La escena podría ocurrir cualquier mañana ardiente en El Banco (Magdalena): José Barros, sentado en su mecedora de espaldas a la ventana, escribía en un pentagrama enorme, tachaba, tarareaba, silbaba, seguía las melodías con sus dedos largos y de repente, gritaba:
- Veruuu!, ¿Amor se escribe con h o sin h?
- Ay papá, pasito que lo van a escuchar.
Quién sabe si era su espíritu socarrón, pero el hombre que escribió las más desgarradas canciones de amor como ‘Pesares’ o la enamorada ‘Momposina’, el poeta que inmortalizó a una piragua que llegaba a las playas de amor de Chimichagua, el compositor de los pescadores y del río, ese mismo, tenía mala ortografía.
“No sé, es que mi papá fue una persona de contradicciones. Yo creo que a veces lo hacía a propósito, porque tenía un vocabulario enorme y escribía bellísimo”, dice su hija Veruskha Barros, quien ha asumido uno de los muchos legados de José Barros, el Festival de Cumbia.
De que escribía bellísimo y que era gran creador de imágenes, dan cuenta más de 700 canciones registradas, poesías que se convirtieron en canción como esa que inmortalizó la faena de los pescadores:
“El pescador habla con la luna
El pescador habla con la playa
El pescador… no tiene fortuna
Solo su atarraya”.
Nada más cierto.
Un andariego que, sin embargo, decidió establecerse en su pueblo natal; un hombre prolijo, siempre de camisa y corbata, pese al inclemente calor de El Banco; un hombre parco que lograba enamorarlas a todas con sus letras, un papá que no decía te quiero pero que se hizo cargo de tres hijos como madre.
Un costeño que escribió tangos, rancheras y valses peruanos. Un hombre jodido, como dicen algunos, una contradicción.
Pero solo de un hombre así, de esos que no encajan en los cánones ni en los prejuicios, podrían haber salido las canciones más icónicas de este país que hoy conmemora los 100 años de su natalicio, un 21 de marzo de 1915.
El Banco es un lugar rodeado de agua. Del río Magdalena, bañado también por el río Cesar y la Ciénaga de Zapatosa, un “viejo puerto”, donde hoy el desempleo cabalga en mototaxi y la brisa se quedó anclada en otro pueblo.
Un pueblo de gente conversando en los zaguanes de las casas en sillas mecedoras, de pescadores intentando hurgar las profundidades del río y unos amaneceres rojos que parecen cambiar el tono de las casas.
Por esas calles, pero en 1920, el niño José Benito Barros Palomino, enjuto y necio, como recordaba su hermano, Adriano Barros, comenzó sus andanzas con la “barra”, cinco amigos con los que hacía travesuras y comenzó a dar serenatas con una guitarra.
“Tenían una empresa de emboladores, cobraban 5 centavos a clientes como el cura o el alcalde o el telegrafista del pueblo, -contaba mi papá- y cuando ya los tenían, se íban a chicanear al teatro a hacer sonar las monedas en los bolsillos”, dice su hija Veruskha que les contaba su papá.
Allí conoció a ‘Nena’, la primera de muchas mujeres a las que dedicaría canciones; donde se enamoró también de Edith Cabrales, la ‘Momposina’, a una que otra mujer casada o con novio y donde una tarde terminó de componer una de las canciones más famosas de Colombia, La Piragua.
“La Momposina era una pelada de unos 18 años, atractiva, no bonita, buena moza, que venía a El Banco a pasar vacaciones y los muchachos nos enamorábamos de ella pero entre esos amores el que triunfó fui yo”, contó el mismo Barros en una de las entrevistas que daba, ya de viejo, en el zaguán de la casa banqueña.
Pero ese amor de verano del compositor dejó El Banco, igual que lo hizo luego el propio Barros, para regresar muchos años después con el éxito a cuestas.
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Benito Barros, hijo de Eustasia Palomino y el portugués Joao Barros Traviseido, tenía en sus genes el espíritu del viajero y estudió solo hasta quinto de primaria.
“Ahí viene el problema -le dijo Barros a Juan Gossaín en 1973-, es que éramos tan pobres que yo no pude estudiar”.
