En estos días, se habla tanto de Grecia, que, entre otras cosas, a uno se le ocurre pensar hasta de las llamadas “raíces cristianas” de Europa. ¿Dónde están esas raíces? Y si es que están en algún sitio, ¿qué hemos hecho de ellas y con ellas? Es verdad que, hasta el papado de Benedicto XVI, se habló de este asunto. Es cierto que argumentos tan nobles y tan serios, como es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se gestaron y nacieron en Europa. Pero, seamos sinceros, ¿qué queda de las raíces que plantó san Pablo desde Tarso hasta Roma, por lo menos? ¿Qué nos queda de aquello? ¿La “vergogna” de Lampedusa, como ha dicho el papa Francisco? Si hemos hecho del Mediterráneo un inmenso y pestilente cementerio en el que quedan sepultados miles de criaturas que huyen del espanto de la hambruna y la violencia, que Europa viene sembrando en África, desde hace siglos, a base de dominación y robos, esclavitudes y miserias.
En fin, no es cuestión ahora de ponerse a recordar una historia que es tan penosa como ejemplar, según quien la mire y la relate. De todas maneras – y por lo que viene al caso de lo que estamos viviendo – hay algo que siempre tendríamos que recordar. Y es que la verdadera razón de lo que está ocurriendo ahora, entre Atenas y Bruselas, no tiene sus raíces en el Evangelio, sino en las XII Tablas, que marcaron el Derecho de Occidente hasta el día de hoy. Ahora bien, si en algo están de acuerdo los entendidos en este asunto, es que el principio determinante de las XII Tablas era defender, a toda costa, el derecho de propiedad. Por encima de la vida misma, cuando el ladrón era capturado en el acto mismo del robo. Esto creó una cultura que, hasta el día de hoy, antepone la propiedad a la vida, caiga quien caiga.
¿El Evangelio es, de verdad, la raíz de nuestras convicciones? Que lo pregunten en Atenas. Y, sobre todo, que lo pregunten en Bruselas. Seamos sinceros: lo que más nos preocupa a la enorme mayoría, de los ciudadanos de la Unión Europea, no son las víctimas de la propiedad acumulada por un número reducido de verdugos. Lo que más nos preocupa, ahora mismo, es que los verdugos no sigan acumulando implacables lo nuestro. Lo del Evangelio y lo de las raíces cristianas…, eso está bien para el sermón del domingo. Con eso, ¡basta!. ¿Y seguimos asegurando, tan campantes y convencidos, que somos cristianos a carta cabal?