¨Bienaventurados los sufridos (mansos) porque ellos heredarán la tierra¨. Mateo 5:5.
No queramos decir siempre la última palabra en las discusiones. A veces no nos resignamos a admitir que sea el otro quien concluye la conversación y queremos tener nosotros el ¨punto final¨.
Sería hermoso aprender la bienaventuranza de quien, en determinado momento, sabe callar en la humildad, dejando que quizá sea otro el que salga ganando, porque a fin de cuentas no es tan importante salir triunfadores.
Igualmente, no respondamos al mal con el mal. No sólo las violencias físicas, sino también aquella malignidad ¨chiquita¨ de las conversaciones a la cual nos sentimos tentados a contestar con otras ¨malignidades pequeñas¨. Insinuaciones que quisiéramos responder con otras insinuaciones, pequeñas alusiones ofensivas que asoman lamentablemente en nuestras conversaciones, a quienes sentimos la tentación de responder con otras ofensas.
Todo esto va contra la mansedumbre cristiana, contra el espíritu de paz, contra la verdadera humildad; ofusca el corazón, recarga la mente, impide la oración, llena la fantasía de fantasmas y emociones confusas y pesadas.
Con frecuencia no sabemos orar precisamente porque no nos hemos sabido abstener, en la conversación, de alguna malignidad, de expresar un juicio que nos hace aparecer como superiores a los demás. Así no disfrutaremos nunca de la bienaventuranza de la mansedumbre.
Para vivir la mansedumbre además, hay que dar mucha atención a los que son más débiles, que son mansos por naturaleza porque son incapaces de defenderse: Los ancianos a quienes se les ayuda de modo superficial y con dureza; los migrantes solos y abandonados, de los cuales se abusa, incluso en su trabajo.
Jesús nos invita a alejar de nosotros esas actitudes vergonzosas, y tener como única fuerza de apoyo, su Gracia