“Según la Torá, el apellido de Nisman aparece en Génesis 47:29, salteando 77 letras. Es decir, se señala una letra, se saltean 77 letras, y se señala otra letra, se vuelven a saltear 77 letras y se señala otra letra. Así aparece (Alberto) Nisman… ” Y en la última letra de Nisman, el texto que la atraviesa dice: ‘Por favor no me entierres en Egipto, pues he de yacer junto con mis padres’ (Génesis 47:29-30)”, explicó el rabino Aharón David Shlezinger en un video que subió a Youtube viralizado a través de Perfil.com.
¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Qué oscuro destino les depara a los Nisman de este mundo, que según el Génesis “no quieren ser enterrados en Egipto”? Es más, uno tiene derecho a preguntarse, ¿cómo Aharón lo ve tan claro ahí donde otros no vemos absolutamente nada? En el mismo video, el rabino contesta: “En la Torá hay indicios y tenemos nuestra mente para poder coordinar los misterios de la Torá. Aquí no hay nada de profecía ni espíritu de santidad, porque en esta época no lo tenemos. Son sólo deducciones”.
Tras esa advertencia tiene coraje para seguir, y sigue: según la ley judía, “a una persona de los Hijos de Israel” que comete suicidio voluntario “no se lo entierra junto a sus padres, en el interior del cementerio, sino fuera. En ‘no me entierres en Egipto’ habla de la muerte del patriarca… de una muerte común, que no es provocada por la persona misma. Si fue inducido por alguna razón, en ese caso se lo entierra dentro o fuera: a un suicida se lo entierra fuera del cementerio.” Así, Shlezinger deduce: “No se trata de un suicidio, sino que alguien lo obligó a hacerlo”.
El religioso continúa buscando coincidencias sugestivas en “la codificación de la Torah” y vaya si aparecen: “A partir de la primera letra hay que saltear cuatro veces (el nombre Nisman en hebreo tiene cinco letras), hay que contar 77 veces. Y 77 por 4 es 308, y 308 es el mismo valor numérico de la expresión ‘para matarte’. O sea que se habla aquí de una ‘conspiración’, está escrito en Génesis 27:42. Esaú conspiraba para matar a su hermano Jacob. Estaba planificando una idea para matarlo”.
Las deducciones del “detective teológico” continúan. “Esaú es el hermano de Jacob, por lo tanto no es de los ismaelitas. Por lo tanto, quedan fuera de las sospechas los árabes iraníes. No estamos hablando de ellos. Se trata de una persona de América. Queda aquí encerrado el grupo en donde buscar a las personas que provocaron la muerte del fiscal Nisman. Con esta muerte, según vemos lo que surge de esta codificación, fueron personas descendientes de Esaú”.
Por supuesto, estas son solo algunas revelaciones, se abstiene de dar otras porque “no podemos confiar en la capacidad mental para acusar a alguien sin pruebas contundentes. Hacer eso sería muy malo, perverso. Por tal razón, según la ley judía -halajá-, no hay permiso de hacer algo así”.
¿De dónde viene todo esto?
No es una genialidad del rabino: es parte de una tradición. Bastante reciente, pero tradición al fin. Shlezinger utiliza el llamado Código de la Biblia. Según la entrada –algo desactualizada– en Wikipedia, éste es “un supuesto código oculto en la Torá judía (los cinco primeros libros del Antiguo testamento, para los cristianos el Pentateuco) que relata acontecimientos del pasado, presente y futuro. Estos códigos son legibles gracias a unas reglas de codificación que únicamente pueden aplicarse al texto en hebreo antiguo utilizando programas informáticos”.
El asunto hubiese quedado confinado a abstrusas discusiones matemático-teológicas si no fuese por dos razones. Una, porque el libro publicado por el periodista Michael Drosnin en 1997, El código secreto de la Biblia, hizo de la teoría un best-seller. Otra, porque uno de los mayores especialistas en el tema es el Premio Nobel de Economía 2005 Robert Aumann, miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y profesor del centro para el Estudio de la Racionalidad de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Es más, hasta hoy algunos siguen citando erróneamente a Aumann como un “defensor” del famoso “código bíblico”. Pero mejor apuntemos al corazón de la historia.
¿Tiene password la mente de Dios?
Todo comienza con el artículo titulado “Secuencias de Letras Equidistantes en el Libro del Génesis” firmado por un grupo de científicos israelíes en la revista Statistical Science. Allí, el físicoDoron Witztum, el informático Yoav Rosenberg y el matemáticoEliyahu Rips –íntimo amigo de Aumann– se propusieron determinar la existencia de conceptos significativos analizando la proximidad de palabras relacionadas. Para probar su hipótesis analizaron la Torá y aseguraron haber hallado “patrones significativos imposibles de atribuir a la casualidad”.
