Antes me daba mucha vergüenza dejar los libros a medias. Tenía que acabarlos todos, era algo así como un imperativo moral pues si no lo hacía parecía que hubiera desperdiciado todo el tiempo que les dediqué. No llegar hasta la última página era como un microfracaso emocional del que sólo me enteraba yo, pero que me afectaba profundamente en la autoestima durante días. Cómo voy a llegar a hacer algo en la vida si no soy ni siquiera capaz de acabarme este libro, pensaba.
Hasta que un día todo eso cambió. O igual fueron semanas, o meses, o quizás la cantidad de títulos que se iban acumulando en la infinita lista por leer ante mi tiempo cada vez más limitado. No sé. Pero el caso es que hoy dejar un libro a medias me parece uno de los mayores placeres que me regala la vida. Es mucho más que una venganza por la decepción que me he llevado. Es justicia divina aplicada. Es un no me vas a timar más. O un mi tiempo vale demasiado. O un que sí, que ya lo he pillado. O un apórtame algo más.
Llegados a este punto, mi biblioteca se divide entre los libros que dejé a medias e igual algún día les doy otra oportunidad, los que aún no he podido empezar y me miran amenazantes, los que debí leer alguna vez de cabo a rabo y no recuerdo muy bien por qué, y los que he leído más de una vez, que normalmente acaba siendo más de dos también.
Ojo que no me ha ocurrido sólo con los libros. Cada vez dejo más películas a medias. Levantarse del cine e irse. Si me queréis, irse. Otra gran lección de 'La Faraona', sobre todo porque eso significa hacer público tu veredicto como espectador. El formato audiovisual no permite la lectura en diagonal, así que la esclavitud es aún mayor si decides subyugarte a un contenido que hace rato que ha dejado de interesarte. Suerte que si lo ves en casa aún puedes saltarte escenas. Lo que ocurre es que entonces te sueles perder detalles clave en el desenlace final. Un lío, vamos.
En cualquier caso, esta actitud tan poco diplomática se ha ido extendiendo cual mancha de aceite en mi vida y ahora la aplico con noticias, textos, posts o artículos como éste. Quizás haya sido de manera inconsciente, pero he llegado a desarrollar la regla de los tres tercios. Si el primer tercio no me ha interesado, me olvido de los otros dos. Pero es que si al final del segundo, el contenido no me ha hecho desear que jamás se acabe, tampoco le doy una oportunidad al tercero. Si tú has llegado hasta aquí, se podría decir que ya casi lo he conseguido. Y si te avanzo que esta regla explota por los aires al final del artículo, ya acabaré de triunfar. Ahora no lo podrás dejar. A que no.
Llámame radical si quieres, pero soy implacable con los ladrones de tiempo. Obras generadas con la mejor intención, pero que en tu caso simplemente te están generando un coste de oportunidad vital: si lo que ocurre en ese contenido no está a la altura de lo que le exiges a la vida, eso es que no es el adecuado para ti. Y que conste que a veces un contenido inadecuado para ti puede ser perfecto para otros. Ahí está la gracia de que haya más libros, películas y contenidos de los que caben en una vida. Por eso no creo ni en cánones ni en clásicos que te tienen que gustar sí o sí. A mí, El guardián entre el centeno me pareció un peñazo. Y Ciudadano Kane un tostón. Y El anillo del Nibelungo ya ni te cuento. Y qué. Los que te critiquen o te llamen inculto porque no te gusta lo que te debería gustar no hacen más que demostrar su estrechez mental.
Por supuesto que los ladrones de tiempo no sólo operan a través de la cultura. Cuando lo hacen a través de una relación, es el momento de aprender a decir adiós.
Se puede completar una vida con retales de cosas inacabadas y que el conjunto tenga mucho sentido. No todo lo que se acaba tiene que hacerlo cuando y como lo decidió el autor. Ahí es cuando uno deja de ser mero lector o espectador de su existencia y se transforma en escritor no ya de un libro aburrido, sino de la propia vida.