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Respuesta  Mensaje 1 de 14 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 19/08/2013 01:15

La doctrina de la guerra justa

 

El concepto de guerra justa nace de una terrible y en apariencia insoluble paradoja, la de considerar la guerra como un fenómeno malo y perverso no sólo ética sino también espiritualmente y, a la vez, la de tener que aceptarlo precisamente para evitar males mayores. En ese sentido, se trata de una teoría surgida en el seno de una religión medularmente pacifista como es el cristianismo pero, a la vez, comprometida desde hace siglos en la tarea de defender Occidente de peligrosas amenazas.

Esta circunstancia paradójica sirve por sí sola para explicar porqué la Antigüedad clásica desconoció el concepto de guerra justa. En la antigua Grecia prevalecía fundamentalmente el concepto de supremacía que legitimaba las intervenciones contra los bárbaros inferiores. Semejante visión se halla, por ejemplo, en Platón y Aristóteles y sirvió de soporte legitimador para las conquistas imperiales de Alejandro. El orbe podía verse sometido a una invasión aculturizadora pero era, desde luego, por su bien.

En el caso de Roma prevaleció mucho más un concepto que hoy podríamos denominar de "seguridad colectiva". Lo que proporcionaba legitimidad a las guerras, primero, de la República y, posteriormente, del imperio era la necesidad de asegurar una zona de estabilidad internacional. Que esa noción no estuvo exenta de intereses bastardos está fuera de duda pero, en cualquier caso, proporcionaba un límite teórico a los conflictos bélicos.

Esta visión de la guerra como un fenómeno explicable por diversas causas pero, desde luego, no demasiado necesitado de legitimación lo encontramos incluso en el antiguo Israel. Ciertamente, Israel brilló por unas alturas éticas sin paralelo completo en la Antigüedad y no es menos cierto que esperaba la llegada de una época de paz inaugurada por el mesías en la que desaparecerían para siempre las guerras[1]. Sin embargo, distó mucho de desarrollar un concepto de guerra justa siquiera porque la realidad de esta situación no permitía mucho espacio para especular ni tampoco colisionaba con los preceptos de la Torah mosaica.

Al respecto, el cristianismo implicó un cambio esencial en estos diversos puntos de vista. La ética de Jesús – calificada, por ejemplo, por John Driver como "ética de exceso"[2]– incluía mandatos tan extremos como el de amar al enemigo, perdonar a los que nos han causado ofensas u orar por los que nos injurian[3]. Resulta difícil conciliar conductas como ésas con la guerra pero es que, por añadidura, el mismo Jesús excluyó expresamente la práctica de aquella de los comportamientos seguidos por sus discípulos. A Pedro le dijo que el recurso a la violencia incluso defensiva resultaba inaceptable[4] y a Pilato que precisamente porque su reino no era de este mundo sus seguidores no combatían[5]. La propia conducta apostólica va en esa misma línea y aparece recogida, por ejemplo, en máximas como la de san Pablo[6] al afirmar que el mal sólo puede ser vencido por el bien.

Durante los tres primeros siglos del cristianismo esta conducta de condena de la guerra sin ningún género de paliativos se expresó en tres vías – la teológica, la canónica y la martirial - de manera clara e innegable. Todos los teólogos hasta inicios del siglo IV de Arnobio a Orígenes, de Tertuliano a Lactancio pasando por un largo etcétera no sólo condenaron la guerra sino que manifestaron que ningún cristiano podía servir en el ejército ni siquiera en tiempo de paz. La opinión teológica se apoyaba, desde luego, en los textos canónicos donde abundaban los listados de trabajos prohibidos para un cristiano. Así, en los cánones de san Hipólito, se podía condenar de la misma manera que un cristiano se dedicara a la prostitución, como al tráfico de esclavos o a servir en el ejército. Semejante posición se vio regada con sangre. Mártires como Julio, un antiguo centurión, o Maximiliano prefirieron morir a entrar en las filas del ejército.

