En la Segunda Guerra Mundial, Italia fue uno de los países derrotados, junto a Alemania y Japón; cuna del fascismo bajo la égida de Benito Mussolini. El país quedó prácticamente devastado por la conflagración y tuvo que trabajar duro para resarcirse de los daños. Al final de la guerra fue ocupado por los Estados Unidos y se benefició del Plan Marshall. A los Juegos de Roma 1960 asistieron 5 394 atletas de 84 países.
A partir de allí los estudios científico-deportivos se desplegaron por todo el planeta. La construcción de un gigantesco estadio de mármol, elPalacio de los Deportes, y la Villa Olímpica en el barrio de Monte Mario, conformaron el área competitiva más grande del mundo hasta entonces.Por primera vez la televisión transmitió los Juegos a toda Europa.
El mayor impacto que los Juegos de Roma producen, son debido a su retransmisión televisiva, iniciándose con ello un nuevo período de difusión total de la gran fiesta y también de caudalosa fuente de ingresos, que desde entonces no ha dejado de crecer. Baste comparar que si en aquella ocasión la recaudación por tal motivo fue de 1 178 257 dólares, la de Seúl sobrepasó los 400 000 000 de dólares.[1]
La Unión Soviética volvió a imponerse, relegando a Estados Unidos al segundo lugar. Destacaron luminarias como Wilma Rudolph, Abebe Bikila, Cassius Clay (después Mohamed Alí), el pesista Yuri Vlasov… Las mujeres soviéticas, formidables en la gimnástica y el atletismo, decidieron en el cuadro de medallas.
Roma 1960 fue la primera competencia olímpica después del triunfo revolucionario de 1959. El deporte cubano estaba subdesarrollado, como en el resto de los países de América Latina. En aquel entonces ni siquiera se había constituido el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación, Inder; sin embargo, Enrique Figuerola hizo la hombrada de obtener el cuarto lugar en la carrera de los 100 metros planos. Nuestro país tuvo 3 competidores en atletismo, boxeo (1), esgrima (1), gimnástica (2 mujeres), pesas (1) y lucha libre (1).
América Latina, que en ediciones anteriores había alcanzado lugares prominentes, ahora tuvo que conformarse con 1 medalla de plata y 5 de bronce.
Como siempre, hubo heroicidades.
Abebe Bikila
En Roma 1960 el mundo lo vio erguirse con paso arrollador. Alto y delgado, el etíope parecía un “Quijote Negro”. Soldado de oficio, introvertido, se le veía ir y venir. Llegó la hora de la arrancada para la maratón. Todos listos. Allí estaba Bikila, sin la menor huella de sonrojo; descalzo.
El etíope Abebe Bikila, otro desconocido. Asombraría al mundo ganando el maratón corriendo descalzo, para convertirse en el primer africano que ganaba la prueba.Cuatro años después, el que fue miembro de la guardia imperial de su país, esta vez con calcetines y zapatillas, revalidaba el título de Tokio.[2]
Algunos lo consideraron un excéntrico. Pero en esas condiciones recorrió los 42 kilómetros con 195 metros y llegó a la línea de meta fresco como una lechuga, con más de 50 metros de ventaja sobre el marroquí Rhadi, quien en un intento de última hora trató de pasarlo ¡Nuevo récord mundial y olímpico!: (2:15:16:2). El secreto estuvo en el entrenamiento, al recorrer largas distancias como mensajero del ejército.
Cuatro años más tarde, en Tokio 1964, repitió la hazaña con zapatillas y rompió su propio récord (2:12:11.2). Con una estrategia bien definida, en México 1968 se lanzó delante, fatigó a los rivales y otro etíope, Degaga Mamo Wolde, ganó la maratón por tercera vez consecutiva para su país.
Después vendrían los accidentes y las enfermedades para Bikila, que tempranamente le quitaron la vida. Había nacido el 7 de agosto de 1932, en Adis Abeba y falleció el 25 de octubre de 1973.
La historia no quiso que un inmortal permaneciera por más tiempo entre los mortales.
Wilma Rudolph: La Gacela Negra
Paralítica en su niñez, luchó contra todos los obstáculos con los ejercicios bien dosificados; aliviaba el dolor y fortalecía las piernas. Se enamoró de las pistas y logró integrar el equipo de atletismo a los Juegos de Melbourne en 1956; no llegó a finales; ni desistió.
En Roma 1960 compitió en los 100 metros planos y logró el mejor registro de la historia hasta entonces: 11 flat, aunque el aire a favor le impidió homologarlo. También obtuvo la medalla de oro en los 200, con récord. En el relevo 4 por 100 se impuso con su equipo para el tercer título olímpico y se convirtió en la reina de los Juegos. En esa carrera sus compañeras le entregaron el batón en franca desventaja, la descontó y ganó.
