Reflexión
Hoy es Domingo de Ramos porque celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero entra como un rey humilde, pacífico y manso.
No entra con tanques ni con metralletas para conquistar la ciudad. Tampoco entra en un caballo blanco al sonido de las trompetas, como lo hacían antaño los emperadores o los generales romanos después de vencer a los enemigos. No. Jesús entra montado en un burrito, signo de humildad y de mansedumbre.
Es aclamado por gente buena y sencilla, y una gran cantidad de sus discípulos son mujeres y niños. Lo proclaman rey no con el estruendo de las armas, sino con los gritos de júbilo. Y no agitan bayonetas o pancartas, sino ramos de olivo y de laurel, signos de la paz. ¡Éste es Jesús, nuestro Rey, el Rey de la paz y del amor verdadero, el que entra hoy triunfante a Jerusalén!
Pero también hoy es Domingo de "Pasión" porque iniciamos esta semana de dolor, que culminará en la Cruz. Por eso en el Evangelio de la Misa de este día se proclama toda la pasión del Señor. Sólo ocurre esto dos días en todo el año: hoy y el Viernes Santo. Pero la muerte de Cristo en el Calvario no es una derrota, sino el triunfo más rotundo y definitivo de Nuestro Señor sobre los poderes del mal, del pecado y de Satanás.
Estos días santos son, pues, para acompañar a Cristo en los sufrimientos de su Pasión y en su camino al Calvario: para unirnos a Él a través de la oración, los sacramentos, la caridad, el apostolado y las obras buenas. ¡Tántas cosas podemos hacer en favor de los demás!, pero tal vez nos falta imaginación o inventiva. O pensar más en los demás y menos en nosotros mismos.
Sería interesante recordar ahora, paso a paso, los diversos momentos de la Pasión de Cristo. Pero eso lo tiene que hacer cada uno en particular. Y no sólo como quien recuerda una historia pasada, sino viviéndolo en primera persona. Tú y yo somos protagonistas de esta historia, pues Cristo sufrió por nosotros, para darnos la salvación, la vida eterna.
Una de los momentos que más impactan es la flagelación. Realista y cruel por parte de los soldados. Pero nos hace comprender y sentir la inocencia de Jesús, su humildad y su mansedumbre infinita, su heroísmo ante el sufrimiento y su voluntad de oblación a Dios por nosotros: "Padre, mi corazón está pronto". Y enseguida la tortura: los latigazos que se hacen interminables y el brutal ensañamiento de los verdugos romanos, sádicos y ávidos de sangre, que destrozan sin piedad el cuerpo de Jesús y el corazón de su Madre santísima: "¿Cómo, dónde, hasta cuándo decidirás poner fin a tanta tortura, Hijo mío?" -balbucea María al contemplar a su Jesús flagelado-. Las lágrimas y el tremendo dolor de aquella Madre taladran el propio corazón. Es dura. Y nuestro adorable Jesús sufre hasta el paroxismo por amor a cada uno de nosotros. Es la Sangre preciosa del Cordero inmaculado, derramada por amor, para redimirnos del pecado. ¡Es una escena impresionante!
El camino hacia el Calvario está lleno de imágenes profundamente conmovedoras: el encuentro de Jesús con María, el quebranto y la compasión amorosa de aquella Madre bendita traspasan de nuevo el corazón y conmueven muy hondamente. El gesto dulce y compasivo de la Verónica que enjuga el santísimo rostro de nuestro Señor. El humanísimo comportamiento del Cireneo, sobre todo la transformación interior de su alma al contacto con el Cristo sufriente. Renuente al principio, al ir compartiendo la cruz de Jesús se va compadeciendo y compenetrando con aquel condenado a muerte.
Las últimas palabras de Jesús en la cruz son de una elevación singular: la súplica de perdón para sus enemigos, la promesa del paraíso al buen ladrón, la sed, la entrega de su Madre a Juan, el misterioso abandono paterno, el informe de su misión, la entrega de su espíritu al Padre.
Hoy iniciamos la Semana Santa y la Pasión de Cristo es una experiencia espiritual que todos debemos hacer si queremos ser auténticos cristianos. Sólo en la Pasión logramos comprender y aceptar tantas cosas incomprensibles en nuestra vida y experimentamos en el fondo de nuestra alma el amor infinito de un Dios que se entregó, hasta la locura, para salvarnos. ¡Sus llagas nos han curado! Y por ti y por mí volvería a repetirlo con tal de llevarnos al cielo. Ojalá también nosotros aprendamos a abrazar la cruz, amando y siguiendo las huellas de nuestro Cristo Crucificado. Eso significa ser cristiano.
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