(Comparto una primera reflexión, en caliente, sobre la muerte del Comandante. Me enteré a noche, al cierre de la TV cubana y ví el discurso de Raúl. No pegué un ojo en toda la noche y salí corriendo al aeropuerto a cancelar mi retorno, programado para hoy Sábado al mediodía. Me quedo en Cuba hasta el Miércoles, y el Martes estaré en la gran despedida que se le hará a Fidel en la Plaza de la Revolución. Van unas pocas ideas, deshilvanadas, salidas más del corazón que de mi cerebro. Pero siento que no puedo guardarlas para mi fuero íntimo. ¡Hasta la victoria, siempre!)
(Por Atilio A. Boron) La desaparición física de Fidel hace que el corazón y el cerebro pugnen por controlar el caos de sensaciones y de ideas que desata su tránsito hacia la inmortalidad. Recuerdos que se arremolinan y se superponen, entremezclando imágenes, palabras, gestos (¡qué gestualidad la de Fidel, por favor!), entonaciones, ironías, pero sobre todo ideas, muchas ideas. Fue un martiano a carta cabal. Creía firmemente aquello que decía el Apóstol: trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras. Sin duda que Fidel era un gran estratega militar, comprobado no sólo en la Sierra Maestra sino en su cuidadosa planificación de la gran batalla de Cuito Cuanevale, librada en Angola entre diciembre de1987 y marzo de 1988, y que precipitó el derrumbe del régimen racista sudafricano y la frustración de los planes de Estados Unidos en África meridional.
Pero además era un consumado político, un hombre con una fenomenal capacidad para leer la coyuntura, tanto interna como internacional, cosa que le permitió convertir a su querida Cuba -a nuestra Cuba en realidad- en una protagonista de primer orden en algunos de los grandes conflictos internacionales que agitaron la segunda mitad del siglo veinte. Ningún otro país de la región logró algo siquiera parecido a lo que consiguiera Fidel. Cuba brindó un apoyo decisivo para la consolidación de la revolución en Argelia, derrotando al colonialismo francés en su último bastión; Cuba estuvo junto a Vietnam desde el primer momento, y su cooperación resultó de ser de enorme valor para ese pueblo sometido al genocidio norteamericano; Cuba estuvo siempre junto a los palestinos y jamás dudó acerca de cuál era el lado correcto en el conflicto árabe-israelí; Cuba fue decisiva, según Nelson Mandela, para redefinir el mapa sociopolítico del sur del continente africano y acabar con el apartheid. Países como Brasil, México, Argentina, con economías, territorios y poblaciones más grandes, jamás lograron ejercer tal gravitación en los asuntos mundiales. Pero Cuba tenía a Fidel …
Martiano y también bolivariano: para Fidel la unidad de América Latina y, más aún, la de los pueblos y naciones del por entonces llamado Tercer Mundo, era esencial. Por eso crea la Tricontinental en Enero de 1966, para apoyar y coordinar las luchas de liberación nacional en África, Asia y América Latina y el Caribe. Sabía, como pocos, que la unidad era imprescindible para contener y derrotar al imperialismo norteamericano. Que en su dispersión nuestros pueblos eran víctimas indefensas del despotismo de Estados Unidos, y que era urgente e imprescindible retomar los iniciativas propuestas por Simón Bolívar en el Congreso Anfictiónico de 1826, ya anticipadas en su célebre Carta de Jamaica de 1815. En línea con esas ideas Fidel fue el gran estratega del proceso de creciente integración supranacional que comienza a germinar en Nuestra América desde finales del siglo pasado, cuando encontró en la figura de Hugo Chávez Frías el mariscal de campo que necesitaba para materializar sus ideas. La colaboración entre estos dos gigantes de Nuestra América abrió las puertas a un inédito proceso de cambios y transformaciones que dio por tierra con el más importante proyecto económico y geopolítico que el imperio había elaborado para el hemisferio: el ALCA.
