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Sensibilidad: Ver con el
corazón
David era un chico muy entusiasta y responsable, y
aún cuando había participado en el equipo de fútbol con singular
compromiso, no había ascendido al primer equipo. Al principio fue objeto de
burlas por parte de sus compañeros, pero con el tiempo la ironía se convirtió en
admiración por su lealtad mostrada al grupo, su entrega incondicional y su
sincero reconocimiento para sus compañeros, pues siempre identificaba alguna
singular característica en cada uno de
ellos.
El entrenador apreciaba el espíritu
que David constantemente inyectaba al grupo. Incluso cuando no le diera la
oportunidad de lugar, pareciera que ya era activo fijo de las reservas.
De vez en cuando, a David y a su
padre se les veía del brazo charlando por el campo de prácticas. Sorprendían por
el interés y entusiasmo con que se comunicaban, en una escena de franca
camaradería; el entrenador no conocía al papá de David, pero imaginaba que eran
entrañables amigos.
A media temporada, cuando la
contienda estaba en su punto más crítico, llamó a todos la atención la ausencia
de David. El entrenador telefoneó a su casa y David, entre sollozos, se disculpó
pues su padre acababa de morir: "Entrenador, no podré asistir en un par de días,
pero le prometo estar listo para el próximo sábado", y agregó: "Me gustaría
pedirle un favor, déjeme jugar ese partido, para mí es muy importante". El
entrenador dudó un momento, pues pensaba alinear, ante ese rival en especial, al
cual nunca había logrado derrotar, a sus mejores muchachos, pero dadas las
circunstancias, pensó que tal vez un par de minutos no tuvieran consecuencias
negativas si jugaba David.
El día del partido, David llegó más
temprano que de costumbre recorrió, en soledad, el estadio, parecía que
estuviera, una vez más conversando con su padre. Finalmente llegó la hora de
iniciar el partido. David ocupó, por primera vez al inicio de un encuentro, su
posición; el entrenador pensaba "unos cuantos minutos y lo cambio no me puedo
arriesgar". David recibió el balón, empezó a desarrollar un juego sorprendente;
se movía por toda la cancha; armaba jugadas haciendo participar a todo el
equipo; logró eslabonar dos importantes pases para que otros compañeros anotaran
gol; defendió, atacó animó, en fin, David era un desconocido que ahora jugaba
como un auténtica estrella, y en el momento decisivo, fue él quien anotó el gol
del triunfo; por primera vez supo del reconocimiento de la tribuna y de las
felicitaciones calurosas de sus compañeros, gracias a él había logrado, por
primera vez, vencer a su temible rival. Ya en las regaderas, el entrenador buscó
a David y le preguntó: “¿Qué pasó contigo?, jamás habías jugado así. Tu
movilidad, visión del campo, la forma en que armaste el juego, nunca lo habías
hecho, ¿qué fue lo que te sucedió?" David se quedó pensativo y con una profunda
mirada, que más que ver al entrenador, parecía contemplar el infinito, contestó:
"Hoy fue la primera vez que mi padre me vio jugar, él era ciego de nacimiento".
No hay dudas de la fuerza del
corazón, hoy científicamente denominada inteligencia emocional. No hay test
intelectual que pueda medir la determinación de un ser humano, su compromiso de
vivir, su deseo de realizar sueños. La lección que nos da David es que su padre
jamás murió, sino que seguirá viviendo dentro de él, y seguramente su papá le
enseñó a ver con los ojos del corazón, que son los más difíciles de abrir.
Algunos seres humanos mueren sin haber despertado nunca, y solamente cuando el
corazón comprende, el individuo va al encuentro de la sabiduría. Lo importante
es ver con esa sensibilidad que puede sentir el corazón humano. Pensá un
momento, ¿podés escuchar el latido de un corazón?, ¿las emociones del ser que
ama?, ¿lo que le intriga?, ¿el miedo?, ¿la ausencia?, ¿la soledad de los seres
que lo rodean? ¿Por qué no a partir de hoy procuramos escuchar las emociones de
los seres que amamos y que nos rodean? Abrí, finalmente, el sentido más hermoso
del hombre: tu propia sensibilidad.
Miguel Ángel
Cornejo
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