Desde San Salvador de Jujuy
El lunes pasado Analía Tolaba reveló en un reportaje con este diario que su marido, Alberto Cardozo, que por esos misterios que sacuden a la Justicia jujeña había pasado de acusador a acusado en una causa por homicidio, fue torturado durante una semana al ser detenido, con el objetivo de que incriminara a Milagro Sala en ese crimen. También dio a conocer que el juez Pablo Pullén Llermanos había apretado a su esposo para que comprometiera a la dirigente de la Tupac Amaru a cambio de dejarlo en libertad. Y además había dejado clara la complicidad del personal penitenciario del penal de Villa Gorriti en el asesinato a golpes de su sobrino, Nelson Mariano Cardozo, que el 6 de diciembre apareció colgado en su celda. La respuesta del poder jujeño llegó pronto. El viernes, la Brigada de la Policía de Jujuy golpeó dos veces la puerta de su casa, a las 15.30 y a las 16.15, para reclamarle que se presentara a declarar a las 17 ante el fiscal de investigación Gustavo Araya. En la fiscalía descubrió cómo seguiría el apriete: ninguna de sus revelaciones les interesaban. Lo único que le reclamaban era que explicara por qué había declarado que el gobernador Gerardo Morales era el culpable de la muerte de su sobrino. Analía respondió que nunca había dicho eso y que no iba a declarar en esas condiciones. Después de lo sucedido, en diálogo con PáginaI12 Analía hizo responsable al gobierno jujeño por cualquier cosa que le pueda pasar a ella, a sus hijos o su marido.
La fiscalía hizo una conferencia de prensa horas después del apriete. Dijo que Analía se negó a confirmar las declaraciones que ellos dicen que hizo a los “medios nacionales” y que se fue “ofuscada y enojada”. El sábado, la operación concluyó con la réplica de las declaraciones del fiscal en los medios locales.
“No voy a ir a declarar a un lugar en el que durante ocho meses hacen lo que quieren”, explica ahora a PáginaI12, sentada en un bar. “Pero además no me fui ni enojada ni ofuscada. Y quiero agregar, sí o sí, en esta nota, que si me llega a pasar algo a mí, a mi hija Bianca, a mi hijo Andrés, a mi mamá que me está acompañando y sobre todo a Beto (su marido detenido), que yo responsabilizo al gobierno y a sus funcionarios de los que nos pueda llegar a pasar”.
–¿Qué sucedió el viernes?
–Fue la brigada a las 15.30 a mi casa sin ninguna orden. Como yo no estaba, mi hija chiquita me llamó por teléfono y me dijo que había una camioneta blanca que estaba esperando. Me vuelvo con mi hijo en el auto y en el camino recibo una llamada a mi celular de la gente de la brigada. ¿¡Cómo tienen mi teléfono?! ¡No lo sé! Me preguntaron si hablaban con la señora Tolaba. La persona se identificó como subjefe de la brigada y me dijo que lo había mandado el fiscal Araya para que me presente al juzgado. Le dije que estaba llegando a casa. Me esperó. Cuando llegué me dijo que lo mandaba el fiscal para ver si me podía presentar a las cinco de la tarde.
–¿Tenía previsto ir a declarar?
–No, pero no tenía problema. Me explicó que era por las declaraciones que yo había hecho a la prensa nacional. ¿Sobre qué de todo lo que dije?, pregunté. Y me dijo que era sobre mi sobrino y mi esposo. No tengo problema, les dije. Si quiere, la venimos a buscar, ofrecieron. Les dije que tenía auto. Se fueron. Entré a mi casa. Llamé a la abogada. Y hablé con Beto. Lo llamé al penal. Quedamos en que hacía la declaración porque si hasta ahora habíamos decidido callarnos era por miedo a que le pasara algo adentro. La abogada me preguntó si habían traído una orden. Como no la trajeron, me dijo que podía no presentarme. Tampoco ella entendía para qué me llamaban. Cuarenta minutos después, volvieron a tocar la puerta. Otra vez la Brigada, pero esta vez con la orden. Ya eran como las 16.15. Me dijeron que me esperaban ahí. Les dije que hacía un rato había venido otra brigada.
También ellos se ofrecieron a llevarla. Cuando les comentó su sorpresa por el paso de las dos brigadas, dijeron que habría una confusión. Sin embargo, Analía cree que los policías sabían que habían hecho las cosas mal desde el principio. “Primero, porque no me pueden notificar a las tres de la tarde para que me presente a las cinco, después de una entrevista que había dado cinco días atrás. Pero además, recién trajeron la citación en ese momento. Como no tenía nada que ocultar, ni por qué tener miedo a nada, les dije que iba. Cuando llegué eran las cinco en punto. No estaba el fiscal. Tuve que esperar a que llegue hasta las cinco y media o seis menos cuarto.”