Estratega militar, político pero también intelectual. Raro caso de un jefe de estado siempre dispuesto a escuchar y a debatir, y que jamás incurrió en la soberbia que tan a menudo obnubila el entendimiento de los líderes. Tuve la inmensa fortuna de asistir a un intenso pero respetuoso intercambio de ideas entre Fidel y Noam Chomsky acerca de la crisis de los misiles de Octubre de 1962 o de la Operación Mangosta, y en ningún momento el anfitrión prestó oídos sordos a lo que decía el visitante norteamericano. Una imagen imborrable es la de Fidel participando en numerosos eventos escenificados en Cuba –sean los encuentros sobre la Globalización organizados por la ANEC; los de la Oficina de Estudios Martianos o la Asamblea de CLACSO en Octubre del 2003- y sentado en la primera fila de la platea, munido de un cuadernito y su lapicera, escuchando durante horas a los conferencistas y tomando cuidadosa nota de sus intervenciones. A veces pedía la palabra y asombraba al auditorio con una síntesis magistral de lo dicho en las cuatro horas previas, o sacando conclusiones sorprendentes que nadie había imaginado. Por eso le decía a su pueblo “no crean, lean”, fiel reflejo del respeto que sentía por la labor intelectual.
Al igual que Chávez, Fidel un hombre cultísimo y un lector insaciable. Su pasión por la información exacta y minuciosa era inagotable. Recuerdo que en una de las reuniones preparatorias de la Asamblea de Clacso del 2003 nos dijo: “recuerden que Dios no existe, pero está en los detalles” y nada, por insignificante que pareciera, debía ser librado al azar. En la Cumbre de la Tierra de Río (1992) advirtió ante el escepticismo o la sonrisa socarrona de sus mediocres colegas (Menem, Fujimori, Bush padre, Felipe González, etcétera) que la humanidad era “una especie en peligro” y que lo que hoy llamamos cambio climático constituía una amenaza mortal. Como un águila que vuela alto y ve lejos advirtió veinte años antes que los demás la gravedad de un problema que hoy está en la boca de cualquiera.
Fidel ha muerto, pero su legado –como el del Che y el de Chávez- vivirá para siempre. Su exhortación a la unidad, a la solidaridad, al internacionalismo antiimperialista; su reivindicación del socialismo, de Martí, su creativa apropiación del marxismo y de la tradición leninista; su advertencia de que la osadía de los pueblos que quieren crear un mundo nuevo inevitablemente será castigada por la derecha con un atroz escarmiento y que para evitar tan fatídico desenlace es imprescindible concretar sin demora las tareas fundamentales de la revolución, todo esto, en suma, constituye un acervo esencial para el futuro de las luchas emancipatorias de nuestros pueblos.
El título del artículo proviene de la canción de Carlos Puebla: «Llegó el Comandante y mandó a parar». Todavía no me puedo creer que ya se haya ido, sin una orden de arresto colectiva, dirigida al mundo democrático, sin un fusilamiento masivo, sin perseguir a los homosexuales del planeta, sin callarle la boca a los periodistas de los diarios internacionales haciéndolos desaparecer con asesinatos disfrazados de enfermedades graves, sin enviar a los terrestres a un exilio interplanetario, sin hundir la isla en el mar, como tantas veces pronosticó, sin extender de una esfera a otra la guerra de guerrillas y el terrorismo, que él no sólo inventó -como inventó la mayoría de sus atentados-, sino que perfeccionó como un maestro del drama a su favor, con sutilezas que refinaron la vulgaridad de algunos dictadores que le precedieron o que compartieron época.
En fin, se murió Fidel sin acabar de sembrar el caos mundial con el que siempre soñó el patrón de finca en que se convirtió el dictador cubano. Para un depredador de la democracia me esperaba un espectáculo a su estatura, aunque aún no ha terminado todo.
