RELACIONES CUBA-ESTADOS UNIDOS: INFLUENCIAS Y CONFLUENCIAS CULTURALES EN LOS NUEVOS ESCENARIOS.
El 17 de diciembre del 2014 marcó sin dudas un hito trascendente en la historia de las relaciones de Cuba y los Estados Unidos.
Los acuerdos divulgados en esa fecha entre los presidentes de ambas naciones – negociados secretamente durante más de dos años – dieron inicio a una dinámica diferente entre ambos gobiernos, al desarrollo de conversaciones oficiales dirigidas en un primer momento al restablecimiento de las relaciones diplomáticas y la voluntad de avanzar en el proceso de normalización de las relaciones entre ambos países.
Durante el Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, celebrado el pasado 27 de abril -el primero que se realiza luego del VIII Congreso de esta organización-, el primer vicepresidente Miguel Díaz Canel enfatizó la importancia de que la cultura cubana contribuya a que el país avance de la resistencia al desarrollo.
Un tema al cual brindaron atención los participantes en el evento fue precisamente el referido al devenir socio cultural del país, a partir del nuevo escenario creado por los acuerdos del 17 de diciembre.
El Portal Cubarte quiso unirse a este esfuerzo de reflexión y debate y para ello solicitó a un grupo de destacados intelectuales cubanos sus criterios sobre el tema. Aquí les presentamos una nueva respuesta al tema.
Consejo Editorial Cubarte.
¿Cuáles son a su juicio las principales influencias de la cultura estadounidense en la cultura cubana? ¿Podemos hablar de influencias positivas y negativas? ¿Considera Ud. que existen algunas influencias en sentido inverso, o sea, de nuestra cultura en la sociedad estadounidense?
Toda relación cultural implica aceptación y rechazo, y hay valoraciones de carácter axiológico que de una época a otra cambian por la dialéctica social, histórica y política; siempre esta dirección va a tener dos sentidos: el influjo de la cultura de allá aquí, y la de aquí, allá. Si de cultura estamos hablando, ni se acepta ni se rechaza en bloque todo; lo “positivo” o “negativo” es relativo, en dependencia del momento, y generalmente en este tipo de valoración prevalecen los criterios políticos, más efímeros y zigzagueantes que la propia condición cultural; por otra parte, lo asimilado o la resistencia son parciales, según diversas circunstancias. Por esta razón, prefiero pensar en interinfluencias entre la cultura de Estados Unidos y la de Cuba en diferentes etapas históricas.
Aunque resulta muy importante el desarrollo económico y tecnológico de un país, no siempre esto determina su prevalencia para el influjo cultural, por mucha intencionalidad política o poderío económico que se tenga. En momentos de decadencia económica de España se desarrolló espléndidamente el Barroco, y se produjo una cultura definitivamente decisiva en la de los pueblos hispanoamericanos. Hoy pueden mostrarse los límites de China para actuar culturalmente en muchos países, a pesar de su vertiginoso ascenso económico. Hay factores históricos, sociales, raciales, religiosos, espirituales, jurídicos… que deciden en el peso de las interinfluencias culturales.
A finales del siglo los cubanos terratenientes dueños de ingenios azucareros admiraron la tecnología norteamericana, especialmente la asociada a la producción de azúcar, porque encontraron un factor esencial para aumentar la productividad e ir disminuyendo las dotaciones de esclavos, lo que evitaba los riesgos de la rebelión como había sucedido en Haití. Tal vez esa haya sido la primera admiración de los cubanos hacia Estados Unidos: la eficiencia industrial, y esa superioridad tecnológica la sentimos todos cuando por necesidad tuvimos que importar tecnología de la URSS y del llamado “campo socialista” por los años 60 del siglo.
Cuba y Estados Unidos, en la formación de sus respectivos pueblos, tuvieron en una parte orígenes comunes, pues los negros del sur norteamericano y los negros cubanos eran esclavos procedentes de la costa atlántica de África. Si bien hubo un choque entre la tradición española y la modernidad norteamericana en el cambio del siglo al , incluso puede hablarse de una cultura de la resistencia por parte de un pueblo muy vinculado a las tradiciones españolas como era el cubano, no es menos cierto que muchos aspectos culturales fueron incorporados a nuestro legado: el danzón, por ejemplo, prevaleció como baile nacional frente al two step cuando el gobierno interventor lo imponía, mas entre los buenos bailadores cubanos de aquel momento todo se fue mezclando, y una orquesta charanguera tocaba una y otra piezas, y los bailadores las gozaban igual.
