¡A la carga!
Cuba muestra su probada buena voluntad para negociar, de igual a igual y sin concesión alguna de sus principios, unas relaciones civilizadas que pongan fin a la secular hostilidad y las agresiones imperiales, y sin olvidar que nos sobran motivos para desconfiar de la política de los Estados Unidos
23 de febrero de 2015
Cuando se conmemora el aniversario 120 del reinicio de la guerra necesaria por la independencia -el 24 de febrero de 1895-, lo mejor de Cuba continúa la carga mambisa y rebelde contra las oscuras fuerzas de fuera y de dentro, opuestas a la inquebrantable voluntad de un pueblo unido y decidido a mantener la identidad como nación y el derecho soberano a construir su modelo económico socialista, para alcanzar una sociedad más justa, culta, democrática, próspera y sostenible.
Con ese inequívoco propósito, Cuba muestra también su probada y transparente buena voluntad para negociar, con la frente en alto, de igual a igual y sin concesión alguna de sus principios, unas relaciones civilizadas que pongan fin a la secular hostilidad y las agresiones imperiales, sin tampoco olvidar que nos sobran motivos para desconfiar de la política de los Estados Unidos. La historia nos reclama esa ineludible alerta permanente.
Fue con todo listo para el levantamiento y el desembarco de tres expediciones de patriotas en diferentes puntos de la Isla para el inicio de la guerra del 95, que el Gobierno yanqui procedió a la artera confiscación de las embarcaciones y todos los pertrechos de guerra aportados, centavo a centavo, por los humildes trabajadores tabaqueros y otros cientos de emigrados en años de enormes esfuerzos y penurias familiares. No sería la primera vez, ni mucho menos la última, en que desde un insaciable y despreciativo Norte revuelto y brutal se pretendiese quebrar la determinación cubana de darse destino propio.
Aquel terrible golpe, sin embargo, fortaleció aún más la confianza en Martí y devino acicate para apresurar los levantamientos armados simultáneos que había organizado el Partido Revolucionario Cubano en unas 35 localidades de distintas partes del país.
Así, el Maestro de Fidel y de todos los cubanos nos enseñó a convertir hasta los más duros reveses en posteriores victorias. También a comprender que este nuevo grito de Cuba en armas era continuación del proceso revolucionario iniciado por Céspedes. Y que aquella primera etapa no terminó en la claudicación del Zanjón, sino con la Protesta de Baraguá, contra una apócrifa paz sin independencia ni abolición de la esclavitud, cuando a golpe de heroísmo los más humildes asumían ya el liderazgo de la revolución. Otra indeleble lección de consecuencia principista fue el enfrentamiento a los apátridas y a quienes abandonaron la pelea para entregarse al reformismo autonomista, o procurar la anexión.
Martí había logrado penetrar en las verdaderas causas de los reveses, las frustraciones y el desánimo tras la primera contienda, y focalizó el problema principal en las divisiones y pugnas internas que condujeron al inmerecido fracaso del esfuerzo heroico: “Nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos”.
Por ello concibió y organizó el Partido Revolucionario Cubano, legítimo antecesor del que encabeza y conduce nuestras actuales batallas. Ante la gloria de años de combate, logró hacer prevalecer -sobre dudas, y prejuicios- su lucidez política, sus dotes de organizador, su honradez e ímpetu de Apóstol. Fue también decisiva la grandeza de Gómez, Maceo, y de los más preclaros líderes del mambisado.
El otro gran propósito de la amplia unidad de fuerzas articuladas por Martí se lo reveló él mismo a su colaborador y amigo Carlos Baliño –después compañero de Mella, fundadores ambos del primer Partido Comunista-: “La Revolución no es la que vamos a iniciar en las maniguas, sino la que vamos a desarrollar en la República”, para replantear la sociedad colonial con un proyecto de república soberana, solidaria, democrática y justa –“con todos y para el bien de todos”-, donde creciera la prosperidad, floreciera la cultura nacional y se obstaculizaran a tiempo los apetitos expoliadores del voraz imperio emergente, como lo expresara en carta inconclusa a Manuel Mercado, el entrañable amigo mexicano, la víspera de su caída en combate.
Aquella gesta y cuanto con los mismos virtuosos fines aconteció antes y después integran un precioso legado de experiencias y fortalezas para las batallas actuales y futuras: Nuestra historia es una realidad de protagonistas perfectibles. Por cada apátrida habrá miles que lleven en sí todo el decoro del mundo. Los inmensos sacrificios fraguaron la dignidad y el honor. La desunión es derrota y la unidad victoria. Los Gobiernos representantes del poder hegemónico imperialista fueron aliados del colonialismo y enemigos históricos de la nación, la independencia, la soberanía y la felicidad de los cubanos, hasta hoy, cuando se mantienen el bloqueo, las calumnias y la mala idea de torcer la voluntad de un pueblo libre, que sigue ¡a la carga!