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♣♣♣ POEMAS ♣♣♣: Biografía de Alfonsina Storni
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Biografía de Alfonsina Storni (29 de Mayo de 1892 - 25 de Octubre de 1938)
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La autora
La familia Storni -el padre de Alfonsina y
varios hermanos mayores- llegó a la provincia de San Juan desde Lugano, Suiza,
en 1880. Fundaron una pequeña empresa familiar, y años después, las botellas de
cerveza etiquetadas «Cerveza Los Alpes, de Storni y Cía», circulan por toda la
región. Los padres de Alfonsina viajaron a Suiza en el año 1891, junto con sus
dos pequeños hijos. En 1892, el 29 de mayo, nació en Sala Capriasca Alfonsina,
la tercera hija del matrimonio Storni. Llevó el nombre del padre, de un padre
melancólico y raro. Más tarde le diría a su amigo Fermín Estrella Gutiérrez: «me
llamaron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo».
Alfonsina
aprendió a hablar en italiano, y en 1896 vuelven a San Juan, de donde son sus
primeros recuerdos. «Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada,
redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como
leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que
causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro
al revés y corro a llorar detrás de la puerta». En 1901, la familia se trasladó
nuevamente, esta vez a la ciudad de Rosario, un próspero puerto del
litoral.
Paulina, la madre, abrió una pequeña escuela domiciliaria, y
pasa a ser la cabeza de una familia numerosa, pobre y sin timón. Instalaron el
«Café Suizo», cerca de la estación de tren, pero el proyecto fracasó. Alfonsina
lavaba platos y atendía las mesas, a los diez años. Las mujeres comenzaron a
trabajar de costureras. Alfonsina decide emplearse como obrera en una fábrica de
gorras. En 1907 llega a Rosario la compañía de Manuel Cordero, un director de
teatro que recorría las provincias. Alfonsina reemplaza a una actriz que se
enferma. Esto la decide a proponerle a su madre que le permita convertirse en
actriz y viajar con la compañía. Recorre Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Santiago
del Estero y Tucumán. Después dirá que representó Espectros, de Ibsen, La loca
de la casa, de Pérez Galdós, y Los muertos, de Florencio Sánchez.
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En sus cartas al filólogo español don Julio Cejador Alfonsina resume algunos
momentos de su vida. Refiriéndose a esta época, le dirá: «A los trece años
estaba en el teatro. Este salto brusco, hijo de una serie de casualidades, tuvo
una gran influencia sobre mi actividad sensorial, pues me puso en contacto con
las mejores obras del teatro contemporáneo y clásico (…). Pero casi una niña y
pareciendo ya una mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me
ahogaba. Torcí rumbos…». Luego, en un reportaje de la revista El Hogar, contará
que al regresar escribió su primera obra de teatro, Un corazón valiente, de la
que no han quedado testimonios.
Cuando volvió a Rosario se encuentra con
que su madre se ha casado y vive en Bustinza. La poeta decide estudiar la
carrera de maestra rural en Coronda, y allí recibe su título profesional. Gana
un lugar sobresaliente en la comunidad escolar, consigue un puesto de maestra y
se vincula a dos revistas literarias, Mundo Rosarino y Monos y Monadas. Allí
aparecen sus poemas durante todo ese año, y si bien no hay testimonio de ellos,
sí sabemos de otros publicados al año siguiente en Mundo Argentino, y que tienen
resonancias hispánicas.
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Poeta en Buenos Aires
Al terminar el año de 1911, decide
trasladarse a Buenos Aires. «En su maleta traía pobre y escasa ropa, unos libros
de Darío y sus versos». Así, con nostalgia, evoca su hijo Alejandro la llegada.
Pobre equipaje para enfrentarse con una ciudad que estaba abierta al mundo, con
las expectativas puestas en esa inmigración que traería nuevas manos para
producir y nuevas formas de convivencia. El nacimiento de su hijo Alejandro, el
21 de abril de 1912, define en su vida una actitud de mujer que se enfrenta sola
a sus decisiones. Trabaja como cajera en la tienda «A la ciudad de México», en
Florida y Sarmiento. También en la revista Caras y Caretas.
Su primer
libro, La inquietud del rosal, publicado con grandes dificultades económicas,
apareció en 1916. En un homenaje al novelista Manuel Gálvez, por primera vez en
Buenos Aires, en esta clase de reuniones, aparece Alfonsina recitando con aplomo
sus propios versos. En junio de 1916, aparece en Mundo Argentino un poema
titulado «Versos otoñales». Aunque los versos son apenas aceptables, sorprende
su capacidad de mirarse por dentro, que por entonces no era común en los poetas
de su generación.
