Brasil está viviendo hoy, 17 de abril, uno de sus momentos históricos más dramáticos con la sociedad en la calle, dividida hasta en el espacio geográfico para evitar posibles enfrentamientos, mientras el Congreso se prepara a dar su veredicto sobre la posible sentencia contra la Presidenta Dilma Rousseff.
Lo que para el gobierno y para los seguidores del Partido de los Trabajadores (PT) es visto como un golpe, para la oposición supone la oportunidad de un cambio de rumbo político tras los 13 años de poder del mismo y en un momento de una de sus mayores crisis económicas de los últimos 30 años.
Rousseff no consiguió conquistarse el apoyo y la simpatía de las fuerzas políticas que la habían apoyado y que han acabado abandonándola a la hora de la prueba. En las artes de la política, Dilma no es el mago Lula.
En su apoyo, salió precisamente el expresidente que se trasladó a Brasilia donde organizó un cuartel general en un hotel al lado del Palacio Presidencial, con la difícil tarea de convencer a los viejos aliados en seguir apoyándola.
Fueron horas dramáticas en las que el expresidente se ha jugado el todo por el todo, para salvar a Dilma del juicio sumario del Congreso al que, de ser negativo, seguiría con toda probabilidad el definitivo del Senado que la obligaría a salir de escena y dejar la Presidencia en manos de su vice, Michel Temer considerado su gran enemigo político y hasta su gran “traidor”.
El punto negro de todo este drama, es que el proceso lo convocó y está dirigiendo, el Presidente del Congreso, Eduardo Cunha, uno de los más involucrados en los escándalos de corrupción. Más aún, la gran mayoría de los que se disponen a votar contra Dilma, que no aparece personalmente incriminada en actos de corrupción, forma parte de la lista de los mayores corruptos.
Quizás, dentro del drama que esta tarde vive Brasil, lo más positivo es que, por ahora, los miles de personas que se están manifestando en la calle a favor y en contra de la posible condena a Rousseff, lo están haciendo con tonos festivos y sin violencias.
Ojalá que los brasileños, sea el que sea el veredicto del Congreso, en las próximas horas, consigan continuar sus manifestaciones a favor y en contra del processo contra Rousseff, sin manchar de violencia una jornada ya de por sí tan dramática.
Y el país está en vilo por conocer el resultado de la histórica y sombría votación.
Los diputados brasileños no gozan de una gran reputación. El 60% de los miembros del Congreso tienen causas pendientes con la Justicia, según la ONG Transparencia Brasil. Y la histórica sesión que este fin de semana decide el futuro de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, no ayuda precisamente a mejorar su imagen.
La sesión de la Cámara de Diputados, vital para el destino de Rousseff y del país, está plagada de carteles, banderas y gritos. Pancartas no: el polémico presidente del Congreso, Eduardo Cunha, las prohibió, en el preciso momento en que alguien enarboló una que rezaba "Fuera Cunha" detrás de su cabeza. Las banderas de Brasil se llevan sobre los hombros, como Raúl cuando ganaba la Champions.
Se trata de una jornada maratoniana y un tanto desordenada. Para un espectador acostumbrado a las sesiones francesas o españolas, por ejemplo, es un guirigay algo incomprensible. La sesión de este fin de semana es la más larga de la historia del Parlamento, y los diputados tienen que hacer su mejor esfuerzo para provocar, tener protagonismo, que la audiencia se fije en ellos y ganar aplausos. No se trata de convencer a nadie: las negociaciones se hacen en los pasillos, a contrarreloj. Por eso los diputados, conscientes de que la sesión se transmite en directo en la televisión, repiten machacona y vehementemente, con lujo de gestos, los mismos argumentos: Rousseff debe caer por el bien del país, gritan los opositores. Destituir a Rousseff en un juicio político es un golpe de Estado, claman los cada vez más escasos aliados del Gobierno. Por lo general, al lado, siempre hay alguien que alza un cartelito para que salga en la pantalla, que a veces coincide con lo que dice el diputado con la palabra pero a veces no.
