Hace un año Solano empezó a entrenarse con rollerski (una especie de patines que simulan el esquí) sobre el pavimento de un desolado parque de Maracay. La pasión le pilló mientras se empleaba como cocinero en un puesto de hamburguesas. Entonces asistió a una charla de César Baena, un promotor en Venezuela del esquí invernal, quien a la larga le convenció de enrolarse como el cuarto integrante del equipo nacional. Para ello debió haber llegado a Suecia en enero. Allí se prepararía para la competencia entrenándose, por primera vez, en nieve. Pero no lo hizo. En una escala en París, las autoridades francesas lo detuvieron. Solo llevaba 28 euros encima. No creyeron que era esquiador. Ocho días más tarde volaba de regreso a Caracas. Había prácticamente echado a la basura los 1.125 euros que consiguió ahorrar para el billete. “Creo que lloré durante todo el vuelo”, recuerda, “sentí que había perdido todo por lo que había trabajado durante un año”.
Sin embargo, ya en Maracay, dos días antes del Mundial, recibió una llamada desde Finlandia. Un empresario había recolectado 4.000 euros mediante una campaña de crowdfunding; ¿Quería de verdad ir al Mundial? “Tenía dos opciones: o decir que sí o decir que no. El ‘no’ me iba a dejar sentado frente a la computadora viendo la competencia y diciendo: ‘Allí habría estado yo”. Solano confía en que volverá a presentarse en un próximo campeonato mundial, al amparo de la Federación Internacional de Esquí, que abre el torneo a atletas procedentes de países donde el esquí no es nativo. Ha recibido varias ofertas de patrocinio y adelanta que el 25 de marzo firmará la más firme de ellas en México.
Pero por ahora lidia con otro efecto inesperado de su aventura. A su regreso a Venezuela, en las redes sociales y los medios digitales se encendió una airada controversia: por un lado, a Solano le aupaba un bando, por lo general afecto al oficialismo, que ve en el muchacho la encarnación de un discurso edulcorado de autoayuda, la saga de un soñador que no cejó en perseguir su sueño; en el bando contrario, le afeaban a Solano su simpatía por el chavismo.
Solano dice que ha recibido en su móvil varias amenazas de muerte. La más seria venida, en sus palabras, “de uno de los lugares más peligrosos de Aragua”, lellevó a hacer una denuncia ante el ministerio público. Aparte de eso, las críticas parecen tenerle sin cuidado. Optimista nato, dotado de un puñado de máximas que suenan a manual para ser feliz -“los sueños nunca vencen, solo le das pausa a su descarga”-, sigue adelante y sirviendo incluso de ejemplo. “Una deportista que participó en el Mundial, y que es una de las mejores en su disciplina, me mandó un mensaje que decía: ‘Gracias a ti, tomé la decisión de inscribirme en una escuela de teatro. Toda mi vida había querido estar en las tablas pero no me atrevía”. Fue el otro premio del esquiador que nunca había visto la nieve.