No construyas un muro dentro de ti, sal al exterior y contempla desde fuera la grandeza de Dios.
Mira a tu alrededor, escucha el sonido de los pájaros, escucha a aquellos que se dirigen a ti; aquellos que en silencio esperan saborear lo mejor de ti.
Escúchate por dentro y muéstrame tu ser más hondo.
Si sientes que dentro de ti habita un muro de interrogantes, tristezas, soledades... no te quedes arrinconado detrás de él.
No huyas de tu propia realidad.
Con frecuencia no sabemos los planes de Dios, pero las cosas no suceden al azar.
Plántale cara a aquello que te divide, asómate por encima para ver lo bello que hay al otro lado.
Acepta lo que vive dentro de ti y asúmelo como parte de tu ser.
Aunque no lo entiendas o no lo veas Dios está en ti, te habita siempre, pero sobre todo en los momentos más dolorosos e incomprensibles.
Déjame asomarme y ver tu grandeza junto a mi; déjame ver en ti el rostro de Dios, de un Dios que se muestra débil y fuerte a la vez.
Déjame saltar y tirar contigo el muro que divide la razón y el corazón.
Cuando el muro se destruye se ve lo que hay detrás de él.
Detrás de tu muro estás tú mismo con lo mejor que tienes y que das, está ese mundo que desea compartir contigo los tesoros que Dios ha puesto en ti.
Y estoy yo, esperando en silencio, acogiendo, admirando, contemplando...
Toma cada uno de los ladrillos de ese muro, construyamos una casa en la que quepa todo lo que somos, todo lo que Dios nos da.
Una casa que albergue la alegría, la tristeza, la emoción, la devoción, la entrega...
Una casa con paredes y con débil tejado para que podamos desde dentro estar más cerca de Dios levantando nuestras manos y alabando al Creador.
Gracias, Dios mío, por ayudarnos a descubrir que...los muros no solucionan sino que dividen y aíslan más.
Gracias por hacernos recordar que el mundo sin Ti está hueco y tus manifestaciones las tenemos a nuestro lado, ofreciendo amor y unidad.
Uno a uno, paso a paso, golpe a golpe... nuestra casa se levantará
y abrirá sus puertas a la libertad y amistad