El anuncio formaba parte de una campaña estadounidense de 5 millones de dólares, la más grande de la historia para un agua embotellada, y resultó ser un gran éxito. De 1975 a 1978, las ventas de Perrier en los EE.UU. aumentaron de 2,5 millones de botellas a más de 75 millones.
No fue la única empresa agraciada. De repente, las botellas de agua embotellada comenzaron a acompañar a las grandes "celebrities" estadounidenses, como sucedió con el primer vídeo de Jane Fonda haciendo ejercicio en 1982 o Jack Nicholson en una ceremonia de los Óscar. "El esnobismo del agua ha reemplazado al esnobismo del vino como novedad. La gente ordena sus 'eau' por orden de marca, como alguna vez hicieron con sus Scotch", señalaba la revista Time en un artículo publicado en 1985.
Pronto, las grandes marcas de refrescos, viendo la oportunidad comercial, lanzaron sus propias aguas: Aquafina de PepsiCo en 1994, Dasani de Coca-Cola en 1999 o Puré Life de Nestlé en 2002. El negocio del agua se había convertido en una realidad, aunque más tarde algunas de las nacientes marcas estuviesen envueltas en escándalos relacionados con embotellar agua del grifo y no de los manantiales, como prometían a los consumidores.
Sin embargo, tal y como explica explica Sophie Elmhirst, en el citado artículo, lo peor del negocio estaba por llegar: "Si la última década fue testigo de la gran expansión comercial del agua, 2016 podría definirse como el año en que el mercado perdió la cabeza. Ahora parece que no hay límite en lo que un agua puede ser, o lo que los consumidores están dispuestos a comprar. Ya no basta con que el agua sea simplemente agua: debe tener poderes especiales".