¨Maestro, ¿Es lícito pagar el impuesto al César o no ?¨. Marcos 12:13-17.
Una más de las trampas hipócritas de los herodianos y los fariseos, de modo que la respuesta de Jesús lo ponga en ¨aprietos¨ ante la autoridad romana o ante la gente. Pero la respuesta de Jesús evita la trampa y aprovecha para darnos un criterio decisivo para la vida cristiana: ¨Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios¨ (Marcos 12:17).
Dios y el César no se contraponen entre sí, no se encuentran en el mismo plano: Existe un primado de Dios, pero que no priva al Estado de sus derechos. En virtud de este principio, el cristiano aprende a obedecer no sólo a Dios, sino también a los hombres, porque la raíz de toda autoridad deriva en última instancia del Eterno. Precisamente de este principio surge la libertad de conciencia, al amparo de toda idolatría del poder y acogiendo la respectiva soberanía de la Iglesia y del Estado. Y así, el cristiano no huye del mundo ni de la historia, sino que está bien ¨implantado¨ en ellos, precisamente para indicarle al mismo mundo lo que hay en Él de Dios y debe volver a Él, o bien, lo que en el corazón humano pertenece al Altísimo y sólo en Él encuentra la paz, y también lo que es corruptible y tiene que ser abandonado; lo que es bello, pero con una belleza que pasa; aquello que tal vez pueda atraer el corazón hecho de carne, pero que no le puede llenar del todo después. No por desprecio a lo humano, al contrario, para darle a todas las realidades su justo valor y mantener viva la esperanza del ¨día de Dios¨ en el que todo terreno (afectos, esperanzas, debilidades y angustias…) se fundirán en el fuego del amor eterno, y habrán ¨unos cielos nuevos y una tierra nueva…¨.
Reflexión y comentarios…