Al mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas He
sentido el otoño; sus achaques de viejo Me han llenado de miedo; me ha
contado el espejo Que nieva en mis cabellos mientras caen las
hojas.
Sus amigos los poetas modernistas
Amado Nervo, el poeta
mejicano paladín del modernismo junto con Rubén Darío, publica sus poemas
también en Mundo Argentino, y esto da una idea de lo que significaría para ella,
una muchacha desconocida, de provincia, el haber llegado hasta aquellas páginas.
En 1919 Nervo llega a la Argentina como embajador de su país, y frecuenta las
mismas reuniones que Alfonsina. Ella le dedica un ejemplar de La inquietud del
rosal, y lo llama en su dedicatoria «poeta divino». Vinculada entonces a lo
mejor de la vanguardia novecentista, que empezaba a declinar, en el archivo de
la Biblioteca Nacional uruguaya hay cartas al uruguayo José Enrique Rodó, otro
de los escritores principales de la época, modernista autor de Ariel y de Los
motivos de Proteo, ambos libros pilares de una interpretación de la cultura
americana. El uruguayo escribía, como ella, en Caras y Caretas y era, junto con
Julio Herrera y Reissig, el jefe indiscutido del nuevo pensamiento en el
Uruguay. Ambos contribuyeron a esclarecer los lineamientos intelectuales
americanos a principios de siglo, como lo hizo también Manuel Ugarte, cuya
amistad le llegó a Alfonsina junto con la de José Ingenieros.
Su voluntad
no la abandona, y sigue escribiendo. En mejores condiciones publica El dulce
daño, en 1918. El 18 de abril de 1918 se le ofrece una comida en el restaurante
Génova, de la calle Paraná y Corrientes, donde se reunía mensualmente el grupo
de Nosotros, y en esa oportunidad se celebra la aparición de El dulce daño. Los
oradores son Roberto Giusti y José Ingenieros, su gran amigo y protector, a
veces su médico. Alfonsina se está reponiendo de la gran tensión nerviosa que la
obligó a dejar momentáneamente su trabajo en la escuela, pero su cansancio no le
impide disfrutar de la lectura de su «Nocturno», hecha por Giusti, en traducción
al italiano de Folco Testena
También en 1918 Alfonsina recibe una medalla
de miembro del Comité Argentino Pro Hogar de los Huérfanos Belgas, junto con
Alicia Moreau de Justo y Enrique del Valle Iberlucea. Años atrás, cuando empezó
la guerra, Alfonsina había aparecido como concurrente a un acto en defensa de
Bélgica, con motivo de la invasión alemana. Comienzan sus visitas a la ciudad de
Montevideo, donde hasta su muerte frecuentará amigos uruguayos. Juana de
Ibarbourou lo contó años después de la muerte de la poetisa argentina: «En 1920
vino Alfonsina por primera vez a Montevideo. Era joven y parecía alegre; por lo
menos su conversación era chispeante, a veces muy aguda, a veces también
sarcástica. Levantó una ola de admiración y simpatía… Un núcleo de lo más
granado de la sociedad y de la gente intelectual la rodeó siguiéndola por todos
lados. Alfonsina, en ese momento, pudo sentirse un poco reina».
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Poeta en Buenos Aires
Al terminar el año de 1911, decide
trasladarse a Buenos Aires. «En su maleta traía pobre y escasa ropa, unos libros
de Darío y sus versos». Así, con nostalgia, evoca su hijo Alejandro la llegada.
Pobre equipaje para enfrentarse con una ciudad que estaba abierta al mundo, con
las expectativas puestas en esa inmigración que traería nuevas manos para
producir y nuevas formas de convivencia. El nacimiento de su hijo Alejandro, el
21 de abril de 1912, define en su vida una actitud de mujer que se enfrenta sola
a sus decisiones. Trabaja como cajera en la tienda «A la ciudad de México», en
Florida y Sarmiento. También en la revista Caras y Caretas.
