No abolió el dolor, sino que quiso que fuese comprendido y santificado, un valor inconmensurable y una misión insustituible en la economía de la salvación.
Quiso demostrar que la gracia de sufrir bien es mayor que la de la curación que el dolor no es sólo un castigo, sino también una misión, un tesoro inestimable, en un medio precioso con el que Dios lleva a cabo sus fines de redención del mundo.
Tan cierto es esto que el mismo Jesús, que vino al mundo para traernos la salvación, a pesar de tener a disposición de su infinito poder todos los medios posibles, nos han redimido recorriendo el camino incomprensible del sufrimiento y del dolor.
Así, pues, no se limitó a estar entre los enfermos atento a mitigar sus sufrimientos, a confortar a los atribulados, sino que Él mismo sufrió dolores, pruebas, tribulaciones.
Y compareció entre los hombres, como el Varón de dolores, como Aquel que reunió en sí mismo todo cuanto, en el mundo, se puede sufrir física y moralmente, de forma que no hubiera sufrimiento, que ellos pudieran sufrir, que antes no hubiese experimentando El en su carne inmaculada y en su naturaleza sensibilísima.
El, inocente, sufrió como todos y más que todos, ciertamente no para expiar un pecado que tenía, ni para sufrir el peso de un hipotético castigo, sino para llevar a cabo, con el alto valor de su sufrimiento, la obra de la salvación esperada, para dar a los hombres pecadores el testimonio irrefutable de su ejemplo.
Novelo Pardezini
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