Las democracia es un sistema grande. El mejor que hemos conocido.
Probablemente porque es un sistema abierto, como dice Popper. Capaz de modificarse a si mismo y adaptarse.
Y también porque nos tiene en cuenta a la gente. Es un sistema regulado en última instancia por la opinión pública en el voto.
Así que cuando nos planeemos los posibles problemas habrá que prestar especial atención a lo relativo a la apertura al cambio (equilibrio de poderes, respeto a la ley...). Pero también a lo relativo a la opinión pública.
Y la opinión pública tiene sus cosas y sus vicios. Sobre todo derivados, estos últimos, de que la gente cuando atiende a la política no lo hace con la seriedad que sí presta, por ejemplo, a su trabajo. O a la relación con sus amigos y familiares. O a su salud...
No es que no se preste atención. La atención puede ser enorme. Pero, por poner un ejemplo, esta atención puede ser como la pasión futbolera. Intensa, extensa, pero no muy responsable.
Y después de esta introducción, centro el tema: ¿qué queremos que sean nuestros políticos? ¿Representantes de nuestra voluntad en cada decisión o dirigentes a los que confiamos la organización de lo público, de nuestro entorno?
Puede parecer lo mismo pero no lo es. Cuando elijo a alguien para que dirija por mi suelo hacerlo porque pienso que estará mejor preparado que yo para la tarea y tendrá más conocimientos y dedicación. Será mi representante en tanto en cuanto es a quien he elegido. Pero no porque su posición siempre coincida con la mía, representando cada una de mis opiniones.
Esta cuestión puede parecer indiferente. Pero creo que tiene su enjundia, sus consecuencias. Básicamente por lo relativo a los peligros de la opinión pública. El gusto por que nos halaguen y den importancia, por la coincidencia con lo que pensamos y sentimos, porque nos ilusionen y entretengan, por el encanto personal...
Empiezo por una obviedad: Gente muy lista, eficaz, buena, simpática y que nos diga cosas que nos atraigan hay en todos lados pero pueden estar dedicadas a muy distintas tareas y eso último será lo importante. A qué tarea se dedican, no el como son. Por eso la labor de los políticos y sus gobiernos es tan decisiva para la marcha de los países, porque aunan y dirigen esfuerzos. No porque nos encandilen a la opinión pública como estrellas mediáticas.
Unos ejemplos:
Cuando un partido, demagógicamente, transforma el trabajar por la mejora del nivel de vida de los más pobres en luchar contra los más ricos, suele obtener lo que busca. Un empobrecimiento de los más ricos… y de la sociedad en general. Por mucho que nos satisfaga la denuncia del rico.
Cuando propone que cada decisión se tome por voto popular puede alagar nuestro deseo de ser tenidos en cuenta pero es totalmente disfuncional. Imaginemos un médico que hiciese lo que le va diciendo la familia del paciente (Podemos)
Cuando un dirigente centra su estrategia en la “formación del espíritu nacional” para agregar gente en torno a su partido. Cuando se dedica a buscar agravios, diferencias y triunfos comparativos, suele obtener eso. Una sociedad enfervorizada y enfrentada, pero no próspera y relajada. (Nacionalismos extremos)
Cuando se centran sus esfuerzos en mantenerse en el poder descalificando al contrincante, como hacía Zapatero, se consigue eso. Descalificar al PP. Arrinconarlo en Tinelles y demás. Que el resto lo odien por una memoria histórica franquista, por homófobo, por ir contra las mujeres, por disfrutar agraviando a vascos y catalanes, por despreciar a pobres y clases medias, por machacar a artistas, por insensible… se consigue que la gente acabe odiando y despreciando a ese partido por sus supuestas malas características. Se consigue que la ciudadanía acabe despreciando y desconfiando, al final, de toda la clase política.
Por eso es tan importante ahora, durante la crisis, tener un gobierno que se dedique a generar empleo, actividad y crecimiento económico. Que evite y adormezca tensiones y esfuerzos autodestructivos. Centrado en que baje el paro y la prima de riego y suban la EPA y el PIB, en que olvidemos un poco los supuestos agravios entre CCAA y colaboren entre si…
A veces es más importante fijarse en qué centra cada político su discurso que en cada frase o idea concreta. Distinguir quién se centra en encizañar con la corrupción ajena, con los agravios ajenos, con las revanchas... quien busca cautivar con fantasías, buenismos o soluciones mágicas e indoloras… y quién se centra en conseguir los logros prácticos que son de todos y para todos.
Porque por supuesto que hay que tener en cuenta corrupciones, agravios, nuevas ideas y demás. Pero no pueden ser el centro, la base de una propuesta real de trabajo y organización social.
