Un pirata informático colombiano afirma ser responsable de haber manipulado las elecciones durante 8 años en 9 países latinoamericanos: Nicaragua, Venezuela, Panamá, Honduras, El Salvador, Colombia, México, Costa Rica y Guatemala. Se atribuye haber ayudado a ganar la presidencia mexicana a Enrique Peña Nieto en 2012, en la operación más compleja y cara que haya diseñado y llevado a cabo. Actualmente cumple condena en Bogotá. Fue detenido por actuar en contra del gobierno colombiano de Santos, llevado por su oposición a la política presidencial de lograr un acuerdo con las FARC. El hacker afirma que no se arrepiente de nada porque se enfrentaba a personajes “diabólicos” como Hugo Chávez o Daniel Ortega y que su objetivo era “acabar con los gobiernos socialistas en América Latina”.
Tras esta lectura vuelven a sacudirnos con más legitimidad si cabe, las dudas que nos han asaltado con fuerza tras los últimos resultados electorales en Latinoamérica y en España, donde somos muchos los que no entendemos cómo puede ser que tanta gente votara al PP el pasado diciembre, cuando prácticamente todos sus cargos políticos están implicados en casos de corrupción y hasta a sus propios dirigentes se les escapa “hemos saqueado España”. MM
Andrés Sepúlveda afirma haber alterado campañas electorales durante ocho años dentro de Latinoamérica
JORDAN ROBERTSON, MICHAEL RILEY Y ANDREW WILLIS / BLOOMBERG BUSINESSWEEK
Justo antes de la medianoche Enrique Peña Nieto anunció su victoria como el nuevo presidente electo de México, en julio de 2012. A 3.200 kilómetros de allí, en un departamento lujoso en Bogotá, el colombiano Andrés Sepúlveda estaba sentado frente a seis pantallas de computadores. Sepúlveda observaba una transmisión en directo de la celebración de la victoria de Peña Nieto, a la espera de un comunicado oficial sobre los resultados.
Cuando Peña Nieto ganó Sepúlveda comenzó a destruir evidencia. Perforó agujeros en memorias USB, discos duros y teléfonos móviles, calcinó sus circuitos en un microondas y luego los hizo pedazos con un martillo. Trituró documentos y los tiró por el excusado, junto con borrar servidores alquilados de forma anónima en Rusia y Ucrania mediante el uso de Bitcoins. Desbarataba la historia secreta de una de las campañas más sucias de Latinoamérica en los últimos años.
Sepúlveda, de 31 años, dice haber viajado durante ocho años a través del continente manipulando las principales campañas políticas. Con un presupuesto de 600.000 dólares, el trabajo realizado para la campaña de Peña Nieto fue, de lejos, el más complejo. Encabezó un equipo de seis hackers que robaron estrategias de campaña, manipularon redes sociales para crear falsos sentimientos de entusiasmo y escarnio e instaló spyware en sedes de campaña de la oposición, todo con el fin de ayudar a Peña Nieto a obtener una victoria.
La carrera de Sepúlveda comenzó en 2005, y sus primeros fueron trabajos fueron menores – consistían principalmente en modificar sitios web de campañas y violar bases de datos de opositores con información sobre sus donantes. Con el pasar de los años reunió equipos que espiaban, robaban y difamaban en representación de campañas presidenciales dentro de Latinoamérica. Sus servicios no eran baratos, pero el espectro era amplio. Por 12.000 dólares al mes, un cliente contrataba a un equipo que podía hackear teléfonos inteligentes, falsificar y clonar sitios web y enviar correos electrónicos y mensajes de texto masivos. El paquete prémium, a un costo de 20.000 dólares mensuales, también incluía una amplia gama de intercepción digital, ataque, decodificación y defensa.Los trabajos eran cuidadosamente blanqueados a través de múltiples intermediarios y asesores. Sepúlveda señala que es posible que muchos de los candidatos que ayudó no estuvieran al tanto de su función. Sólo conoció a unos pocos.
Sus equipos trabajaron en elecciones presidenciales en Nicaragua, Panamá, Honduras, El Salvador, Colombia, México, Costa Rica, Guatemala y Venezuela. Las campañas mencionadas en esta historia fueron contactadas a través de ex y actuales voceros; ninguna salvo el PRI de México y el Partido de Avanzada Nacional de Guatemala quiso hacer declaraciones.
Opina que sus actividades como hacker no eran más diabólicas que las tácticas de aquellos a quienes se oponía, como Hugo Chávez y Daniel Ortega.
“Mi trabajo era hacer acciones de guerra sucia y operaciones psicológicas, propaganda negra, rumores, en fin, toda la parte oscura de la política que nadie sabe que existe pero que todos ven”, dice.
