La educación sexual debe formar parte de un proceso integral que sea familiar, educativo y social y que sirva de preparación para la vida. Sobre todo, hay que tener en cuenta que el ejemplo de las actitudes tiene un peso mucho mayor que el de las palabras. Hay que superar el temor extendido según el cual hablar del tema con los hijos viene a ser como darles luz verde para mantener relaciones, porque hablar no significa autorizar.
Diversos estudios han comprobado que cuando los padres son excesivamente rígidos o temen hablar del tema, empujan a los hijos a averiguar por sus propios medios lo que desconocen. Igualmente, los padres muy liberales, que impiden en los hijos un desarrollo tranquilo de la sexualidad, los impulsan a probar experiencias sexuales sin que estén preparados para ello.
En la medida de lo posible, los criterios educativos deberían ser comunes en casa y en el colegio, tanto en los contenidos como en el modo de proporcionarlos. Y si no lo son, hay que explicar que las personas pueden tener diferentes opiniones. La educación sexual de los hijos es responsabilidad de los padres y trasmitir valores que fomenten la vivencia de una sexualidad placentera, positiva y responsable, es una prioridad.