Su primer
libro, La inquietud del rosal, publicado con grandes dificultades económicas,
apareció en 1916. En un homenaje al novelista Manuel Gálvez, por primera vez en
Buenos Aires, en esta clase de reuniones, aparece Alfonsina recitando con aplomo
sus propios versos. En junio de 1916, aparece en Mundo Argentino un poema
titulado «Versos otoñales». Aunque los versos son apenas aceptables, sorprende
su capacidad de mirarse por dentro, que por entonces no era común en los poetas
de su generación.
Al mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas He
sentido el otoño; sus achaques de viejo Me han llenado de miedo; me ha
contado el espejo Que nieva en mis cabellos mientras caen las
hojas.
Sus amigos los poetas modernistas
Amado Nervo, el poeta
mejicano paladín del modernismo junto con Rubén Darío, publica sus poemas
también en Mundo Argentino, y esto da una idea de lo que significaría para ella,
una muchacha desconocida, de provincia, el haber llegado hasta aquellas páginas.
En 1919 Nervo llega a la Argentina como embajador de su país, y frecuenta las
mismas reuniones que Alfonsina. Ella le dedica un ejemplar de La inquietud del
rosal, y lo llama en su dedicatoria «poeta divino». Vinculada entonces a lo
mejor de la vanguardia novecentista, que empezaba a declinar, en el archivo de
la Biblioteca Nacional uruguaya hay cartas al uruguayo José Enrique Rodó, otro
de los escritores principales de la época, modernista autor de Ariel y de Los
motivos de Proteo, ambos libros pilares de una interpretación de la cultura
americana. El uruguayo escribía, como ella, en Caras y Caretas y era, junto con
Julio Herrera y Reissig, el jefe indiscutido del nuevo pensamiento en el
Uruguay. Ambos contribuyeron a esclarecer los lineamientos intelectuales
americanos a principios de siglo, como lo hizo también Manuel Ugarte, cuya
amistad le llegó a Alfonsina junto con la de José Ingenieros.
Su voluntad
no la abandona, y sigue escribiendo. En mejores condiciones publica El dulce
daño, en 1918. El 18 de abril de 1918 se le ofrece una comida en el restaurante
Génova, de la calle Paraná y Corrientes, donde se reunía mensualmente el grupo
de Nosotros, y en esa oportunidad se celebra la aparición de El dulce daño. Los
oradores son Roberto Giusti y José Ingenieros, su gran amigo y protector, a
veces su médico. Alfonsina se está reponiendo de la gran tensión nerviosa que la
obligó a dejar momentáneamente su trabajo en la escuela, pero su cansancio no le
impide disfrutar de la lectura de su «Nocturno», hecha por Giusti, en traducción
al italiano de Folco Testena
También en 1918 Alfonsina recibe una medalla
de miembro del Comité Argentino Pro Hogar de los Huérfanos Belgas, junto con
Alicia Moreau de Justo y Enrique del Valle Iberlucea. Años atrás, cuando empezó
la guerra, Alfonsina había aparecido como concurrente a un acto en defensa de
Bélgica, con motivo de la invasión alemana. Comienzan sus visitas a la ciudad de
Montevideo, donde hasta su muerte frecuentará amigos uruguayos. Juana de
Ibarbourou lo contó años después de la muerte de la poetisa argentina: «En 1920
vino Alfonsina por primera vez a Montevideo. Era joven y parecía alegre; por lo
menos su conversación era chispeante, a veces muy aguda, a veces también
sarcástica. Levantó una ola de admiración y simpatía… Un núcleo de lo más
granado de la sociedad y de la gente intelectual la rodeó siguiéndola por todos
lados. Alfonsina, en ese momento, pudo sentirse un poco reina».
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Poeta en Buenos Aires
Al terminar el año de 1911, decide
trasladarse a Buenos Aires. «En su maleta traía pobre y escasa ropa, unos libros
de Darío y sus versos». Así, con nostalgia, evoca su hijo Alejandro la llegada.
Pobre equipaje para enfrentarse con una ciudad que estaba abierta al mundo, con
las expectativas puestas en esa inmigración que traería nuevas manos para
producir y nuevas formas de convivencia. El nacimiento de su hijo Alejandro, el
21 de abril de 1912, define en su vida una actitud de mujer que se enfrenta sola
a sus decisiones. Trabaja como cajera en la tienda «A la ciudad de México», en
Florida y Sarmiento. También en la revista Caras y Caretas.