Los diputados empezaron a debatir sobre el impeachment de Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT) la mañana del viernes. Durante dos días acumularon más de 40 horas de discusión, parando solo de madrugada. Se interrumpieron muchas veces, se insultaron otras ("golpistas, machistas, hijos de la dictadura") y hasta se dieron empujones. El diputado Wladimir Costa (del minoritario Solidariedade) fue protagonista durante unos minutos, cuando comparó a los políticos del PT envueltos en casos de corrupción con jefes del crimen organizado. Y a continuación dio un golpe de efecto: "El Gobierno da un tiro en los corazones de los brasileños. Un tiro en el corazón", gritó, y de buenas a primeras disparó una pistola de confeti de colores. Costa, por cierto, es el diputado que más faltas acumula en la Cámara. Ha participado en 20 sesiones de las 125, según el portal Extra.
Durante el debate del sábado y el domingo, los diputados contaban con un tiempo determinado para hablar (una hora para cada formación, que varios parlamentarios del mismo partido comparten). En el sistema de Brasil, cuando el tiempo se acaba, nadie avisa al diputado. El micrófono se apaga de golpe y el parlamentario, que suele hablar enfervorecido, gesticulando mucho, casi declamando, suele quedarse unos segundos hablando al vacío.
En la votación del domingo, en la que los 513 políticos tenían solo diez segundos para votar ante un micrófono, hubo muchas referencias a Dios, a los hijos y al Estado correspondiente ("¡Viva Santa Catarina!", gritó eufórico un parlamentario). Un diputado aprovechó para explicar por qué votaba a favor de destituir a Rousseff. "Para que mis hijos no aprendan sexo en la escuela", razonó.
Uno de los carteles que más se exhiben últimamente es el que reza "Tchau, querida". Se trata de la frase que el expresidente Lula da Silva le dijo a Rousseff para despedirse de ella en una conversación telefónica, grabada y divulgada por el juez Sérgio Moro, instructor del Caso Petrobras. La frase ha tenido éxito en la calle. Pero la oposición se la ha apropiado como eslogan para pedir la destitución de la presidenta. No es extraño que en el debate haya siempre un diputado tratando de que su cartel aparezca en la televisión: "Tchau, querida".
Dilma Rousseff ha recibido un empujón, tal vez definitivo, para salir de la presidencia de Brasil por la puerta de atrás de la historia. La Cámara de Diputados brasileña, en una votación que mantuvo al país en vilo y que duró toda la tarde y la noche del domingo, ha aprobado la apertura del proceso de impeachment por 367 votos a favor y 137 en contra. Más de lo esperado. Una derrota completa para el Gobierno y para Rousseff. Por tanto, el juicio de destitución avanza hacia el Senado, donde será votado, probablemente, a principios de mayo. Allí bastará una fácil mayoría simple, cosa que parece ahora muy probable, para que Rousseff sea apartada provisionalmente del cargo hasta 180 días mientras se le juzga propiamente en ambas Cámaras. Pero para entonces, si no ha renunciado ya, su capital político se habrá diluido completamente.
La votación, que comenzó con una discusión tensa, accidentada, con interrupciones nerviosas, gritos, empujones e, incluso, cánticos un tanto ridículos a veces, arrancó a la hora: las dos de la tarde. Fue presidida por el polémico Eduardo Cunha, el diputado evangélico enemigo de Rousseff acusado por la Fiscalía de regentar millonarias cuentas en Suiza alimentadas por sobornos de Petrobras; todo un síntoma de la estatura moral de buena parte del Congreso brasileño.
La sesión decisiva se celebró después de dos jornadas maratonianas de debate que se alargaron, entre el viernes y el sábado, durante más de 43 horas, constituyendo todo un récord de parlamentarismo en el país. Los diputados, ya a las seis de la tarde, votaron uno a uno. Contaban con diez segundos para dar una explicación de su voto, pero la mayoría convirtió ese tiempo en una encendida proclama lanzada a gritos y dedicada a sus electores ante una audiencia televisiva inimaginable. Muchos aludieron, de paso, a Dios, a su familia, "a mi querido hijo", "a mi hermoso pueblo", "a mi esposo Rafael", a los agentes de seguros, a sus amigos, a la honra de sus nietos, a su madrecita o a "mi tía, que me cuidó de pequeño". El mismo Cunha votó ya muy adelantada la sesión. Como frase escogió un simple "Que Dios bendiga esta nación" mientras recibía un abucheo monumental ("¡Fora Cunha!, "¡Fora Cunha!") emitido desde las filas de los diputados gubernamentales y que se escuchó durante unos largos y violentos segundos.
