Bríos de juventud y madurez de veterano descubrió Rubén Martínez Villena en Lázaro Peña. Aquel humilde hijo de albañil y despalilladora, dejó la niñez, desde su orfandad de 10 años, para volverse trabajador, y al calor de la defensa de los derechos de sus compañeros de labor fue ascendiendo de la galera de la tabaquería a secretario general de la CTC.
El líder jovial, de piel oscura y voz ronca, que llegaba a todos con su lenguaje asequible y la fuerza de sus argumentos, el defensor apasionado de la unidad, el que convocaba con el ejemplo, ejercía el mejor de los magisterios sindicales: el que enseña y a la vez aprende de la experiencia de las masas. Supo como pocos pulsar sus sentimientos y colocarse tan cerca de ellas que lo acogieron siempre como uno más entre sus filas, porque nunca dejó de sentirse tabaquero y a menudo se sentaba en su antiguo puesto de la galera para torcer uno de los puros como en sus tiempos de obrero.
Sus huellas se grabaron en la historia pasada en combativas huelgas, en audacia cotidiana al frente de los suyos, con el riesgo adicional de ser comunista; en derechos arrancados a los patronos que en las condiciones de antaño solo eran victorias parciales. Y en la historia reciente, en una sociedad de trabajadores, convocándolos para el avance de la producción y la productividad, velar por el ahorro, darle el verdadero valor al trabajo voluntario y alcanzar una retribución acorde con el aporte de cada cual, temas que llevó al memorable XIII Congreso de la CTC al que se entregó en cuerpo y alma.
Llegó a la veteranía con bríos de juventud. Su obra sigue viva.
En un Primero de Mayo.En los campos de caña.Junto a Fidel en el proceso previo al XIII Congreso.Por primera vez en Cuba un dirigente sindical comparte con un ministro.