Las incongruencias que tradicionalmente han signado la política exterior norteamericana ya no asombran, sobre todo si se entiende que lo prioritario en estos manejos resulta, para quienes los rigen, el imponer sus cánones e intereses por encima de cualquier otra consideración.
Y eso viene sucediendo precisamente con los esfuerzos hegemonistas por convertir a la derecha ucraniana, colocada en el gobierno por Washington y el resto de Occidente, en una espina aguda y permanente sobre las divisorias rusas.
De lo contrario, a qué viene que recién suscritos y en ejecución los acuerdos de Minks en febrero último para lograr un clima de paz en el Este ucraniano, los Estados Unidos desembarque ahora un contingente de 300 militares en la región de Lvov, como presuntos instructores de sus similares locales en el uso de armas procedentes del oeste.
Movimiento que se produce justo cuando el Congreso norteamericano impulsa una “iniciativa” consistente en entregar cifras millonarias para dotar al régimen de Piort Poroshenko de modernos arsenales y entrenar a nuevas dotaciones armadas adeptas a las tendencias neofascistas, mientras que la Casa Blanca admite directamente que sopesa el envío urgente de pertrechos “altamente letales” a sus socios de Kiev.
Por demás, la presencia militar norteamericana en Ucrania es también un paso altamente riesgoso, porque sin dudas pretende abrir la puerta para que otros “fieles aliados” occidentales (los mismos que secundaron con efectivos castrenses las agresiones a Afganistán, Iraq, Libia y ahora a Siria) coloquen también sus fuerzas bélicas en el complicado escenario ucraniano.
De hecho Gran Bretaña ya anunció oficialmente sus pretensiones de remitir soldados a Ucrania, y la lista puede incrementarse con las decisiones similares de otros dóciles gobiernos “amigos”.
La reacción de Moscú no se hizo esperar, y el Ministerio ruso de Exteriores calificó el paso adoptado por Washington como una decisión que coloca en grave peligro el éxito del plan de paz logrado en Minks, y en cuya negociación tomaron parte además Alemania y Francia.
Justamente, y en un accionar que parece ir colocando a Berlín en otra posición menos tirante con relación a Moscú, las autoridades germanas calificaron de un error promover una nueva escalada militar en Ucrania, a la vez que confirmaron su reconocimiento a la validez de los protocolos suscritos en la capital de Bielorrusia hace apenas unas semanas, y que ya han permitido concretar un cese del fuego entre los militares de Kiev y las milicias federalistas del Este, así como el intercambio de prisioneros y el retiro de las armas pesadas del escenario de los combates.
La administración alemana incluso fue más lejos, al corroborar públicamente que no existe constancia de la presencia militar rusa en territorio de Ucrania, y por tanto no se sostiene el argumento de que el Kremlin ha provocado la actual crisis a partir de una invasión bélica a su vecino occidental.
Una actitud que los analistas se explican solo a partir de un recién despierto interés germano de no poner más al rojo un conflicto directo con Moscú que traería consecuencias imprevisibles para el entorno regional (una de las razones de su incorporación al diálogo de Minks junto a Francia), amén de los trastornos económicos y comerciales que ya enfrenta la golpeada Europa Occidental a partir de las irracionales sanciones a Rusia y las lógicas contramedidas adoptadas por el presidente Vladímir Putin con respecto a sus ex socios económicos del oeste.
Pero las alarmas tocan más lejos, como es el caso de la investigadora y profesora de ciencias políticas Huiyun Feng, quien en un artículo publicado en la revista The Diplomat, criticó la falta de perspectiva de Occidente en su trato a Rusia y China.
Para la experta, continuar la presión sobre Moscú a partir de los sucesos en Ucrania, e insistir en la amenaza que también se teje contra Beijing desde el Pacífico, aceleraría el proceso de una alianza ruso-china ya en marcha, que se constituiría como un obstáculo más poderoso aún a las pretensiones de hegemonismo global que los sectores ultra conservadores norteamericanos han convertido en su crucial, trascendente y a la demencial aspiración.