El intercambio musical ha sido muy importante entre Estados Unidos y Cuba, y en ambos sentidos favorecieron el desarrollo de la música de los dos países: largas giras hicieron orquestas como las de los Hermanos Castro, Siboney, Riverside, Anacaona…; Armando Romeu transcribió obras de Duke Ellington, Fletcher Henderson y de otras bandas norteamericanas; Ernesto Lecuona y Oréfiche introducen con los Lecuona Cuban Boys el “afro” en Nueva York; artistas como Louis Amstrong y Bessie Smith son atraídos por los ritmos cubanos; Mario Bauzá asume el mundo del jazz en la trompeta; los jazz afrocubanos se dejan oír en Charlie Parker, Dizzi Gillespie y Chick Corea; filineros son influidos por las baladas norteamericanas e influyen a su vez sobre el repertorio de Nat King Cole; muchos artistas norteamericanos vienen a La Habana como Benny Goodman, Frank Sinatra… y viceversa…, compartiendo un mundo sonoro en ambos sentidos.
Eso de “influencias positivas” o de “influencias negativas” es relativo y hasta puede resultar falso. Los filineros fueron criticados en su época de juventud por ser “enfermitos” y estar muy cerca de la fascinación que representa encontrarse con los ritmos norteamericanos de gran intensidad emocional, y es posible que en aquellos tiempos fueran “influencias negativas”; sin embargo, hoy nadie puede considerar que el filin sea ajeno a nuestra tradición musical y sea “negativo”. Así mismo ocurrió cuando llegó la música liberadora de Los Beatles y compañía por los años 60, que también, para miopes analistas, “enfermó” a la juventud, pero hoy muchos elementos del rock han sido definitivamente incorporados a la cancionística cubana.
La huella de Hemingway en cierta zona de la narrativa de la Isla ha sido muy comentada, y el informalismo y el pop art dejaron su impronta en algunos de nuestros artistas de la plástica. El teatro de Arthur Miller o Edward Albee, o los métodos del Actor’s Studio conformaron una buena parte de los paradigmas de nuestra escena, y el cine norteamericano ―el bueno y “el otro”― ha marcado la sensibilidad de la mayoría de nuestros mejores espectadores. En la arquitectura el Movimiento Moderno norteamericano dejó un saldo que hoy se reconoce en los nuevos rumbos de la valiosa arquitectura cubana.
La influencia norteamericana fue evidente en la preferencia por el béisbol y el boxeo antes que por el fútbol de estirpe europea, aunque en los últimos años “el más universal de los deportes” haya cobrado vertiginoso auge (¿eso es “positivo” o “negativo”?). Hábitos y costumbres en el vestir y comidas del gusto popular que, en sentido general, provenían de la cultura norteamericana, se “aplatanaron” en Cuba y han dejado una constancia ineludible de los intercambios entre ambas culturas.
El reciente interés de investigadores radicados en Estados Unidos por rastrear las huellas cubanas en la historia, la cultura y la sociedad de ese país desde épocas muy tempranas, da fe de que el influjo ha sido recíproco, y en no pocas esferas. Baste recodar el papel del padre Félix Varela en la construcción de la Iglesia Católica en Estados Unidos, o el valor de las “Escenas norteamericanas” de José Martí para la comprensión de una época en la historia norteamericana. Es imposible pensar que el flujo de la Isla hacia Estados Unidos ―hay cubanos en todos los estados de la Unión, incluida la gélida Alaska― en los últimos 50 años no tenga un peso de consideración en la cultura, el deporte, las ciencias o la educación; desde los Yankees de Nueva York, hasta el American Ballet Theater se puede seguir el rastro de “lo cubano” en la vecina nación.
¿Qué preocupaciones sobre la cultura cubana, a la luz del cambio en cuanto a las relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, considera relevantes? ¿Cuál sería el peligro mayor?