Esta postura se vio amenazada con claridad a inicios del s. IV. Contra lo que suele afirmarse, Constantino no convirtió el cristianismo en religión estatal pero sí otorgó un grado de tolerancia a las iglesias que hasta entonces había sido impensable y el imperio, de manera inesperada, comenzó a convertirse para muchos cristianos no en un lugar de paso sino en algo que se contemplaba como propio. El abandono del pacifismo no fue rápido ni brusco. Todavía en el concilio de Arles de 312 se afirmaba que los cristianos podían negarse a combatir si se producía un choque armado pero ya se admitía su entrada en las legiones. A mediados de siglo, la postura sufriría mutaciones mayores.

Agustín de Hipona no fue ciertamente el creador de la doctrina de la guerra justa como se ha afirmado en ocasiones pero sí fue uno de los primeros teólogos que intentó conciliar las enseñanzas de Jesús con la defensa de un imperio que en buena medida era cristiano y que intentaba sobrevivir al asalto de bárbaros no pocas veces paganos amén de sanguinarios. La síntesis agustiniana –presente también en Ambrosio de Milán y otros padres– admitía el pacifismo privado (todos debemos perdonar a los que nos ofenden y orar por nuestros enemigos), aceptaba el pacifismo total de unos pocos (los monjes llamados a seguir el camino de perfección, por ejemplo) pero indicaba que el imperio no podía incorporar ese punto de vista como política pública y que su defensa era lícita. Aún más, los cristianos debían contribuir a ella como buenos ciudadanos.

El oriente cristiano siguió una evolución similar aunque, curiosamente, puso un mayor empeño en extremar las medidas preventivas que sirvieran para evitar una guerra. Creó así una diplomacia hábil que buscaba mantener la paz y que sería acusada de doblez bizantina. En realidad, como supo señalar Steven Runciman, detrás de muchas de las maniobras bizantinas tan sólo se hallaba un deseo de salvaguardar la paz y evitar llegar a una conducta tan necesaria pero, a la vez, tan anticristiana como era la guerra.

La Edad Media implicó la aparición de nuevos cambios en el proceso de legitimación de la guerra por parte de occidente. De entrada, el islam apareció en oriente y en muy pocos años se extendió como un reguero de pólvora por países históricamente cristianos acabando con cualquier vestigio de libertad y amenazando a los pueblos que aún quedaban libres de su dominio. Esta situación se tradujo en la aparición del concepto de cruzada ajeno al cristianismo original y no surgido hasta casi tres siglos después de que el islam sometiera a occidente a un cerco de sangre y destrucción. Ciertamente fue una reacción tardía pero indica hasta qué punto los reinos cristianos veían la guerra con repugnancia. Finalmente, el imperio quedó atomizado en multitud de reinos que se confesaban cristianos y que necesitaban defensa frente a agresiones externas.

El occidente y el oriente cristianos intentaron en medio de un contexto verdaderamente hostil – al islam no tardó en sumarse la segunda oleada de invasiones procedentes del este en muchos casos – conciliar nuevamente la cosmovisión cristiana con la perentoria necesidad de defenderse. El resultado fue variopinto porque junto al concepto de cruzada ya señalado se mantuvo un pacifismo extremo en ciertos segmentos sociales (como los monjes[7]), se creó el primer derecho humanitario de guerra que mediante instituciones como la paz de Dios o la tregua de Dios intentaron paliar los efectos y la duración de los conflictos armados y, sobre todo, gracias a la Escolástica, se articuló una doctrina más elaborada de la guerra justa.

La doctrina escolástica de la guerra justa giraba, fundamentalmente, sobre tres ejes. El primero era la legitimidad de la defensa propia. Tal y como lo expresaba Tomás de Aquino:

"La acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor... solamente es querido el uno; el otro, no"[8]

El segundo eje era la mesura en la respuesta. Demasiado era que se tuviera que privar de la vida a alguien. Por eso, se esperaba que la defensa propia resultara congruente:

"Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia de manera mesurada, la acción sería lícita... y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada a fín de evitar matar al otro, porque es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la del otro"[9]

Finalmente, la Escolástica exigía que la respuesta bélica contara con posibilidades de éxito. De hecho, una guerra defensiva sin algún indicio de que podría concluir en triunfo resultaba inmoral en la medida en que implicaba un derramamiento de sangre – propio y ajeno – inútil. Esta circunstancia resultaba de especial relevancia en episodios como podía ser la rebelión, el derecho a la cual fue estudiado meticulosamente por la Escolástica.

