Los conservadores, los liberales, los socialistas “juanbjustistas”, los anarquistas, los “izquierdistas” siempre se opusieron y cuestionaron firmemente las medidas populistas que, progresivas aunque no totalmente suficientes, adoptaron el yrigoyenismo, el peronismo y su expresión más reciente el kirchnerismo en favor de los sectores más postergados de la sociedad.
Los “izquierdistas” critican al populismo porque éste no tiende a erradicar el sistema capitalista. Se muestran incapacitados para comprender la progresividad histórica de los movimientos nacionales y populares en los países dependientes como los nuestros.
Por su parte, los conservadores (la derecha, como la que hoy gobierna la Argentina) lo critican y abominan del mismo porque, aún incompletamente, defiende más los intereses de los sectores populares.
Aunque malsano, resulta absolutamente coherente que los sectores de privilegio hayan desplegado una demonización sistemática -a través de sus diarios, de sus radios, de sus canales de televisión, de sus intelectuales y académicos orgánicos- del concepto y de las políticas populistas.
Sin embargo, cuando estos sectores conservadores acceden al gobierno no dejan de asumir medidas populistas, aunque con objetivos cualitativamente diferentes. ¿Podríamos hablar, entonces, de la existencia de un “populismo de izquierda” (progresivo) y de un “populismo de derecha” (conservador). Creemos que sí, por lo siguiente:
Una cosa es la adopción de medidas populistas por parte de gobiernos que asuman, de manera estructural, el combate (aunque parcial) del fundamentalismo capitalista, preservando, ampliando y construyendo derechos para las mayorías; y otra, muy distinta, las medidas populistas que adoptan los gobiernos conservadores (como el neoliberalismo actual) que, a la par de representar y defender obscenamente los intereses de los sectores más privilegiados del sistema, generando más pobreza y excluyendo a más población, despliegan políticas asistencialistas en la perspectiva de la mera contención social, del control social y del disciplinamiento. La asistencia se transforma en una suerte de práctica bondadosa y caritativa y desaparece toda idea de derechos para el pueblo en su conjunto.
En el gobierno actual, mientras se avanza brutalmente con la pérdida de derechos (económicos, sociales, humanos, culturales) se mantienen ciertas políticas populistas, las cuales adquieren -al no articularse con procesos estructurales de defensa del bienestar general- un mero sesgo asistencialista.
Cuando las autoridades y los referentes más destacados del PRO-Cambiemos (y aún sus adláteres más degradados e inimputables) afirman, dentro y fuera del país, que se terminó el populismo en Argentina, ¿qué quieren decir? Avisan, en concreto, que ellos están restaurando las posiciones y las políticas más conservadoras, en contra de las mayorías populares.
Con descaro, cínicamente, disfrazan el discurso, adjudicándole todos los supuestos males al populismo de los proyectos nacionales y populares, mientras continúan ellos con las prácticas populistas, pero de derecha.
* Profesor consulto (UBA). Autor del libro Asistencia y asistencialismo.