Las democracia es un sistema grande. El mejor que hemos conocido.
Probablemente porque es un sistema abierto, como dice Popper. Capaz de modificarse a si mismo y adaptarse.
Y también porque nos tiene en cuenta a la gente. Es un sistema regulado en última instancia por la opinión pública en el voto.
Así que cuando nos planeemos los posibles problemas habrá que prestar especial atención a lo relativo a la apertura al cambio (equilibrio de poderes, respeto a la ley...). Pero también a lo relativo a la opinión pública.
Y la opinión pública tiene sus cosas y sus vicios. Sobre todo derivados, estos últimos, de que la gente cuando atiende a la política no lo hace con la seriedad que sí presta, por ejemplo, a su trabajo. O a la relación con sus amigos y familiares. O a su salud...
No es que no se preste atención. La atención puede ser enorme. Pero, por poner un ejemplo, esta atención puede ser como la pasión futbolera. Intensa, extensa, pero no muy responsable.
Y después de esta introducción, centro el tema: ¿qué queremos que sean nuestros políticos? ¿Representantes de nuestra voluntad en cada decisión o dirigentes a los que confiamos la organización de lo público, de nuestro entorno?
Puede parecer lo mismo pero no lo es. Cuando elijo a alguien para que dirija por mi suelo hacerlo porque pienso que estará mejor preparado que yo para la tarea y tendrá más conocimientos y dedicación. Será mi representante en tanto en cuanto es a quien he elegido. Pero no porque su posición siempre coincida con la mía, representando cada una de mis opiniones.
Esta cuestión puede parecer indiferente. Pero creo que tiene su enjundia, sus consecuencias. Básicamente por lo relativo a los peligros de la opinión pública. El gusto por que nos halaguen y den importancia, por la coincidencia con lo que pensamos y sentimos, porque nos ilusionen y entretengan, por el encanto personal...
Empiezo por una obviedad: Gente muy lista, eficaz, buena, simpática y que nos diga cosas que nos atraigan hay en todos lados pero pueden estar dedicadas a muy distintas tareas y eso último será lo importante. A qué tarea se dedican, no el como son. Por eso la labor de los políticos y sus gobiernos es tan decisiva para la marcha de los países, porque aunan y dirigen esfuerzos. No porque nos encandilen a la opinión pública como estrellas mediáticas.
Unos ejemplos:
Cuando un partido, demagógicamente, transforma el trabajar por la mejora del nivel de vida de los más pobres en luchar contra los más ricos, suele obtener lo que busca. Un empobrecimiento de los más ricos… y de la sociedad en general. Por mucho que nos satisfaga la denuncia del rico.
Cuando propone que cada decisión se tome por voto popular puede alagar nuestro deseo de ser tenidos en cuenta pero es totalmente disfuncional. Imaginemos un médico que hiciese lo que le va diciendo la familia del paciente (Podemos)
Cuando un dirigente centra su estrategia en la “formación del espíritu nacional” para agregar gente en torno a su partido. Cuando se dedica a buscar agravios, diferencias y triunfos comparativos, suele obtener eso. Una sociedad enfervorizada y enfrentada, pero no próspera y relajada. (Nacionalismos extremos)
Cuando se centran sus esfuerzos en mantenerse en el poder descalificando al contrincante, como hacía Zapatero, se consigue eso. Descalificar al PP. Arrinconarlo en Tinelles y demás. Que el resto lo odien por una memoria histórica franquista, por homófobo, por ir contra las mujeres, por disfrutar agraviando a vascos y catalanes, por despreciar a pobres y clases medias, por machacar a artistas, por insensible… se consigue que la gente acabe odiando y despreciando a ese partido por sus supuestas malas características. Se consigue que la ciudadanía acabe despreciando y desconfiando, al final, de toda la clase política.
Por eso es tan importante ahora, durante la crisis, tener un gobierno que se dedique a generar empleo, actividad y crecimiento económico. Que evite y adormezca tensiones y esfuerzos autodestructivos. Centrado en que baje el paro y la prima de riego y suban la EPA y el PIB, en que olvidemos un poco los supuestos agravios entre CCAA y colaboren entre si…
A veces es más importante fijarse en qué centra cada político su discurso que en cada frase o idea concreta. Distinguir quién se centra en encizañar con la corrupción ajena, con los agravios ajenos, con las revanchas... quien busca cautivar con fantasías, buenismos o soluciones mágicas e indoloras… y quién se centra en conseguir los logros prácticos que son de todos y para todos.
Porque por supuesto que hay que tener en cuenta corrupciones, agravios, nuevas ideas y demás. Pero no pueden ser el centro, la base de una propuesta real de trabajo y organización social.