ANDA EL AGUA DE ALBORADA
Doraba la luna el río -¡fresco de la madrugada!-. Por el mar venían olas teñidas de luz de alba.
El campo débil y triste se iba alumbrando. Quedaba el canto roto de un grillo, la queja oscura de un agua.
Huía el viento a su gruta, el horror a su cabaña; en el verde de los pinos se iban abriendo las alas.
Las estrellas se morían, se rasaba la montaña; allá en el pozo del huerto la golondrina cantaba.
JUAN RAMON JIMENEZ |