Aprietes y extorsión
Beto Cardozo es dirigente de Tekuré, uno de los espacios de la red de organizaciones sociales a las que también pertenece la Tupac Amaru. En diciembre del año pasado, permaneció en el acampe que irritó al gobierno de Morales. Lo detuvieron en abril por una causa de octubre de 2007 en la que había denunciado a dos personas porque habían querido matarlo a tiros. Las personas eran Fabián Avila y Jorge Rafael Páes. Páes obtuvo la prisión domiciliaria luego de denunciar a Milagro Sala como instigadora del crimen y pronto Pullén Llermanos lo sobreseyó. Milagro Sala fue procesada como coautora del homicidio sólo con el testimonio de Páes. Avila no modificó su declaración y sigue detenido. Cardozo fue procesado porque Páes dijo que se defendió a los tiros. Así pasó de acusador a acusado. En el reportaje publicado en este diario el lunes pasado, Analía Tolaba describió parte de lo que sabía sobre el asesinato de su sobrino en el penal, y reveló las torturas y la extorsión sufridas por su marido. El caso es paradigmático en ese sentido: muestra la mecánica del apriete como práctica, un sistema implementado por el gobierno para obtener declaraciones judiciales que le permitan mantener encerrada a Milagro Sala.
A Beto Cardozo lo detuvieron un martes. Analía corrió atrás del móvil de policía con una caja de remedios. Cuando llegó al Penal, le dijeron que iban a ponerlo en el Pabellón 2, una supuesta área de preingreso. Cuando salió del penal, un grupo de Tekuré le explicó que en realidad ese era el pabellón de castigos. “Volví a ver a Beto, tres días después, el viernes, y fue como cuando dejás de ver a una persona durante meses. Estaba todo barbudo con el pelo con cosas blancas. Estábamos en el patio del penal. Hacía frío por la ola polar. Beto estaba quieto. No se movió. Atrás estaban los guardiacárceles. Me acerqué y estaba llorando. Me abrazó. Me dijo: ‘sacame de acá, me van a matar, me quedo dos días más y me matan si no me mato yo’. ¡Qué te han hecho Beto! ¡¿Qué te han hecho?!, le dije. ¿Te pegaron? Y decía que sí bajando la cabeza”. Con el correr de los días pudo reconstruir lo que pasó en ese pabellón. “Le pegaron. Me decía: no sé a qué hora, pero me sacan a la noche y me pegan. Me tienen desnudo. Me ataron las manos con los pies, me tienen así, y encima me envuelven con el colchón y me pegan con palos. El nunca los vio porque le tapaban la cabeza con una bolsa. Me dijo que todo el tiempo estaba a oscuras. Nunca vio la luz”. Pasaron el sábado y domingo. El lunes, un policía le zampó un borcego en la espalda hasta hacerlo sangrar. “Ahí dejaron de pegarle. Lo hicieron ver con la médica. Cuando le preguntó qué había pasado, Beto tuvo que decirle que se había caído porque atrás lo escuchaban los carceleros.”
Analía contó que durante los tormentos le preguntaron por las bolsas de dinero de la Tupac, por Milagro Sala y por Javier Nieva, un integrante de la red al que daban por prófugo. Cuando pasó el tiempo, lo trasladaron dos veces al juzgado de Pullén Llermanos sin avisarle a su abogada, Sara Cabeza. En las dos oportunidades, el magistrado le ofreció una salida rápida si denunciaba a Milagro Sala. Esta declaración, que Analía ya hizo el lunes pasado y ahora repite, se inscribe dentro de la lógica extorsiva que, según viene denunciando la organización Tupac Amaru, pesa sobre los testigos de las causas desde el día de la detención ilegal de Milagro Sala. Los movimientos de derechos humanos de la provincia también vienen señalando las condiciones de detención de los presos. Y Cardozo se lo contó durante una visita a las senadoras Teresita Luna y María Inés Pillatti y a la diputada mandato cumplido Mara Brawer del Comité por la Libertad de Milagro. Cuando la abogada de Cardozo conoció el episodio de los traslados, le pidió explicaciones al juez vía expediente. Pullén Llermanos sólo dijo que lo había convocado preocupado por el bienestar de su defendido (ver aparte).
–¿Qué pasó entonces en la fiscalía?
–No me atendió el fiscal. Me atendió el secretario –dice Analía, y saca una tarjeta–: Sergio Valdecantos. Me dijo que ellos querían que haga una denuncia formal sobre los dichos que había expresado en los medios nacionales sobre que el señor gobernador es el culpable de la muerte de mi sobrino Nelson Mariano Cardozo. ¿Cómo?, dije yo. Primero y principal, esa no fue mi expresión. Yo no dije en ningún momento una cosa así. Lo que sí dije es que, dados los sucesos que venimos pasando desde hace ocho meses, hasta esto último de la muerte de mi sobrino, ¿cómo quiere que no piense que el gobierno tiene que ver con lo que nos está pasando?, cuando hasta ahora no se nos ha informado ni siquiera que pasó en mi casa. Ahí, le conté todo lo que pasó, desde la detención de mi esposo en la que dieron vuelta una causa donde era denunciante y ahora pasó a ser denunciado. Que siguieron todos los golpes y torturas a Beto durante una semana. El apriete que sufrió de parte de un juez que pretendía que haga una ampliación de declaración acusando a Milagro Sala que lo había mandado a matar. Cuando en agosto van y me llenan de tiros el auto en mi casa donde vivo con mis hijos y después sale un juez por televisión a decir que nos habíamos autoatacado. El hecho de que recién después de siete meses de estar preso se le ocurrió al juez sacar una prisión preventiva y lo último, la muerte de mi sobrino. ¡Y hoy me llaman por unas declaraciones que hice en el diario! O sea, le dije, ¿cómo pretende que yo crea que por una denuncia, ustedes van a hacer algo?”
