien gritaba que me pusiera contra la pared. Pensé que era un mal chiste, pero me dieron culatazos en la espalda y me ordenaron que mirara al piso. Me vendaron con una camiseta mientras gritaban como locos. Ellos decían que eran de la policía, pero parecían delincuentes comunes. Jugaron a la ruleta rusa con nosotros. Nos gatillaban, nos pateaban. Destruyeron todo lo que había y se robaron todo lo que se pudieron robar.”
En la casa, además de los seminaristas a quienes fueron esperando hasta completar el grupo, estaban también “un viejito español muy enfermo y pobre que estábamos cuidando y una monja norteamericana que había bajado desde Jujuy a visitarnos: Joan McCarthy”. Fue ella quien, mientras esperaba a sus colegas, les abrió la puerta a los represores, que se identificaron como policías. Joan presenció todo a lo largo de las casi seis horas que la patota se tomó para secuestrar a los seminaristas.
Con su acento norteamericano y toques de un fino sentido del humor, Joan McCarthy le contó al Tribunal que “me di cuenta de lo que pasaba cuando entraron a romper todo. Me dijeron que no me preocupara, que no me harían nada. Yo les dije `qué alegría’ y me hice la que no entendía nada. Me senté al lado de la chimenea, junto al viejito español que me estaba contando de la Segunda Guerra Mundial y me puse a tejer. Me di cuenta de que tenía que poner toda mi energía en escuchar, ver, registrar”.
Joan contó que “mientras destruían todo y golpeaban a los hermanos, andaban buscando evidencia subversiva. Y lo único que encontraron fue el libro de un autor de ultraderecha, López Trujillo, que decía ‘Liberación cristiana, liberación marxista’. Se pusieron contentos. Después un disco de Joan Baez, que cantaba canciones de protesta, y uno de Los Beatles sobre Bangla (el concierto de George Harrison para Bangladesh). También un disco boliviano sobre la Patria Grande. Esa es toda la evidencia que encontraron”, se rió. Pero sus labios se apretaron por el dolor cuando recordó: “Antes de irse dibujaron una esvástica sobre una foto de (Carlos) Mugica, y pusieron la palabra ‘kaput’”.
García Carranza siguió su relato: “Nos llevaron en varios autos a la D2, en pleno centro histórico y a pocos pasos de la Catedral. Ahí, en los patios, en las celdas, nos patearon, nos golpearon. La mugre era horrorosa. Los gritos de los torturados. Pero, ¿saben qué? Absolutamente todos los días que estuvimos ahí vino alguien del Arzobispado para ver si seguíamos vivos. Muy posiblemente era monseñor (Pedro Eladio) Bordagaray. Ese hombre vio todo y no hizo nada”, se indignó el testigo.
–¿Cómo sabe que era Bordagaray? –preguntó el juez Jaime Díaz Gavier.
–Porque me lo dijeron en la D2. Y yo lo conocía bien: era mi padrino de bautismo. Mis padres le rogaron que hiciera algo por mí y no hizo nada.
El testigo lloró de dolor y de furia. Contó que después de algunos días, cuando los sacaron a todos de la D2, los represores les dijeron: “Bueno, ahora los tenemos que llevar a matar. Así que si quieren, aprovechen ya y corran. Escapen. Al que quiera irse, que se vaya ahora”. “Pero nosotros no nos movimos. No escapamos. Sabíamos que era una trampa. Nos llevaron a la UP1 (la cárcel del barrio San Martín). Yo la conocía porque mi padre había sido médico de cárcel. Allí nos pusieron en el pabellón de los presos políticos. Ellos nos avisaron que habían matado al obispo Angelelli.”
El relato de García Carranza se volvió vertiginoso: “Cuando nos trasladaron a la cárcel de encausados también nos llevaron a palos. Recuerdo que cerca de mi celda estaban (el gobernador José Manuel) De la Sota, (el sindicalista) Chechela Pastorino. Que a mi compañero y a mí no nos dejaban ir al baño. Me dieron un tarro de cinco litros. Por la mañana ahí ponían el agua para tomar. En la noche había que usarlo de baño. Con el paso de los días, hubo una desgracia más: mi celda se fue inundando con el excremento que caía de los baños de arriba. Yo estaba sentado arriba de una mesita la mañana que Menéndez pasó por ahí y me vio. Me acuerdo de que un militar le dijo que había que sacarme de allí, cambiarme de celda. Pero él dijo ‘no, que se aguante’. Un hombre muy humanitario este Menéndez...”.
El tono del teólogo se volvió de hierro: “Miren, una parte de la jerarquía de la Iglesia fue cómplice. Si ellos no hubieran apoyado, ese golpe no se daba. Monseñor (Adolfo) Tortolo le había dicho a nuestro provincial que no nos dejaran entrar una Biblia. Dijo que nosotros no nos la merecíamos por traidores. Ellos fueron cómplices. Los capellanes fueron cómplices. Les pido a los fiscales que los citen”, bramó.
