Redefiniendo a los pobres como “terroristas”
La mayor parte de la llamada
actividad “terrorista” es un producto derivado de la actual crisis del
neoliberalismo y de la marginación de una creciente proporción de la
población mundial que éste produce.
En 1997, un grupo de americanos
neoconservadores (neocons) establecieron un centro de estudios
(think-tank) conocido como “Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense”
(en inglés Project for the New American Century o PNAC). Su objetivo
era la dominación mundial por parte de los Estados Unidos de América.
Sus miembros formaron la retaguardia de la administración Bush, que
accedió al poder en 2000, con al menos 18 de ellos colocados en
posiciones clave en esta administración.
En septiembre del 2000, apenas cuatro
meses antes del acceso a la presidencia de Bush, la PNAC publicó un
informe llamado “Reconstruyendo las Defensas Americanas: Estrategia,
Fuerzas y Recursos para un Nuevo Siglo” (en inglés Rebuilding America’s
Defenses: Strategy, Forces and Resources for a new Century). Consagrado a
asuntos tales como el mantenimiento de la preeminencia estadounidense,
como la frustración de potencias rivales y como la formación de un
sistema global de seguridad de acuerdo con los intereses
estadounidenses. La sección V del informe, llamada “Creando la Fuerza
Dominante del Mañana” incluye una frase torpemente escrita: “Además, el
proceso de transformación, incluso si aporta un cambio revolucionario,
parece que será largo, salvo que ocurra algún evento catastrófico y
catalizador – como un nuevo Pearl Harbor”.
Existen numerosas teorías acerca del
11-S. Lo que resulta claro es que cumplió ampliamente la mencionada
función de “nuevo Pearl Harbor”, presentando a los neocons – quienes
efectivamente controlaban el Pentágono y gran parte del resto de
posiciones más altas en la Administración de Estados Unidos- la
oportunidad que deseaban. La puesta en marcha de la Guerra Global contra
el Terrorismo (En inglés Global War on Terror o GWOT) era el medio
ideológico necesario para asegurar la militarización de regiones como
África, requerida por los intereses imperiales estadounidenses. En
efecto, Deepark Lal, asesor económico del Banco Mundial y un economista
íntimamente relacionado con los think-tanks conservadores, dijeron que
la Guerra Global contra el Terrorismo podría ser percibida como
“simplemente una extensión de la defensa del mercado capitalista”
Durante las primeras dos semanas de su
mandato, el Presidente Bush estableció el Grupo de Desarrollo de la
Política Energética Nacional (En inglés National Energy Policy
Development Group), presidido por Dick Cheney. Su informe publicado en
Mayo de 2001, cuatro meses antes del 11-S, resaltaba que el petróleo
africano pronto cubriría del 25% de las necesidades energéticas
estadounidenses.
La importancia del petróleo africano
para los Estados Unidos en aquel momento era tal, que el Senador Ed
Royce, Presidente del Subcomité de África en el Congreso, pidió que el
petróleo africano fuera “considerado como prioritario para la seguridad
nacional post 11-S de los Estados Unidos” y el Presidente Bush definió
el petróleo africano como un “interés nacional estratégico” y por tanto
un recurso que los Estados Unidos podían optar por controlar mediante la
fuerza militar.
Gracias a la producción estadounidense
de petróleo de esquisto bituminoso, la dependencia de provisiones
energéticas extranjeras es algo del pasado, pero es ya muy tarde para
salvar a África de su destino.
En lugar de reconocer que la
intervención militar estadounidense en África tenía que ver con el
control de recursos, la administración Bush usó el pretexto de la
reciente puesta en marcha de la Guerra Global contra el Terrorismo para
justificar su militarización de África. Sin embargo, con la falta de
incidencia del terrorismo en África -en el sentido del término dado tras
el 11-S- esta actuación era difícil de sostener. Por ello la solución
fue fabricar este terrorismo.