Como es común en las historias de los andariegos, las fechas y los momentos se confunden con el mito y la memoria de quienes las cuentan. Por eso no es claro el instante en que José Barros abandonó El Banco, ni el recorrido que hizo.
Sin embargo, sí se sabe que su primer plan de irse a Argentina se vio frustrado porque no tenía libreta militar y en esa época, era indispensable. Barros se las ingenió para irse a Santa Marta y enlistarse en el Ejército.
“Por las noches, cuando todos dormían, aprovechaba el silencio para componer boleros”, le contó Barros a Alberto Salcedo Ramos en su patio de El Banco.
Luego de esa experiencia, regresó a El Banco para camuflarse como polizón en un barco que llevaba bultos para Barrancabermeja.
“Cuando nos contaba esas historias de que había estado en Argentina, en México, que había sido minero, se molestaba cuando le decíamos que eso era embuste. Carajo: que sí”, cuenta Katiushka, otra de sus hijas, que recuerda cómo su padre la peinaba a ella y a su hermana cada día con una cola de caballo apretada porque así -decía- se peinaban las princesitas rusas.
Y es que después de su paso por Barranca, donde siguió cantando con la guitarra que le había regalado un tío, decidió probó suerte en las minas de Segovia, donde el oro se le apareció en forma de esta canción tan vigente:
Qué será lo que busca el minero
En la oscuridad de la mina
La muerte rápida o lenta
o su esperanza perdida
acaso busca ilusiones y solo encuentra quimeras…
De ahí la vida lo llevó al Medellín guayaquilero, al arrabal de la época, a esa ciudad tanguera que idolatraba a Carlos Gardel. Barros viviría ahí no solo una de las épocas más pobres de su vida, sino, paradójicamente la que lo reafirmó como compositor y lo puso a sonar en la radio.
Días difíciles como aquel en que se atrevió a robarle una papa frita a una vieja y terminó quemado y avergonzado. “… para que no me sorprendieran, me la eché al bolsillo del saco -comprado de segunda mano-, con tan mala suerte que el bolsillo estaba roto y la papa cayó al suelo”, le contó Barros a Gossaín en una entrevista.
Luz Marina Jaramillo, la mujer que más ha investigado sobre esa etapa de Barros en Medellín, cuenta en su libro ‘José Barros, su vida, su obra’, que de día el compositor vendía juguetes y pepas para matar polillas; y de noche, componía canciones y tocaba su guitarra en las cantinas de Guayaquil.
José Barros, durante uno de sus conciertos. Archivo familiar
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De ese ambiente habrían salido tangos como ‘Mala suerte’, ‘Cantinero sirva tanda’ o ‘El suicida’, una de las canciones de la que odiaba hablar. Tangos que más adelante grabó en Perú, en la RCA Víctor.
“Barros se ponía mal cuando escuchaba en las noticias: ‘se suicida hombre en Medellín al pie de un traganíquel escuchando la canción tal’. Por eso la repudiaba, decía eso no puede ser para la muerte”, cuenta Gossaín, quien fue compadre de Barros.
Pero fue ese Medellín, que lo marcó tanto, donde su popularidad comenzó a crecer.
“Mi papá tenía un público selecto: las prostitutas, la señora de los fritos, la dueña de la pensión que lo dejaba quedar. Entonces cuando tocaba en la radio en vivo era a ellas a las que les dedicaba canciones”, dice su hija, Verushka, el vivo retrato de José Barros.
Y en Medellín estaba cuando Gardel murió trágicamente en un accidente aéreo en 1935. “Yo fui guindado en un camión al aeropuerto a ver a Gardel, figúrate…después de haberlo visto en el (teatro) Junín”, le dijo Barros a Luz Marina Jaramillo.
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La vida de José Barros estuvo inevitablemente ligada a la aventura y al amor.
No se sabe muy bien en qué momento, enamoró y embarazó a una “cachaca prestante”, Tulia Molano, con la que se casó por la Iglesia, aunque no era creyente. Con ella tuvo sus dos primeros hijos, Sonia y José.