Si estamos hablando de cultura, es relevante la continuidad de casi todos los aspectos que ya se encuentran en nuestra tradición. Tanto Cuba como Estados Unidos son pueblos jóvenes; pero Cuba es un pueblo nuevo y Estados Unidos se formó como un pueblo transplantado de Europa, especialmente de Inglaterra, que antes era su metrópoli y hoy es casi su colonia; por esa razón Martí distinguía a la “América europea” de “Nuestra América”.
Sería ingenuo pensar que las relaciones culturales se producirán al margen de las intenciones políticas. Estados Unidos desde su propia formación ha pretendido apropiarse de Cuba, para lo cual ha aplicado diferentes tácticas, en dependencia del grado de oposición encontrada para ello. Ahora ha incluido en su agenda de “agresión suave” a la cultura. Desconocerlo sería pueril. Sin embargo, el carácter “electivo” en la apropiación no es nuevo para el pueblo cubano, y es de esperar que prevalezca en las nuevas circunstancias.
De alguna manera, Cuba, como pueblo nuevo, está en capacidad de aceptar más ingredientes al “ajiaco”, pues Don Fernando siempre aclaró que la cazuela estaba destapada. En ese sentido, los cubanos tendremos menos prejuicios o preocupaciones para aceptar otros ingredientes culturales, cuando se produzcan unas relaciones más fluidas entre nuestros pueblos. Los Estados Unidos, por tratarse de un continente de 50 estados, con muchas tradiciones conservadoras apegadas a su cultura, seguramente deberán tener no solo más prejuicios, sino más preocupaciones.
Sin embargo, es peligrosamente iluso desconocer peligros reales. Nuestras escuelas están divorciadas de la vida cultural, no existen mecanismos eficaces de integración para llevar adelante un programa cultural coherente que revele de manera indirecta y sutil nuestras fortalezas y valores actuales, en los cuales creo. Cada día el mundo está más interconectado, y resulta imposible no usar eficazmente las herramientas horizontales de la sociedad civil para construir un imaginario atractivo en las nuevas generaciones, que represente las aspiraciones de felicidad para todo el pueblo cubano.
Por otra parte, el debate sobre estos temas no alcanza visibilidad suficiente, y nuestra política informativa pareciera dirigida en los medios masivos a personas mayores y convencidas. El peligro mayor para nosotros es que somos pésimos divulgando nuestros valores, tenemos muy poca eficiencia en la promoción y poca eficacia en la publicidad para mostrar esas fortalezas, manejamos esquemas muy antiguos y desactualizados para influir culturalmente entre las nuevas generaciones. En eso los norteamericanos han sido muy poderosos y dinámicos.
El llamado “peligro mayor” para Cuba es que por mantener esquemas de propaganda obsoleta, y aferrarse a estructuras y contenidos docentes anquilosados, un sector de la población, tal vez más amplio de lo que suponemos, quede cautivo de la eficacia norteamericana. Un ejemplo: en un país que fue pionero en el arte del cartel político en los años 60, ¿alguien ha reparado en las vallas, todavía de papel, que se leen en la vía?
¿Qué papel juega el histórico antimperialismo de los cubanos en este proceso?
Tuvimos casi un siglo más de colonialismo español que el resto de los pueblos de América española, con la excepción de Puerto Rico; pero además, tuvimos por más de medio siglo una republiquita muy dependiente de los Estados Unidos. Esta circunstancia histórica, económica, social y política, ha incorporado a la cultura un atípico proceso de construcción de una sociedad que conserva muchos rasgos de la cultura española, que siente con orgullo la africana, que no excluye a otras como la asiática y la árabe, que suma sin prejuicio a la francesa entre otras, y también ha incorporado muchos aspectos de la cultura norteamericana.
Quienes nacieron hasta los años 50 vivieron ese “histórico antimperialismo”, cuando en los 60 la joven Revolución cubana era admirada por todo el mundo, el enfrentamiento entre Cuba y Estados Unidos incluyó la vía militar cotidiana para defenderse, y además, esta situación llegó a poner en peligro a la paz mundial. Sin embargo, los que nacieron después de los años 80, y que en estos momentos son los jóvenes, desde niños lo que vivieron fue, además de las crisis de paradigmas como la URSS y el “campo socialista”, éxodos populares y masivos hacia Estados Unidos y el llamado “Período Especial”, de graves consecuencias para los logros culturales, sociales y políticos de la Revolución.
