Felipe González: el hombre que necesitaban
Una revista argentina de gran tirada
me pidió, allá por 1996, que trazara un “perfil”
De Felipe González.
Éste es el texto queles envié y que
publicaron.
A comienzos de los años 60, el Pentágono ya era consciente de que el
régimen de Franco difícilmente sobreviviría a su sangriento fundador. Según
sabemos hoy gracias a la desclasificación de los documentos oficiales
norteamericanos de la época, Washington comprendió que era necesario ir
preparando una sucesión al franquismo que no pusiera en peligro los intereses
norteamericanos en España, país de primera importancia estratégica de cara al
Mediterráneo.
Trazó un plan. Sin prisas. No se trataba de ponerlo en práctica de
inmediato. Habló con sus socios socialdemócratas europeos: con los alemanes,
con los italianos, con los suecos, con los franceses. Fijaron en comandita un
retrato-robot del partido y del líder que les hacía falta para conseguir que,
cuando no quedara otro remedio, en España pudiera cambiar todo y todo siguiera
igual, según la máxima lampedusiana.
Entretanto, su hombre se paseaba por Lovaina (Bélgica) en busca de
patronazgo.
Había nacido en Sevilla el 5 de marzo de 1942 y pasado una infancia y
una primera juventud sin sobresaltos. Antifranquista, se había cuidado de
disimularlo. La Policía política no encontró nada molesto en él, básicamente
porque él no hizo nada que pudiera molestarla.
Con los libros de Derecho aún bajo el brazo, marchó a Bélgica. «Si la
democracia cristiana europea le hubiera ofrecido una beca, se habría hecho
democristiano», dice quien ejercía entonces de responsable de las Juventudes
Obreras Católicas en Lovaina. Fue la socialdemocracia alemana la que reparó en
él, y se hizo socialista. En 1962 entró en las Juventudes Socialistas. Y dos
años después, en el PSOE.
Llegaba a su término la década de los 60 cuando el núcleo de
estudiantes de Madrid con los que González trabó pronto contacto acudió a la
Embajada de los EEUU en la capital de España a ofrecer sus servicios para
combatir «contra la creciente influencia comunista en la Universidad», según
consta en un mensaje reservado –hoy público– que la legación diplomática estadounidense
remitió de inmediato a sus jefes. Washington decidió apoyarles de cara a una
meta más amplia: acabar con la vieja y anquilosada dirección del socialismo
español y ponerla en sus manos. El objetivo lo lograron en 1974, en el Congreso
que el PSOE celebra en Suresnes, cerca de París.
A partir de ese momento, la maquinaria de la poderosa socialdemocracia
europea, con respaldo norteamericano, se pone a la obra. Dedica ingentes
cantidades de dinero a promocionar al nuevo PSOE y a su líder. Lo pasea por
Europa y consigue que en España la Policía no estorbe sus actividades. Cuando
Franco muere, el tinglado aún no está del todo a punto, pero sí lo
suficientemente rodado. González se aprovecha de las debilidades del Partido
Comunista de España, dispuesto a cualquier cosa para conseguir su legalización,
y lo embarca en la empresa de la reforma del régimen franquista. En las
primeras elecciones dignas de ese nombre –pero que se celebran cuando aún
algunos partidos políticos siguen en la ilegalidad–, el PSOE de González queda
en segundo lugar, por detrás del partido de los franquistas reconvertidos en
demócratas, pero el PCE queda prácticamente fuera de juego. En 1982, González
logra vencer y obtiene mayoría absoluta: es la culminación de lo planeado más
de veinte años atrás.
Lo ocurrido durante los casi 14 años posteriores de Gobierno felipista es sabido: España culmina su
integración en la OTAN, entra en la CE (ahora UE) y se adhiere plenamente a las
doctrinas económicas imperantes en los organismos internacionales del ramo:
FMI, OCDE, Banco Mundial, etc. La modernización
del país, real, conduce a la desindustrialización y al paro creciente. El PSOE
se instala entre banqueros y especuladores, convirtiendo el monetarismo en
dogma de fe. Arrogante, cree que puede acabar con el terrorismo de ETA por la
vía rápida y pone en marcha los GAL, nombre que encubre el terrorismo de Estado
y que certifica la muerte de 28 personas, algunas ajenas a ETA, secuestradas o
asesinadas por error.
Algunos han creído ver en todo ello un proceso de degeneración: del
socialismo juvenil al neoliberalismo rampante. No hay tal. «El Poder no
corrompe; sólo desenmascara»: la observación de Rubén Blades encaja a la
perfección referida a González. De joven fue ambicioso, marrullero, simpático,
guapo, listo, nulamente escrupuloso, sin principios, visceralmente
anticomunista. Con el tiempo se ha hecho más viejo y menos simpático. En todo
lo demás, sigue siendo exactamente el mismo.
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