Mientras los parlamentarios votaban en esta sesión que a veces derivaba en puro surrealismo, miles de ciudadanos, de uno y otro lado, salían a la calle de las principales ciudades brasileñas, a fin de demostrar el apoyo a su opción. En Brasilia, en un símbolo claro de la división casi meridiana del país (el 60% de la población apoya elimpeachment, según una encuesta reciente) la multitud se reunió en una explanada situada enfrente del Congreso separada por un muro de acero de dos kilómetros levantado por la policía para evitar incidentes. De un lado, los defensores de Dilma Rousseff, los que consideraban, como la propia presidenta, que el impeachemnt es un golpe de Estado envuelto en una legalidad aparente; del otro, los que creen que hay razones de sobra, económicas, políticas y morales, para que Rousseff abandone el cargo. Eso sí: el jueves, un grupo de brasileños utilizó el ya famoso muro para echar un partidillo amistoso de voleibol, reivindicando el espíritu festivo y amigo de reírse de todo de buena parte del país.
El impeachment se basa, en puridad, en ciertas prácticas ilegales de la presidenta y su equipo económico para equilibrar el presupuesto a base de recurrir a préstamos de bancos públicos. Pero, como se preveía, los diputados contrarios a Rousseff no aludieron mucho, en los dos días de debate previos a la votación, a ese tema tan complejo y se refirieron, sobre todo, a la ingente crisis económica que ahoga el país, al desempleo creciente, a la falta de popularidad y a la corrupción del Caso Petrobras.
Hasta el último momento, hasta el último segundo, casi incluso con la votación en marcha, miembros del Gobierno y de la oposición maniobraron entre bastidores para tratar de hacerse con el apoyo de los indecisos a base de prometerles cargos o de recordarles deudas pendientes. La propia Rousseff, poco dada a este tipo de enjuagues, negoció personalmente con parlamentarios dubitativos. Y Lula canceló a última hora un viaje a São Paulo para quedarse en Brasilia y apurar hasta el último instante. “Esto es una guerra del sube y baja. Parece la Bolsa. Uno nos dice que está con nosotros pero, luego, una hora después, ya no está, tenemos que estar 24 horas”, decía el sábado el propio Lula. Todo fue en vano.
Ahora el futuro de Rousseff depende del Senado. Y, sobre todo, del presidente de la Cámara, Renan Calheiros, del Partido do Movimento Democrático do Brasil (PMDB), de centro derecha. Su posición es ambigua: por un lado, pertenece al mismo partido que el vicepresidente Michel Temer y del presidente del Congreso, Eduardo Cunha, enemigos declarados de Rouseff; por otro, hasta ahora, nunca se ha manifestado a favor o en contra del impeachment. Los senadores, en su mayoría, según las informaciones de la prensa brasileña, están mayoritariamente a favor de la destitución de Rousseff. Pero Calheiros, sobre el que ahora recaerá en bloque la presión del país entero, puede influir mucho, a la hora de convencer a senadores o, cuando menos, a la hora de retardar el proceso a fin de que el Gobierno gane tiempo.
De cualquier modo, la popularidad del vicepresidente Michel Temer, que asumiría el cargo en cuanto la presidenta fuera depuesta, es también mínima. A los brasileños no les gusta este político discreto siempre escondido en la segunda fila, que nunca se ha presentado a unas elecciones y del que ayer se divulgó una foto viendo la votación en su casa por la televisión, en camisa, muy sonriente y con los brazos cruzados. Muchos especialistas afirman que este país aguanta a los corruptos pero no a los traidores, y Temer comienza a ser visto como tal.
De ahí que haya ya voces en el PT, como las del diputado Wadih Damous, que haya pedido ya, antes incluso de la votación, en previsión de la derrota, la convocatoria de elecciones generales. Para eso, el Congreso debe aceptar una enmienda constitucional. Pero todo esto formará parte del convulso e imprevisible futuro inmediato de un país estupefacto y noqueado. Brasil aún debe digerir esta votación histórica que coloca a una derrotada Rousseff a un paso de salir de su palacio por la humillante puerta falsa.