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General: El Che es, como Marilyn Monroe, una imagen fotográfica muy reproducida
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De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 28/12/2022 16:34
CHE, ESA SUPERSTICIÓN ARGENTINA
Che es mucho más que una interjección. Es dolor y muerte, es muerte y dolor. Che es un alarido, un ramalazo, aunque algunos no lo crean todavía.

El Che es, como 
Marilyn Monroe, una imagen fotográfica muy reproducida
 
    POR JORGE ÁNGEL PÉREZ
“Cheche, a tomar la cheche”, dicen las madres cariñosas para embullar al niño con el biberón, con la leche. Cheche es también dos veces che. Cheche dicen las madres, y otros dicen Che. Che es, primero que todo, una voz, una palabra que, dicen, viene del araucano, aunque no faltan los que aseguran que salió del valenciano, donde se usa para llamar la atención de manera parecida a como se emplea el “hostia”. Che es una palabra que también se maneja en el Río de la Plata, una expresión que sale de la boca de los rioplatenses, lo mismo bonaerenses que montevideanos.
 
Che es una palabra que usan los rioplatenses de la misma manera en la que otros usamos el “ey” o el “oye”, pero también se relaciona al asombro, a la sorpresa. Che se usa como vocativo, como interjección. Che se dice en todo el mundo, pero a estas alturas no son pocos los que piensan solo en aquel rosarino que montó al yate Granma en Tuxpan para luego bajarse en esta Isla; esta Isla en la que hizo sus mayores estropicios y donde se convirtió en un tipo famoso, y un poco más cruel de lo que, seguramente, ya era antes de llegar.
 
El Che se hizo famoso por sus estropicios, pero sus fotos siguen recorriendo el mundo. Esas fotos que fijan su imagen consiguieron hasta hoy muchísimos devotos, y también un montón de detractores. Recuerdo ahora mismo a una señora que puso una foto del argentino en la lata donde guardara el azúcar porque, según ella, el Che espantaba a las hormigas, a todo tipo de alimañas, porque también las alimañas le temían.
 
Yo recuerdo algunas de esas fotos suyas que vimos mucho desde niños; en una de ellas se ve sucio y debajo de un sombrero, cortando cañas, tan tiznado que apenas se le reconoce. En otra foto el Che carga un saco al hombro en aquellos “trabajos voluntarios” que solo eran voluntarios para el poder, y en los que quizá faltara el machete o la guataca, pero jamás la cámara fotográfica y la simulación retratada.
 
Che es también una palabra que se usa para no tener que usar el nombre. Che es una palabra que no nombra, una palabra que escamotea el nombre. Che es una palabra que no designa o califica, al menos hasta que se hizo famoso el Che Guevara, y entonces la palabra ganó otras connotaciones, algunas no buenas. Che es solo una interjección, pero sobre todo es el nombre de un asesino que estuvo al mando de esa fortaleza habanera de La Cabaña.
 
Che es el nombre de quien daba las órdenes de matar en La Cabaña, el que ejecutaba en algunas ocasiones la orden que él mismo dictara un rato antes. Che fue, es todavía y para siempre, una máquina de matar, un aparato que daba la orden de disparar, lo mismo en La Cabaña que en cualquier otro sitio. Che era, y sigue siendo, un ego. Che es, según los que lo tuvieron cerca, un mal olor, una peste infernal, una hediondez sin par. Che es muerte y mal olor, y un marido infiel, un preñador de vientres ajenos, un padre desnaturalizado.
 
Che es mucho más que una interjección. Es dolor y muerte, es muerte y dolor. Che es un alarido, un ramalazo, aunque algunos no lo crean todavía. El Che es, como Marilyn Monroe, una imagen fotográfica muy reproducida. Che y Marilyn, los dos, son imágenes fotográficas. Los dos son fotos icónicas: uno bajo el lente de Korda, la otra en la mirilla de Sam Shaw y sobre uno de los respiraderos del metro de Nueva York. El Che, un capricho de Korda; Marilyn, una merecida reverencia de Sam Shaw. Los dos son hoy un par de fotos icónicas, pero el argentino es también, y ahora mismo, una desacralización, y hasta una burla.
 
Hoy le dedican al Che algunas miradas realmente desacralizadoras. Y esas miradas nos llegan gracias al ingenio y la agudeza de Juan Carlos Cremata, ese excelente teatrista y director de cine, quien con su imaginación creadora propone otras miradas a la imagen del “héroe”. Cremata aporta nuevos significados y significantes al objeto Guevara y, como sucede en los sueños, aparece reinventado el argentino, de manera muy diferente a ese “objeto Guevara” al que nos acostumbraron los jefes comunistas, sus compinches.
 
El Che de Cremata nada tiene que ver con el guerrillero de la Sierra ni con el ministro de Industrias. El Che de Cremata no es el que se fue a Bolivia con todo el peso de su lioso carácter, ese carácter que metió en su mochila de viajero. Este nuevo Che es el de antes, pero es mucho más. El Che de Cremata es también un Miguel Bosé emplumado, y también una Margaret Thatcher, a quien el artista llama “La dama del Cherro” en lugar de La Dama de Hierro. Y así, intervenidos, desacralizados, manipulados por su ingenio creador, nos encontramos a muchos, muchísimos Che.
 
Este Che de Cremata es ambigüedad y ambivalencia. Es un “machohembra”, un “hembramacho”. Es la mejor impostación, la manipulación que nos hace reír porque se aleja del patetismo revolucionario de “patria o muerte”, y hasta del patetismo de alguna que otra oposición.
 
Las imágenes de Cremata son desacralizadoras, como suelen serlo las cosas sensibles. Sus imágenes, no hay otra forma de decirlo, son fruto de su imaginación; de la imaginación de Cremata, y también de quienes las enfrentamos. Y es que la imaginación es el pensamiento que cada cual se forma por su cuenta, con libertad, con mucha libertad, sin impostaciones.

 
 


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