Por Marco Teruggi
16 Abril, 2017
La distribución geográfica es la siguiente: la retaguardia se sitúa en los alrededores de la plaza, sobre la avenida principal; la masa fluctuante se encuentra a partir de media cuadra más adelante hasta la zona donde no llegan los humos de los gases; la vanguardia busca acercarse al cordón de policía que impide el paso hacia la autopista, tiran bombas molotov, piedras, hasta que no aguantan y repliegan. Ese sector coloca las guayas, el aceite en el piso, arma las bombas detrás de una pared. Entre ellos -la masa y la vanguardia, todos encapuchados- se abrazan como héroes.
La escena se repite incansablemente durante horas. Existen momento de euforia colectiva, generada por la adrenalina, la sensación de la epopeya. Entonces arrancan portones, los cruzan sin sentido en las calles, rompen carteles luminosos, juntan piedras y piedras, las golpean sobre el zinc, se dan ánimo, corren de a muchos hacia la policía. A los pocos segundos regresan más rápido de lo que fueron, con las mismas piedras y molotov en las manos. Corren más de lo que confrontan.
Hay otros personajes: los motorizados solidarios que sacan a alguien demasiado expuesto a los gases, los vecinos que recargan las botellas de agua, los curiosos que se detienen a observar, los vendedores de agua y limones, los mototaxistas a la espera de pasajeros.
No existe liderazgo visible. Algunos logran generar una suerte de conducción que rápidamente se desvanece, sirve para orientaciones en momentos de caos, como cuando quieren linchar a alguien por pedir que “le bajen dos”. Visto desde afuera resulta difícil saber quién dirige. ¿Alguien dirige realmente? ¿O la estructura de células que está al frente funciona de manera autónoma con la única orden de confrontar y destrozar hasta el cansancio? Porque la batalla es por cansancio. La policía aguanta en su esquina durante horas. Hasta que decide avanzar una o dos cuadras hasta concentrar a los centenares. Para eso aumenta la cantidad de gases y la distancia a la cual los lanza. ¿Qué debería hacer? El esquema de la derecha consiste en ir a buscar el choque para luego mostrarse como víctimas que resisten.
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Volvieron las guarimbas. ¿Cuál es su objetivo? Es necesario determinarlo para saber si logran fracasos o victorias. Resulta poco probable pensar que la correlación de fuerzas planteada en Altamira o los diferentes focos de violencia pueda permitirles rebalsar a la policía. No tienen esa fuerza. Eso podría hacerlo una pueblada. Su problema es que son pocos: el momento de auge relativo de la autopista dura hasta las primeras piedras, luego son a veces cuatrocientos, a veces cincuenta, a veces menos.
El plan no parece ser entonces llegar al oeste de la ciudad. Aunque lo enuncien, arenguen a la gente a ir en búsqueda de las instituciones -para quemarlas, como lo hicieron el sábado. Necesitan generar el hecho mediático y para eso, se sabe, no es necesaria la masividad. Basta ver los videos que circulan: están hechos de primeros planos, rostros, acciones individuales o de pequeños grupos. Logran convencer a muchos de aquí hay una represión feroz, y son una multitud en las calles. No hace falta ser miles para instalar una idea. Basta tener varios focos de violencia, transmitirlos en simultáneo, crear rumores y buscar las mejores imágenes -una mujer joven con la bandera de Venezuela que junta un gas, por ejemplo.
Matriz comunicacional, caos e incertidumbre. Como la que se vivió en la noche del lunes: llegaron reportes de varios puntos del este de Caracas, Barquisimeto, Valencia, imágenes de quema de un camión de la Misión Nevado, un edificio de Cval, un local del Psuv, audios con relatos de postes de luz tumbados en la autopista, cortes de calles en el este con personas armadas, incendios de basura, focos de violencia, miedo, desconcierto. Si ese es el objetivo entonces lo cumplen. Se sumerge a las subjetividades, las redes, los teléfonos, las conversaciones.
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¿Cuál es la diferencia con el 2014? El método hasta ahora es similar: puntos específicos de destrozos y confrontación en el este de la ciudad. Dan rienda suelta a su base más radical, a las células entrenadas para eso. Resulta poco probable pensar que esa metodología logre convocar masividad: ya se sabe que las movilizaciones desembocan en gases, piedras, guayas, aceite, incertidumbre creciente, posibles muertos -las guarimbas tuvieron por saldo 43 víctimas. Por eso su debilidad es la perdida de base y el desgaste. Como en el 2014. Su esquema así planteado tiene un límite, aunque tal vez logren acumular más gente para fechas puntuales, como el anunciado 19 de abril.
La principal condición que parece haber cambiado es la internacional. Las declaraciones del Comando Sur de los Estados Unidos el pasado viernes son la muestra más clara. Fueron dadas en simultáneo con el bombardeo unilateral a Siria. Gran parte de la ofensiva callejera de la derecha está hecha para el frente exterior, para eso las imágenes, las denuncias de represión, persecución, de un supuesto e inexistente gas tóxico. Son lo que piden los aliados y financistas para apretar el acelerador en la Organización de Estados Americanos, en cada uno de los países donde gobierna la derecha en el continente, en Estados Unidos y Europa.
Ahí reside una fuerza que no tenían en el 2014. En aquel entonces faltaba todavía un año para que Barack Obama declarara a Venezuela como amenaza. Sin embargo tampoco pareciera suficiente -hoy- para dar vuelta el escenario y lograr el quiebre buscado. ¿Entonces qué? Sin barriadas para una pueblada ni Fuerza Armada Nacional Bolivariana que acompañe, ¿cómo piensan romper el límite del 2014? Nuevamente la pregunta: ¿cuál es su objetivo? ¿Tumbar al gobierno por la fuerza, profundizar el desgaste general que existe en el país, acelerar los comicios electorales?
No se debe subestimar el plan en marcha. Tampoco nombrarlo con palabras que le quedan grandes. Lo que han iniciado es nuevamente una metodología de violencia abierta, destrozos, confrontación callejera y política, un cuadro de desenlaces inciertos. En Altamira no había un pueblo como tanto les gusta decir. Eran pocos, aunque las imágenes logren dar la impresión de ser muchos. Organizados y preparados, sí. También con altos niveles de improvisación y de actos ridículos. Son la base de la derecha golpista, vestida con estética de rebeldía.