García Carranza siguió: “Nos llevaron a La Perla. Allí perdí la noción del tiempo. Me interrogaron uno al que le decían Juan XXII (el represor José Carlos González) y (Roberto Mañay alias) ‘el cura’ Magaldi. Este fue el que me dijo que no me iban a torturar porque si lo hacían lo excomulgaban. Eso porque monseñor (Victorio) Bonamín había dicho que era ‘inconcebible que en el Código Militar la pena de muerte esté aceptada y la tortura no, que es un mal menor. Los capellanes vamos a tener que ponerlos de acuerdo con esto’. Ellos estuvieron de acuerdo. Y nosotros teníamos visiones diferentes de la Iglesia. Así que en un golpe de ultraderecha, nosotros éramos considerados de izquierda. Nombrarles la Teología de la Liberación a los represores era como traerles a Lucifer”.
El testigo, que se recibió de teólogo en Estados Unidos, volvió a cubrirse el rostro con las manos cuando nombró La Perla: “Eso no era una antesala del infierno. ¡La Perla era el infierno! Yo no fui picaneado, pero todavía recuerdo los gritos de los torturados. Aún ahora, con todos los años que pasaron, no puedo entrar a mi casa con las luces apagadas, evito salir solo. Las marcas de todo eso son increíblemente profundas”.
Cuando la querellante Adriana Gentile le preguntó por la actuación de Primatesta, García Carranza volvió a indignarse: “Fue de terror. Cuando nos liberaron gracias a la lucha que llevaron Juanita y otros compañeros, tuvimos que pasar a darle las gracias. Una cortesía antes del exilio. Recuerdo que cuando íbamos entrando al Arzobispado se nos aparecieron por detrás varios policías armados que nos encañonaron. Pensamos que nos iban a matar ahí, pero Primatesta apareció por atrás de ellos y entonces los tipos cubrieron sus pistolas con las gorras, pero nos siguieron encañonando. De pronto se hicieron a un lado y fuimos a la audiencia”.
–¿Y Primatesta lo supo? –preguntó alarmado el juez Díaz Gavier.
–Sí. Eso es lo más asqueroso del asunto. Cuando le contamos, nos dijo: “No hay problema, a eso lo arreglo yo”. Y si eso no es complicidad, ¿qué es? Es más, a una compañera, Ema Rins, que le fue a pedir protección, Primatesta sacó unas listas de su escritorio y le dijo: “Pero no, vos no estás en las listas”. ¡El las tenía!
Un baño de sangre
A su turno, Alejandro Dausá, también teólogo y compañero de cautiverio de García Carranza, recordó horrorizado: “La locura, las armas en la cabeza, en la boca” durante el secuestro, los golpes y los tormentos en la D2 y, en particular, “los gritos de una mujer que rogaba que por favor, que no le metieran más bichos”. Cuando pudo reponerse, este hombre de 60 años que aparenta menos, argumentó firme: “Lo que nosotros considerábamos trabajar con sectores desposeídos y llevar una vida sencilla no iba en línea con la jerarquía. La Iglesia conocía perfectamente lo que pasaba acá. Los obispos eran la única instancia que podría haberle puesto freno al golpe. Pero aquí se dio un caso único en Latinoamérica: que la Iglesia apoyó lo que pasó y hasta aportaron argumentos para avalar la tortura y el genocidio”.
–¿Y cuáles fueron esos argumentos? –preguntó el fiscal Facundo Trotta.
–Ellos hablaban del baño de sangre purificador. Hay homilías de monseñor Bonamín, de Tortolo que hablan del baño de sangre purificador.
De Córdoba a Estados Unidos
“Me acuerdo que sentí una especie de premonición esa tarde cuando iba a visitar a los seminaristas al barrio Los Boulevares”, relató Joan McCarthy ante los jueces. De rasgos hermosos y afilados, “Juanita”, como la llaman sus amigos en Argentina, fue a la vez la persona indicada en el momento justo, y no. “Llegué a la casa en la tarde en que aparecieron los de la patota. Golpearon, gritaron que eran de la policía y yo, que estaba esperando a los compañeros, abrí.” Amparándose en su paso como visita extranjera, la monja fue una testigo fundamental en el secuestro, pero también una protagonista central en la salvación de sus colegas.
“Antes de irse, los secuestradores, que eran unos ocho o nueve, todos armados, me dieron una orden: que fuera al diario La Voz del Interior y dijera que a los seminaristas y al padre Weeks se los habían llevado los Montoneros por traidores. Claro que me di cuenta de que ellos no eran Montoneros. Pero había que hacer algo y todavía no sabía qué.”
