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General: Monseñor Romero, símbolo de un cristianismo liberador
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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 06/02/2013 20:39 |
Monseñor Romero, símbolo de un cristianismo liberadorMonseñor Romero , símbolo de un cristianismo
Por Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid (EL PAIS, 19/03/05):
El 24 de marzo se cumple el 25º aniversario del asesinato de monseñor Óscar A. Romero, arzobispo de San Salvador (El Salvador). Todos los indicios apuntaron desde el primer momento al mayor Roberto D’Abuisson como responsable del asesinato, quien organizó los escuadrones de la muerte. ¿Por qué mataron a un arzobispo en un país tan católico como El Salvador y con un presidente demócrata-cristiano?
Monseñor Romero fue siempre un sacerdote y un obispo conservador, obediente a Roma y apenas sensible a las situaciones de injusticia de ese pequeño país centroamericano controlado por unas pocas familias. Precisamente por su sumisión al Vaticano fue nombrado arzobispo de San Salvador en 1977. Pero muy pronto, al entrar en contacto con la realidad, se produjo en él un cambio profundo, radical, lo que en lenguaje cristiano se llama “conversión”, como ha sucedido con otros obispos latinoamericanos. El desencadenante de su transformación fue el asesinato de Rutilio Grande, jesuita comprometido en la concientización de los pobres en la aldea campesina de Aguilares. “Si le han asesinado por lo que hizo, yo tengo que seguir el mismo camino. Rutilio me ha abierto los ojos”, fue su comentario ante el cadáver del jesuita asesinado. A partir de ese momento decidió no participar en acto alguno del Gobierno mientras no se investigara el crimen, y no dejó de levantar su voz profética contra el Gobierno y contra la clase dominante, que quiso comprar su libertad de expresión.
Después vinieron los asesinatos de otros sacerdotes, la represión generalizada contra la Iglesia católica, la transgresión sistemática de los derechos humanos y las masacres contra poblaciones civiles indefensas. Romero denunció los abusos del Gobierno, que legitimaba la violencia hasta convertirla en uno de los pilares del Estado y mantenía a las mayorías populares en una situación crónica de pobreza estructural. Condenó la violencia del Ejército contra los líderes políticos, religiosos y sindicales defensores de los derechos humanos y críticos del sistema represivo. Defendió un cambio de estructuras que permitiera un mejor reparto de la riqueza, y no sólo reformas de fachada que dejaran las cosas como estaban. Hizo constantes llamamientos a la reconciliación entre la guerrilla y ejército; una reconciliación que pasaba por el abandono de las armas y por la instauración de una sociedad más justa. Y todo ello a través de la palabra en sus homilías pronunciadas cada domingo en la catedral y transmitidas a todo el país por la radio de la diócesis.
Papel fundamental jugaron en su “conversión” los teólogos de la liberación Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), asesinado en 1989, y Jon Sobrino, actualmente director del Centro Teológico Monseñor Romero. El primero le facilitaba los elementos de análisis para un mejor conocimiento de la realidad sociopolítica y para una acción religiosa transformadora. “Con monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”, acostumbraba a decir Ellacuría. El segundo le proporcionaba las claves para una interpretación teológica de la realidad y para una praxis liberadora en el infierno de la muerte en que se había convertido el país.
Los primeros alarmados ante el cambio de actitud de Romero fueron el propio nuncio del Vaticano y la clase pudiente, quienes coincidieron en el diagnóstico: nos hemos equivocado nombrándolo arzobispo. A medida que iba comprometiéndose en la defensa de los derechos humanos y en la denuncia del Gobierno y del Ejército, el Vaticano se distanciaba de él, e incluso tendía a deslegitimar, o al menos a cuestionar, su actuación profética. En sólo 18 meses tuvo que recibir a tres visitadores apostólicos que, con actitud detectivesca, buscaban testimonios contrarios a monseñor Romero para justificar su destitución.