A pesar de que la política de Sepúlveda era destruir todos los datos al culminar un trabajo, dejó algunos documentos con miembros de su equipo de hackers y otros personas de confianza a modo de “póliza de seguro” secreta.
Una persona que trabajó en la campaña en México y que pidió mantener su nombre en reserva por temor a su seguridad, confirmó en gran parte la versión de Sepúlveda.
Sepúlveda dice que en España le ofrecieron varios trabajos políticos que habría rechazado por estar demasiado ocupado. Al preguntarle si la campaña presidencial de EEUU está siendo alterada, su respuesta es inequívoca. “Estoy cien por ciento seguro de que lo está”, afirma.
Durante décadas, las elecciones en Latinoamérica fueron manipuladas y no ganadas, y los métodos eran bastante directos. Los encargados locales de adulterar elecciones repartían desde pequeños electrodomésticos a dinero en efectivo a cambio de votos. Sin embargo, en la década de 1990 las reformas electorales se extendieron por la región. Los votantes recibieron tarjetas de identificación imposibles de falsificar y entidades apartidistas se hicieron cargo de las elecciones en varios países. La campaña electoral moderna, o al menos una versión con la cual EEUU estaba familiarizada, había llegado a Latinoamérica.
Sepúlveda dice que su primer trabajo como hacker consistió en infiltrar el sitio web de un rival del ex presidente colombiano Álvaro Uribe, robar una base de dato de correos electrónicos y enviar correos masivos a los usuarios con información falsa. Recibió 15.000 dólares en efectivo por un mes de trabajo, cinco veces más de lo que ganaba en su trabajo anterior como diseñador de sitios web.
Sepúlveda entendió que los votantes confiaban más en lo que creían que eran manifestaciones espontáneas de personas reales en las redes sociales que en los expertosque aparecían en televisión o periódicos. Sabía que era posible falsificar cuentas y crear tendencias en redes sociales, todo a un precio relativamente bajo. Creó un software, llamado ahora Depredador de Redes Sociales, para administrar y dirigir un ejército virtual de cuentas falsas de Twitter. El software le permitía cambiar rápidamente nombres, fotos de perfil y biografías para adaptarse a cualquier circunstancia. Con el transcurso del tiempo descubrió que manipular la opinión pública era tan fácil como mover las piezas en un tablero de ajedrez, o en sus palabras, “me di cuenta que las personas creen más en lo que dice Internet que en la realidad, descubrí que tenía el poder de hacer creer a la gente casi cualquier cosa”.
Según Sepúlveda, recibía su sueldo en efectivo, la mitad por adelantado. Cuando viajaba empleaba un pasaporte falso y se hospedaba solo en un hotel, lejos de los miembros de la campaña. Nadie podía ingresar a su habitación con un teléfono inteligente o cámara fotográfica.
Para la mayoría de los trabajos Sepúlveda reunía a un equipo y operaba desde casas y departamentos alquilados en Bogotá. Tenía un grupo de 7 a 15 hackers que iban rotando y que provenían de distintas partes de Latinoamérica, aprovechando las diferentes especialidades de la región. En su opinión, los brasileños desarrollan el mejor malware. Los venezolanos y ecuatorianos son expertos en escanear sistemas y software para detectar vulnerabilidades. Los argentinos son artistas cuando se trata de interceptar teléfonos celulares. Los mexicanos son en su mayoría hackers expertos pero hablan demasiado. Sepúlveda sólo acudía a ellos en emergencias.
Estos trabajos demoraban desde un par de días a varios meses. En Honduras, Sepúlveda defendió el sistema computacional y comunicacional del candidato presidencial Porfirio Lobo Sosa de hackers empleados por sus opositores. En Guatemala, interceptó digitalmente datos de seis personajes del ámbito de la política y los negocios y entregó la información en memorias USB encriptadas que dejaba en puntos de entrega secretos. Este fue un trabajo pequeño para un cliente ligado al derechista Partido de Avanzada Nacional (PAN). En Nicaragua en 2011, Sepúlveda atacó a Ortega, quien se presentaba a su tercer período presidencial. Infiltró la cuenta de correo electrónico de Rosario Murillo, esposa de Ortega y principal vocera de comunicación del gobierno, y robó un caudal de secretos personales y gubernamentales.
En Venezuela en 2012, impulsado por su aversión a Chávez, el equipo dejó de lado su precaución habitual. Durante la campaña de Chávez para optar a un cuarto período presidencial, Sepúlveda publicó un video de YouTube anónimo en el que hurgaba en el correo electrónico de Diosdado Cabello, en ese entonces presidente de la Asamblea Nacional. También salió de su estrecho círculo de hackers de confianza y movilizó a Anonymous, el grupo de hackers activistas, para atacar el sitio web de Chávez.
