Las flores que ayer cubrían la tumba de Francisco Franco, en el 40º aniversario de su muerte, serán tan frescas como las de cualquier otro día. Exhibido en el Valle de los Caídos, en una enorme basílica en las afueras de Madrid, el ex dictador fascista de España tiene una sepultura digna de cualquier rey. El hecho de que 40.000 víctimas de la Guerra Civil que lo hizo trepar al poder están enterradas en el mismo lugar suma a la sensación de que, a pesar de que Franco se ha ido, no puede ser olvidado.
Sólo en Madrid, todavía hay más de 150 calles y plazas con nombres de sus ministros y oficiales militares. Aunque hace mucho que el país abrazó la democracia, su memoria y su legado nunca están lejos de la superficie.
Imagínese si la historia hubiera resultado diferente: ¿qué pasaría si, en lugar de pegarse un tiro en un bunker de Berlín en 1945, Adolf Hitler hubiera triunfado sobre las fuerzas aliadas y gobernado la Alemania nazi durante décadas? Hoy podría estar sepultado en un mausoleo similar en Berlín.
“Hoy en día en España hay básicamente tres escuelas de pensamiento sobre el legado de Franco”, dice el doctor David Mathieson, el autor de la Primera Línea de Madrid, un libro sobre el papel de la capital en la Guerra Civil y el propietario de los sitios españoles, que organiza recorridos por los campos de batalla del conflicto. “Están los que piensan que fue un terrible dictador; los que piensan que salvó España del comunismo; y los que simplemente no quieren pensar en ello.”
La cuestión de la brutal Guerra Civil, que entre 1936 y 1939 dejó más de medio millón de muertos y llevó a casi cuatro décadas de larga dictadura de Franco, aún divide a los españoles. Ni la guerra ni la dictadura se enseñan en las escuelas y la mayoría de los principales historiadores sobre el tema son británicos o americanos.
“Cuando dos españoles se reúnen, a los 10 o 20 minutos sabrán de qué lado estaban sus familias”, dijo José Martínez Soler, periodista que fue secuestrado y torturado por la policía española en los meses posteriores a la muerte de Franco, por escribir que sus seguidores posiblemente estaban planeando un golpe de Estado. “La Guerra Civil y la dictadura todavía tienen un gran impacto, incluso hoy en día –dice–. Sigue siendo una carga, nadie quiere hablar de ello. Después de Franco, hubo un acuerdo tácito de ambos lados de no hablar del asunto. Lo último que alguien quería era provocar otra Guerra Civil. No se olviden de que 1939 marcó la victoria de Franco, que no fue el comienzo de la paz.”
En otros países, las comisiones de la verdad permitieron que se expusieran primero y luego se sanaran las profundas heridas causadas por el conflicto interno y la tiranía; en cambio España enterró su memoria colectiva.
Durante casi 20 años después de la muerte de Franco, los sucesivos gobiernos españoles, tanto de izquierda como de derecha, no hicieron absolutamente nada para enfrentar a la dictadura. Sitios de guerra en ruinas permanecieron intactos y destacados miembros de la dictadura se quedaron solos, muchos muriendo pacíficamente en sus camas años después.
El 11 de marzo de 2004, ese consenso comenzó a cambiar a raíz de los ataques terroristas en la estación de Atocha, de Madrid, que dejaron 191 muertos. El entonces primer ministro de España, José María Aznar, el líder del Partido Popular (PP), de centroderecha, que se había convertido en el hogar de los antiguos miembros del gobierno de Franco, había sido miembro de la coalición de George W. Bush y Tony Blair en Irak un año anterior. De inmediato se culpó al grupo terrorista vasco ETA, por el ataque. Pero se comprobó que los atentados fueron perpetrados por islamistas: los españoles acusaron a Aznar de mentirles y no lo reeligieron.
“El PP con Aznar estaba lleno de los hijos y nietos de los hombres de Franco”, dijo Martínez Soler, quien fue despedido como presentador de noticias de televisión después de que Aznar llegó al poder en 1996. “Ese gobierno reintrodujo divisiones, era su país, ellos creyeron. En España se restauraron el rencor y el odio.”
José Luis Rodríguez Zapatero, en uno de sus primeros discursos tras suceder a Aznar como presidente del gobierno, destapó la conspiración de silencio post dictadura citando de una carta escrita por su abuelo que, acuartelado en las afueras de Madrid, se había mantenido fiel a la República en 1936 y se negó a unirse a la sublevación de Franco. La carta fue la última que escribió a su familia antes de ser ejecutado.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.