Pero esta Isla nunca estuvo aislada, pues su principal característica es que está llena de puertos de intercambio, donde hay despedidas y adioses, pero también recibimientos y bienvenidas. Cuba ha enfrentado en su historia a las potencias imperiales más grandes que ha conocido el planeta: al asedio de los piratas franceses e ingleses, la mayor invasión británica que atravesó el Atlántico, la permanencia del colonialismo español con todas sus fuerzas cuando su poder se concentró en la Isla y el imperialismo norteamericano, el más poderoso que haya conocido la humanidad, y a estos dos últimos, los ha derrotado por las armas. Tres revoluciones en unos 70 años (1895, 1933 y 1959), demuestran la naturaleza antimperialista del pueblo cubano. La rebeldía contra los imperios o los malos gobiernos subordinados a ellos, y el rechazo al pensamiento imperialista es una realidad histórica, pero sin ningún prejuicio hacia ninguna cultura.
Esta tribu no es antinorteamericana, pero se rebela ante criterios imperiales que la quieran humillar o denigrar, porque si hay un valor fuerte entre los cubanos es la dignidad, incluso en muchos que no son revolucionarios. Considero que aquí hay una vocación de independencia y soberanía tan arraigada que persiste en una buena parte de la población, un sentimiento de defensa de estos valores que se resiste a la implantación de un pensamiento hegemónico imperialista.
¿El impacto cultural que conlleva el incremento de las relaciones entre ambos países debe dejarse a la espontaneidad? ¿Cuál debería ser el papel de las instituciones culturales cubanas en la conducción de ese proceso?
Nunca nada ha sido espontáneo en la Historia, y en la medida en que avanzó la modernidad se ha hecho más evidente que una buena parte de las circunstancias culturales han sido provocadas. Las políticas culturales de Cuba y Estados Unidos pueden contribuir mucho para acelerar de la mejor manera posible las relaciones entre estos dos pueblos, pero no se pueden descartar las malas intenciones y las pretensiones de asimilación o destrucción. Las instituciones culturales cubanas desempeñarán un papel fundamental en la conducción de este proceso, en alianza con los artistas e intelectuales que deben guiarlo.
Si bien no debe dejarse nada a la espontaneidad, tampoco pueden las instituciones cubanas forzar sus programas y proyecciones bajo estructuras desactualizadas, con criterios burocráticos y con objetivos y misiones obsoletas que es imperioso revisar. Es imposible que se puedan enfrentar las nuevas realidades ―más allá de las relaciones con Estados Unidos― con los instrumentos y herramientas jurídicas o legales, financieras, industriales y comerciales que se tienen ahora mismo; imposible que puedan funcionar con las estructuras que se diseñaron para otro siglo y otra era.
Los ejemplos más evidentes son las instituciones que dependen directamente de industrias para su funcionamiento, como el cine y el libro. Ambos casos exigen ya leyes, para no dejar nada a los criterios efímeros; una ley de cine, muy reclamada por los cineastas desde hace tiempo, que regule los procesos y las relaciones del creador con la institución, de la producción y la exhibición resulta imprescindible; también será necesaria una ley del libro que actualice el sistema editorial cubano a tono con los nuevos tiempos. Nadie podría entonces actuar de manera venal, arbitraria o personal, ni con los Estados Unidos ni con nadie, y se determinarán con precisión las actuales funciones institucionales del cine y del libro, de manera que se pueda funcionar racionalmente a la luz de las actuales condiciones de producción y distribución.
En sentido general, las instituciones culturales cubanas deben ser receptivas ante las relaciones, sin prejuicios ni dogmatismos, siguiendo el respeto a lo refrendado en leyes y disposiciones que respondan en definitiva a la defensa de los artistas y escritores, y, al mismo tiempo, al patrimonio cultural de la nación.
El Consejo aprobó la creación de un Grupo de trabajo que dará seguimiento a este tema. ¿Cuáles serán los objetivos y funciones del mismo?
