>> El debate sobre la seguridad nuevamente ha invadido a la dirigencia política y social. Los linchamientos a sospechosos de intentos de robos expresaron un fenómeno que la mayoría de la sociedad rechaza como un retroceso enorme en el estado de derecho que nos costó tanto a los argentinos construir.
Sin embargo, las razones o causas que se expusieron en muchos casos mostraron la superficialidad de las elites políticas, oportunismo electoral, corrimiento de parte del arco político hacia la derecha y recurriendo al viejo baúl de la demagogia punitiva y la mano dura.
La vacuidad de la derecha argentina que recurre a slogans también rebaja un debate serio, pero su efectividad comunicacional muchas veces arrincona a quienes expresan otras tendencias y no solo dentro del oficialismo sino otras voces en la propia oposición que temen por su suerte electoral ante las frases “bravas” de políticos con pocos escrúpulos.
Las acciones violentas y criminales de estas personas que actúan como turbas no pueden explicarse unidireccionalmente con razones tales como la falta de un estado presente o la manipulación de los medios. El tener verdades parciales no significa que cuando se analiza el fenómeno de la inseguridad (o cualquier otro) mirar por un ángulo sesgado de alguna de ellas pueda dar cuenta de la complejidad del fenómeno.
La vacuidad de la derecha argentina que recurre a slogans también rebaja un debate serio, pero su efectividad comunicacional muchas veces arrincona a quienes expresan otras tendencias y no solo dentro del oficialismo sino otras voces en la propia oposición que temen por su suerte electoral ante las frases “bravas” de políticos con pocos escrúpulos.
Varias perspectivas hay que sumar y articular para acercarse a una visión sobre las causas, tanto de los hechos de linchamientos –algunos casos un poco exagerados por los medios de comunicación- y más en general, de los problemas de inseguridad y violencia que vive la sociedad argentina.
El neoliberalismo, la desestructuración social y el estado gendarme
El proceso económico que vivió la argentina en las últimas décadas que entre otros momentos contó con el programa económico de Martínez de Hoz, la hiperinflación, el neoliberalismo, la convertibilidad, la destrucción del aparato productivo, la aceptación de las ideas económicas en cuanto a que la riqueza se logra sobre la base del movimiento del capital (financiero) reemplazando a la riesgosa producción, entre otras cuestiones fundamentales, expulsó de la producción, la educación y la posibilidad de construir certeza sobre sus vidas, a varias generaciones de jóvenes argentinos. Hijos que veían a sus padres adultos perder el trabajo sin oportunidad de lograr otros nuevos, las madres saliendo a parar la olla, ruptura de la utopía argentina afirmada en que los padres nos rompemos el alma trabajando pero nuestros hijos a través del estudio podrán tener un futuro mejor, es reemplazada por la distopía de que los hijos van a estar peor que los padres.
La constitución del otro peligroso joven, morocho, de barriadas del conourbano y las periferias o del sur de la ciudad de Buenos Aires, está enraizada en tres décadas y a ello contribuyó el Estado, los medios de comunicación masiva, la cultura del capitalismo salvaje, del individualismo extremo basado en un darwinismo social y también una parte importante de la sociedad.
Los lazos de comunidad se ven profundamente dañados. Varias generaciones fueron privadas de la cultura del trabajo, la idea de pertenencia a un grupo social y que los logros individuales están ligados al desarrollo colectivo, fueron duramente cuestionados. La sociedad cambió, más desigual, con menos justicia, una sociedad más violenta.
Sobre el neoliberalismo de los ´90 se ha sostenido que el estado se retiró de las funciones que tenía durante la forma que tomó el Estado de Bienestar en nuestro país. Sin embargo, no es un estado débil lo que surgió, sino un estado fuerte concentrado en su papel de garantizar la estabilidad de la transferencia de la riqueza de los sectores del trabajo y producción, al capital financiero, un estado al servicio del control social y político de los segmentos sociales excluidos, empobrecidos. Un estado gendarme. La legitimación de este último se logró construyendo un enemigo difuso y presente: joven, morocho, de las barriadas empobrecidas. Que por su sola presencia impulsa el accionar del aparato punitivo.
Ese sistema demandó cada vez más de la misma “medicina”; una vez que ante la opinión pública quedaba en evidencia su ineficacia para resolver los problemas que reclamaba, la solución era la profundización de ese estado policial. Así los institutos de niños y jóvenes, y las cárceles, se llenaron de pobres. El estado y en gran parte la sociedad habían decidido -aunque no quieran hacerse cargo- que esos “peligrosos” son los que deben estar presos.
La constitución del otro peligroso joven, morocho, de barriadas del conourbano y las periferias o del sur de la ciudad de Buenos Aires, está enraizada en tres décadas y a ello contribuyó el Estado, los medios de comunicación masiva, la cultura del capitalismo salvaje, del individualismo extremo basado en un darwinismo social y también una parte importante de la sociedad.