Pero fue al conocer a Amelia Caraballo, cuando “el corazón le bailoteó pa’ acá y pa’ allá”, como él mismo dice en su libro La Piragua.
José Barros, su esposa Amelia Caraballo y su hijo Adolfo.
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Fue el amor de su vida. La mujer a la que enamoró con serenatas diarias y a la que, paradoja del amor visceral, le dedicó las más violentas canciones como ‘Pesares’:
¿Qué me dejó tu amor?
Mi vida se pregunta
y el corazón responde:
pesares, pesares.
“Él era muy romántico, me daba serenatas, me hacía poemas y canciones y así fue como un hombre de 34 conquistó a una niña de 14”, contó Caraballo en el documental ‘José Barros, rey de Reyes’, de Telecaribe.
Con ella tuvo cuatro hijos: Adolfo, Alberto, Abel y Alfredo. A ella le dedicó también uno de sus boleros más famosos: ‘Busco tu recuerdo’, inmortalizado en la voz de Charlie Figueroa.
Pero así como lograba conquistarlas, le costaba retenerlas.
“Se entregaba mucho pero las aburría. Era muy estricto, no era una persona fácil. Todas lo abandonaban”, dice Verushka Barros, hija del tercer matrimonio con Dora Manzano, a quien le compuso ‘Te conocí sin plumas’, popular en la voz de Helenita Vargas.
Con Manzano tuvo a Katiushka, Verushka y Boris, todos con nombres rusos por la fascinación de Barros por Lenin, Dostoievski y Tolstoi.
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El paso de José Barros por Suramérica fue, como él dijo alguna vez, para hacer escuela. Así estuvo en Argentina, Chile, Brasil, Ecuador y Perú, aprendiendo, escuchando músicos, viéndolos trabajar.
El investigador musical Enrique Muñoz asegura que fue en Lima donde grabó el tango 'Cantinero sirva tanda', aproximadamente en 1944.
Después, hizo una parada en Colombia para continuar su sueño en México, donde conoció a Agustín Lara. Años después, canciones como El gallo tuerto y La Llorona Loca harían parte de películas mexicanas como 'Novia a la medida’ y ‘Del Can Can al mambo’, con la música de Pérez Prado.
Y al volver a Bogotá, tras ser deportado de México por falta de documentos, se encontró con el florecimiento cultural de la ciudad y una serie de músicos como Lucho Bermúdez, Luis Uribe Bueno, Jorge Villamil y Pacho Galán, que se convirtieron en parte fundamental de su carrera.
“A mi papá le daba muy duro porque todos ellos eran personas estudiadas y él, empírico. Por eso aprendió de viejo a escribir música, por necesidad, porque aunque ellos eran amigos y le ayudaban a escribir la música, también eran competidores y no estaban dispuestos a hacer siempre las partituras para llevarlas a grabar”, dice su hija Veruskha.
Y es que José Barros era altivo, digno. Un hombre curioso en un mundo de músicos bohemios. “No se tomaba ni un trago”, afirma su hijo Boris, que le sirvió de bastón los últimos años de la vida y lo confirman más personas.
De hecho, agrega Juan Gossaín, Barros detestaba a los borrachos y era también lapidario con sus opiniones.
“Yo no soy músico, músico es el borracho, el necio que anda de fiesta en fiesta y bebiéndose a los borrachos, los detesto, yo soy compositor y mis amigos son los compositores”, le dijo a Gossaín en una entrevista.
La historia oficial dice que Barros se fue de Bogotá rumbo a Cartagena a principios de 1949, por una invitación del dueño de Discos Fuentes, Antonio Fuentes, para que hiciera parte de la nómina de la empresa y allí grabó muchas de sus canciones con los ‘Trovadores de Barú’.
Sin embargo, el investigador Enrique Muñoz asegura que Barros ya había pasado una etapa juvenil en La Heroica, junto a su hermano Adriano Barros y vivía por el barrio Torices.
En todo caso, la segunda fase cartagenera, según Luz Marina Jaramillo, le permitió a Barros ser el intérprete de sus propias composiciones. Su voz quedó grabada en temas como ‘Carnaval’, ‘Mala Mujer’ y volver a grabar el ‘Gallo Tuerto’, entre otras.