Tras ser elegido papa Juan Pablo II, solicitó una “audiencia” en Roma para informarle de la dramática situación de El Salvador y de su trabajo por la reconciliación. La burocracia vaticana le hizo esperar varias semanas hasta ser recibido por el Papa. El encuentro no pudo ser más decepcionante, según el testimonio del teólogo alemán Martin Maier -gran conocedor de El Salvador, donde hizo su tesis doctoral en teología con Jon Sobrino- en su libro Óscar Romero. Mística y lucha por la justicia (Herder, Barcelona, 2005). Juan Pablo, que había recibido previamente informes muy negativos sobre el arzobispo, le despidió con un mensaje descorazonador: “Trate de estar de acuerdo con el Gobierno”. El arzobispo de San Salvador salió llorando de la audiencia y comentó: “El Papa no me ha entendido, no puede entender, porque El Salvador no es Polonia”. En enero de 1980, poco antes de su asesinato, tuvo lugar un nuevo encuentro con el Papa, que bien puede calificarse de agridulce. Le invitó a seguir defendiendo la justicia social y a optar de manera preferencial por los pobres, pero alertándole sobre los peligros de que se infiltrara el marxismo y socavara la fe del pueblo cristiano. A lo que Romero respondió que también había un anticomunismo, el de derechas, que no defendía a la religión, sino al capitalismo.
Sin el apoyo del Vaticano y bajo la amenaza permanente del Ejército, lo que vino después no podía ser otra cosa que la crónica de una muerte anunciada. La gota que colmó el vaso fue la homilía pronunciada en la catedral el domingo 23 de marzo de 1980. Tras la lectura de una larga lista de los nombres de las víctimas de la violencia de la semana anterior, se dirigió al Gobierno, al Ejército y, especialmente, a los soldados, pidiéndoles en tono angustioso que dejaran de matar a sus conciudadanos: “Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y, ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la ley de Dios que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios… Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla… Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado… La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas de tanta sangre”. Y terminó con esta llamada entre dramática y desesperada: “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”.
Los jefes militares interpretaron estas palabras como una llamada a los soldados a la insumisión, a la desobediencia. Al día siguiente un oficial del Ejército calificó de delito la homilía del arzobispo. Ese mismo día, mientras celebraba una misa de difuntos en un hospital de la capital, los asistentes a la ceremonia religiosa vieron cómo se desplomaba detrás del altar tras recibir un disparo que terminó con su vida. Mientras esto sucedía, los Estados Unidos del cristiano Reagan apoyaban con ingentes sumas de dólares al Gobierno salvadoreño para atentar contra la ciudadanía indefensa y legitimaba con asesores militares la orden del Ejército de asesinar a sacerdotes.
Veinticinco años después, la figura de Romero no ha hecho más que crecer religiosa y socialmente en El Salvador, en América Latina y en todo el mundo, hasta convertirse, junto con las religiosas y los jesuitas asesinados, en el símbolo de un cristianismo liberador. Pedro Casaldáliga, otro obispo-profeta y al borde del martirio muchas veces, ha inmortalizado la figura de Romero con estas palabras: “Como Jesús, por orden del Imperio. ¡Pobre pastor glorioso, abandonado por tus propios hermanos de báculo y de mesa…! Las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo… San Romero de América, pastor y mártir nuestro: ¡nadie hará callar tu última homilía!”. El mismo Romero fue profético cuando, unos días antes de morir, declaraba a un periodista: “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”.
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Una vida intensa... una elección... una esperanza… un único disparo. Así concluyó su vida terrenal Mons. Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, entonces arzobispo de San Salvador, el 24 de marzo de 1980, al terminar su homilía reiterando su fe inquebrantable en Cristo. Sólo aquel disparo pudo callar una voz que nunca cesó de lanzar llamamientos contra la violencia, impulsando la esperanza cristiana. «En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno: en nombre de Dios, ¡Cese la represión!»Son palabras de su última homilía, palabras que desde hace tiempo cruzan la frontera de este país centroamericano.
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Así matamos a monseñor Romero
El mayor D´Aubuisson fue parte de la conspiración para asesinar a monseñor Romero, aunque el tirador lo puso un hijo del ex presidente Molina, dice el capitán Álvaro Saravia. 30 años después, él y otros de los involucrados reconstruyen aquellos días de tráfico de armas, de cocaína y de secuestros. Caído en desgracia, Saravia ha sido repartidor de pizzas, vendedor de carros usados y lavador de narcodinero. Ahora arde en el infierno que ayudó a prender aquellos días cuando matar "comunistas" era un deporte.
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Carlos Dada
elfaro.net / Publicado el 22 de Marzo de 2010
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El capitán Rafael Álvaro Saravia durante uno de las primeras entrevistas con El Faro. Foto: Edu Ponces. |
Comienza a leer despacio, en voz alta: “Algunos años después de asesinar a monseñor Romero, el capitán Álvaro Rafael Saravia se quitó el rango militar, abandonó a su familia y se
mudó a California”. En la mano sostiene varias páginas con la impresión de una nota periodística publicada hace cinco años. Se reacomoda los lentes -dos grandes vidrios sostenidos por un alambre-. Tiene las uñas rotas y sucias, y los ojos muy abiertos y agitados. Alertas. Vuelve a leer el primer párrafo. “Algunos años después de asesinar a monseñor Romero, el capitán Álvaro Rafael Saravia…” Hace una pausa y repite ese nombre, que no ha dicho en mucho tiempo: “El capitán Álvaro Rafael Saravia”.