En 2002, el Secretario de Defensa Donald
Rumsfeld creó un “Grupo de Operaciones proactivo y preventivo”
(Proactive, Preemptive Operations Group, P2OG), una organización
encubierta para llevar a cabo misiones secretas para “estimular
reacciones” en los grupos terroristas, incluyendo el incentivo para
llevar a cabo actividades terroristas.
La primera operación de este Grupo, a
principios de 2003 supuso el secuestro de 32 turistas europeos en el
Sahara argelino, por parte del “Hombre de Bin Laden en el Sahara”, tal y
como lo apodó George Bush. El hombre era en realidad un oficial del
servicio de inteligencia argelino, que en aquel momento trabajaba para
Estados Unidos en el marco de la Guerra Global contra el Terrorismo.
Esta operación de “bandera falsa” fue empleada para justificar el
lanzamiento de un nuevo frente africano (del Sahara-Sahel) en la Guerra
Global contra el Terrorismo.
Al mismo tiempo, el Pentágono elaboró
una serie de mapas de África, caracterizando toda la región del
Sahara-Sahel como un “espacio incontrolado”, un “Corredor Terrorista” y
un “Área Terrorista”.
Antes de esta operación P2OG, no había
terrorismo en el Sahel. Pese a estar sumida en la pobreza, se trataba de
una de las regiones más seguras de África.
Hoy en día, después de 10 años de falsa
política antiterrorista en África, la profecía del Pentágono se ha
cumplido. El Sahel se ha convertido en una zona de guerra. Alrededor de
4.000 Fuerzas Especiales francesas están “combatiendo el terrorismo” en
Mali, Niger y Chad. En total, Francia tiene actualmente 10.000 tropas en
África. Aproximadamente 8.000 tropas de mantenimiento de paz de la ONU
se encuentran en Mali. Cerca de 1.000 “instructores” europeos y
estadounidenses están proporcionando respaldo a los servicios de
inteligencia y “entrenamiento”. Alrededor de 10.00 tropas nacionales se
encuentran en alerta. Varios miles de personas han sido asesinadas.
Incluso con anterioridad al cambio de
milenio, los límites del neoliberalismo habían sido puestos de
manifiesto. “Globalización”, palabra de moda de los noventa, no se
caracterizó por una expansión del capitalismo mundial sino por su
implosión. La mayor parte de segmentos de la humanidad, el “Cuarto
mundo” de Manuel Castells, ha sido excluida de los mercados mundiales,
tanto como productores como consumidores. En “La globalización y el
Mundo post-colonial” (Globalization and the Postcolonial World), Ankie
Hoogvelt sugiere que al menos la mitad de la población mundial ha sido
excluida del sistema global.
El milenio actual es un milenio de
políticas de exclusión y contención. Mark Duffield, por ejemplo, teorizó
que la “nueva agenda de asistencia” invierte los anteriores objetivos
desarrollistas de “incorporación” de áreas periféricas en el sistema
mundial y por el contrario hoy sirve como una política de dirección y
contención de territorios políticamente inseguros situados en los
límites de la economía global. En el ámbito militar, AFRICOM, el nuevo
Comando de combate estadounidense para África, acogió con entusiasmo el
lenguaje del nuevo discurso del “desarrollo de la seguridad”
(Security-development) propio de la Comisión por África de Tony Blair,
que nos lleva a hablar de “militarización del desarrollo”.
Durante el periodo colonial y finales
del pre-colonial, los remanentes de modos de producción pre-capitalistas
procuraron cierta seguridad a aquellas secciones de la población
excluidas del sistema capitalista. Sin embargo, dado que las industrias
extractivas y la agroindustria se expandieron e hicieron mella en las
reservas tradicionales, a través de lo que podemos considerar una
“acumulación primitiva”, la supervivencia de los excluidos se ha tornado
todavía más precaria.