“Pero la relación económica de José Barros con la empresa Fuentes, al igual que la de los demás músicos no era buena. Las regalías por discos vendidos eran sumamente bajas, en esos años cuatro centavos por cara. En ese sentido tuvieron más de un altercado”, escribe Luz Marina Jaramillo en su libro sobre Barros y agrega que el compositor se alejò de la disquera y comenzó a mandar su música a Estados Unidos y México.
Ya viviendo en Barranquilla, Barros intentó su propio sello discográfico, Jobar, grabó El Patuleco y más adelante volvió a las discográficas esta vez con Sonolux. Se separó de su gran amor, Amelia Caraballo, y regresó a Bogotá a comienzos de los 60.
Rafael Escalona (en el medio, de guantes negros) y José Barros son considerados dos de los mejores compositores colombianos. Archivo familiar
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La nueva aventura en Bogotá fue la de un Barros ya famoso que solía escribir sus canciones en cafés de la séptima con veintitrés, donde se reunía con sus amigos compositores y donde, según sus propios relatos, habría comenzado a escribir ‘La Piragua’, esa canción que todo colombiano ha bailado o al menos escuchado alguna vez:
Me contaron los abuelos que hace tiempo,
navegaba en el Cesar una piragua,
que partía de El Banco, viejo puerto
a las playas de amor en Chimichagua.
Y entonces el hombre que volvía a estar en la cúspide de la composición con una canción que es aún un éxito mundial y que además cofundó la Asociación de Autores y Compositores (Sayco), decidió dejarse de andaduras y asentarse de nuevo en su pueblo, frente al río, con sus viejos amigos.
Allí volvió a ver su luna inmortal, en canciones como ‘El Vaquero’; a ver la “danza de barcas en el Magdalena” o, como escribió en su libro La Piragua, al lugar “donde los violines del viento cantan viejas leyendas de amores”, a El Banco, su viejo puerto.
Desde ese lugar, ya quieto, también hizo eco al crear el Festival Nacional de la Cumbia, que aún se mantiene como su legado.
“La historia de la cumbia se basa en un sentimiento melódico nacido en el corazón de los indios pocabuyes”, escribió Barros al final de su vida en un texto que trabajaba cada mañana en su casa banqueña.
En la imagen, Clemente Pérez, Juan Gossaín, el maestro José Barros, Delia Zapata Olivella y Miguel Laino, durante el Festival de la Cumbia. Archivo familiar
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Su hijo Boris lo capturaba en fotografías mientras tarareaba melodías y comenzaba así la rutina cada día: escribir, silbar, escribir.
“ '¡Boris! tráigame papel pentagrama’. O, si se le acababa, ‘¡Boris!, vaya a reclamarme el papel que viene de Bogotá’. Pero todos los días escribía música, fuera que la terminara publicando o no”, cuenta uno de sus hijos, que es productor de sonido.
También grababa canciones en un estudio que improvisó en su casa, pero era tremendamente exigente con los músicos.
Después, hacía un recorrido que puede recitar cualquier banqueño: Benito, como le dicen en el pueblo o el maestro Barros, iba donde su amiga Socorro Cárdenas, se tomaba un tinto y un vaso de agua fría, conversaba, escribía; seguía para la casa de Carmen Martínez, donde repetía el ritual, luego donde Suraya Amén, su mejor amiga, que fue asesinada; y terminaba donde los Pisciotti, hasta que sonaban las campanas de las 5 de la tarde y sus hijos pasaban a recogerlo, porque Barros ya tenía serios problemas de locomoción.
Tal vez por eso y porque, como dice Boris, lo hacía por puro placer, Barros terminó sus días escribiendo cuentos, como La Piragua, que termina como si fuera una metáfora de su vida misma:
“La Piragua fue saltada a tierra por dos bueyes, desarmaron la tolda, la voltearon bocaabajo, y así, pudo dormir su sueño de gloria lleno de leyendas”.
En sus últimos años, Barros se dedicó a escribir cuentos. Foto: Boris Barros
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CATALINA OQUENDO B.
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