Murió Fidel, el dictador que más años se mantuvo en el poder. Y yo, que como cientos de miles de cubanos llevo años esperando este momento, no sé qué hacer. Sorprendentemente, no estoy ansiosa. No me siento feliz ni infeliz. El daño que nos iba a hacer ya está hecho.
Como tantos compatriotas sufrí el castrismo dentro y fuera de Cuba. Nací en 1959, lo que significa una aptitud ante la muerte, llevo toda una vida conviviendo con la misma consigna: «¡Patria o muerte!» No me conmueve el cadáver de Castro. No me invade ningún sentimiento de pena por ninguno de ellos. Salvo por su hija, Alina Fernández, y la hija de ésta, Mumín. Pienso en mis padres, fallecidos en el exilio, me consumo en una profunda pena, porque precisamente hoy no podremos abrazarnos, y juntos imaginar el futuro de Cuba. Pienso en los cubanos, en Cabrera Infante, en Lydia Cabrera, en Reinaldo Arenas, en Néstor Almendros, en las víctimas del castrismo, y por ellos lloro. Hace poco leí que la hija de Allende declaró que no había comparación entre Augusto Pinochet y Fidel. Me temo que sus razones no sean las mías. Fidel mantuvo una férrea dictadura castrocomunista, de corte fascista, durante medio siglo, Pinochet mantuvo una dictadura de derechas durante 17 años. Castro ejecutó a unos 18.000 cubanos, Pinochet a alrededor de 3.000 personas, entre chilenos y extranjeros.
Conocemos los desaparecidos de Pinochet, los desaparecidos de Castro son casi 80.000, entre los que desaparecieron en las cárceles, en las guerras de Angola, Etiopía y Nicaragua (guerras de injerencia), en el Estrecho de la Florida... Las cárceles castristas continúan repletas, si vemos un mapa de la isla encontraremos más prisiones que playas.
Los horrores no se comparan, pero tengo que aclarar, como cubana, víctima del castrismo, que el dolor de los cubanos no ha sido reconocido como lo ha sido el de las víctimas de Pinochet. El juez Garzón no demostró la misma valentía ante los familiares de las víctimas del remolcador Trece de Marzo, quienes le pidieron que iniciara un juicio en contra de Fidel por crímenes contra la Humanidad, como cuando logró la detención de Pinochet. No, no hay comparación, Fidel gana en todo, hasta en este espantoso juego de comparaciones.
Más de medio siglo después de una revolución que supuestamente se hizo para eliminar la pobreza, erradicar el analfabetismo, crear un país que fuese un modelo de desarrollo económico y social, podemos ratificar que lo único que hizo fue empobrecer aún más la isla. La alfabetización ha sido adoctrinamiento comunista y hoy en día ocupamos uno de los últimos niveles en relación a desarrollo de todo tipo. Ésa es la herencia del castrismo. Sin contar las secuelas psicológicas, las huellas que cada individuo llevará durante años.
Ha muerto Fidel, ¡arriba, plañideras, inicien el gran espectáculo, saquen los pañuelitos rojos, desgárrense las vestiduras verdiolivo, arránquense las boinas y los cabellos! Hasta eso presenciaremos con calma. Nosotros, los cubanos, las víctimas, les permitiremos que se desahoguen por un desconocido, por un inventado por muchos de ustedes, y al que no tuvieron que sufrir en carne propia. Les damos unas semanas para que se desahoguen. Después, les rogamos que se retiren a llorar al muerto con decencia, como hemos llorado nosotros a nuestros muertos, en la más absoluta discreción, aun cuando se les ha denigrado públicamente.
No le voy a negar a Castro su gran capacidad para destruir su país, traicionar a sus camaradas y de paso descomponer el mundo. Lo hizo de tal manera que una mayoría creyó que hacía lo contrario. Espero que esa gran mayoría sepa rectificar algún día y que nos reconozcan la razón de nuestra lucha: la libertad. Murió el tirano y una vez más ha logrado que se detenga la vida en su honor, y no es justo que uno de los más grandes criminales de la Historia desate aún tanta pasión y confusión.
