Desde Brasilia
No paran de abrazarlo. Luiz Inácio Lula da Silva cumplió ayer su tercer día de gira por el empobrecido nordeste brasileño donde deploró a las “elites” que sostienen al gobierno de Michel Temer. Lo que Brasil necesita es “un gobierno con credibilidad y elegido democráticamente por el pueblo (..) si un día el PT vuelve a gobernar este país vamos a hacer más de lo que ya hicimos”. Lo dijo en Feira de Santana, en el interior del estado de Bahia, con un sombrero de los que llevan los campesinos de esa región donde recibió una bandera de los Sin Tierra. El público coreaba “Lula guerrero del pueblo brasileño” la misma consigna escuchada el jueves Salvador y el viernes en Cruz de las Almas. Allí cargó a upa a Luiz Inácio Magalhaes, que estaba junto a su mamá, la asistente social Tahita Magalhaes, afiliada al PT. Cuando le preguntaron eligió ese nombre para su hijo Tahita respondió “tenía que hacer ese homenaje (..) Lula representa al pueblo nordestino”.
La gira en colectivo y algunos tramos en barco, se prolongará por 20 días, en los que visitará 9 provincias de esa región en la que es amplio favorito de cara a los comicios de 2018 en los que planea ser candidato a un tercer mandato. Más: todas las encuestas publicadas este año lo ubicaron como el político más popular del país con un 30 por ciento promedio de intención de voto en el padrón nacional.
“Estoy haciendo esta gira para reencontrarme con Brasil y conversar con el pueblo, que es lo que hago desde que comencé en la política”.
En esta caravana Lula retomó una tradición iniciada en los años 90 cuando recorrió todo el país y repitió parcialmente en 2005 para repeler la guerra informativa declarada por el grupo Globo tras el escándalo del “Mensalao” por el cual renunciaron varios ministros y cayó la dirección del PT. Advertido de que sería imposible revertir los ataques televisivos, radiales y gráficos de Globo, optó por hablar ante el público en centenas de actos –llegó a realizar hasta tres en un día– una estrategia que le permitió la proeza comunicacional de vencer al multimedios y, seguidamente, ser reelecto en 2006.
Ahora, con 72 años, fuera del gobierno y bajo un régimen de facto decidido a proscribirlo, Lula se embarca en otra marcha porque “no podemos bajar la cabeza, hay que luchar”. Corre con ventaja dado que su liderazgo galvaniza a todo el campo democrático popular, y crece entre los ciudadanos que sufren las penurias del ajuste de Temer que ya dejó poco menos de 14 millones de desocupados y 8 de subocupados.
Mientras el líder petista está en campaña 14 meses antes de las elecciones entre sus adversarios ninguno se consolidó, aunque muchos aspiran a ser el referente “anti-Lula”. El empresario Joao Doria, que se jacta de su antilulismo intentó, hacer un circuito paralelo por el nordeste a donde viajó en su avión particular. No tuvo suerte. Hace dos semanas fue recibido a huevazos en Salvador y el viernes en Recife, capital del estado nordestino de Pernambuco, se limitó a discursear para empresarios en un hotel a salvo de “esa gente manipulada por la izquierda”, dijo Doria con su macartismo de mercado que le rindió buenos dividendos el año pasado al ser electo intendente de San Pablo destronando al petista Fernando Haddad, tenido como un posible eventual candidato en las presidenciales de 2018 si Lula quedara fuera del pleito por una condena en segunda instancia en la causa Lava Jato, conducida por otro el juez Sergio Moro.
Pero Doria sabe de su fortaleza en San Pablo, el mayor colegio electoral brasileño. El empresario de corbatas caras es especialmente entre las clases medias blancas, y si finalmente se consolida como candidato tendrá el aval del espectro financiero, mediático y político que luego de bendecir la deposición de Dilma Rousseff ahora trabaja para impedir un tercer mandato de Lula, a través de toda índole de mecanismos propios de un régimen anómalo.
Lula admitió que el “golpe” será realmente victorioso cuando él quede fuera de carrera , para lo cual todas las armas son válidas, como lo prueba su antagonista mayor el juez Moro, que combina medidas judiciales, a veces al margen de la ley, y apariciones públicas casi proselitistas.
En julio firmó una sentencia de 9 años y medio de prisión sin pruebas contra Lula y la semana pasada ofreció una conferencia en la que habló como candidato presidencial, aunque ni él sepa si lo será. La presentación fue organizada por una empresa periodística ligada al intendente paulista Joao Doria. El siempre noticiado fin del lulismo, desmentido por la realidad pese a que la popularidad de Lula está lejos de ser la de 2010, refleja no sólo la intención de impedirle ser candidato en 2018, sino de establecer un nuevo sistema de valores políticos . ¿Cómo? Aboliendo la simbología encarnada por Lula que hoy realizaba su cuarto día de gira en colectivo por el nordeste .
La mercadotecnia del régimen asigna roles a cada uno de sus referentes.
A Moro le corresponde el papel de justiciero guiado por un fin superior: acabar con el “lulopetismo”. Joao Doria representa al empresario exitoso fóbico de la política y el militar retirado Jair Bolsonaro apunta al mercado de electores con tentaciones fascistas. Bolsonaro, el único que reivindica a la dictadura y a Donald Trump sin sonrojarse, es el diputado más votado de Río de Janeiro y el dirigente conservador mejor posicionado con entre 15 y 17 puntos.
En ese escenario implantado tras la caída de Rousseff cada día ganan más protagonismo los militares y la policía empleados para garantizar un orden postdemocrático que ,como dice el senador y ex sindicalista Paulo Paím, atiza la “lucha de clases” mediante la eliminación de los derechos laborales y el congelamiento del gasto público.
“El papel de las Fuerzas Armadas no es solamente coercitivo, porque cuando más se militariza de la seguridad también hay una componente de propaganda” observó el jefe del bloque de diputados del PT, Carlos Zarattini. “Temer mandó casi 10 mil integrantes de las fuerzas armadas a Río de Janeiro (en julio) pensando en términos políticos, pensando en la propaganda directa que es tener a los militares desfilando todos los días en las favelas o en Copacabana”, indicó Zarattini en entrevista con PáginaI12.
Además el legislador petista señaló la operación de pinzas, con la complicidad de congresistas y miembros de la Corte, para implantar el parlamentarismo en lugar del actual presidencialismo como forma de esterilizar una eventual victoria de Lula. Se trata de sucesivos “golpes dentro del golpe”. Pero descartó la hipótesis de un golpe clásico encabezado por los militares donde “por el momento vemos que prevalecen los grupos institucionalistas del comandante del Ejército general Villas Boas. Esto es así en este momento, no sabemos más adelante”.