Levanta la cabeza y me mira fijamente.
-Usted escribió esto, ¿verdad?
-Sí.
-Pues está mal.
-¿Por qué?
-Aquí dice “Algunos años después de asesinar a monseñor Romero”. Y yo no lo maté.
-¿Y quién lo mató?
-Un fulano.
-¿Un extranjero?
-No. Un indio, de los de nosotros. Por ahí anda ese.
-Usted no disparó, pero participó.
-30 años y me voy a morir perseguido por eso. Sí, claro que participé. Por eso estamos hablando.
Tiene las manos gastadas por la miseria y el trabajo del campo. Unas manos que nada tienen que ver con las de aquel piloto de la Fuerza Aérea convertido en lugarteniente del líder anticomunista salvadoreño Roberto d´Aubuisson, y después en repartidor de pizzas, lavador de dinero para la mafia colombiana y finalmente en vendedor de autos usados en California. Ahora ya no es nada de eso. Perdió un juicio al que no asistió, en el que fue encontrado culpable del asesinato de monseñor Romero.
-Cuénteme cómo fue.
-Se lo voy a contar todo, pero despacio. Esto es largo.
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El primer encuentro. Saravia posa con su ficha en el listado de fugitivos más buscados del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos. |
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En 1979, Saravia, un indisciplinado capitán de aviación, querido por todos sus compañeros pero demasiado inclinado por el alcohol y las reyertas, terminó convencido por el mayor Roberto d´Aubuisson de trabajar con él en la formación de un frente anticomunista. Lo convenció en las visitas que D´Aubuisson, un mayor del ejército experto en inteligencia contrainsurgente, hacía a los cuarteles de la Guardia Nacional para reclutar a los oficiales para su lucha.
El mayor D´Aubuisson fundó un par de años más tarde el partido Arena y se convirtió en el máximo líder de la derecha política salvadoreña. Fue también el presidente de la Asamblea Constituyente de 1983 y prominente miembro de la Liga Anticomunista Mundial.
El capitán Saravia aún recuerda cómo, sentados en la arena de una playa salvadoreña y con una botella de ron entre ambos, D´Aubuisson lo terminó incorporando a su movimiento. Se perdió 15 días con él, se fueron a Guatemala, y le pusieron sueldo, un carro y lo demás que necesitara para cumplir el encargo del mayor: “Me vas a llevar unas cosas a mí, particulares”.
D´Aubuisson murió en 1992 de cáncer en la lengua, tras haber llevado a su partido a la presidencia de El Salvador y poco después de la firma de los Acuerdos de Paz que pusieron fin a la guerra civil. Para entonces, el capitán Saravia ya vivía en Estados Unidos, se había librado de un juicio en El Salvador por el asesinato de monseñor Romero y de otro en Estados Unidos por lavado de dinero. Se mudó a Modesto, una pequeña ciudad en el centro de California, y ahí vendió carros usados hasta 2004.
En octubre de ese año comenzó a huir de sí mismo, cuando el Centro para la Justicia y la Rendición de Cuentas (CJA), una organización no gubernamental con sede en San Francisco, California, le metió un juicio civil que lo encontró culpable del asesinato de monseñor Romero y lo condenó a pagar 10 millones de dólares a los familiares. Saravia desapareció poco antes del juicio y ahora vive oculto. Ha vuelto a un país en el que se habla español.
De él me dijo alguna vez un viejo arenero con fama de duro: “Saravia estaba loco. Te veía con un dolor de muelas y te preguntaba qué te pasó. Le decías que un dentista te jodió y al siguiente día el dentista estaba muerto”.
El capitán Álvaro Rafael Saravia fue un activo miembro de un grupo señalado como responsable de asesinatos y torturas, un escuadrón de la muerte. “Un sicópata”, lo llama Ricardo Valdivieso, uno de l os fundadores de Arena.
El Archivo Nacional de Seguridad de Estados Unidos consigna información de la embajada de ese país en San Salvador, notificando a Washington el secuestro y asesinato de Carlos Humberto Guerra Campos en 1985. Su familia pago el rescate, pero él nunca apareció. Según la embajada estadounidense, los secuestradores fueron el Capitán Álvaro Saravia y “Tito” Regalado, el hombre que posteriormente sería jefe de seguridad de la Asamblea cuando D’aubuisson asumió la presidencia del Órgano Legislativo.