El gran revulsivo que para occidente significaron el Renacimiento y la Reforma dejó también su impronta en la doctrina de la guerra justa. Ciertamente, algunos teólogos – como Erasmo en su Quaerella pacis o los anabautistas suizos y holandeses – retornaron a los principios pacifistas del Nuevo Testamento pero, en general, se buscó conciliar el repudio de la guerra con su regulación. A ello obligaba no sólo el fenómeno del descubrimiento de nuevos mundos allende los mares sino también los enfrentamientos entre príncipes surgidos no sólo del final del Medievo sino especialmente de las guerras de religión que ensangrentaron Europa hasta la paz de Westfalia de 1648.

El papel de los juristas teólogos españoles en este desarrollo fue, sin duda, esencial. Francisco de Vitoria, padre del derecho internacional, admitió como guerra justa no sólo la defensiva sino también la punitiva contra un enemigo culpable. Las condiciones para que una guerra fuera justa serían la declaración por la persona con autoridad para ello (comúnmente el príncipe), la inevitabilidad del conflicto para salvaguardar la paz y la seguridad, y el uso mesurado del triunfo.

De manera impecable, Vitoria no consideraba justas las guerras entabladas por disparidad de religión o por deseo de conquista o de gloria. Igualmente condenó la crueldad de los conquistadores españoles en América o la matanza de inocentes y prisioneros. Vitoria incluso llegó hasta el punto de pensar – antes de William Penn en el siglo siguiente – en la conveniencia de que existiera una especie de organización internacional que dirimiera conflictos y evitara las guerras. La mayor diferencia entre ambos estuvo en el hecho de que Vitoria la concebía en clave imperial y Penn como federación de naciones.

A pesar de la importancia de Vitoria, no puede decir que fuera el único interesado en el problema de la guerra justa. También llamó la atención de otros juristas teólogos como Fernando Vázquez de Menchaca, Ginés de Sepúlveda, Domingo de Soto, Baltasar de Ayala, Domingo Bañez, Diego de Covarrubias y Leiva y un largo etcétera y, por supuesto, fue abordado desde la óptica del protestantismo.

Las formulaciones de los reformadores sobre la guerra justa – si exceptuamos a los mencionados anabautistas – fueron claramente tributarias de la teología agustiniana, un hecho que ni católicos ni protestantes gustan de reconocer. De hecho, la enseñanza de Lutero sobre unas normas privadas que deben seguirse en relación con los enemigos y que no tienen porqué coincidir con la conducta seguida por un estado brotan de manera directa del teólogo de Hipona.

Posiblemente, el pensamiento protestante más original fue el surgido de las obras de Hugo Grocio[10]. Las tesis de Grocio acabaron encontrando una cristalización legal en las convenciones del derecho humanitario de guerra de La Haya[11] y Ginebra y resulta lógico que así fuera porque su principal preocupación fue la de moderar la dureza de los conflictos armados. De la guerra justa debía excluirse, por ejemplo, la muerte de los rehenes, la ejecución de prisioneros – salvo que estuviera en peligro la vida del vencedor – la destrucción de bienes materiales de los vencidos y la aniquilación de la libertad de los derrotados especialmente en el terreno religioso.

La Edad contemporánea iba a mostrar hasta qué punto las preocupaciones de Grozio estaban asentadas en la realidad. De entrada, Napoleón implantó un sistema de servicio militar obligatorio que extendió las cargas de los combates a todo el sector masculino del país en una situación que realmente carecía de precedentes. En segundo lugar, las armas conocieron una extraordinaria sofisticación que, difícilmente, hubiera podido ser prevista en la Edad Media o incluso en el barroco. Al aumento de la capacidad letal de la artillería se sumaron, por ejemplo, el uso del gas venenoso desde 1916, el tanque en el mismo año, las ametralladoras, la aviación con fines militares y, como trágico colofón, las armas bacteriológicas y atómicas. No resulta extraño que, por primera vez en la Historia, las guerras se convirtieran en conflictos cuyas víctimas eran fundamentalmente las poblaciones civiles y no los combatientes en el frente y que ni siquiera la distancia del campo de batalla librara a los no militares de sufrir el impacto directo de las armas. Mientras que en la primera guerra mundial el número de civiles muertos no llegó al diez por ciento de la cifra total, en Vietnam superó el ochenta por ciento de las bajas. Las cifras difícilmente pueden resultar más elocuentes.