Uno de los problemas más importantes o esenciales que se mantiene en el sector cultural es la falta de coherencia, y a veces, la falta de cohesión. Lo que se está haciendo en la capital se niega en alguna provincia; lo que se afirma por una institución, se niega por la otra; lo que se avanza en un terreno, se retrocede en otro. No quiere decir que todas las instituciones se pongan de acuerdo para hacer lo mismo, sino todo lo contrario; mientras más diversidad, mejor; solo que cada una debe tributar desde su perfil a una dirección común de enriquecimiento espiritual y cultural para lo que se ha diseñado en su programa. Por tanto, uno de los objetivos y funciones de este Grupo deberá ser la regulación armónica de estos procesos, pues la interpretación de la letra de los documentos rectores de la política cultural del país debe tener el mismo espíritu en todas las instancias y manifestaciones. Este debe ser uno de los objetivos y funciones de ese Consejo: esclarecer y dialogar con las instituciones, no para censurar ni prohibir, sino para debatir y consensuar un trabajo coherente y cohesionado.
Una vez arreglada la casa, es imprescindible interactuar fuera de ella. La cultura cubana no son las funciones del Ministerio de Cultura. La real cultura de Cuba es también la labor educativa de las escuelas, la formación en las universidades, la imagen de la prensa, la radio, la televisión y los medios electrónicos; la cultura dialoga con la ciencia, el deporte, las religiosidades, con las normas sociales y fundamentos políticos, con los aspectos cotidianos del quehacer como las costumbres, los hábitos de consumo, la psicología social... Y hay que proponerse también un programa sólido de relaciones con otros sectores institucionales, organismos, órganos y organizaciones de masas y políticas.
¿Desea agregar algo más sobre el tema?
No estaría completa toda esta proyección de trabajo que tiene como plataforma de lanzamiento a la UNEAC, si no se involucran, no como invitados sino como participantes activos, los funcionarios políticos del Partido Comunista de Cuba que influyen o que tienen que ver con estos temas. En estos procesos culturales se requiere de un acompañamiento de especialistas de la política que hagan política en las instituciones culturales. Sería un magnífico ejercicio también para esos dirigentes. Además, será necesario el concurso de otros sectores que aporten lucidez técnica a estos complejos temas con muy diversas informaciones que a veces no se visibilizan claramente; en ese sentido, el Ministerio de Relaciones Exteriores aportaría elementos esenciales.
Quiero insistir en que no estaría completo el análisis del impacto de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, si no se plantea la modificación radical de la política informativa que se ha seguido en los medios durante mucho tiempo. Si bien ha mejorado en los últimos cinco años, continúa con muchos arrastres negativos. Considero que también debe discutirse en nuestro parlamento una Ley de Prensa que regule desde la ética del periodista hasta la responsabilidad de cada medio y los nuevos retos que impone el presente. Falta transparencia en noticias imprescindibles a la ciudadanía, y tal pareciera que no se confía en la inteligencia y condición revolucionaria del pueblo para asimilarlas; continúa el “secretismo”, que no pocas veces y hasta sin quererlo, ampara la corrupción y no alerta sobre cuestiones sensibles; siguen prevaleciendo enfoques triunfalistas o maniqueos, que el receptor común contrasta con la práctica; se mantienen medias verdades que no convencen y hasta un lenguaje desusado que pretende levantar el espíritu político-moral pero que es causa de burla o aburrimiento entre nuestros jóvenes. Con esta pobreza no se pueden desafiar las técnicas sofisticadas de manipulación manejadas por buena parte de los medios de los enemigos históricos del pueblo cubano, por muchas verdades irrefutables que defendamos en un mundo cada vez más irreversiblemente interconectado.
También desearía apuntar que si bien en Cuba deben perfeccionarse los temas de la democracia socialista participativa, y avanzar más en los derechos individuales, civiles y políticos ―no porque lo desee el gobierno norteamericano, sino porque es un requisito y una necesidad del verdadero socialismo―, los Estados Unidos no están en condiciones de ofrecer lecciones a la Isla, pues como ha dicho José Martí desde allí mismo, la democracia debe ejercerse “con todos y para el bien de todos”, y resulta escandalosa la exclusión social, la discriminación y la brutalidad policial, entre otros factores; así mismo, creo que son los norteamericanos los que deben tomar nota sobre el ejercicio de los derechos colectivos, sociales y económicos en Cuba, un país que a pesar del bloqueo, ha dado ejemplo de cómo mantener, hasta el límite posible, la justicia social para su pueblo.