Me late muy fuerte el corazón, pero no es alegría, es una sensación muy extraña de alivio, de tensión y deseo de construir algo, de paz. No abrí la botella de champán, porque por los muertos no se brinda. Ahora a ver cómo nos quitamos la sucesión dinástica de encima, contamos con su ayuda. Dije bien ayuda, no avaricia.
El líder de la Revolución también fue gestor del nacimiento de la integración latinoamericana y caribeña
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Marina Menéndez Quintero
marina@juventudrebelde.cu
26 de Noviembre del 2016 23:39:41 CDT
Pocas veces se vio públicamente tan feliz a Fidel como cuando, en compañía de Hugo Chávez, firmaba en La Habana, el 14 de diciembre de 2004, la Declaración Conjunta y los acuerdos que establecieron las bases de la que sería la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América: el ALBA que alumbró un nuevo camino de integración y complementariedad para una región hasta muy poco antes fragmentada por la injerencia y la prepotencia estadounidenses.
Más adelante, el propio Presidente bolivariano proclamaría lo que hoy, en el momento de la partida física del líder universal de los oprimidos, saben todos en la región: «Fidel ha sido el pionero número uno de este proyecto», decía Chávez en la 6ta. Cumbre Extraordinaria del ente integracionista, celebrada en Maracay.
Ni siquiera los enemigos dudan que Latinoamérica no hubiera emprendido el sendero de cambios que transita desde fines del siglo pasado ni su camino hacia la unión, sin la impronta de Fidel y la Revolución Cubana. La Isla demostró (y demuestra) que el camino de la dignidad y la liberación son posibles, y que en la unidad está nuestra salvación.
No por gusto se nos ha llamado faro de América Latina. Tras el ideario bolivariano y martiano de Fidel, los movimientos populares y sociales contaron no solo con el ejemplo, sino con la solidaridad de esta Isla.
Son precisamente los poderosos quienes mejor lo saben. Por el «peligro» que significa para el Imperio el ejemplo de esta tierra irredenta conducida por el Comandante en Jefe, nunca se han resignado a nuestra existencia. Como sus ideas nos seguirán guiando, todavía no se resignan.
También por eso fuimos felices tantos cuando contemplamos los encuentros de Fidel con los principales dirigentes revolucionarios latinoamericanos, algunos ya en el poder, en ocasiones plasmadas para la Historia: con el Comandante en Jefe Chávez y el boliviano Evo Morales en La Habana, en abril-mayo de 2006, en el primer aniversario del ALBA y cuando Bolivia se adhirió a él con la contribución del Tratado de Comercio de los Pueblos (TCP) que fortaleció la alianza; Fidel, Chávez, Evo y el dirigente revolucionario salvadoreño Schafik Handal, en La Habana; el Comandante en Jefe con su colega y amigo venezolano, el Presidente de Bolivia y el ecuatoriano Rafael Correa… Los encuentros de Fidel con Luiz Inácio Lula da Silva, de Brasil, primero como dirigente obrero y luego como Presidente, también se encuentran entre esos hitos que nos congratularon, y fueron acicate de aquellos tiempos.
Schafik Handal, Chávez y Evo: se merecía Fidel ser testigo del nacimiento de la unidad y la integración latinoamericanas. Foto: Getty Images
Se merecía Fidel ser testigo del nacimiento de la unidad y la integración latinoamericanas que defendieron Bolívar y Martí, y de las que él fue indispensable artífice.
Precisamente en América Latina, concretamente en Venezuela, había estado su primer destino en enero de 1959, en viaje a pocos días del triunfo para agradecer a esa tierra el apoyo que había recibido de su pueblo la lucha insurreccional en la Sierra. ¡Al Comandante lo aclamaron las masas caraqueñas que habían depuesto al dictador Marcos Pérez Jiménez…! Algunos meses después, en abril-mayo, visitaría Brasil, Argentina y Uruguay, país donde volvió en 1995. En 1959, Montevideo lo había hecho depositario de las llaves de esa ciudad.
