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General: DIFERENDO CUBA-EE.UU ....El TIO SAM Y EL 95
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De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 24/02/2015 21:28
DIFERENDO CUBA-EE.UU

El Tío Sam y el 95

Al reanudar la guerra de independencia contra el colonialismo español con el levantamiento del 24 de febrero, los mambises encuentran de nuevo, como en el 68, la hostilidad del Gobierno yanqui

Por PEDRO ANTONIO GARCÍA (cultura@bohemia.co.cu )
Fotos: ARCHIVO DE BOHEMIA

Tío Sam, símbolo del imperio

Como en el 68, cuando perseguía en suelo norteamericano a los patriotas que intentaban comprar armas y fletar expediciones con el fin de continuar la lucha en la manigua y, a la vez, vendía cañoneras a España para que custodiaran las costas de la Isla, en el 95 Estados Unidos intentó por todos los medios frenar el movimiento independentista de Cuba.

Alertados por la indiscreción, o acaso la maldad, de un veterano de la insurrección que había perdido sus arrestos revolucionarios de juventud, el 10 de enero de 1895 las autoridades yanquis comenzaron a tomar las medidas pertinentes para retener a los barcos que tenían en plan zarpar del puerto floridano de Fernandina, cargados de armas y hombres, para iniciar en la Isla la guerra breve y republicana que pretendía poner fin a la dominación española en la mayor de las Antillas. Todo el material bélico fue embargado, parecía que los esfuerzos y sacrificios de años habían sido inútiles.

Cualquiera quedaría desalentado con un golpe así, pero no José Martí. Ya el 17 de enero escribía a Juan Gualberto Gómez que renovaba inmediatamente “la labor que la cobardía de un hombre ha asesinado”. Multiplicó su accionar. Redactó cartas y mensajes, convenció a personalidades y multitudes. La emigración le respondió y por la causa sagrada volvió a apretarse el cinto, que ya de por sí andaba muy ajustado. El 29 de enero, suscribió como Delegado del Partido Revolucionario Cubano la Orden de Alzamiento junto con Mayía Rodríguez, quien poseía “autoridad y poder expreso del general en jefe” Máximo Gómez, y Enrique Collazo “en nombre de Occidente y las conexiones de Oriente”. Se autorizaba “el alzamiento simultáneo, o con la mayor simultaneidad posible, de las regiones comprometidas para la fecha en que la conjunción con la acción del exterior será ya fácil y favorable, que es durante la segunda quincena, no antes, del mes de febrero”.

El 24 de febrero siguiente, 35 localidades del país, al llamado de Martí, se levantaron contra el colonialismo español.

El grito de todos los cubanos

Al amanecer, en el Colmenar de Bayate, cerca de Manzanillo, Bartolomé Masó enarboló una bandera cubana en señal de reto. También temprano en la mañana, Guillermón Moncada, quien había cursado orientaciones para que se sublevara todo el sur oriental, desde Baire hasta Baracoa, junto con un grupo de patriotas enrumbó hacia la loma de La Lombriz y levantó campamento allí. En Matabajo, Guantánamo, Periquito Pérez se pronunció por la independencia de Cuba, al igual que Emilio Giró y otros mambises en La Confianza. Enrique Tudela y 12 temerarios tomaron con escopetas y machetes un fortín español e inscribieron para la historia la primera victoria mambisa de la guerra del 95.

En Bayamo hubo tres levantamientos, encabezados por Joaquín Estrada, Esteban Tamayo y José Manuel Capote. Después del mediodía, tal como Guillermón había orientado, Victoriano Garzón marchó de Santiago, al frente de un grupo de conspiradores, y en la finca San Esteban de El Caney estableció campamento. Alfonso Goulet lo hizo en El Cobre y a su destacamento se le unieron el abogado Rafael Portuondo Tamayo y una multitud de palmeros, tanto veteranos del 68 como de la más joven generación. Silvestre Ferrer y su grupo, entretanto, tenían órdenes –y fue lo que hicieron- de destruir el puesto de observación de Loma del Gato.

En Baire, Saturnino Lora disparó seis tiros al cielo y dio vivas a Cuba Libre, como para remarcar el carácter genuinamente independentista de su pronunciamiento. El inquieto Quintín Bandera acampó por San Luis, donde se le unieron muchos patriotas. Tal vez Jiguaní resultó ser cronológicamente el último de los pronunciamientos, ya al anochecer. Cutiño Zamora, José Reyes Arencibia y otros irrumpieron en la plaza del poblado, mientras la soldadesca española se refugiaba en el barrio de Jamaica. Los mambises permanecieron allí hasta avanzada la noche. Marcharon a Baire y, tras unirse allí con los otros insurrectos, partieron hacia la manigua y acamparon en un lugar conocido como La Guerrita.

En Occidente hubo pronunciamientos en Ibarra y Jagüey Grande, Matanzas, y en Aguada de Pasajeros, que no fructificaron. Muchos de los participantes en estas tres acciones luego se incorporaron al Ejército Libertador, cuando el contingente invasor de Gómez y Maceo llegó a esa región.

