Yibuti es un país casi invisible en muchos aspectos. Aparece en las listas de los regímenes políticos más controvertidos y en la parte más baja de la lista de países según el Índice de Desarrollo Humano, en la que ocupa el lugar 168 (de un total de 188), justo entre Sudán del Norte y Sudán del Sur. Es uno de los enclaves de la colonización francesa, y su descolonización ha sido muy tardía, ya que aún no se han cumplido 40 años desde que se produjo oficialmente. Es un país pequeño, ligeramente más grande que Belice o Israel, y no llega al millón de habitantes. Apenas tiene industria o agricultura; únicamente hay una ganadería de corte tradicional. La economía del país se basa, en gran medida, en su ubicación.
Estratégicamente situado en pleno Cuerno de África, Yibuti es un escenario clave del enorme tráfico marítimo del Mar Rojo y de los servicios logísticos para los barcos de esa ruta. Además, se ha beneficiado de la economía de la lucha contra la piratería en el Índico y de la guerra contra el terror, por su proximidad a la península arábiga.
Su presidente es Ismaïl Omar Guelleh, una figura envuelta en la sospecha, con poca credibilidad en el exterior: se mantiene en el poder desde hace diecisiete años y a pesar de que ha comparecido a dos citas electorales para su reelección, en 2005 y 2011, siempre ha habido dudas sobre la limpieza de esos procesos. Además, afronta frecuentes denuncias por sus supuestas violaciones de los derechos humanos y han sido constantes las acusaciones de corrupción. Es conocido también por la represión de cualquier intento de disidencia, ya sea desde la oposición política, como desde la sociedad civil.
Un territorio muy codiciado
Sin embargo, muchas potencias mundiales no dejan de ser pretendientes militares del país.
Alberga tradicionalmente una base militar francesa, y además acoge una enorme base estadounidense (la más grande del continente), así como diversos contingentes europeos, incluido uno español. Hay también una base japonesa y muy pronto habrá una china, oficialmente la primera del gigante asiático fuera de su territorio. Tal como afirman en un amplio reportaje sobre el país, publicado en el portal 'El Orden Mundial', "este chokepoint no tiene una importancia tan crucial como los de Ormuz y Malaca, relevantes por canalizar el petróleo saliente del Golfo Pérsico y la práctica totalidad del tráfico marítimo de Asia-Pacífico respectivamente, pero no deja de ser el cuarto del mundo en cuanto a tránsito de petróleo, tercero si le consideramos junto con el de Suez".
"Por el momento -explica el experto Fernando Arancón en el citado artículo de 'El Orden Mundial' -Yibuti ha acoplado su senda de desarrollo a las rentas proporcionadas por estados e intereses extranjeros, haciendo del país enormemente dependiente de estos. En este sentido, el país africano debería buscar aumentar su valor en alguna dinámica global que les otorgue cierto margen respecto de las potencias extranjeras, ya sean occidentales o potencialmente china. El país Yibutí ha conseguido esquivar con cierta solvencia numerosos problemas políticos y económicos que son endémicos del continente, pero también han de saber que en buena medida no ha sido decisión suya, sino un ambiente sostenido desde fuera. Yibuti tiene por delante el tremendo reto de mantener un complicado equilibrio para con el exterior, pero al menos tiene la ventaja de que nadie querría dañar un tesoro tan preciado".
David Romero