No puede sorprender, por lo tanto, la preocupación por humanizar las guerras ni tampoco la codificación del derecho humanitario de guerra o la aparición de la Cruz roja. Se trataba simplemente limitar los efectos de formas de matar que cada vez eran más extensivas.

Estos aspectos lógicamente se reflejaron en la doctrina de la guerra justa no cambiando pero sí afinando algunos de sus postulados seculares. Por ejemplo en el Nuevo catecismo de la iglesia católica se consideran como requisitos para que una guerra sea justa:

"Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.

Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.

Que se reunan las condiciones serias de éxito.

Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición".[12]

El último requisito intenta responder a las nuevas condiciones que atraviesa la especie humana y, desde luego, es un eco de la encíclica Gaudium et Spes donde ya se indicaba que "toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones"[13]

Lo cierto, sin embargo, es que durante el siglo veinte la doctrina de la guerra justa trascendió ampliamente el terreno del discurso teológico cristiano o de la esfera de influencia en naciones sociológicamente cristianas y penetró profundamente en textos jurídicos nacionales e internacionales. Posiblemente, el más reciente e importante sea la Resolución sobre la pacificación justa (210/1998) adoptada por la Asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas. En este texto se reconoce el derecho a la intervención armada y se intenta sujetarlo a una serie de requisitos concretos:

"La intervención debe responder a una necesidad verdadera y genuina que no puede ser resuelta por otros medios.

Debe tener una posibilidad razonable de aliviar las condiciones que busca superar.

Debe tratarse de un rescate humanitario y no esconder la búsqueda de intereses económicos o de seguridad de los poderes que intervienen.

La intervención, siempre que sea posible, debe tener auspicio internacional para lograr la mayor legitimidad posible.

Debe impulsar el bienestar general de todos los habitantes de la región en cuestión y no debe convertirse en un medio para que las élites poderosas afirmen su poder.

La intervención debe involucrar el grado mínimo de coerción necesaria para lograr los objetivos de la acción.

Una intervención por medio de sanciones punitivas debe estar dirigida en contra de las autoridades y no contra sectores generales de la población"

El texto plantea serios problemas en su aplicación práctica como el de declarar ilegítima las intervenciones armadas en defensa de la "seguridad" - ¿porqué la seguridad debería ser ilegítima? – o el de definir el "grado mínimo de coerción" pero, sin duda, muestra hasta qué punto la doctrina de la guerra justa ha ido adquiriendo carta de naturaleza en terrenos bien distintos de aquellos que la vieron nacer.

Señalaba al principio que la doctrina de la guerra justa es fruto de una considerable paradoja y concluyo ahora mencionando su aporte innegable en el terreno de humanizar un fenómeno tan inhumano como el de la guerra. Seguramente, con ello muestra las graves servidumbres a las que se encuentra sometida la especie humana y la forma en que intenta enfrentarse con ellas airosamente. Quizá pueda expresar con más claridad lo que deseo decir refiriendo una anécdota de la vida de Abraham Lincoln[14]. El presidente norteamericano mostraba un especial aprecio por los cuáqueros. No se trataba sólo de que sus antepasados hubieran sido cuáqueros venidos de Inglaterra sino fundamentalmente de que esta peculiar confesión religiosa vivía un dilema moral con el que – creo sinceramente – él mismo se sentía identificado. Durante el curso de la guerra de secesión, Lincoln recibió a varias delegaciones de ellos en la Casa Blanca y, por regla general, se vio obligado a escuchar sus peticiones para que acelerara el proceso de emancipación de los esclavos. En una de esas ocasiones Lincoln tuvo que indicarles la dificultad de atender a esa súplica y, a la vez, comportarse debidamente en otros sentidos y tomó como ilustración la situación que atravesaban los cuáqueros. Pacifistas y antiesclavistas, deseaban a la vez la libertad de los esclavos y no participar en la guerra. Al estallar ésta, se habían visto atrapados en un dilema moral de enorme envergadura. Si seguían siendo pacifistas, no podrían contribuir a la liberación de los esclavos y si se aferraban a su antiesclavismo sólo podrían consumarlo tomando las armas. Lincoln también sufría ese dilema, el de odiar la guerra y, a la vez, el de tener que librarla para salvar la democracia y la unión nacional, y una tensión similar se percibe en la doctrina de la guerra justa. Surgió en el seno del cristianismo como un intento de conservar su vocación pacifista y, a la vez, enfrentarse con el mal que se cernía sobre los inocentes. Se trataba, sin duda, de una paradoja – como la de los cuáqueros – de difícil solución y posiblemente nos acompañará hasta el final de los tiempos.