Lo veríamos también con Salvador Allende al frente del Gobierno de la Unidad Popular en Chile en 1971, una visita de tres semanas durante las cuales recorrió varias ciudades, tras lo que constituyó el primer triunfo en las urnas de un partido de izquierda en América Latina.
Con Allende en Chile durante su visita a ese país en 1971. Foto: Archivo de JR
Con motivo de visitas oficiales o para asistir a eventos internacionales, representantes de los pueblos de Paraguay, Argentina, Bolivia, Ecuador, México, Brasil y Panamá, entre otras naciones latinoamericanas, saldrían a las calles para darle la bienvenida. En todas partes Fidel era un acontecimiento de masas, sabedoras de las posturas del Jefe de la Revolución Cubana a favor de una justicia social que todavía se adeuda en muchos lugares del continente.
Hasta en Estados Unidos se le aclamó cuando Harlem le abrió las puertas en septiembre de 1960, ocasión en la que usó por primer vez de la palabra ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. De manera muy parecida volvería a ocurrir en el año 2000.
Líderes nacionalistas como el panameño Omar Torrijos y el progresista general peruano Juan Velasco Alvarado, entre otros, bebieron de sus experiencias y sostuvieron con el líder cubano diversos encuentros.
La amistad también lo unió al líder nacionalista panameño Omar Torrijos.Foto: José R. Orozco/Archivo de JR
La amistad también lo unió al líder nacionalista panameño Omar Torrijos. Foto: José R. Orozco/Archivo de JR
Y no escasearían en todos estos años transcurridos sus encuentros con tantos dirigentes políticos, sociales y populares de la región, orientados igualmente por su pensamiento en la noche oscura del neoliberalismo.
También el Caribe estrecharía los lazos con la Cuba dirigida por Fidel. El artífice de la Revolución jamás desconoció que la integración estaba trunca sin los caribeños, y los dirigentes de las pequeñas islas eran conscientes de ello. Su mano pronto se tendió hacia la Isla socialista.
¿Que se va Fidel? ¡Nunca! Su pensamiento y su obra están grabados en la gesta realizada, y la que deben seguir librando hoy las naciones de América Latina. Sin la unidad y la solidaridad que él nos enseñó, la obra de los próceres —de los cuales él forma parte— estará incompleta.
Los pueblos seguirán librando nuevas batallas enarbolando sus ideas. Foto: Tomada de Twitter
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1Dariem Lázaro García López - 27 de Noviembre del 2016 9:28:13 CDT
Estimado Comandante en Jefe, Fidel Alejandro Cástro Ruz, donde sea que estés, quiero agradecerte por la obra de toda tú vida. Para mi eres comandante por tu capacidad de liderazgo, maestro por las enseñanzas reflejadas en tus libros, padre por ser fundador de la Universidad de las Ciencias Informáticas donde estudio, abuelo por transmitir tus experiencias e ideales humanistas, solidarios y revolucionarios y sobre todo amigo por traer la libertad al pueblo de Cuba y desarrollar la revolución. Ninguna bala pudo atravesar tu chaleco moral, ninguna bomba te alcanzó, ningún veneno te rindió, ninguno de los miles de atentados pudo derrotar tu trinchera de ideas, solo el tiempo pudo ganarte una batalla, en tú lucha contra la vejez y el cansancio, y al final venciste al mismo tiempo, eternizándote. Comandante, tu misión ya está cumplida, la historia ya te ha absuelto. Nosotros, el pueblo de Cuba, continuaremos enérgica y rebeldemente tú legado y tú proceso revolucionario en búsqueda del mejoramiento humano para Cuba y para el mundo.¡Hasta siempre Comandante! ¡Patria o muerte, VENCEREMOS! Hoy, mañana y siempre te llevaremos dentro con el mismo cariño infinito que nos transmitiste. Comandante en jefe ORDENE ¡Hasta la victoria SIEMPRE!