Wilma, una verdadera gacela negra retadora del cronómetro, dejó atrás el simbolismo de la voluntad humana, pues víctima de la poliomielitis estuvo inválida hasta la edad de ocho años, cuando comenzó a caminar con la ayuda de aparatos ortopédicos. Sin embargo, en Roma ganó la final de los 100 metros planos con 11 segundos exactos, repitió en los 200 al registrar 23,3 segundos e hizo otro tanto como integrante del relevo 4 por 100.[3]
Fue feliz por sus resultados, pero no estuvo impasible ante el racismo, y se sumó a la lucha por la reivindicación de su raza. Entonces fue eliminada de las competencias deportivas en representación de su país. Joven y agradable, trató de ganarse la vida bailando y como modelo, pero no volvió a reinar en las pistas.
Después, un accidente de tránsito le quebró las piernas, se sometió a una difícil operación, pero sus formidables extremidades inferiores no se recuperaron para bailar y modelar. A partir de ahí pasó muchas penurias. Olvidada, vendió las medallas que con tanto amor ganó en Roma. También cuentan que nunca se le vio bajar la frente de campeona olímpica.
Había nacido el 23 de junio de 1940, en Marksville, Tennessee y falleció el 12 de noviembre de 1994.
Cassius Clay o Mohamed Alí
En Roma 1960 hizo su debut olímpico un boxeador negro norteamericano en la división semipesada (81 kilos), que duró poco en las filas amateurs. Compitió con el nombre de origen: Cassius Clay, y ganó la medalla de oro con un arte boxístico no visto en ese peso. Después vendría la conversión al profesionalismo, para convertirse en la máxima atracción de la división superpesada (más de 81 kilos).
Sus condiciones hicieron de Cassius Clay el nuevo campeón mundial profesional, con una técnica depurada, intuición única, defensa engañosa que parecía descuidada y una pegada que, aunque no fue su mejor arma, cargaba dinamita. Con tales atributos, está entre los mejores boxeadores de todos los tiempos; para muchos ha sido el más grande. En la historia de ese peso, a juicio de este redactor, solo dos admiten su paralelo: Joe Louis, El Bombardero de Detroit y, en otro contexto histórico, nuestro Teófilo Stevenson.
Convertido al Islamismo, Cassius Clay fue, de la noche a la mañana, Mohamed Alí. Vida compleja, llena de contradicciones. En sus inicios fue desprendido y humilde, lo seguían legiones de fanáticos. Tiró sus títulos, el olímpico y el profesional, en protesta por la guerra de Viet Nam, donde no participó por considerarla abusiva y oprobiosa.
Fanfarroneó y escandalizó. Tuvo problemas judiciales, conyugales… Se consideró por encima de los demás, porque fue tres veces campeón mundial.
El excéntrico y vociferante Cassius Clay, inicia aquí su prodigiosa serie de éxitos conquistando la medalla de oro en semipesados.[4]
Una Comisión presidida por Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, seleccionó en 1999 a los 11 mejores deportistas del siglo XX. En esa relación, en los deportes de combate, estuvo Cassius Clay o Mohamed Alí, hombre de su tiempo y de su sociedad. Un ser humano bueno, que pasó mucho trabajo para demostrarlo entre los mercaderes del deporte.
Por su condición de campeón olímpico y mucho más, fue seleccionado para encender el pebetero de los Juegos de la Olimpiada del Centenario, Atlanta 1996. Tristeza verlo enfermo, sin fuerzas, falto de coordinación en los movimientos; crecido como persona. Para alcanzar tan alto escalón, el deporte, de una forma u otra, lo ayudó.
Víctima de un prolongado Mal de Parkinson y otras afecciones, Muhammad Alí o Mohamed Alí, había nacido como Cassius Marcellus Clay, Jr., en Louisville, Kentucky, el 17 de enero de 1942. Falleció a los setenta y cuatro año de edad, en Scottsdale, Arizona, el 3 de junio de 2016.
[1] Conrado Durántez: Historia y Filosofía del Olimpismo. 5ta edición. Asociación Iberoamericana de Academias Olímpicas. España. 2002, p. 39.
[2] Miguel Hernández: ¡Hola Barcelona! Granma. La Habana. 8 de julio de 1992, p. 10.
[3] Jorge Alfonso: COBI’92. NACEN LOS JUEGOS MODERNOS. Bohemia. La Habana. 1-5-92, p. 18.
[4] Conrado Durántez: Ob. cit., p. 40.