[1] Véase al respecto Isaías 2, 4; Zacarías 9, 9-10.

[2] J. Driver, Militantes para un mundo nuevo, Barcelona, 1977.

[3] En ese sentido, especialmente el Sermón del monte contenido en Mateo 5-7.

[4] Mateo 26, 52.

[5] Juan 18, 36.

[6] Romanos 13, 31.

[7] O los grupos heterodoxos que estaban dispuestos a vivir como los primeros cristianos. Tal fue el caso de valdenses, hermanos checos o lollardos.

[8] Summa Theologica 2-2, 64, 7.

[9] Summa Theologica, 2-2, 64, 7.

[10] A pesar de todo, Grocio estuvo muy influido por Menchaca, por ejemplo, en cuestiones relacionadas con el derecho del mar.

[11] El papel del zar Nicolás II en la Haya fue francamente extraordinario y en buena medida se le puede considerar el alma de la conferencia. De manera quizá no tan sorprendente su impulso procedía de escrúpulos de conciencia cristianos ante los efectos terribles de las nuevas armas.

[12] Catecismo de la iglesia católica 2309.

[13] GS 80, 4.

[14] La refiero detalladamente en ¡Oh capitán, mi capitán! La vida y los tiempos del presidente Lincoln, en prensa.

 



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Respuesta  Mensaje 2 de 14 en el tema 
De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 19/08/2013 04:31
EL FIN NO JUSTIFICA LOS MEDIOS.
 
NO HAY GUERRA JUSTA.
 
 
EL SEXTO MANDAMIENTO DICE "NO MATARAS".
 
 
DEFIENDEN LO INDEFENDIBLE.

Respuesta  Mensaje 3 de 14 en el tema 
De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 19/08/2013 04:32
JUAN 16 CRISTO DICE CLARAMENTE QUE TODO AQUEL QUE MATA EN EL NOMBRE DE DIOS NO TIENE A DIOS.
 
SE USA EL NOMBRE DEL MISMO PARA OBTENER PODER Y LAVARLE EL CEREBRO A LA GENTE.

Respuesta  Mensaje 4 de 14 en el tema 
De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 19/08/2013 04:40
 

Juan 16

1. Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo.
2. Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios.
3. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí.
4. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.
Esto no os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros.
5. Pero ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas?
 
A CRISTO MISMO LO SACRIFICARON EN EL NOMBRE DE DIOS. NO TIENEN AMOR. TODO ES $$$$$$$$$$$

Respuesta  Mensaje 5 de 14 en el tema 
De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 19/08/2013 04:41
ENCIMA USAN EL "NOMBRE DE DIOS" A SISTEMAS QUE ASESINARON MILLONES DE CURAS Y JUDIOS. INSISTO. TODO ES DINERO.
 
ES INCREIBLE.

Respuesta  Mensaje 6 de 14 en el tema 
De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 19/08/2013 04:43
ESE ES EL SER HUMANO  DE ESTE MUNDO. TODO ES HIPOCRESIA. SE HACEN LOS BUENITOS PERO LA TERMINAN CAGANDO A LA GENTE. VIVEN DE ARRIBA. ESO ES ESTE MUNDO.
 