Joan pudo salir de la casa cerca de las dos de la madrugada. Sola, en la calle, con su cartera “con dos centavos, porque me habían robado la plata”, y la carta del obispo jujeño que todavía conserva. “Por suerte”, también estaba el papelito con el número de teléfono del teólogo de España: “Yo sabía que tenía que avisar a mis superiores lo antes posible. Pero no me alcanzaba ni para el ómnibus”. Cuando llegó al Arzobispado era aún de madrugada y no le querían abrir. “Pero insistí y les dije que se habían llevado a los seminaristas. Me abrieron. El cardenal Primatesta estaba en Canadá. En su reemplazo había dejado a monseñor (Cándido) Rubiolo. Pero él estaba durmiendo y no lo querían molestar”, recordó la monja. Pidió entonces papel y una lapicera y escribió todo lo que recordaba de las horas que duró el secuestro. Como Rubiolo seguía en su cama cuando Joan terminó de redactar la carta, pidió hacer una llamada. Le habló al teólogo español que era un conocido de Santiago Martin Weeks. Fue él quien avisó a la congregación de La Salette lo que había ocurrido. “Cuando Rubiolo al fin se despertó, le di en mano lo que había escrito –memoró McCarthy–. No sé si hizo algo o no. Pero supongo que esa carta todavía debe estar en el archivo de la Arquidiócesis.”
Joan pudo salir de Córdoba con la ayuda de Seco, quien le envió a buscarla a un sacerdote canadiense para que la acompañara al aeropuerto. Ya en Buenos Aires, el 4 de agosto, fue directamente hacia la Embajada de Estados Unidos. Mala suerte: un cónsul de apellido Owen no quiso creer en su relato. O al menos eso le dijo. Al fin y al cabo era coherente con sus jefes. En aquellos días, el embajador norteamericano en la Argentina era Robert Hill, un hombre que había sido designado por el propio Henry Kissinger: cerebro del Plan Cóndor. Owen le dijo que no la podía ayudar, y aún más: “No le podemos dar dinero, no le podemos prestar dinero, no le podemos dar asilo, no la podemos acompañar a un puerto de salida. Lo único que podemos es decirle cuál es la forma más fácil de salir de la Argentina, pero tampoco le podemos sugerir que la use”.
Casi al borde de la desesperanza, la monja llamó al nuncio Pío Laghi: ella era consciente del rango de embajador de la Santa Sede que tenía Laghi en el país y pensó que tal vez sus fueros diplomáticos, sumados a la extraterritorialidad de la nunciatura, le permitirían otorgarle el asilo que ella necesitaba para que no la secuestraran. Pero desde el otro lado de la línea le dijeron que no la podrían atender hasta el lunes. Era jueves. La monja sabía que tenía apenas 48 horas para salir del país.
A pesar de que “estaba muerta de miedo y de hambre”, se arriesgó a esperar dentro de un hospital de la orden de Schoenstatt. Llegó el lunes. Pío Laghi ni se dignó a atenderla. Le comunicó a través de un secretario que no podía ayudarla: “Que sólo podía ayudar a sacerdotes argentinos, y que fuera a mi embajada”. Fue entonces cuando Joan se contactó con un grupo de jesuitas. Uno de ellos, uruguayo, la invitó a su país. “Fueron las mejores palabras que escuché en todos esos días y noches llenos de horas terribles”, recordó McCarthy. Con la policía y los militares mordiéndole los talones, Joan subió a un alíscafo rumbo a Montevideo.
Ya en la capital uruguaya, los funcionarios norteamericanos tampoco quisieron auxiliarla, pero un empleado del consulado blanqueó lo que ocurría: “Se tiene que ir lo antes posible. Las policías y los ejércitos de todos los países latinoamericanos están en contacto. No podemos darle ninguna protección”. McCarthy logró despegar en un avión cuyo pasaje también pagó la orden de los jesuitas. ¿El itinerario? Bolivia vía Paraguay. En La Paz un grupo de monjas a las que habían llamado los religiosos uruguayos juntó plata para el viaje a Washington, adonde Joan llegó recién el 13 de agosto. “Avisé a todos los que pude. No paramos hasta que un buen día, frente al Congreso, logramos que Ted Kennedy nos atendiera. Estábamos con las Madres. Teníamos pancartas. El se bajó de su auto cuando nos vio en la puerta y nos dijo que nos iba a ayudar, que no nos iba a abandonar”, recordó, ya con una sonrisa.
Los compañeros de Joan fueron liberados por la dictadura unos tres meses después, con opción a dejar el país. La mayoría, salvo el chileno, siguieron con sus estudios en Norteamérica. Todos saben que la pelea que dieron el español Seco, el propio Weeks ya en libertad y, fundamentalmente Joan, fue determinante para que no los asesinaran.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS  
(Gran Papiyo) |
|
|
Primer
Anterior
2 a 7 de 22
Siguiente
Último
|
|
|
|
©2025 - Gabitos - Todos los derechos reservados | |
|
|