Por Guillermo Rodríguez Rivera
Una reciente información circulada por BBC Mundo, comenta una investigación de la estudiosa sueca Evilin Ling, de la Universidad de Lund, donde ella explica el por qué Fidel Castro, en 1959, había rechazado la idea de que se le considerara comunista y se calificara del mismo modo la revolución que lideraba. Según Ling “es posible creer que inicialmente Fidel Castro pensaba que Estados Unidos iba a respetar que Cuba quisiera hacer de sí misma un estado soberano e independiente”.
Quien conozca la historia norteamericana y las relaciones de esa nación con sus vecinos al sur, sabe que América Latina era vista por los Estados Unidos como su patio trasero. Dominaba las principales riquezas de esos países y había eliminado a líderes como Augusto, César Sandino, Antonio Guiteras y Jacobo Árbenz que habían intentado favorecer a sus pueblos afectando los omnipresentes intereses yanquis en el continente.
Esa historia la conocía perfectamente Fidel Castro. La había vivido Che Guevara, que estaba en Guatemala cuando la CIA derroca el gobierno de Árbenz por haber hecho una reforma agraria que perjudicaba al mayor latifundista de Centroamérica, que era la United Fruit Company. Fidel y el Che sabían que la reforma agraria cubana iba a provocar los mismos conflictos, como en efecto ocurrió.
Fidel actuó como si esperara la respuesta correcta, permisiva y civilizada de la administración Eisenhower-Nixon, que había derrocado a Arbenz para instalar en el poder a un tiranuelo impopular como Castillo Armas. Sabía que esa respuesta nunca llegaría. Eran los tiempos de la doctrina Truman, que había contribuido a la impopularidad del comunismo en Cuba. La otra parte de la responsabilidad de esa impopularidad, la tuvo el propio partido, que a fines de los años treinta se había aliado a Batista. Desde que derrocó y asesinó a Guiteras, Batista demostró ser un instrumento del imperialismo yankee en Cuba.
Fidel sabía, desde antes de triunfar la Revolución, que una afirmación de la soberanía y la justicia social en Cuba tendría que enfrentar los poderosos y múltiples intereses norteamericanos en Cuba.
Una reforma agraria no era una ley comunista sino antifeudal. La más radical que se hizo en América, fue obra del presidente Lincoln, al terminar la Guerra de Secesión y fue una reforma inevitable para el pleno desarrollo del capitalismo en los Estados Unidos. Pero lo que esa nación había hecho en su territorio no lo quería para América Latina.
A fines del siglo XIX se estructura el imperialismo: un capital financiero que entra sin control en países con menos desarrollo, se hace dueño de las riquezas naturales y termina dominando la política del país. Fue lo que ya había visto José Martí en los numerosos años que vive en New York.
El 18 de mayo de 1895 está escribiendo una carta que no termina y que quedará inconclusa, porque al día siguiente una bala española le arrancará la vida. Iba dirigida a su fraterno Manuel Mercado, en México. Decía allí:
ya estoy todos los días en peligro de dar la vida por mi país
y por mi deber --- puesto que lo entiendo y tengo ánimos con
que realizarlo --- de impedir a tiempo con la independencia de
Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y
caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.
Y precisaba Martí:
Cuanto hice hasta hoy y haré, es para eso. En silencio ha tenido
que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas
han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían
dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.[1]
Fidel sabía a lo que iba cuando salió hacia Cuba en el yate Granma. Para mí, lo confirma que el médico marxista argentino Ernesto Guevara se enrole en esa expedición después de hablar unas horas con Fidel, y la llame “la aventura del siglo”.
Fidel siguió la cautela martiana. Fundamentalmente, para convencer al pueblo cubano, invadido por la propaganda anticomunista, que el socialismo era el único camino posible para la Revolución Cubana. Lo consiguió, aunque sabía que generaría también enemigos irreconciliables.
La estudiosa sueca Evilin Ling no tiene razón cuando afirma que el proceder del gobierno de los Estados Unidos inclinó a la Revolución Cubana a adoptar la ideología socialista. Fidel, Raúl, Che, Camilo, Almeida, estaban convencidos de la validez de esa ideología. La perspectiva socialista era también la de algunos intelectuales vinculados a esa vanguardia política como Antonio Núñez Jiménez y Alfredo Guevara.
Los gobernantes de los Estados Unidos fueron fundamentales para demostrarle al pueblo cubano que el camino socialista era el único que garantizaría la supervivencia de la Revolución Cubana.
El de 1960 fue un año de intensa lucha ideológica en Cuba. A partir del enfrentamiento del gobierno norteamericano a la reforma agraria cubana, que perjudica grandes intereses de empresas estadounidenses, la lucha ideológica va convirtiéndose en lucha política y armada.
Empiezan a aparecer grupos terroristas y los primeros alzados en las montañas del Escambray, nutridos por antiguos militares batistianos, terratenientes expropiados y dirigentes del II Frente del Escambray, que se oponen a la orientación socialista de la Revolución.
Desde antes de la oposición de los Estados Unidos, Fidel estaba decidido a seguir el rumbo socialista en Cuba. La oposición norteamericana a la Reforma Agraria resulta muy eficaz para convencer al pueblo cubano de la inevitabilidad de seguir ese camino, si la Revolución quería salvarse.