EL DE ARRIBA SIEMPRE LO CAGA AL QUE ESTA ABAJO.

Respuesta  Mensaje 7 de 14 en el tema 
De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 19/08/2013 04:45

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    Respuesta  Mensaje 9 de 14 en el tema 
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    Respuesta  Mensaje 10 de 14 en el tema 
    De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 19/08/2013 05:00
    SON FACHOS. LO LLEVAN EN EL ADN. NECESITAN ENGAÑAR A LA GENTE. NO TIENEN AMOR INSISTO. ESTO ES BABILONIA LA RAMERA. SE VENDEN POR PETRO DOLARES COMO RAMERAS.

    Respuesta  Mensaje 11 de 14 en el tema 
    De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 08/09/2013 15:58

    Respuesta  Mensaje 12 de 14 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 08/09/2013 23:45
    Ud la que defiende bariloco mercenario es la guerra mil veces repetida del imperio ( bendecido por su dios ... según ud y su biblia ) contra pueblos indefensos para arrebatarles sus recursos naturales o para montar en ellos a sus esquiroles  y/o títeres .-

    Respuesta  Mensaje 13 de 14 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 08/09/2013 23:57
    Posteado por: Rouslyn | 04/10/2011

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    Facebook, área de debate espectacular para el tema Cuba, siempre tan polémico, ha generado hace poco un grupo de comentarios sobre una foto que subí, en la que tengo de fondo la imagen del Che.

    El debate se ha vuelto intenso, las opiniones atraviesan la página como dagas…la ponzoña venenosa de los enemigos de la Revolución y todo lo que se le asocie, me inspira a escribir un post, para al menos expresar mi opinión sobre algunas de las cosas que allí pude leer.La foto la subí, es mía y yo admiro y respeto la figura del Che, cada cual tiene sus criterios y respeto el de todos, aunque no los comparta…exijo el mismo respeto hacia los míos.

    Algunos de los “foristas”, por decirles de algun modo, llamaron al Che asesino. En cambio uno de ellos (valiente, porque para meterse a nadar solo en ese tanque de tiburones sedientos de ver un poco de sangre hay que tener valor)  explicó una sutil diferencia en el uso de semejante adjetivo, destacando que quienes de verdad merecían tal calificativo eran dos connotados terroristas, de cuyos nombres se están acordando allá arriba en el cielo todos los días los pasajeros de cierto vuelo de Cubana de Aviación.

    Me refiero, obviamente, a Posada Carriles y Orlando Bosch, a los que Estados Unidos permite caminar libremente por las calles de Miami y le hace homenajes en las universidades, para que sirvan de ejemplo a las juventudes de la “democracia”. Realmente no me imagino a los jóvenes dentro de 50 años con un pulóver con la foto de Posada, o a Bosh en el llavero…

    El Che, además de hombre íntegro, fue revolucionario, comunista y adelantado a su tiempo (eso de “el hombre nuevo”, por favor, más futurista imposible, espero que al menos en eso estemos de acuerdo), virtudes que para muchos pueden ser defectos, pero que a mí no me dan asco ni dolores de cabeza como a otras personas que allí han formado la pataleta.

    La Cabaña…aaahh, la clásica anécdota de La Cabaña….fusilar esbirros por crímenes atroces, demostrados todos, luego de los juicios, la corte marcial o lo que haya sido, con todas las garantías procesales del derecho, no solo era necesario sino un deber de honor para con el pueblo…ahhh, claro, a los familiares de los esbirros no les debe de haber gustado mucho la idea…pero todo el mundo es hijo o padre o esposo de alguien…y creo que las verdaderas víctimas no fueron los esbirros, traidores y asesinos fusilados en La Cabaña, sino los cientos de jóvenes torturados y desaparecidos durante la dictadura batistiana…

    Claro, muchos ahora prefieren, por facilismo o por rencores personales, por envidia ante una figura con la cual jamás podrán compararse o por 24 mil razones distintas, culpar al Che por ser el ejecutor de los deseos de justicia del pueblo cubano y empañar así su nombre, su prestigio…atacar a los símbolos es la clásica actitud del conquistador sobre el terrorio conquistado o por conquistar como vía para modificar el pensamiento y  los ideales, la barrera más poderosa ante el enemigo.