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Con Chávez, el 14 de diciembre de 2004, durante la firma de la Declaración y los Acuerdos que sentaron las bases del ALBA. Foto: Juan Moreno
En la capital cubana y el resto del mundo lloran el fallecimiento del comandante Fidel Castro, pero los inmigrantes cubanos de Miami salieron a las calles con pitos a celebrar. Para el analista español Carlos Martínez se trata de "gente radical y peligrosa".
Mientras que en La Habana, América Latina y otras partes del mundo lloran la muerte del comandante Fidel Castro, en Miami, EE.UU., inmigrantes cubanos salieron a las calles a celebrar el fallecimiento del líder histórico de la Revolución.
Son "gente radical y peligrosa", explicó el analista español Carlos Martínez a RTsobre los residentes de Miami que reaccionan con alegría a la muerte del líder cubano.
Estas personas quizás apoyaron a los mercenarios que "intentaron acabar con la vida de Fidel 630 veces y no pudieron", dijo Martínez en referencia a los intentos de asesinato de la CIA, agencia estadounidense de inteligencia, contra el comandante cubano.
A diferencia de los inmigrantes cubanos en Miami, los habitantes de La Habana han calificado la muerte de Fidel como una tragedia y expresan su tristeza al tener que despedirse de su líder.
El analista Martínez destacó que Fidel es "una figura controvertida", pero la realidad es que "ha luchado por los más pobres y los más desprotegidos", lo cual queda demostrado con sus políticas reivindicadoras, que posicionaron a Cuba como una referencia en materia de educación y salud ante el resto del mundo.
Martínez destacó que "Cuba es un país en el que se puede pasear por la calle", posee agua potable, medicina y educación gratuita para todos, además, "no hay ningún niño pasando hambre y miseria" gracias a las políticas sociales del líder revolucionario Fidel Castro.
Fidel, un quijote que desafió a la primera potencia mundial
El expresidente de Uruguay, José "Pepe" Mujica, analizó que Fidel al ser un hombre de grandes alturas, "que ocupa un largo período de la historia", inevitablemente "va a tener detractores y va a tener enamorados".
Para Mujica Fidel tiene "una estatura de quijote porque le tocó vivir en un largo período de su historia desafiando a la primera potencia mundial (Estados Unidos) que la tenía en frente".
"No es problema sencillo tener coraje, decisión y capacidad de resistencia como para un dilema de esa época", aseguró Mujica al referirse a la lucha antiimperialista del líder de la Revolución Cubana, que resistió las políticas injerencistas de Estados Unidos y no cedió ante sus intereses.
Pese al bloqueo económico, financiero y comercial que impuso Estados Unidos desde 1960 a Cuba, la isla caribeña ha logrado mantenerse de pie e implementado medidas que le han valido el reconocimiento de diversas organizaciones.
El titular de este sábado del medio estadounidense The New York Times resume por qué el imperio lo odiaba: "Fidel Castro, el revolucionario cubano que desafió a EE.UU., muere a los 90".
Fidel y la Revolución Cubana
Fidel nació el 13 de agosto de 1926, estuvo dos años en prisión (1953-1955) tras encabezar la primera acción armada contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958) en el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba.
El 1 de enero de 1959 Fulgencio Batista cedió el poder a una junta militar y abandona Cuba, tras lo cual triunfa la Revolución Cubana con Fidel Castro como líder. Este hecho se convirtió en uno de los hitos más importantes en la historia de la liberación de América Latina, debido a que inspiró las futuras revoluciones en países latinoamericanos.