La Navidad
La fiscalía de Araya está a cargo de la investigación por el crimen de Nelson Mariano Cardozo. Las familias le otorgaron cierto mérito al comienzo porque detuvo a siete agentes penitenciarios de guardia aquel día, en el que también se desató una feroz represión. Sin embargo, al otro día los liberó. En el contexto de esa causa, el fiscal convocó a Analía. Ella está convencida, más allá de Morales, de que el asesinato de su sobrino pudo haber sido también un nuevo apriete sobre su marido. Por eso, desde entonces, todavía shockeada, comenzó a hablar mientras el resto de la familia repite cada noche los rituales funerarios de la novena con la ropa de Nelson entre los rezos.
–¿Le pidieron en la fiscalía que declare sobre el resto de los temas?
–Me pareció que el secretario tenía un texto cargado en la computadora, pero como le dije que no desde el principio, no avanzó. A todo esto, había unas personas sentadas afuera. Ante mi postura, el secretario me pidió que esperara. Me llevó a hablar con el fiscal, pero evidentemente estaba con gente. Volvimos a su oficina. Me dijo que yo no necesitaba abogado ni nada para hablar. Le dije: no soy tonta. Y que le dijera al gobernador que yo no tengo miedo: que después de los tiros que fueron a hacer a mi casa, a mí se me fue el miedo porque se metieron con mis hijos. Que no me iba callar y voy a seguir peleando por todo lo que está pasando.
Las dos personas que estaban afuera eran del Ministerio Público de la Acusación, ese curioso organismo creado durante el gobierno de Morales que actúa como usina de las denuncias sobre Milagro Sala. “Nosotros tenemos psicólogos y abogados que te pueden asistir, me dijeron y me preguntaron si los quería acompañar.” Analía todavía tiene en la cartera el formulario que le entregaron con el sello del organismo. “¿Pero qué pensaron, digo yo, que iba a asistir toda muerta de miedo y asustada? Gracias a Dios hice terapia toda mi vida y sé manejarme. Quizá es mi hija la que ahora está afectada con todo esto, porque no entiende, no comprende y no acepta que su papá esté encerrado y menos que le cuente que está así por algo que no hizo. Y, también, porque yo particularmente siento que no tengo cabeza y ni puedo jugar con ella por todo esto.”
Hace una semana, el domingo 11, Analía habló con los jefes del penal. Les dijo que su esposo cumplía años el miércoles siguiente. Que iba a llevar una torta. Que todo era una sorpresa pero que necesitaba un permiso para llevar un día antes un pequeño árbol de Navidad. Lo había hecho su hija en la clase de actividades prácticas. “Se lo quería llevar a su papá. Mi idea era dejarlo antes para que lo revisaran porque no quería ir el miércoles con ella y hacerla pasar por los controles donde le abren y lo desarman de arriba abajo. Me dijeron que sí. Fui el martes. No quisieron recibirlo porque no podían hacerse responsables. Cuando llegué el miércoles con mi hija, a las 13.30 en punto, entramos a la parte en la que te revisan las cosas, sale una de las chicas del penal y me dice que el arbolito no va entrar.”
A su hija Bianca se le cayeron las lágrimas. Cardozo se acercó. Había hecho todo lo que les habían dicho: una nota ya autorizada por el penal que incluía también al arbolito. Se la mostraron a los jefes. Lograron conmover a una penitenciaria. Finalmente, les dejaron entrar el árbol pero sólo cuando toda la familia se había retirado del penal.
–¿Cómo se fue de la fiscalía?
–Me puse a llorar pero no mucho, porque sinceramente al comienzo me quebraba como una condenada pero ahora no. Y menos delante de esas personas sobre las que creo que se burlan de nosotros aunque lloremos o salgamos en la tele o que hagamos cartelitos. Ellos consideran que los que están encerrados son unas ratas y se merecen morir. Eso es lo que me parece.
–¿Qué es lo que la hace declarar?
–Después de mi sobrino, me dije ¿qué puede pasar ahí? Y más, si esto queda en la nada. O si empiezan a inventar ahora que fueron otros presos. Acá tuvo que ver el Servicio Penitenciario porque esa reja la abrieron ellos.
–¿Está dispuesta a declarar en la Justicia?
–Sí. ¿Qué más me pueden hacer? ¿Ponerme en la silla eléctrica? Cuando salí del penal fui a ver a la abogada para pedirle que presentara un recurso de amparo para proteger a Beto, a mí y a los chicos, y obviamente hacer responsable al Estado de lo que me llegue pasar, porque evidentemente les molestó lo que dije y hablé, pero es lo que siento.