    Y aclaro, porque se bien como son las cosas…si alguien va hoy a decirme que Batista y sus esbirros no eran unos asesinos, que por favor, se ahorre las palabras, no se desgaste los dedos tecleando y que mejor se dedique a leer un poco la Historia de Cuba…se va a hacer un favor y nos lo va a hacer a todos, que nos evitamos tener que lidiar con analfabetos políticos, que al decir de Bertold Brecht, es el peor analfabeto de todos los posibles.


    Respuesta  Mensaje 14 de 14 en el tema 
    De: Ruben1919 Enviado: 22/03/2015 12:19

    Juntemos todas las rebeldías, unamos todas las manos

    Exclusión, invisibilización y exterminio no han acallado un proyecto histórico de cambio democrático. Hoy su renovación es inminente y el camino empieza con las elecciones de octubre.

    Palomino-Colombia

    Jaime Caycedo Turriago

    El presidente Santos designa una Comisión asesora con exclusión del Frente Amplio por la Paz, la Democracia y la Justicia Social que contribuyó decisivamente a su reelección solo en razón de su respaldo a la continuación de los diálogos de La Habana. El gobierno tiene pleno conocimiento de que el Frente hace un aporte efectivo en la veeduría del cese unilateral decretado por las FARC y que participa de la preparación de una amplia cumbre mundial del arte y la cultura y de una gran movilización por la paz el próximo 9 de abril.

    Los pasos gubernamentales sobre el proceso son importantes. Pero la paz es asunto de toda la nación y no se puede seguir admitiendo la invisibilización discriminatoria tradicional, que entre varias razones ha sido causa de la guerra. Se hace odiosamente notorio que Santos pretende hacer una paz de espaldas a la inconformidad ciudadana, a la protesta social que pide un plan de desarrollo conectado con los reclamos de la gente del común, de las y los trabajadores, del mundo popular rural que exige del gobierno el cumplimiento de acuerdos nunca ejecutados.

    Ese país real que no quiere más ser maltratado por el Esmad ni por el paramilitarismo redivivo que esconde mal la cobertura de complicidad que le tiende la impunidad del sistema. Una paz equitativa y justa, que reconozca como prioridad atender las carencias de las mayorías, que supere las desigualdades más críticas y construya todas las garantías para la no repetición de los exterminios, tiene que ser una construcción colectiva, obra de la movilización popular.

    El núcleo de esta construcción es el programa que defiende como bandera la solución de paz, las reformas sociales agraria, laboral, de la salud, de la educación y el techo, el proceso constituyente que refrende acuerdos, formalice la apertura democrática y oriente la solidaridad con los cambios avanzados de América Latina. La única arma de los oprimidos en esta lucha por la justicia social para la paz es su unidad y su movilización organizada y masiva.

    El gran movimiento por la paz que impulsa el Frente Amplio recibe su reconocimiento del pueblo, aunque el gobierno lo invisibilice. Sin embargo el proceso de unidad necesita motores que dinamicen su marcha. Ante la despolitización que preconiza el régimen proclamamos la necesidad de ganar en consciencia, en independencia de proyecto y en decisión política. Para un vasto contingente de la inconformidad comprometida con la paz la Unión Patriótica y Marcha Patriótica son motores imprescindibles de la unidad. Después de un siglo de exclusión se reclama el legítimo derecho de la oposición democrática y social colombiana a asumir el reto del poder.

    Exclusión, invisibilización y exterminio no han acallado un proyecto histórico de cambio democrático. Hoy su renovación es inminente y el camino empieza con las elecciones de octubre. La propuesta es concreta: con la política de Frente Amplio, con el programa de la paz democrática, con unidad para la movilización y el protagonismo social, convocamos al diálogo para integrar listas unitarias, plataformas comunes, coordinación de acuerdos y aval concertado con la personería de la Unión Patriótica. ¡Por la paz con justicia social juntemos todas las rebeldías, unamos todas las manos!



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