América Latina: giro a la izquierda por el camino de la democracia
Como el resto del mundo, América Latina vivió el «fin de la Historia» en los años 90 bajo el llamado «Consenso de Washington». Los «diez mandamientos» extraídos de los textos sagrados del neoliberalismo y de los gurúes de la ortodoxia del mercado parecieron ser un éxito ejemplar en prácticamente todos los países pero sobre todo, a modo de exhibición, en México y Argentina. La región se despidió de la «década perdida» mediante un conjunto de programas de liberalización, privatización, achicamiento del Estado, disciplina fiscal y flujos de capitales, todo sólidamente comprobado por sucesivos certificados de buena conducta del Fondo Monetario Internacional (fmi) –verdaderos archivos históricos donde se registró la cronología del futuro dolor cuando al adicto (a los dólares) se le corta el suministro y su cuerpo se despierta a la dura realidad que expusieron al mundo el colapso argentino de 2001-2002 y la «guerra del gas» en Bolivia en 2003, sin olvidar el antecedente del «Caracazo» de 1989–.
Sin embargo, es en esta misma América Latina donde en la primera década del siglo xxi las izquierdas desafiaron a quienes habían escrito sus necrológicas en los años 90. Con el inicialmente incomprendido fenómeno del chavismo en Venezuela como primera señal de cambio18, las sucesivas elecciones de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2002), Néstor Kirchner en Argentina (2003), Tabaré Vázquez en Uruguay (2005), Evo Morales en Bolivia (2005), Michelle Bachelet en Chile (2006), Rafael Correa en Ecuador (2006), Daniel Ortega en Nicaragua (2007) y Fernando Lugo en Paraguay (2008) consagraron una era histórica conocida como «giro a la izquierda». Se trató de una nueva izquierda19 que, sin embargo, provenía de una tradición histórica de procesos revolucionarios y antiimperialistas, sospechosa para la variante liberal de la democracia europea, cuyo rasgo común más importante es el alejamiento de la lucha armada de los años 70, el abrazo de la democracia y el compromiso con los derechos humanos20. En los años 90, en lugar de adherir a gobiernos de centroderecha y adoptar el programa del Consenso de Washington, la izquierda latinoamericana se inició en la administración pública ganando elecciones municipales, demostrando capacidad de movilización e inclusión social y exhibiendo sensibilidad ante la temática medioambiental. Estos antecedentes marcaron una verdadera transformación de la izquierda latinoamericana, que con el colapso del modelo neoliberal llegó al poder por el voto popular, con un compromiso con un modelo alternativo que, en sus rasgos generales, consistió en: a) el retorno del Estado en su rol de regulador de la economía, b) el compromiso con la justicia social, c) la vocación integracionista, d) el antiimperialismo y e) la reforma del orden internacional.
Concluir, no obstante, que el «giro a la izquierda» consagró el denominado «socialismo del siglo xxi» es tan pretencioso como soberbio; pero independientemente de la calificación que se le dé a la experiencia latinoamericana de la primera década del nuevo siglo, el «giro a la izquierda» vino a demostrar que la alternativa de un desarrollo más justo, más soberano y más solidario al modelo neoliberal es posible.
Conclusión: ¿del «giro a la izquierda» a la «nueva derecha»?
La elección de Mauricio Macri en noviembre de 2015 como presidente de Argentina, la puja por un juicio político a Dilma Rousseff en Brasil y la victoria electoral de la oposición al chavismo en los comicios parlamentarios de Venezuela en diciembre pasado, sin contar con el impacto aún poco claro del restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos para el espectro del progresismo latinoamericano, parecen señalar el auge de una «nueva derecha» en América Latina. Para los críticos del «giro a la izquierda», se termina un ciclo que se explica solo por el precio elevado de los recursos naturales y el carisma personal de las tres figuras principales del fenómeno: Kirchner, Chávez y Lula. Por lo demás, poco y nada habría dejado la década pasada; por el contrario, fue una oportunidad desaprovechada que incrementó los niveles de corrupción, ineficiencia burocrática, ansia por el poder y desastrosa gestión estatal. El vulgarizado debate en torno de la década «perdida» o «ganada» en Argentina es probablemente el mayor indicio del grado de inmadurez a la hora de llevar a cabo una necesaria crítica lúcida para evaluar logros y fracasos. No cabe duda de que los anuncios de un giro a la derecha son precipitados; pero también es hora de cuestionar en profundidad las altas expectativas generadas por el «giro a la izquierda» y las consecuentes decepciones en aspectos fundamentalmente estructurales, empezando por la persistencia del extractivismo y el carácter primario-exportador de las economías latinoamericanas.
Está claro, sin embargo, que el compromiso con la democracia sigue firme, ya que no se cuestiona el resultado de las elecciones. Más allá de las discrepancias en torno del modelo y la calidad de la democracia, la legitimación del gobierno basada en el voto popular permanece como un firme compromiso. No es poca cosa, cuando el objetivo sigue siendo la construcción de una sociedad más justa, la expansión de los derechos y la inclusión de las masas en los procesos sociales y económicos.
La mirada a la izquierda en la post-Guerra Fría en una perspectiva regional no solo propone una alternativa a la tesis del «fin de la Historia», sino que también argumenta a favor de una dinámica que se entiende mejor en su contexto regional. En este sentido, es importante traspasar el análisis comparativo para preguntar si el «giro a la izquierda» latinoamericano tuvo un impacto en otras regiones, en particular en Europa y Eurasia. Con respecto a Europa, y para empezar, un pensamiento dentro de la izquierda fuertemente crítico al giro a la derecha de la socialdemocracia en las décadas de 1980 y 1990 constituyó, sin dudas, una de las fuentes intelectuales de los programas políticos y los proyectos económico-sociales de las fuerzas del «giro a la izquierda» en América Latina21. Este, a su vez, reforzó en parte a aquella izquierda que en Europa se define como «anticapitalista», que vio en la experiencia latinoamericana la prueba del renacimiento de, a la vez, un pensamiento y una práctica que reflejan los valores que reivindica. La experiencia de Syriza, en particular, es reveladora de la capacidad de renovación de la izquierda europea, y al mismo tiempo, de las serias restricciones que el sistema de la ue les impone a estas fuerzas de renovación. En cambio, en Eurasia, la influencia de la experiencia latinoamericana ha sido simplemente nula, a pesar de la estrecha relación de, por ejemplo, Venezuela con la Federación Rusa. La popularidad de figuras como Chávez en la opinión pública no generó un activismo democrático de izquierda como alternativa al orden del capitalismo oligárquico.
¿Podía el «giro a la izquierda» latinoamericano ser más que inspiración para Europa y Eurasia y aspirar a un rol en el renacimiento de la izquierda relativamente similar al que tuvo la is en la transición a la democracia en América Latina? Es un tema en torno del cual se precisa un debate, que debería expandirse para examinar la postura de la izquierda latinoamericana con respecto a las revueltas árabes, donde a menudo se alineó con los gobiernos dictatoriales. Ello permitiría ver tanto su potencial como sus limitaciones cuando se trata de pensar alternativas al injusto orden económico de la austeridad, impuesto por y a favor del 1% y en detrimento del 99% restante de la humanidad.