Rebelión
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=177700
¿A quién le cabe duda de que la Argentina –sociedad más instituciones– configura un dispositivo mayoritariamente patriarcal? Heteropatriarcal: patriarcado que tiene una nítida inclinación genérica hacia el bio-macho de base. Heteropatriarcado que descansa en la separación nítida entre géneros, que por otra parte es una de las diferencias políticas tradicionales y constitutivas de occidente; de ese occidente que muy a menudo ha tenido el sentido de celebración de paradigmas autoritarios. Ser precisamente hombre o mujer, cuyas correlatividades complementarias e inversas son masculinidad/feminidad, activo/pasiva, penetrador/penetrada…: es la mitología hetero de la diferencia sexual. Posiciones de género que tenemos internalizadas como naturales en función de un modelo ritualizado, armado por ademanes regulados, repetidos, sancionados: internalizados como normas y que se hacen piel en el estilo del cuerpo que representamos y actuamos públicamente.
Heteropatriarcado que históricamente le asigna a la mujer la esfera de la reproducción y al hombre la de la producción. Que además es un dispositivo violento-génico, entramado que debe ser entendido como relaciones de posesión, ya que el hombre ocupa el rol de titular natural del poder, que verificamos cada vez que ¿inconscientemente? decimos mi mujer, mis hijxs, miauto, mi casa… Lo que estoy insinuando es que las diferencias biológicas configuran y remiten a relaciones jerárquicas y jerarquizadas entre el hombre (poseedor/que está del lado de la dominación) y la mujer (poseída/que debe estar del lado de la víctima).
Heteropatriarcado que políticamente en la Argentina “ha empezado” a ser puesto en crisis por una mujer a partir de fines de 2007 (salvedad: desde ya, no hay que olvidar porque no se pueden olvidar las luchas históricas y potentes del feminismo argentino/latinoamericano). Una subjetividad que ha puesto en estado de cuestión ese paradigma de autoridad y que viene impulsando prácticas de construcción de realidad alternativas. Una mujer que desde ya en la historia política argentina tiene símbolos contundentes sobre los cuales apoyar su figura presidencial. Una mujer traidora. Tal como traidores, en su momento, habían sido Lisandro de la Torre y el Che Guevara; traidores –me acuerdo de David Viñas– a su clase y a la patria oficial. Ahí veo una continuidad de traiciones, que en el caso de la Presidenta se verifica en una traición del mandato de la femineidad heteropatriarcal.
Y eso explica quizás las resistencias experimentadas por la figura presidencial dentro de la arena política (peronismo más sectores de la oposición) como en ciertas franjas de la sociedad. Porque es intolerable, para el heteropatriarcado, que una mujer tenga Poder. Inscripto sobre sí misma y poder sobre otrxs. Y esto, si lo ponemos situación, habla del goce (¿celo?). Goce de la anulación del otro, de su palabra, de su voluntad, de su integridad en tanto sujeto. Y en término de derechos: del “derecho” de los hombres a la explotación de las mujeres.
Ahora, para historizar apenas un ejemplo, remitiendo a otras latitudes subcontinentales. Tanto en los años previos al golpe militar en Chile –cuando los comandos de mujeres de clase alta protestaban contra nada menos que Salvador Allende– como en las marchas propinochetistas de 1998 para defender al (¿ex?) dictador devenido senador vitalicio y detenido en Londres, el levantamiento de las mujeres en tanto acción política activa tenía como objetivo defender la cohesión y la estabilidad de la Nación. De esa Nación/Patria/Patría que en ese caso debe ser entendida como mediación (ampliación) “natural” de la Familia. Ahí las mujeres, esas mujeres, eran propagandistas del orden, guardianas de lo que-debe-ser, protectoras de un orden heteropatriarcal (militarista) establecido. El símbolo femenino/maternal/familiar se corría hacia lo patrio, hacia lo que lo patrio pretendía de esa subjetividad, hacia lo que no era/es lo matrio.
Matrio/matría/patría: Patria no oficial que en la Argentina es encarnada por la Presidenta –desde ya, no como figura solitaria– a través de una disputa cultural que verificamos con la ampliación de una serie de derechos (que se espera sea progresiva y creciente; que se espera se desborden para incluir el tema del aborto; y otras cuestiones también: como las referidas al modelo productivo, las petroleras, la soja, los pueblos indígenas… ). De 2003 a esta parte estamos asistiendo a una progresiva (y no concluida) postulación de derechos (antes abstractos o negados sin más) a la práctica efectiva y a la concreción, al ejercicio, de esos derechos (antes abstractos o negados), ahora, realidad (me acuerdo de Rinesi). Esto implica una concepción de la democracia en la cual resulta vigente el reconocimiento del otro: de sus derechos. Una democracia –a actuar a diario desde nuestras instituciones y desde nuestra acción concreta– cuyo objetivo saludable es “ayudar al otro, para integrarlo a un proyecto común de país, que no reconozca banderías ni divisiones”.
Rocco Carbone. Universidad Nacional de General Sarmiento/CONICET