Nacido en San Juan de los Morros, Carlos Galindo, de 21 años y estudiante de segundo año de MGI, está enamorado de su mundo. Si se le dice que hay mucho calor, tiene una respuesta amorosa en defensa de su patria pequeña: «Eso es en esta época. Después viene la situación de lluvia. Entonces todo se vuelve un poco más verde, fresco. Todo me gusta de aquí».
No lejos, una mujer de sonrisa que ampara, la doctora Yamilex Reyes, de 49 años, nos cuenta que pertenece a un pueblo que se llama Libertad de Barinas, en el estado de Barinas. «Eso está a 25 minutos de llegar a Sabaneta, Barinas, donde nació nuestro Comandante Chávez. Es una región muy calurosa, donde todos nos amamos, porque todos somos hijos de Dios», comenta.
Yamilex tuvo la oportunidad de estudiar Medicina Integral Comunitaria «gracias a ese legado que nos dejó nuestro Comandante, para fortalecer aquello que dábamos por perdido como era el médico de cabecera, también conocido como médico de la familia». Es esa la voz de una escuela que cree en visitar a los pacientes en sus casas; que no ve en ellos, como explica Yamilex, un cheque al portador, sino alguien merecedor de cariño. Ella fue formada por profesores cubanos —puede mencionar cada uno de sus nombres—; y ellos son «muy buenos».
Hay mucha piedad en Yamilex, quien, cuando habla sobre la cercanía de la prisión, recuerda que tres, cuatro meses atrás, cuando se produjo un estallido de violencia tras las paredes del penal, vivieron días difíciles: pero supieron manejar la situación, siguieron trabajando en la comunidad Los mangos, lugar de extrema pobreza, colindante con el penal, donde viven las familias de los expresidiarios. Esta mujer vive convencida de que, donde hay humildad, hay gratitud, por eso «hay que trabajar con el corazón».
La venezolana Yamilex Reyes tuvo la oportunidad de estudiar Medicina Integral Comunitaria para fortalecer la labor del médico de cabecera, también conocido como médico de la familia.
No se rindieron
«Aquello fue una guerra diaria, un ataque sicológico que llegaba a descompensar», no olvida Arianna del Pino, cubana de 42 años, de la provincia de Villa Clara, quien funge como especialista en Estadística en el CDI Ernesto Che Guevara. Ella vuelve a las horas en que la prisión estaba revuelta.
«La situación era muy tensa. De venir temprano en la mañana y salir para las casas lo más rápido posible porque se armaba el tiroteo», dice.
Luis Miguel Salas, cubano de 38 años, enfermero emergencista de Guantánamo, Caimanera, recuerda que las cosas cambiaron cuando el Gobierno intervino y transformó los propósitos del recinto para desinflar allí la peligrosidad. Una mafia interna había secuestrado a los funcionarios de la prisión para exigir la entrada de más reclusos, pues cada convicto representaba un montón de dinero a través del chantaje: las familias pagaban, desde afuera, por la vida de los suyos adentro.
Luis Miguel no olvida que de septiembre a noviembre de 2016, los presos que salían en libertad llegaban mutilados o con heridas de balas. Había que atenderlos con urgencia. «En un momento pensé que podía morir. Yo vengo de Caimanera, donde está enclavada la base naval de los Estados Unidos, donde existe una tensión lógica. Pero para mí los tiros impactando contra el CDI eran cosa nunca vista».
Este profesional de la salud, sin embargo, está transido de humanidad: «Sentía lástima por los reclusos, por ellos que estaban dentro, y por sus familias que estaban afuera, incluso por los demás pacientes que tenían temor de venir a atenderse aquí, no fuera que una bala perdida los alcanzara. Una vez llegué a estar ocho días sin salir del CDI (entonces los hombres hacían todo el trabajo mientras la mujeres los proveían de alimentos)».
Miladis Bombú Duporte, guantanamera de 48 años y también emergencista, reconoce que nadie se ha atrevido a dañar a los cubanos. Ni bandidos, ni víctimas, ni victimarios: «Siempre todos han dicho: ellos vienen aquí a ayudarnos».
Es que hay un espacio donde todos los seres humanos hablan el mismo lenguaje: es el espacio del amparo, de atenuar todas las fuerzas que nos recuerdan nuestra fragilidad física y social. De esa suerte común, y de la posibilidad del humanismo, saben muy bien revoluciones como la nuestra, y como la iniciada por Hugo Chávez.l