Chávez ganó las elecciones pero murió de cáncer cinco meses después, lo que llevó a realizar una elección extraordinaria en la que Nicolás Maduro fue electo presidente. Un día antes que Maduro proclamara su victoria, Sepúlveda hackeó su cuenta de Twitter y publicó denuncias de fraude electoral. El gobierno Venezolano culpó a “hackeos conspiradores del exterior” y deshabilitó internet en todo el país durante 20 minutos.
El dinero no era problema. En una ocasión Sepúlveda gastó 50.000 dólares en software ruso de alta gama que rápidamente interceptaba teléfonos Apple, BlackBerry y Android. También gastó una importante suma en los mejores perfiles falsos de Twitter, perfiles que habían sido mantenidos al menos un año lo que les daba una pátina de credibilidad.
Sepúlveda administraba miles de perfiles falsos de este tipo y usaba las cuentas para hacer que la discusión girara en torno a temas como el plan de Peña Nieto para poner fin a la violencia relacionada con el tráfico de drogas, inundando las redes sociales con opiniones que usuarios reales replicarían. Para tareas menos matizadas, contaba con un ejército mayor de 30.000 cuentas automatizadas de Twitter que realizaban publicaciones para generar tendencias en la red social. Una de las tendencias en redes sociales a las que dio inicio sembró el pánico al sugerir que mientras más subía López Obrador en las encuestas, más caería el peso. Sepúlveda sabía quelo relativo a la moneda era una gran vulnerabilidad. Lo había leído en una de las notas internas del personal de campaña del propio candidato.
Sepúlveda y su equipo proveían casi cualquier cosa que las artes digitales oscuras podían ofrecer a la campaña de Peña Nieto o a importantes aliados locales. Durante la vigilia electoral, hizo que computadores llamaran a miles de votantes en el estratégico y competido estado de Jalisco, a las 3:00a.m., con mensajes pregrabados. Las llamadas parecían provenir de la campaña del popular candidato a gobernador de izquierda Enrique Alfaro Ramírez. Esto enfadó a los votantes —esa era la idea— y Alfaro perdió por un estrecho margen. En otra contienda por la gobernación, Sepúlveda creó cuentas falsas en Facebook de hombres homosexuales que decían apoyar a un candidato católico conservador que representaba al PAN, maniobra diseñada para disgustar a sus seguidores. “Siempre sospeché que había algo raro”, señaló el candidato Gerardo Priego al enterarse de cómo el equipo de Sepúlveda manipuló las redes sociales en la campaña.
[En Colombia, Sepúlveda conspiró contra el presidente Santos por su decisión de lograr un acuerdo con las FARC y poner fin a 50 años de guerra]. Sepúlveda señala que la ideología era su principal motivación y luego venía el dinero. Quizás no fue muy astuto trabajar de forma tan obstinada y pública en contra de un partido en el poder. Un mes después, cuarenta agentes del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía de Colombia lo arrestaron. Cree que alguien lo delató. En tribunales, usó un chaleco antibalas y estuvo rodeado de guardias. Abandonado por sus antiguos aliados, terminó por declararse culpable de espionaje, hackeo y otros crímenes a cambio de una sentencia de 10 años.
Tres días después de llegar a la cárcel La Picota en Bogotá, visitó al dentista y fue emboscado por hombres con cuchillos y navajas, pero fue socorrido por los guardias. Una semana más tarde, los guardias lo despertaron y lo sacaron rápidamente de su celda, señalando que tenían información sobre un plan para dispararle con una pistola con silenciador mientras dormía. Luego que la Policía Nacional interceptó llamadas telefónicas que daban cuenta de un nuevo complot, fue enviado a confinamiento solitario en una cárcel de máxima seguridad ubicada en una deteriorada zona del centro de Bogotá. Duerme con una manta antibalas y un chaleco antibalas al lado de su cama, detrás de puertas a prueba de bombas. Los guardias van a verlo cada hora. Como parte de su acuerdo con la fiscalía, dice que se ha convertido en testigo del gobierno y ayuda a investigadores a evaluar posibles casos contra el ex candidato Zuluaga y su estratega Hoyos. Las autoridades emitieron una orden para el arresto de Hoyos, pero según informes de la prensa colombiana él escapó a Miami.
Cuando Sepúlveda sale a reunirse con lo fiscales en el búnker de la sede central de la Fiscalía General de Colombia, viaja en una caravana armada y se inhabilitan las señales de teléfonos celulares a medida que transitan para evitar la detonación de bombas a lo largo del camino.
Sepúlveda dice que hizo muchas cosas y que ” finalmente, de absolutamente ninguna me arrepiento porque lo hice con plena convicción y bajo un objetivo claro, acabar las dictaduras y los gobiernos socialistas en Latinoamérica”, señala.