Su primer
libro, La inquietud del rosal, publicado con grandes dificultades económicas,
apareció en 1916. En un homenaje al novelista Manuel Gálvez, por primera vez en
Buenos Aires, en esta clase de reuniones, aparece Alfonsina recitando con aplomo
sus propios versos. En junio de 1916, aparece en Mundo Argentino un poema
titulado «Versos otoñales». Aunque los versos son apenas aceptables, sorprende
su capacidad de mirarse por dentro, que por entonces no era común en los poetas
de su generación.
Al mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas He
sentido el otoño; sus achaques de viejo Me han llenado de miedo; me ha
contado el espejo Que nieva en mis cabellos mientras caen las
hojas.
Sus amigos los poetas modernistas
Amado Nervo, el poeta
mejicano paladín del modernismo junto con Rubén Darío, publica sus poemas
también en Mundo Argentino, y esto da una idea de lo que significaría para ella,
una muchacha desconocida, de provincia, el haber llegado hasta aquellas páginas.
En 1919 Nervo llega a la Argentina como embajador de su país, y frecuenta las
mismas reuniones que Alfonsina. Ella le dedica un ejemplar de La inquietud del
rosal, y lo llama en su dedicatoria «poeta divino». Vinculada entonces a lo
mejor de la vanguardia novecentista, que empezaba a declinar, en el archivo de
la Biblioteca Nacional uruguaya hay cartas al uruguayo José Enrique Rodó, otro
de los escritores principales de la época, modernista autor de Ariel y de Los
motivos de Proteo, ambos libros pilares de una interpretación de la cultura
americana. El uruguayo escribía, como ella, en Caras y Caretas y era, junto con
Julio Herrera y Reissig, el jefe indiscutido del nuevo pensamiento en el
Uruguay. Ambos contribuyeron a esclarecer los lineamientos intelectuales
americanos a principios de siglo, como lo hizo también Manuel Ugarte, cuya
amistad le llegó a Alfonsina junto con la de José Ingenieros.
Su voluntad
no la abandona, y sigue escribiendo. En mejores condiciones publica El dulce
daño, en 1918. El 18 de abril de 1918 se le ofrece una comida en el restaurante
Génova, de la calle Paraná y Corrientes, donde se reunía mensualmente el grupo
de Nosotros, y en esa oportunidad se celebra la aparición de El dulce daño. Los
oradores son Roberto Giusti y José Ingenieros, su gran amigo y protector, a
veces su médico. Alfonsina se está reponiendo de la gran tensión nerviosa que la
obligó a dejar momentáneamente su trabajo en la escuela, pero su cansancio no le
impide disfrutar de la lectura de su «Nocturno», hecha por Giusti, en traducción
al italiano de Folco Testena
También en 1918 Alfonsina recibe una medalla
de miembro del Comité Argentino Pro Hogar de los Huérfanos Belgas, junto con
Alicia Moreau de Justo y Enrique del Valle Iberlucea. Años atrás, cuando empezó
la guerra, Alfonsina había aparecido como concurrente a un acto en defensa de
Bélgica, con motivo de la invasión alemana. Comienzan sus visitas a la ciudad de
Montevideo, donde hasta su muerte frecuentará amigos uruguayos. Juana de
Ibarbourou lo contó años después de la muerte de la poetisa argentina: «En 1920
vino Alfonsina por primera vez a Montevideo. Era joven y parecía alegre; por lo
menos su conversación era chispeante, a veces muy aguda, a veces también
sarcástica. Levantó una ola de admiración y simpatía… Un núcleo de lo más
granado de la sociedad y de la gente intelectual la rodeó siguiéndola por todos
lados. Alfonsina, en ese momento, pudo sentirse un poco reina».
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La amistad de Quiroga, el escritor de la selva
En 1922, Alfonsina
ya frecuentaba la casa del pintor Emilio Centurión, de donde surgiría
posteriormente el grupo Anaconda. Allí conoció, seguramente, al escritor
uruguayo Horacio Quiroga, que había llegado de su refugio en San Ignacio,
Misiones, durante el año 1916. Su personalidad debió atraer a Alfonsina. Un
hombre marcado por el destino, perseguido por los suicidios de seres queridos,
que, además, se había atrevido a exiliarse en Misiones, e intentado allí forjar
un paraíso. En 1922, era ya el autor de sus libros más importantes, Cuentos de
la selva, Anaconda, El desierto. Vivía modestamente de sus colaboraciones en
diarios y revistas y desempeñó un papel protagónico en el intento de
profesionalizar la escritura. Alfonsina había publicado sus libros
Irremediablemente (1919) y Languidez (1920).
