Reflexión
Muchas veces creemos que el cristianismo es una lista larga de normas y mandamientos que debemos cumplir. Es más, parece que Cristo, en este pasaje, nos complica más nuestros deberes. Pero eso no es el cristianismo: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva". (Deus Caritas est, n.1). Es sólo a través de Cristo, del prisma de su amor, que se puede, no sólo entender, sino sobre todo vivir lo que nos corresponde como sus seguidores.
Si atendemos bien, la lista de leyes que Cristo perfecciona en este evangelio tienen necesariamente un punto de unión con el amor, sea a Dios o al prójimo. Acaso, el saber perdonar al que nos ofende, al que ha dañado nuestra familia, nuestro trabajo, nuestro interior o nuestra situación económica, ¿no es el acto supremo del amor? El guardar nuestra pureza de corazón y de cuerpo, ¿no es un acto heroico de amor a nuestro Señor? El matrimonio, ¿no se puede traducir como fidelidad en el amor que Dios unió? Y, la coherencia en los deberes contraídos ante Dios, ¿no es una postura de un alma que quiere amar con sinceridad?
Sólo Cristo nos da la fuerza, los ánimos, el coraje y la paciencia para ser auténticos seguidores de su Persona; sólo así, nuestro compromiso de cristianos deja de ser un peso y se convierte en una respuesta de amor al Amor.
Cristo viene a "dar plenitud" a ley y a los profetas. Viene a purificar en el fuego lo que le impide a nuestro corazón darse plenamente a Dios. Lo que Cristo pide es un plus de justicia en la convivencia con los demás; un plus de santidad en la realización de nuestras tareas más ordinarias; un plus de generosidad en nuestra oración, en la vivencia de los sacramentos: "si su justicia no es mayor...". Por eso para Cristo no basta hacer justicia humana con el que nos ofende, pide que lo perdonemos, que nos reconciliemos con él. No le basta que no se cometa adulterio, quiere que custodiemos la pureza de nuestro corazón con una voluntad tajante: "si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti". No le basta la ley del divorcio, sino que correspondamos al designio divino sobre el matrimonio (cfr. Mt 19, 4). A Cristo, en fin, no le basta la vivencia externa de nuestros deberes de cristianos: ¡quiere nuestra coherencia, nuestra sinceridad de vida: "digan sí cuando sea sí..."!
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