Saravia vivió rodeado de secuestradores y asesinos, pero niega su participación en este u otro asesinato. “Yo no dirigí nunca una operación para ir a matar a nadie. Se lo digo francamente”. Se le olvida que estamos sentados aquí precisamente porque participó en el asesinato más trascendente de la historia de El Salvador.
No niega la participación de su jefe, el mayor Roberto d’Aubuisson, en operativos clandestinos para matar a seres humanos, pero alega que esto lo hacía mediante contactos en otros cuerpos de seguridad.
En su agenda, que le fue capturada en la finca San Luis pocos días después del asesinato de monseñor Romero, están consignadas varias listas de armas y el teléfono de un hombre llamado Andy. Andy del Caribe. Un traficante de armas estadounidense que traía desde su país, por tierra, camionetas llenas de armamento que disfrazaba bajo revistas Playboy que regalaba gustosamente a los agentes de aduanas en todas las fronteras. Esas armas, dice Saravia, eran para su uso personal y para armar a los miembros del Frente Amplio Nacional, el FAN, que lideraba D’Aubuisson antes de fundar ARENA.
De su rompimiento con el mayor al que servía hay dos versiones. Una es la suya, según la cual se cansó de esa vida agitada y no sentía ya la confianza de D’Aubuisson, por lo que partió a Estados Unidos. Otra es de Ricardo Valdivieso, fundador de Arena y ahora director del Instituto Roberto d’Aubuisson: un día, durante las largas temporadas que pasaban en Guatemala conspirando, les llamaron de una cantina en Izabal para decirles que el capitán Álvaro Rafael Saravia estaba peleándose con varios hombres. Cuando lo fueron a traer, Saravia golpeó también a D’Aubuisson, y ahí acabó la relación.
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Hagamos como un resúmen del proceso de canonización de Monseñor Romero ....
12 agosto 2013 |
El cardenal cubano y enviado del Papa Francisco, Jaime Ortega, pidió hoy en una eucaristía por el centenario de la arquidiócesis de San Salvador la canonización del asesinado arzobispo salvadoreño, Oscar Romero. "Pedimos al Señor para él (Romero) el honor de los altares", manifestó el arzobispo de La Habana durante la homilía del acto celebrado en un complejo deportivo de Santa Tecla (centro).
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Piden canonización de Oscar Arnulfo Romero
12 agosto 2013 |
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Roma rendirá homenaje a Oscar Arnulfo Romero
29 noviembre 2013 |
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Monseñor Romero: la opción por los pobres
24 marzo 2014 |
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Aeropuerto de El Salvador se llama ahora Oscar Arnulfo Romero
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Canonización de Oscar Arnulfo Romero entra en fase final
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Papa Francisco no ve obstáculo para beatificar a Monseñor Oscar Arnulfo Romero
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En fase final beatificación de Monseñor Arnulfo Romero
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El martirio de monseñor Romero
5 febrero 2015 |
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San Romero de América camina junto a los pueblos de nuestro continente
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"No le sirve a Óscar Romero la canonización, nos sirve a nosotros": Paglia
11 de Marzo de 2015 a la(s) 18:3 - Irvin Alvarado.
Durante una visita esta tarde a la cripta donde descansan los restos del próximo beato, el postulador de la causa de Romero ofreció una misa y posteriormente una conferencia de prensa.
Vincenzo Paglia, el arzobispo italiano que postuló la causa de Monseñor Óscar Arnulfo Romero para su estudio en el Vaticano, llegó esta tarde a la cripta de Catedral Metropolitana, en San Salvador, donde descansan los restos del futuro beato. El religioso se encuentra en tierras salvadoreñas para definir los detalles de la próxima beatificación del mártir, el 23 de mayo.
“El mundo necesita mirar a Monseñor Romero (…) Es un ejemplo que todos debemos imitar”, expresó Paglia, quien durante años siguió el proceso dentro del vaticano.
Manifestó también que estar en el país de Monseñor Romero es una experiencia extraordinaria. “El pastor fue como Jesús que dio su vida por su pueblo”, agregó el representante católico.
Paglia afirmó también que Romero se convierte en el primer mártir después del Concilio Vaticano II.
"Yo quiero gritar San Romero del mundo, no solo de América”, expresó con júbilo el religioso italiano. "Ahora Monseñor Romero no solamente vive, si no que habla. Romero no necesita ser beatificado, el mundo necesita mirar a Monseñor", agregó.