La cabida que tienen en significativos segmentos de nuestra sociedad actual los mensajes de miedo emitidos por los medios de comunicación o los mensajes simplistas de la derecha política, se fue construyendo a lo largo de años. Por supuesto que el proceso siempre fue en tensión con las concepciones democráticas profundas que anidan en nuestro pueblo, en muchos de sus representantes y en parte de las elites de poder.
Delito callejero y delito complejo. Y la prisión preventiva masiva.
Es habitual que se mezclen dos categorías de delitos, por un lado los delitos callejeros que en muchos casos son los que engrosan las cifras negras (no denunciadas) tales como el hurto, el arrebato de bolsos y celulares, los robos al boleo, que varían en la violencia que aplican. Por otro, el delito complejo que implica redes delictivas, con capacidad organizativa y planificación, en muchos casos con penetración en las agencias estatales. Estas organizaciones en muchos casos reclutan en los segmentos sociales más vulnerables y empobrecidos para las tareas menores, personas prescindibles e intercambiables dado que las acciones estatales no dañan a la organización delictiva que ya tiene asumida esa posibilidad.
El modelo de saturación de fuerzas como eje de estos planes de seguridad no sólo nos lleva a una sociedad militarizada, sino que es ineficaz para el crimen organizado, aquel cuyos jefes no viven o trabajan en villas o barrios carenciados, sino en los barrios cerrados de lujo, en oficinas de Puerto Madero o en algunos bancos.
Esta confusión en comunicadores especializados o en dirigentes políticos sólo puede entenderse en el privilegio de concentrar los esfuerzos estatales punitivos hacia los sectores vulnerables. La derivación, querida o no, es la subestimación del delito complejo, la deuda inexplicable de transformación, democratización y modernización de las policías. Para esas misiones a la que se ve restringida la acción estatal bastan estas policías bravas. Las propuestas y acciones de la derecha se caracterizan por sostener que la solución es establecer un dominio del territorio por parte de las fuerzas de seguridad: más policías, más gendarmes, cuadrículas de presencia policial, centros de monitoreo y cámaras. El modelo de saturación de fuerzas como eje de estos planes de seguridad no sólo nos lleva a una sociedad militarizada, sino que es ineficaz para el crimen organizado, aquel cuyos jefes no viven o trabajan en villas o barrios carenciados, sino en los barrios cerrados de lujo, en oficinas de Puerto Madero o en algunos bancos. Las estadísticas mundiales demuestran que más policías no es sinónimo de menos delito. Por el contario cuando se toman en cuenta la capacidad de investigación criminal y eficacia judicial en sociedades más igualitarias baja la impunidad y el delito.
Hay que desenmascarar algunas de las pretendidas nuevas propuestas reiteradas desde los tiempos de Ruckauf, tomemos dos ejemplos: reglamentaciones punitivas preventivas sobre los que usan motos, por cierto que apuntan a las motos de baja cilindrada, las que usan los sospechosos de siempre, los jóvenes pobres. Además de burda y anticonstitucional, el mensaje refuerza el arquetipo del enemigo tanto hacia la sociedad como hacia las fuerzas policiales. La otra insistencia es la limitación de las excarcelaciones, es decir, extender la aplicación de la prisión preventiva en forma aún más masiva de la que actualmente se utiliza y que por supuesto también está dirigida a los mismos grupos sociales vulnerables. Las bandas delictivas complejas tienen estudios de abogados especializados, allí se respetan las garantías procesales y el derecho a defensa, que la demagogia punitiva niega a los empobrecidos.
Una parte de los grupos políticos que no comparten estos criterios sobre las modificaciones a los códigos procesales provinciales pero que dejan que avancen, sostienen en su justificación que son inocuas y que sólo son medidas con espectacularidad mediática. La realidad desmiente esto, tanto por la crisis carcelaria que vivimos, la violencia institucional en nuestros barrios, en comisarías y cárceles. Son un mensaje a los jueces, que extorsionados por el posible escarnio público están sometidos a aceptar que no tomen resoluciones a derecho sino de acuerdo a la directiva del poder político, social o mediático.
Armas y violencia
Una de las cuestiones positivas de los últimos años han sido las políticas tendientes al desarme, aunque con enorme dificultad para tapar los agujeros por donde se escapan armas desde las fuerzas de seguridad y la justicia hacia el mercado negro.
El problema de las armas sigue siendo grave y todavía hay mucho terreno para avanzar. Estas campañas furibundas del miedo también generan la idea de que armándose las personas se pueden enfrentar el delito. Además del riesgo para las propias personas, lo que provoca es más violencia en el delito futuro. No actúa como un disuasorio, por el contrario ejerce una presión para que el delito, incluso el menor, también sea armado.