La amistad con Quiroga fue
la de dos seres distintos. Cuenta Norah Lange que en una de sus reuniones,
adonde iban todos los escritores de la época, jugaron una tarde a las prendas.
El juego consistió en que Alfonsina y Horacio besaran al mismo tiempo las caras
de un reloj de cadena, sostenido por Horacio. Este, en un rápido ademán,
escamoteó el reloj precisamente en el momento en que Alfonsina aproximaba a él
sus labios, y todo terminó en un beso. Quiroga la nombra frecuentemente en sus
cartas, sobre todo entre los años 1919 y 1922, y su mención la destaca de un
grupo donde había no sólo otras mujeres sino también otras escritoras. Sin
embargo, cuando Quiroga resuelve irse a Misiones en 1925, Alfonsina no lo
acompaña. Quiroga le pide que se vaya con él y ella, indecisa, consulta con su
amigo el pintor Benito Quinquela Martín. Aquél, hombre ordenado y sedentario, le
dice: «¿Con ese loco? ¡No!».
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Un nuevo camino para la poesía
En el año 1923, la revista
Nosotros, que lideraba la difusión de la nueva literatura argentina, y con hábil
manejo formaba la opinión de los lectores, publicó una encuesta, dirigida a los
que constituyen «la nueva generación literaria». La pregunta está formulada
sencillamente: «¿Cuáles son los tres o cuatro poetas nuestros, mayores de
treinta años, que usted respeta más?».
Alfonsina Storni tenía en ese
entonces treinta y un años recién cumplidos, es decir, que apenas bordeaba la
cifra exigida para constituirse en «maestro de la nueva generación». Su libro
Languidez, de 1920, había merecido el Primer Premio Municipal de Poesía y el
Segundo Premio Nacional de Literatura, lo que la colocaba muy por encima de sus
pares. Muchas de las respuestas a la encuesta de Nosotros coinciden en uno de
los nombres: Alfonsina Storni.
Mil novecientos veinticinco fue el año de
la publicación de Ocre, un libro que marca un cambio decisivo en su poesía.
Desde hace dos años es profesora de Lectura y declamación en la Escuela Normal
de Lenguas Vivas, y su postura como escritora está absolutamente afianzada entre
el público y sus iguales. Por aquella época muere José Ingenieros, y esto la
deja un poco más sola.
Hasta la casa de la calle Cuba llega una tarde la
chilena Gabriela Mistral. El encuentro debió ser importante para la chilena, ya
que publicó su relato ese año en El Mercurio. Llamó por teléfono a Alfonsina
antes de ir, y le impresionó gratamente su voz, pero le habían dicho que era fea
y entonces esperaba una cara que no congeniara con la voz. Por eso cuando la
puerta se abre pregunta por Alfonsina, porque la imagen contradice a la
advertencia. «Extraordinaria la cabeza, recuerda, pero no por rasgos ingratos,
sino por un cabello enteramente plateado, que hace el marco de un rostro de
veinticinco años». Insiste: «Cabello más hermoso no he visto, es extraño como lo
fuera la luz de la luna a mediodía. Era dorado, y alguna dulzura rubia quedaba
todavía en los gajos blancos. El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy
graciosa, y la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la
conversación sagaz y de mujer madura». La chilena queda impresionada por su
sencillez, por su sobriedad, por su escasa manifestación de emotividad, por su
profundidad sin trascendentalismos. Y sobretodo por su información, propia de
una mujer de gran ciudad, «que ha pasado tocándolo todo e incorporándoselo»
(1).
El 20 de marzo de 1927 se estrena su obra de teatro, que despertaba
las expectativas del público y de la crítica. El día del estreno asistió el
presidente Alvear con su esposa, Regina Pacini. Al día siguiente la crítica se
ensañó con la obra, y a los tres días tuvo que bajar de cartel. El diario
Crítica tituló «Alfonsina Storni dará al teatro nacional obras interesantes
cuando la escena le revele nuevos e importantes secretos». La escritora se
sintió muy dolida por su fracaso, y trató de explicarlo atribuyéndole la culpa
al director y a los actores.
