Había oído hablar mucho sobre Fabio Grobart en mi niñez. Lo imaginaba un gigante de espaldas anchas, imagínense mi asombro al tener ante mí a un hombre de pequeña estatura, incluso para mí que tenía apenas 11 años y nunca he sido alto. De ojos claros detrás de gruesos lentes, hablaba pausado en un español correcto, aunque arrastraba la erre, como los franceses.
Años después, en mis tiempos de universitario, tuve que redactar una ponencia sobre el movimiento obrero cubano. Fui a verlo a lo que hoy es el Instituto de Historia de Cuba, que entonces presidía. Yo tenía en mente escribir algo sobre Mella pero él me sugirió a Alfredo López. “Pero si es un anarquista”, objeté desde mi ignorancia. “Un anarquista en evolución al marxismo”, me rectificó. Por Fabio supe de la relevancia de ese líder sindical. Desde entonces quedamos amigos.
El azar concurrente me llevó, una década más tarde, a la redacción del diario Granma. Se avecinaba un aniversario de la fundación del primer Partido Comunista de Cuba y alguien propuso una entrevista a Fabio. Me recibió en su oficina del Comité Central. “Me han hecho muchas entrevistas y siempre preguntan lo mismo”, protestó. “Si me preguntas algo que no haya respondido antes, contesto tu cuestionario”.
Al día siguiente me presenté de nuevo en el lugar con una grabadora Sony del tamaño de una caja de zapatos y le dije: “En todas sus biografías se dice que nació en la Polonia rusa, pero nunca señalan en qué localidad”. Fabio sonrió. Tuve mi entrevista.
“Si te digo el nombre del pueblo donde nací (el 30 de agosto de 1905) no lo podrías pronunciar. Se escribe (tomó mi agenda y en una correcta caligrafía puso: Trzciany), se pronuncia Tchiané, pertenece al municipio de Byalistok, en Polonia”. Asistió a la escuela solo hasta la adolescencia. Trabajó como aprendiz en un taller de confeccionar calzado, luego en una sastrería. Ingresó en la Liga Juvenil Comunista y ante la amenaza de ser condenado a prisión, sus compañeros lo metieron en un barco que navegaba hacia Cuba. A La Habana llegó en 1924. “No conocía nada de este país, ni siquiera el idioma. Pude colocarme en una sastrería de unos compatriotas y en uno de mis pa-seos nocturnos veo a través de una puerta entreabierta un retrato de Lenin. Era el local de un sindicato”.
Se vinculó al movimiento obrero y en el centro proletario de la calle Zulueta departió con Baliño y Mella. El 16 de agosto de 1925 participó en la fundación del primer Partido Comunista de Cuba (PC), en cuyos documentos aparecía con el seudónimo de Yunger Semjovich, aunque luego utilizó los de Otto Modley, Aaron, Fabio…
En 1927 conoció a Rubén Martínez Villena, de quien fuera amigo y estrecho colaborador cuando aquel, de abogado asesor de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), devino jefe reconocido de la clase obrera cubana. En 1930, tras las concentraciones obreras por el Primero de mayo, Fabio cayó preso y en el Castillo del Príncipe “inicié mi hermandad de conciencia y corazón con Blas Roca”, quien luego encabezaría aquel primer PC de 1934 a 1961. Amnistiado tras cinco meses de cárcel, la tiranía machadista volvió a arrestar a Fabio y lo expulsó de Cuba en 1932.
Tras la apertura democrática de 1937, el Partido tuvo un periodo de legalidad. Fabio desempeñó importantes responsabilidades dentro de él, entre ellas la secretaría de Organización. En 1951 el PC (que desde 1944 había adoptado el nombre de Socialista Popular) lo envió como su representante a la Federación Sindical Mundial (FSM), desde donde promovió la solidaridad internacional con los revolucionarios que combatían la tiranía batistiana.
El triunfo revolucionario de 1959 le trajo una alegría largamente esperada. “Yo pensaba en fechas del movimiento revolucionario, de la historia del Partido soviético, las revoluciones rusas de 1905 y 1917, pero esto era algo que no se parecía a los acontecimientos históricos conocidos, porque era consecuencia de una lucha militar, una insurrección popular armada de revolucionarios encabezados por Fidel”.
Sus responsabilidades en la FSM no le permitieron regresar a Cuba hasta 1960. En los inicios de 1961 conoció personalmente a Fidel. “Pude darme cuenta de la extraordinaria y atractiva personalidad que era. Le tomé una gran simpatía, me sentí con él como si hubiera hablado con un viejo amigo, un hermano que hacía años no veía. Antes había conocido a Raúl, cuando visitó mi casa en Checoslovaquia (1960). Igual me pasó con él, nada hubo que me hiciera sentir como ajeno cuando conversábamos, sino como viejos compañeros de lucha”.
Fundador del actual Partido Comunista de Cuba, fue miembro de su
Comité Central desde su constitución en 1965 hasta su IV Congreso en
1991 y tuvo el honor de presentar a Fidel como Primer Secretario en los
tres primeros cónclaves partidistas. También ejerció como diputado a la
Asamblea Nacional.
Agotado el cuestionario (aquella entrevista la
publicó Granma el 16 de agosto de 1990), me despedí con una última
pregunta: “¿Cuál es su verdadero nombre?”. “Mis padres me pusieron
Abraham… Ya con la revolución el Ministerio de Justicia legalizó mi
nombre, al igual que hizo con muchos combatientes. Por eso no mentiría
si te digo que me llamo verdaderamente, y así me conocieron y me
conocen, Fabio Grobart”.