La gente sin embargo, ni se rinde ni
muere. Tienen esa cualidad humana fundamental de resistencia. Se
organizan, generalmente de forma democrática, para luchar por sus
derechos humanos, sus derechos indígenas, derechos de propiedad y su
derecho a una buena gobernanza. Sus gobiernos, agentes del sistema
neoliberal, regímenes autoritarios represivos preocupados por su propia
supervivencia, sirven para contenerlos. En esta tarea de convención, les
asiste la Guerra Global contra el Terrorismo, que sirve para
deslegitimar las organizaciones civiles, con el consecuente desgaste del
empoderamiento de la sociedad civil y sus demandas de “gobernanza
democrática”.
Una de las características de la Guerra
Global contra el Terrorismo ha sido que numerosos de estos gobiernos se
han vuelto aún más represivos, sabiendo que tienen tras ellos a los
americanos y a “Occidente”. Véase la Primavera Árabe.
Los gobiernos, como los del Sahel,
Argelia y demás, han buscado “rentas terroristas” a través de la
generosidad militar y financiera por parte de Estados Unidos.
Mauritania, Mali, Níger y Chad, entre otros, son acusados de haber
provocado a las minorías étnicas y a la sociedad civil para que tomen
las armas, de haberlos “criminalizado” y de designarlos no ya como
“rebeldes”, término que reviste cierta dignidad, sino como “terroristas”
o, en palabras del Departamento de Estado estadounidense, como
“terroristas putativos”.
Los países occidentales han reformado la
controvertida legislación terrorista para usarla contra cualquier
persona que se oponga al “sistema”, por lo que cada vez más individuos
del “Cuarto Mundo”, los marginados y excluidos, son considerados como
“terroristas”, sin las sutilezas de la legislación.
Dado que la última crisis económica
global ha puesto en evidencia los límites del neoliberalismo y ha
profundizado dramáticamente la polarización social, especialmente en el
“Sur Global” y en el “Cuarto Mundo”, sólo hay que profundizar en la
miríada de estadísticas sobre “terrorismo” producidas por agencias
gubernamentales occidentales y la nueva industria de “seguridad
terrorista”, para ver qué está ocurriendo.
La mayor parte de datos presentan
defectos metodológicos, entre los que destaca la propia definición de
“terrorismo” y la distinción entre “terrorismo” y “conflictos armados”
de un tipo u otro.
Los datos aportan dos grandes pistas de
lo que está ocurriendo. A pesar del incremento en un 43% de los ataques
terroristas en 2013, según informa el Departamento de Estado de Estados
Unidos, o en un 61% según el Índice de Terrorismo Global (Global
Terrorism Index), la mayor parte de los ataques –tal y como admite el
Departamento de Estado – fueron locales y regionales, no
internacionales. Así, los a los países occidentales les ha ido bien. De
las 17.891 personas fallecidas, sólo 16 fueron ciudadanos
estadounidenses, mientas que de las 32.577 personas heridas, sólo 12
fueron americanas. De las cerca de 3.000 personas secuestradas, sólo 12
fueron americanas. A los países europeos les ha ido de forma similar.
Una segunda pista es que estos casos
toman un cariz completamente distinto si se suprimen los “conflictos
armados” y se suprimen países como Irak. Según los datos de Wikipedia,
que excluye cerca de 40 “conflictos armados”, se produjeron únicamente
3.348 muertes a causa de ataques terroristas en la primera mitad de
2013, y estima en 6.696 las muertes para el año completo. De éstas, 50%
se produjeron en Irak, 32% en Paquistán, Siria y Afganistán.
En otras palabras, cerca de dos tercios
de los incidentes terroristas citados por el Departamento de Estado
estadounidense y fuentes similares, provienen de “conflictos armados”,
la mayor parte de los cuales se vinculan a conflictos étnicos,
insurgencias locales, desposesión de tierras, etc. y suponen formas
legítimas de resistencia. No obstante, gracias a la ideología prevalente
de la Guerra Global contra el Terrorismo, hoy se consideran
“terroristas”, cuando la mayor parte de ellos son un producto derivado
de la actual crisis del neoliberalismo y la marginación de una creciente
proporción de la población mundial que éste produce.
Jeremy H. Keenan
es profesor e investigador asociado del Departamento de Antropología
Social y Sociología, School of Oriental and African Studies (SOAS),
London University.