Durante este evento también estuvieron presentes otros representantes de la iglesia católica salvadoreña. Monseñor Gregorio Rosa Chávez agregó que como sociedad salvadoreña “es una gran dicha y no tenemos palabras para agradecerlo”.
“El Salvador se llena de gozo y agradece al papa y a todas las personas (en todo el mundo) por el afecto que le tienen”, expresó Rosa Chávez.
Paglia, postulador de la causa de Romero, confirmó esta mañana que el sábado 23 de mayo la ceremonia de quien él mismo calificó como “un ícono de amor” tendrá lugar en la plaza Salvador del Mundo, en San Salvador, y será presidida por el cardenal italiano Angelo Amato.
“El pasado tres de febrero, día en que el papa Francisco firmó en decreto de beatificación, fue un día señalado por Dios”, dijo el arzobispo, quien también afirmó que la Congregación para las Causas de los Santos dio el “consentimiento unánime” para tal suceso, el cual es un don extraordinario para toda la iglesia y para El Salvador.
Monseñor Romero, el llamado “la voz de los sin voz”, fue asesinado el 24 de marzo de 1980, de un disparo al corazón, cuando daba la homilía pidiendo que cesara el genocidio .-
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El pueblo de El Salvador, así como el resto de América Latina, conmemora este martes 15 de agosto el natalicio de una figura emblemática para el continente y la Iglesia Católica como lo fue la del monseñor Óscar Arnulfo Romero.
Monseñor Romero, nombrado beato por la Iglesia Católica en 2015, es recordado principalmente, por ser un incansable defensor de los derechos humanos, quien constantemente reivindicaba a los campesinos desplazados.
El sacerdote condenó, en reiteradas oportunidades, la represión que ejercía el Ejército salvadoreño durante la guerra civil, una intensa lucha que lo llevaría a ser asesinado en 1980.
FORMA DE VIDA DE MONSEÑOR ROMERO
Una de las acciones que evidenciaban su pensamiento fue la creación de una oficina de derechos humanos, junto al refugio que ofrecía en su iglesia para aquellos campesinos que escapaban de la represión.
A Romero se le recuerda como un luchador, en pro de los derechos de los más desfavorecidos. Durante sus homilías, denunciaba los atropellos contra los derechos de los campesinos, de los obreros e incluso de sus sacerdotes.
¿QUIÉN FUE ÓSCAR ARNULFO ROMERO?
El 10 de febrero de 1977, durante una entrevista que le realizó el periódico La Prensa Gráfica, el Arzobispo designado afirmó que “el Gobierno no debe tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo, cuando éste está cumpliendo su misión en la política de bien común”.
OPOSICIÓN A LA VIOLENCIA
Los primeros conflictos de Monseñor Romero surgieron a raíz de la oposición por parte de los sectores económicamente poderosos del país a su filosofía y, unido a eso, toda la estructura gubernamental que alimentaba esa institucionalidad de la violencia en la sociedad salvadoreña.
Igualmente, las organizaciones político-militares de izquierda fueron duramente criticadas por él en varias ocasiones, debido a su empeño en conducir al país hacia una insurrección violenta.
Su idea y pensamiento ya estaba presente en el pueblo salvadoreño, lo que convirtió al sacerdote en una voz dentro del movimiento popular, que exigía un alto a la represión y, a la vez, denunciaba el sistema económico que condenaba a la miseria a miles de generaciones en su país.
VIGENCIA DE SUS ACCIONES EN AMÉRICA LATINA
“El legado de Romero es muy importante para este momento y su vigencia se refleja en que estamos resolviendo el problema de la violencia opositora por la vía de los Diálogos de Paz con Justicia y con Verdad que tienen lugar en Venezuela”, afirmó el ingeniero Guido Zuleta, integrante del Directorio de la Fundación Latinoamericana por los Derechos Humanos y el Desarrollo Social (Fundalatin).
Además, Zuleta explicó que “monseñor Romero nos enseña a luchar con firmeza para construir bienestar para el pueblo y para transformar al ser humano, sin odiar, ni pretender destruir o eliminar al adversario, pero siempre en la dimensión del derecho de los pueblos a defenderse y a lograr su liberación”.
El pensamiento del beato permanece vigente en el pueblo latinoamericano, ya que sus acciones, enmarcadas en un contexto de represión contra el pueblo, sirvieron de inspiración para reivindicar a aquellos sectores de la sociedad más desfavorecidos en los distintos procesos de violencia que han ocurrido en el continente a lo largo de los años.
Texto/telesur
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