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Años de equilibrio
Alfonsina intervino en la creación de la
Sociedad Argentina de Escritores y su participación en el gremialismo literario
fue intensa. En 1928 viajó a España en compañía de la actriz Blanca de la Vega,
y repitió su viaje en 1931, en compañía de su hijo. Allí conoció a otras mujeres
escritoras, y la poeta Concha Méndez le dedica algunos poemas. En 1932, publicó
sus Dos farsas pirotécnicas: Cimbelina y Polixene y la cocinerita. Está
tranquila, colabora en el diario Crítica y en La Nación; sus clases de teatro
son la rutina diaria, y su rostro empieza a cambiar. Las canas cubren su cabeza
y le dan un aire diferente.
En 1931, el Intendente Municipal nombró a
Alfonsina jurado y es la primera vez que ese nombramiento recae en una mujer.
Alfonsina se alegra de que comiencen a ser reconocidas las virtudes que la
mujer, esforzadamente, demuestra. «La civilización borra cada vez más las
diferencias de sexo, porque levanta a hombre y mujer a seres pensantes y mezcla
en aquel ápice lo que parecieran características propias de cada sexo y que no
eran más que estados de insuficiencia mental. Como afirmación de esta limpia
verdad, la Intendencia de Buenos Aires declara, en su ciudad, noble la condición
femenina», afirma Alfonsina en un diario al referirse a su
designación.
En la Peña del café Tortoni conoció a Federico García Lorca,
durante la permanencia del poeta en Buenos Aires entre octubre de 1933 y febrero
de 1934. Le dedicó un poema, «Retrato de García Lorca», publicado luego en Mundo
de siete pozos (1934). Allí dice: «Irrumpe un griego /por sus ojos distantes
(…). Salta su garganta /hacia afuera /pidiendo /la navaja lunada /aguas filosas
(…). Dejad volar la cabeza, /la cabeza sola /herida de hondas marinas
/negras…».
El 20 de mayo de 1935 Alfonsina fue operada de un cáncer de
mama.
En 1936 se suicida Horacio Quiroga y ella le dedicó un poema de
versos conmovedores y que presagian su propio final:
Morir como tú,
Horacio, en tus cabales, Y así como en tus cuentos, no está mal; Un rayo a
tiempo y se acabó la feria…
Allá dirán. Más pudre el miedo, Horacio,
que la muerte Que a las espaldas va. Bebiste bien, que luego
sonreías… Allá dirán.
El final
El veintiséis de enero de
1938, en Colonia, Uruguay, Alfonsina recibe una invitación importante. El
Ministerio de Instrucción Pública ha organizado un acto que reunirá a las tres
grandes poetisas americanas del momento, en una reunión sin precedentes:
Alfonsina, Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral. La invitación pide «que haga
en público la confesión de su forma y manera de crear». Tiene que prepararse en
un día y, llena de entusiasmo, escribe su conferencia sobre una valija que ha
puesto en las rodillas. Divertida, encuentra un título que le parece muy
adecuado: «Entre un par de maletas a medio abrir y las mancillas del
reloj».
Hacia mitad de año apareció Mascarilla y trébol y una Antología
poética con sus poemas preferidos. Los meses que siguen fueron de incertidumbre
y temor por la renuencia de la enfermedad. El 23 de octubre viajó a Mar del
Plata y hacia la una de la madrugada del martes veinticinco Alfonsina abandonó
su habitación y se dirigió al mar. Esa mañana, dos obreros descubrieron el
cadáver en la playa. A la tarde, los diarios titulaban sus ediciones con la
noticia: «Ha muerto trágicamente Alfonsina Storni, gran poetisa de América». A
su entierro asistieron los escritores y artistas Enrique Larreta, Ricardo Rojas,
Enrique Banchs, Arturo Capdevila, Manuel Gálvez, Baldomero Fernández Moreno,
Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Alejandro Sirio, Augusto Riganelli, Carlos
Obligado, Atilio Chiappori, Horacio Rega Molina, Pedro M. Obligado, Amado
Villar, Leopoldo Marechal, Centurión, Pascual de Rogatis, López
Buchardo.
El 21 de noviembre de 1938, el Senado de la Nación rindió
homenaje a la poeta en las palabras del senador socialista Alfredo Palacios.
Este dijo:
«Nuestro progreso material asombra a propios y extraños. Hemos
construido urbes inmensas. Centenares de millones de cabezas de ganado pacen en
la inmensurable planicie argentina, la más fecunda de la tierra; pero
frecuentemente subordinamos los valores del espíritu a los valores utilitarios y
no hemos conseguido, con toda nuestra riqueza, crear una atmósfera propicia
donde puede prosperar esa planta delicada que es un poeta».
ESPERO SEA DE VUESTRO INTERES
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