Tres héroes del 24 de febrero: Guillermón Moncada, Bartolomé Masó y Periquito Pérez Tres héroes del 24 de febrero: Guillermón Moncada, Bartolomé Masó y Periquito Pérez Tres héroes del 24 de febrero: Guillermón Moncada, Bartolomé Masó y Periquito Pérez
Tres héroes del 24 de febrero: Guillermón Moncada, Bartolomé Masó y Periquito Pérez. (2.a. Ilustración: Aurelio; 2b. Ilustración: Valderrama. 2c. autor sin identificar)

Al águila no le gustan los mambises

Para ciertos círculos estadounidenses de poder, el alzamiento del 24 de febrero resultó una sorpresa, pues nunca imaginaron que tras el fracaso de La Fernandina el movimiento independentista cubano se iba a reponer tan rápidamente. Al principio pensaron que la insurrección se diluiría, como había sucedido con la Guerra Chiquita. La llegada de los principales jefes mambises (Martí, Gómez, Maceo) y la activación cada vez mayor de la insurrección comenzaron a ser preocupantes. La designación de Arsenio Martínez Campos como jefe de las fuerzas españolas en la Isla, más que atenuar temores, les supo a mal presagio, a medida tomada como recurso extremo.

Si bien la causa cubana gozaba de simpatías en el pueblo, no sucedía así con el Gobierno. El 12 de junio de 1895 el presidente Grover Cleveland proclamó la neutralidad de Estados Unidos en el conflicto y prohibía a los ciudadanos del país apoyar empeños militares encaminados a ayudar a la Revolución cubana. Se amenazó incluso con someter a juicio a cualquier trasgresor de estas disposiciones. El secretario de la Tesorería ordenó a las autoridades aduaneras que impidieran por todos los medios la formación de “expediciones filibusteras” dirigidas a Cuba.
Ocho buques del servicio de guardacostas se utilizaron para interceptar en alta mar cualquier nave que intentara llevar armas y pertrechos a los rebeldes de la Isla. España puso a disposición de ese ministerio todos sus espías y agentes en Norteamérica.

Grover Cleveland, su política en torno al conflicto cubano distaba mucho de la neutralidad proclamada
Grover Cleveland se opuso resueltamente
a reconocer la beligerancia de los
mambises. (Autor sin identificar)

Estos mantenían una estrecha vigilancia contra los cubanos residentes en el país norteño, sospechosos de prestarle ayuda a la insurrección y les suministraban pruebas a la policía estadounidense para que fueran arrestados y procesados.

 
En realidad, la política del presidente Cleveland sobre el conflicto cubano distaba mucho de la pretendida neutralidad proclamada. En tanto España compraba libremente en las fábricas norteamericanas todas las armas y municiones que necesitaba para aplastar la insurrección, el Gobierno estadounidense impedía que los independentistas de la Isla hicieran lo mismo para defenderse. Si en tres años de guerra, 48 expediciones mambisas llevaron armas y pertrechos a los libertadores, eso no se debió al deseo expreso de Washington, sino al empeño y valentía de los cubanos y, también, a la incapacidad de sus funcionarios norteamericanos.

La escondida mano peluda

Para Cleveland y su secretario (ministro) de Estado Richard Olney, “los bandidos cubanos no tenían derecho al reconocimiento de beligerancia” en el conflicto de 1895. Pero el pueblo estadounidense pensaba de otra forma y miles de peticiones procedentes de todo el país inundaron los pasillos del Congreso, al punto que el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, presentó una moción al respecto, en enero de 1896, suscrita por John T. Morgan, senador por Alabama: “Estados Unidos debía mantener una estricta neutralidad entre las partes contendientes, concediendo a cada una de ellas los derechos de beligerancia en los puertos y los territorios de los Estados Unidos”. Don Cameron, de Pennsylvania, propuso agregarle un párrafo que reflejara el ofrecimiento de Estados Unidos de “sus servicios amistosos al Gobierno español para el reconocimiento de la República de Cuba”.

El Senado aprobó el proyecto Morgan-Cameron por 64 votos contra seis. Al trasmitirlo a la Cámara de Representantes, se encontró con que el Comité de Relaciones Exteriores de este organismo había redactado a su vez otro proyecto que coincidía, en sus dos primeras cláusulas, con el senatorial. Ambas cámaras conformaron un comité conjunto y, tras los debates de rigor, fue la propuesta inicial Morgan-Cameron la aprobada. Pero como resolución concurrente solo constituía la mera expresión de una opinión del Congreso y únicamente el presidente Cleveland podía ponerla en vigor. Esto nunca sucedió. El mandatario incluso se negó a enviar una comisión a la Isla para que atestiguara la realidad de lo que acontecía en ella, a fin de tener argumentos para tomar una decisión inteligente. Ya había resuelto oponerse a la beligerancia y no le interesaba cambiar la opinión.

Para algunos historiadores estadounidenses, la abrumadora votación a favor de Cuba en ambas cámaras del Congreso expresaba fielmente los sentimientos de los representados, es decir, el pueblo de esa nación. Otro académico llegó a afirmar: “El interés mostrado en este asunto por el Congreso no era más que un reflejo del interés público en general”. Pero un análisis menos emocional y apasionado nos lleva a otras conclusiones. Turbios intereses se estaban moviendo entre telones. En el proyecto presentado por la Cámara de Representantes, por ejemplo, se hallaba este párrafo: “Dado que por las muy estrechas relaciones entre ambos países la guerra actual de Cuba produce tantas pérdidas al pueblo de Estados Unidos, el Congreso opina que el Gobierno de los Estados Unidos debiera estar preparado para proteger los intereses legítimos de sus ciudadanos mediante la intervención, si fuera necesario”.

Dos años antes que el Maine, la Resolución Conjunta, los rough riders y William Shafter, ya el Tío Sam dejaba entrever su mano peluda de intervencionista, su oscuro deseo de dominar a Cuba, extenderse por las Antillas y caer con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América.
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Fuentes consultadas
Los libros Historia de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos y La Guerra Hispano-cubano-norteamericana y el surgimiento del imperialismo yanqui, de Philip S. Foner; La forja de una nación, de Rolando Rodríguez, y Dos fechas históricas, de Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo. Obras Escogidas de José Martí en tres tomos.

 


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