Los investigadores llamaron Secuencia de Letras Equidistantes (SLE) a “palabras formadas por letras separadas por el mismo número de otras letras entre ellas”. Por medio de un programa, representaron el texto hebreo original como una cadena de caracteres sin separación entre palabras, formando una espiral desplegada sobre la superficie de un cilindro. Variando la cantidad de letras por espira y analizando en vertical, horizontal o diagonal las columnas de caracteres, “aparecían nombres y fechas relevantes en la historia israelita”. Ahí se leían los nombres de 32 rabinos y sus fechas de nacimiento y muerte. La singularidad estadística alentó una ilusión sobrecogedora:aquellos rabinos habían nacido miles de años después de que fuera concebido el texto.
Dios, cuya palabra se encarna en la Torá según la tradición, habría legado por escrito el futuro de la Humanidad. Ahora bien, ¿por qué Dios escribiría sus profecías en hebreo? Según la Torá, el hebreo es el pueblo elegido por Dios. Para evitar celos nacionalistas o conflictos interreligiosos ¿habría que ampliar la búsqueda rastrillando patrones similares en otros textos sagrados?
En 1994, Drosnin, que era periodista del Washington Times, tropezó con el tema. Entusiasmado, comenzó a rastrear claves en la Torá hasta encontrar “el anuncio del asesinato del primer ministro de Israel, Itzhak Rabin”. Entrevistó a Rips, coautor del famoso artículo, y descubrió que la Biblia se codificaban Hitler, Hiroshima, el alunizaje y –lo más impactante– “absolutamente todo” lo que vendrá. Por ejemplo, vio el Holocausto Atómico. Hasta fijó una fecha: 2006.
En 1997, publicó El Código Secreto de la Biblia. Un best-seller que pronto iba a ser superado por otro código, el de Da Vinci. En su secuela más reciente, Drosnin escribió que los atentados del 11-09-01 estaban inscriptos en la Biblia. Lamentablemente, lo anunció cuando la tragedia había sucedido. Pregunta: ¿es Drosnin un charlatán? Rips fue lapidario: “El código no permite predecir los sucesos futuros. No apoyo sus trabajos ni sus conclusiones”.
Ahora bien, ¿y qué hay del matemático Aumann? El creía que sí, en realidad estaba convencido de que en la Torá se cifraba el porvenir. Es más, cuando el 10 de octubre de 2005 la Real Academia Sueca de Ciencias le entregó el Nobel de Economía por sus investigaciones sobre Teoría del Juego, a pocos medios se le escapó señalar la curiosa afición del profesor. Es más, los noticieros se dieron el gusto de poner la cortina musical de los Expedientes Secretos X para los generalmente aburridos informes sobre la ceremonia académica.
Aumann es, aparte de derechista confeso, judío ortodoxo y anti-palestino a ultranza: defendió públicamente la idea de que devolverle sus tierras a los palestinos es erróneo ¡desde el punto de vista de la teoría de juegos! Por otra parte –nobleza obliga–, un científico que admite sus creencias religiosas sin temor a estigmatizaciones suele ser motivo de sorpresa, como si la coexistencia de fe y ciencia fuese algo extraño.
Después de dos décadas de participar activamente en las investigaciones en torno al llamado Código de la Biblia, acaso uno de los intentos más audaces por conciliar el misticismo milenarista con la matemática y la informática, Aumann tuvo el rarísimo –y bienvenido– gesto de… reconocer su error.
En 2007, el periodista Luis Alfonso Gámez le hizo una gran entrevista y el matemático le confió:
“Al principio, lo estudié y me pareció que las pruebas de la existencia del código eran muy sólidas. Y lo dije. Después, poco a poco, algunos expertos encontraron agujeros en las pruebas, errores. Entonces, cinco investigadores -dos que estaban a favor y uno en contra por cuestiones emocionales, Furstenberg y yo- formamos un comité para estudiarlo, hicimos un experimento y el resultado fue negativo. Ahora entiendo los errores en que incurrí en mi razonamiento inicial y puedo decir que no hay pruebas científicas de la existencia del código de la Biblia.”
Y… ¡chau Código!
OTROS ENLACES EXTERNOS
El secreto oculto detrás de “El código de la Biblia”. Por Mariano Moldes. Primera publicación: RevistaDescubrir Año 8 N° 87. Buenos Aires, octubre de 1998. Primera publicación online: 01-12-2003, en Dios!(www.dios.com.ar).