La palabra respeto está de moda.
La escuchamos en el mercado, en los discursos, en las convocatorias, en las
iglesias, en todas partes. Todos hablamos de tolerancia y respeto, queremos
sentirnos personas cultas y educadas, que no reaccionamos con violencia ni
grosería cuando alguien piensa o actúa de manera distinta a
nosotros.
Pero, ¿cómo reaccionamos
cuando alguien nos afecta a nosotros directamente?
¿Dónde quedan la tolerancia y
el respeto cuando el carro de adelante no arranca inmediatamente después de que
ha cambiado el semáforo? ¿O cuando aquel que desesperado porque está en una
emergencia, nos corta el paso en el tráfico? O para ser más realistas cuando
alguien de nuestra familia decide salir con alguien que no nos gusta.
El respeto del que tanto se habla
funciona, siempre y cuando no se metan directamente con nuestros intereses. Es
una especie de pacto: si tú no te metes conmigo, yo no me meto contigo.
Pero hay algo más completo que la
tolerancia, el respeto es más rico y completo en su significado, implica
entendimiento, comprensión y una gran porción de amor. El respeto exige la
comprensión del otro. Ponerse en sus zapatos, implica tratar de comprender su
posición. No basta solamente con no agredirlo o ignorarlo, implica
escucharlo con atención y sin el ánimo de cuestionar sus ideas y abiertos
inclusive a aceptar la posibilidad de replantear las nuestras.
El respeto hace una
diferenciación total entre la persona y lo que ésta piense o diga en un
momento dado. Nos lleva a aceptar nuestras diferencias personales, recordando
que cada uno de nosotros tiene derecho a ser quien es. Debemos recordar que
cada ser es único y está hecho a imagen y semejanza de Dios, por lo tanto merece
nuestro respeto y consideración.
CARIÑOS.AIMAR