(Por Atilio A. Boron) Lágrimas hay de diversos tipo. Algunas, las más corrientes, son de tristeza. Otras resuman melancolía. Hay otras que expresan la indignación y la impotencia ante una ofensa que no puede ser contestada o reparada. Pero hay algunas, que me embargan por momentos, que ponen de manifiesto un impulso criminal que sólo por un arduo esfuerzo de mi conciencia logro controlar y apaciguar. Me pasó hace unos minutos cuando ví las fotos de la gusanera de Miami, celebrando la muerte de Fidel; o cuando veo a los fascistas dispuestos a que Venezuela regrese a la edad de piedra con tal de acabar con el chavismo (¡cosa que no lograran!); o cuando leo las declaraciones de Donald Trump y otros de su pelaje diciendo barbaridad y media sobre Fidel y la Revolución Cubana, así con mayúsculas. En estos casos, y en otros similares, aparecen esas lágrimas que despiertan en mi esa fiera alojada en mis tripas -por suerte casi siempre dormida- y que, ante estímulos como los enunciados desata un torrente de ideas -¡en realidad siniestras ocurrencias!- para acabar con esas lacras que tanto daño hacen a la humanidad.
Al leer lo de Trump y ver a los humanoides miameros, la fiera que me habita me susurraba diciéndome que tenía que ver la forma de organizar un magnífico paseo en yate por el Caribe, invitar a Trump y todos sus asesores y financistas, más los miembros más conspicuos de la mafia anticastrista de Estados Unidos, más la señora Hillary Clinton (¿por qué no?) y su esposo, mas “Bibi” Netanyhau, Rajoy, “Felipillo” González, el chocolatero que funge como jefe de estado en Ucrania, y una buena colección de “fachos” europeos, latinoamericanos y estadounidenses. Alentada por la fiera mi exaltada imaginación ya no se detenía ante nada porque, una vez soltadas las amarras y comenzado –por suerte imaginario- paseo en el yate, un miliciano internacionalista oculto en un refugio subterráneo de la Sierra Maestra decide emular a los “boys” que manejan los drones en Estados Unidos, identifica el yate, descubre que oculto en él hay un peligrosísimo terrorista islámico a bordo y, con el objeto de preservar la seguridad nacional norteamericana, dispara desde el dron revolucionario y libertario una batería de misiles que hace estallar al yate por los aires y acaba en un santiamén con toda esa canalla. La acción se completa con la publicación de un informe oficial -como hace Washington diciendo que en un casamiento en Islamabad o en un funeral en Kabul- descubrieron que había un tipo que parecía ser el jefe de una célula terrorista dormida anidada en New Haven, Connecticut, y que tuvieron que eliminarlo, deplorando los “daños colaterales” producidos por esa operación y enviando un sentido mensaje de condolencia a los familiares de las víctimas.
Calmada mi indignación y secadas mis lágrimas ante la perfección del plan me llamo a sosiego y me digo que nosotros, como lo enseñó Fidel, representamos un nivel superior de eticidad y que no debemos utilizar las armas y las tácticas de nuestros enemigos. Que el socialismo es un estadío moralmente más elevado que el capitalismo y que un plan como ese no puede ir más allá de ser plasmado como un cuento, y que nuestra batalla la libraremos con otras armas, una de las cuales, sin duda, es el humor que con tanta maestría manejaba el Comandante y que tanto irrita a la derecha y a los imperialistas. Nuestra victoria podrá demorarse más de lo previsto pero será inevitable. Porque, como él lo dijo en su extraordinario discurso en la Cumbre de la Tierra en Río, 1992, si no detenemos la barbarie del capitalismo la especie humana será barrida de la faz de la tierra. Para salvar a la humanidad habrá que acabar con el capitalismo. En eso estamos y, ahora que Fidel ya nos acompaña de otra forma, seguiremos con renovados bríos en esa tarea.
En la Plaza de la Revolución que soñó para Santiago de Cuba
Alberto Lescay, uno de los autores fundamentales del recinto, revela la especial prioridad que el líder de la Revolución le concediera al emblemático proyecto santiaguero
SANTIAGO DE CUBA.—De visita en los Estados Unidos para acompañar a su hijo y joven pintor, Alejandro, en la apertura de su exposición personal de denuncia al bloqueo titulada Vuelo directo, en el Centro de Estudios de Cuba, en Nueva York; así como para participar en la muestra colectiva de una galería de Miami dedicada a exponer el arte de la Isla, un mensaje paralizó a Alberto Lezcay Merencio.
