Deaton se enrola dentro de la visión teórica dominante de la economía, pero no es un defensor a ultranza de las recomendaciones de políticas neoliberales. Lo distinguieron por sus trabajos sobre el comportamiento del consumo y la medición de la pobreza.
El Premio Nobel de Economía fue entregado al investigador escocés Angus Stewart Deaton. La Academia Sueca de Ciencias argumentó que sus trabajos sobre el comportamiento del consumo de los hogares en el largo plazo, la medición de la pobreza y los estudios sobre el bienestar en los países en desarrollo le valieron el galardón. El profesor de la Universidad de Princeton en Estados Unidos se enrola dentro de la visión teórica dominante de la economía. Sin embargo, no es un defensor a ultranza de las recomendaciones de políticas neoliberales como sí fueron algunos de los más recientes ganadores del tradicional reconocimiento. “La vida es mucho mejor hoy que en cualquier momento de la historia. Mucha más gente es rica y menos personas viven en la pobreza extrema. Sin embargo millones todavía experimentan los horrores de la desnutrición y la muerte prematura. El mundo es enormemente desigual”, afirma en una de sus últimos libros.
Deaton nació en Edimburgo el 19 de octubre de 1945. Matemático de formación, devino en un microeconomista y se especializó en el diseño de modelos de demanda de los consumidores utilizados para estimar el comportamiento de los individuos ante variaciones en los precios y sus ingresos. Desde la visión de los encargados de anunciar al ganador en Estocolmo, esas herramientas teóricas que ofrecerían una mejor comprensión de las decisiones de consumo se volvieron imprescindibles para “diseñar las políticas económicas que promuevan el bienestar y reduzcan la pobreza”.
El investigador, autodenominado keynesiano, recibirá en diciembre 8 millones de coronas (alrededor de 960 mil dólares). Deaton es miembro de la Academia Británica y presidente de la Asociación Americana de Economía y el año pasado recibió el prestigioso premio Leontieff junto con el economista heterodoxo Jamie Galbraith. Las investigaciones más recientes del flamante Nobel están enfocadas en la medición de la pobreza y el bienestar (una aproximación a la “felicidad” para los microeconomistas) así como al análisis y la comparación de esos datos a lo largo del tiempo y en diferentes lugares. Algunas de sus contribuciones más significativas permitieron sofisticar los indicadores de pobreza incorporando a esas estimaciones aspectos vinculados al uso de los servicios de salud, el acceso a la educación y la esperanza de vida. En ese sentido el economista remarca que la pobreza debe medirse en forma relativa y no en términos absolutos de forma que gran parte del “progreso” global registrado en las últimas décadas sería significativamente menor.
El último libro de Deaton, The Great Escape: Health, Wealth and the Origins of Inequality, advierte precisamente cómo si bien millones de personas consiguieron salir de la pobreza extrema a lo largo de los últimos años, gran parte de la humanidad sigue experimentando condiciones de vida muy precarias. Desde su perspectiva neoclásica una de las causas centrales a la hora de explicar la persistencia de elevados niveles de pobreza en los países en desarrollo es que esos estados carecen de las “instituciones necesarias” (seguridad jurídica y respeto por derechos de propiedad) para impulsar el crecimiento ignorando otros determinantes como la restricción externa.
Durante 2012, el economista criticó las políticas de ajuste desplegadas por Europa: “Los problemas estarían más cerca de resolverse si se llegase a un acuerdo para revertir las políticas de austeridad. Hay que introducir políticas de estímulo. Si Alemania, Francia, Holanda y otros se pusieran de acuerdo para impulsar sus demandas, el conjunto de la Zona Euro saldría del agujero en el que está metido”, expresó en 2012 durante una entrevista con la publicación española Cinco Días.
Sin embargo, desde la visión de Deaton la austeridad y la consecuente destrucción de puestos de trabajo no necesariamente representa el mayor problema para el bienestar de las personas ya que su felicidad no depende solamente de sus ingresos monetarios. “Los programas de austeridad deben diseñarse para proteger a los más desfavorecidos, porque la pobreza puede arruinar gran parte de lo que importa a la gente. Pero si eso se logra, por más que la gente percibe la austeridad con enorme fastidio, hay muchas menos razones para preocuparse por la felicidad. La gente seguirá siendo igual de feliz (o infeliz) que antes, se preocupará quizá un poco más, pero no por ello estará más triste, o más enfadada, y disfrutará igual de sus vidas. La austeridad es mala –ya lo creo que lo es–, pero no tiene por qué destruir nuestros placeres diarios”, escribió ese mismo año en una columna de opinión publicada en el diario El País.