En vísperas de las embajadas
“Somos nosotros los cubanos los que tenemos la responsabilidad moral de aprovechar las ventajas de las nuevas circunstancias creadas en Cuba para trabajar por una patria mejor”, así concluye esta “Carta abierta sobre la reanudación de relaciones Cuba-Estados Unidos”, firmada por más de treinta cubanos exiliados que no esperan que Washington le saque las castañas al fuego, ni que los Castro vayan a hacer concesiones por el solo hecho de la reanudación de estas relaciones. El grupo Concordia, que no es una organización, sino un grupo de amigos residentes en distintos países con ideas muy afines sobre el tema de su patria, acaba de dar a conocer esta declaración en vísperas de que se abran ambas embajadas en los respectivos países.
Todos los políticos de origen cubano que ocupan cargos congresionales en los Estados Unidos manifestaron su rechazo a ese paso sin analizar a fondo los posibles efectos ventajosos para el propio avance de la causa de la libertad de Cuba, a pesar de que la política de guerra fría, la de aislamiento y restricciones económicas, no sólo no ha dado fruto alguno por más de cinco décadas sino que ha frenado la solución de ese conflicto, entre otras razones por imponer ante el mundo la falacia de que la verdadera contradicción del conflicto cubano es externa, entre un pequeño país rebelde y el gran imperio que insiste en devolverlo, como oveja negra, al redil de sus zonas de influencia, cuando la verdadera es interna, entre un régimen altamente centralizado y una ciudadanía a la que se niegan derechos y libertades fundamentales. El llamado bloqueo sólo ha servido para justificar los efectos desastrosos de una política económica absurda, y a quien único ha servido la política de guerra fría, un cadáver al que se le obliga a andar como un zombi en el caso cubano, es a la dirigencia de la isla, interesada en justificar la represión y el procesamiento contra todo el que disienta de la política oficial bajo acusaciones de traición a la patria y de servir a una potencia enemiga. La reanudación de relaciones, además de otorgar a la diplomacia estadounidense una mayor influencia en Cuba en el campo de los derechos humanos, tiende a generar condiciones para el libre movimiento, el contacto con el exterior y un mayor acceso a la información de una población que en consecuencia, adquirirá una mayor amplitud de mente para decidir qué le conviene y cómo alcanzarlo.
Sin embargo, esos congresistas se aferran a la política de aislamiento, como si lo único importante fuera utilizar el tema cubano para atacar a un presidente demócrata en tiempos de elecciones. Como es ya usual, el tópico se reduce a eso: a la defensa de los intereses personales en la política doméstica. Paradójicamente, las encuestas muestran que quienes opinan lo contrario, constituyen la mayoría en la comunidad cubana de los Estados Unidos, incluso en lo que se considera la meca del pensamiento político conservador: el Sur de la Florida. En otros países, incluyendo a la propia Cuba, no hacen falta encuestas, pues las manifestaciones espontáneas evidencian sobradamente las inclinaciones predominantes, sólo que no son generalmente las de quienes pueden aportar jugosas contribuciones de campaña, pero sí las de una generación pujante con una nueva (y más realista) forma de ver las cosas.
A esa nueva generación sin suficiente voz para hacerse escuchar, tanto en Cuba como en la Diáspora, representa Concordia como “la voz de los que no tienen voz”, una frase que, por cierto, se popularizó hace un cuarto de siglo cuando el Buró de Información de Derechos Humanos se convirtiera, fuera de Cuba, en la voz de una disidencia interna que por entonces no contaba con ninguna simpatía en esa meca, cuyos intereses dominantes no demoraron luego en brindarle un apoyo condicionado e infundirle un discurso ajeno a la realidad interna que los divorció del resto del pueblo. Esa retórica pertenece a un mundo que con la apertura de las embajadas, dará simbólicamente el primer paso hacia un pasado que ya va quedando definitivamente atrás.