Había fallecido el Comandante en Jefe, y de inmediato vinieron los cambios de planes para el destacado pintor y escultor. Mientras se gestionaba el regreso a Cuba lo antes posible, sacó tiempo para hacer mediante un periodista amigo una firme declaración sobre ese símbolo para nuestro país llamado Fidel, así como para pintar un cuadro que tituló: Se va, pero no se va.
«Realmente —señala—, quería estar en la Patria, y en especial en mi Santiago de Cuba en estos duros días para todos los cubanos, porque estuve junto a él en muchos momentos que me llenan de amor y de orgullo, porque también siento como muchos una profunda deuda con su especial sensibilidad, y el apoyo que supo brindarle al arte y la cultura en general».
Por ello, ahora en que se ha conocido que las cenizas del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz tendrán su última vigilia en la Plaza de la Revolución Mayor General Antonio Maceo, Lezcay ha accedido, como uno de los autores fundamentales del recinto, a revelar la especial prioridad que el líder de la Revolución le concediera al emblemático proyecto santiaguero.
«Fueron muchas las ocasiones—refiere—, en que durante los nueve años de ejecución Fidel visitó esta obra colectiva, para conocer cada detalle y su marcha constructiva, porque sin dudas era un objetivo supremo para la dirección del país, ya que igualmente especial atención le concedieron el General de Ejército Raúl Castro, el Comandante de la Revolución Juan Almeida, y otros compañeros.
«Pero hay un momento —añade—, que por aleccionador quisiera compartir, pues fue en circunstancias muy tensas y muy difíciles para mí. Resulta que un día se nos señaló que la fecha de un evento tan significativo como el 4to. Congreso del Partido ya estaba decidida, y la plaza de acuerdo con el cronograma de ejecución estaba un poquito atrasada por múltiples razones.
«Seguimos trabajando, pero en esos días aprovecho que viene por acá y le digo “Comandante tengo una queja”, y me pregunta “cuál es la queja”. Yo le respondo que me están apurando por la fecha y que estoy muy preocupado, pues ha habido muchos problemas que pueden conspirar contra el proyecto, sobre todo en la calidad de la plaza.
«Recuerdo que lo acompañaban varios dirigentes de aquí y nacionales de La Habana, y rápidamente se viró y les dijo, “señores, el Congreso se hará cuando esté la plaza Antonio Maceo”. Imagínese, qué lección para todos nosotros, porque tomó esa decisión automáticamente, pero con una precisa valoración de que sin la calidad máxima no podía inaugurarse la plaza.
«Yo creo que esas palabras dieron un mayor realce al trabajo que estábamos haciendo, no era una obra solo para el Congreso, era un monumento para la historia, que es en lo que se ha convertido, y lo será mucho más de ahora en adelante. Pero además, expresaba el respeto por los artistas, proyectistas y ejecutores, pues de nada valdría forzar una obra cuyos autores no estuviesen satisfechos con ella.
«Pongo este ejemplo —precisa Lezcay Merencio—, porque en nuestro proceso de hacer cosas, y de tantas cosas que tenemos que hacer, muchas veces el apuro nos hace cometer chapucerías, y creo que es bueno que todos conozcan esa lección, porque la mejor forma de ser fieles al legado de Fidel es socializándolo y llevándolo a la práctica.
«Así —enfatiza—, como hemos asumido todos estos días luctuosos pero de reflexión, se impone un proceso de interiorización de la muerte física de Fidel, porque siento que su muerte nos está uniendo más, siento eso que una vez él dijo, “que en Cuba no se trata de una entrega de antorcha de una generación a otra”, sino de estar todos unidos en función de seguir adelante con nuestra Revolución».